Laebe siempre supo que el mundo no estaba hecho para alguien como ella. Pequeña, frágil y silenciada, aprendió a soportar el dolor en la oscuridad, entre susurros de burlas y manos que la empujaban al abismo. En un prestigioso Instituto Académico, su existencia solo servía como entretenimiento cruel para aquellos que se creían intocables.
Pero el silencio no dura para siempre. Cuando la verdad sale a la luz, el equilibrio de poder se rompe y los monstruos que antes gobernaban con impunidad se enfrentan a sus propios demonios. Entre el caos y la redención, Laebe encuentra en una promesa inquebrantable, un faro de protección y en su propia alma una fuerza que nunca supo que tenía para enfrentar los obstáculos que le impuso la vida.
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Esta historia contiene temáticas sensibles como abuso sexual, violencia, acoso, drogas y trauma psicológico. No es apta para todos los lectores, ya que aborda situaciones crudas y perturbadoras. Se recomienda discreción.
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Capítulo 10
Luciel caminaba con pasos firmes, pero contenidos, mientras iba de regreso a la enfermería. Aunque intentaba mantener la calma, en su mente, los resultados de los estudios que estaba por revisar no dejaban de inquietarlo.
Al llegar, Luciel observo que estuviera donde la dejo, antes de entrar y despertarla suavemente. Le pidió que lo acompañara, y fueron hasta su escritorio donde le indicó tomar asiento frente a él. Encendió la computadora y comenzó a revisar los análisis que habían terminado hace unos minutos. La expresión de su rostro se volvió más seria a medida que leía los resultados.
— Laebe… — Su voz sonaba tranquila, pero con un matiz de preocupación. Ella levantó la vista con timidez.
— Tus plaquetas están peligrosamente bajas — Continuó, deslizando el dedo por los números en la pantalla—. Esto explica por qué sangras con tanta facilidad. Además… tienes una deficiencia importante de vitamina K, lo que impide que tu sangre coagule correctamente.— Expresó con seriedad.
Laebe desvió la mirada, sintiendo un nudo en la garganta. No era la primera vez que alguien mencionaba su estado de salud, pero nunca antes alguien se había preocupado de esa manera.
Luciel suspiró y se puso de pie, caminando hacia un gabinete donde guardaba medicamentos. Tomó algunos frascos y los acomodó sobre la mesa antes de volverse hacia ella.
— Te voy a dar un tratamiento. No puedes seguir así — Dijo con firmeza, pero con suavidad—. Quiero que tomes esto todos los días sin falta.—
Tomó uno de los frascos y se lo mostró.
— Fitomenadiona (Vitamina K1): Necesitas una dosis de 10 mg diarios en comprimidos, con comida. Esto ayudará a mejorar la coagulación de tu sangre.— Dejó el frasco a un lado y tomó otro. — Sulfato ferroso con ácido fólico: Tómalo en ayunas, una vez al día, con un vaso de jugo de naranja o agua, pero nunca con leche o café. Esto te ayudará con la anemia y la producción de glóbulos rojos.— Luego señaló otro medicamento.
— Etopósido: Es para estimular la producción de plaquetas. Debes tomar 50 mg cada dos días. Es importante que no te lo saltes.— Le explicó con detenimiento. Finalmente, tomó una caja de suplemento alimenticio. — Y esto es Ensure o Pediasure, lo puedes tomar como batido una vez al día. Te ayudará a recuperar peso y fortalecer tu organismo.—
Luciel se giró hacia la impresora y sacó una hoja recién impresa. Caminó hasta Laebe y se la entregó con delicadeza.
— Aquí tienes una lista de alimentos que debes consumir. No voy a obligarte, pero si sigues así, las cosas pueden empeorar mucho. — La miró con seriedad. — ¿Prometes que vas a seguir esto?— Preguntó fijando su mirada en ella.
Laebe tomó la hoja con manos temblorosas. Sus ojos recorrieron los nombres de los alimentos: espinacas, brócoli, hígado, huevos, nueces, pescado, lentejas, leche, pollo, zanahorias…
No respondió de inmediato, sintiéndose abrumada. Pero al levantar la mirada y ver la expresión genuinamente preocupada de Luciel, asintió débilmente.
Luciel suspiró con alivio y le revolvió el cabello con suavidad.
— Harás un esfuerzo, ¿sí? — Su voz fue más suave esta vez.
Laebe bajó la mirada nuevamente, sosteniendo la hoja con fuerza entre sus dedos. No estaba acostumbrada a que alguien la cuidara tanto. Y aunque le costara aceptarlo… se sentía bien.
— Y a partir de mañana te tendré trabajo en la enfermería. No pasarás los recesos sola ni acosada, te esperaré aquí siempre.— Expresó con una sonrisa. Laebe se noto sorprendida, pero mostró una pequeña sonrisa y asintió.
Llegó la hora de salir, Laebe se dirigió a su casa de manera tranquila. En su mente seguían las palabras de Luciel, se sentía bien saber que estaba siendo protegida.
Sin embargo, también recordó a Kael. Él, que pese a parecer más intimidante que cualquier otra persona, le mostraba una calidez que no podía ignorar.
Sin poder evitarlo, una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Sentía esperanza y una gran sensación de que todo... Estaría bien.
Siguió su camino, esperando llegar a casa para descansar y comer algo más. Algo como lo que él le había indicado... Sin embargo...
Al estar cerca de su departamento, noto en la entrada lo que la hizo temblar. Allí estaba Angel, junto a algunos de sus amigos. Reían estando sentados en la escalera de la entrada. Por un momento, Laebe pensó si acercarse e incluso pensó en darse la vuelta y volver más tarde.
— ¡Oye ratoncita! ¿Qué esperas? Ven ya.— Dijo Ángel desde el otro lado. Laebe se sobresalto con eso, trago saliva y no hizo más que aceptar su castigo.
Había olvidado por completo que falló en una tarea, cuando el había pedido algo.
Cruzó la calle y llegó hasta ellos, con la cabeza agachada y el miedo invadiendo su cuerpo. Angel le dió una palmada en la cabeza, antes de acercarse a susurrar a su oído.
— ¿Creíste que escaparías? — Se burló para después tomarla del brazo con fuerza y entrar en el edificio; jalandola. El resto se quedó afuera solo platicando, sin saber que del otro lado de la calle los estaban observando.
Un chico de pelo desarreglado y con una chaqueta negra saco su móvil e hizo una llamada.
— Entro al edificio... Va acompañada.— Informo antes de colgar.
Al interior de las escaleras, Angel la jaloneo hasta el elevador. La azotó contra las paredes de este mismo cuando entraron y Laebe solo pudo soltar un quejido.
— Te advertí, que te iría mal. Creí que ya te había enseñado a obedecer, maldita perra.— Dijo con una risa torcida, las puertas del elevador se cerraron y él tomo a Laebe por el cuello para apegarla a su cuerpo. — ¿O acaso es que disfrutaste lo de aquella vez y querías repetirlo? — Preguntó con una carcajada.
La sujeto con firmeza por la cadera y después descendió su boca hasta su cuello, dónde comenzó a dejar varios besos. Laebe apretó los labios, sus lágrimas saliendo sin control mientras intentaba pensar que todo estaría bien.
Sabía que sería inútil resistirse, sabía que sería imposible que eso pasara. Por un momento había creído que todo acabaría cuando hablo con Luciel, pero ahora... Sentía que nada de eso cambiaría.