En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Un secreto bien guardado
La mansión se extiende en silencio mientras las primeras luces del día comienzan a filtrarse por las grandes ventanas del comedor. El sonido suave de los pájaros anunciando la mañana se mezcla con el murmullo lejano de la conversación que se da en el jardín. En la mesa, Dylan, padre de las gemelas, disfruta de un desayuno sencillo. Las niñas, Meredith y Marina, corretean a su alrededor con la energía de siempre, riendo y jugando mientras los rayos dorados del sol iluminan sus cabellos. El aire es fresco y el jardín se llena de los colores vibrantes de las flores que Rosalía, la cocinera, cuida con esmero.
Sin embargo, hay algo más en la casa esta mañana, algo que las gemelas saben y que Dylan aún no sospecha. Un secreto oculto en su habitación de juegos secreta, detrás de las cortinas que tapan una ventana del piso superior, en el rincón donde los recuerdos de su difunta esposa descansan en silencio. Algo que no pertenece a su mundo, pero que ya está comenzando a integrarse en él.
Bellerose, la sirena convertida en humana, está allí. Ella observa a las gemelas y a Dylan desde su habitación, una habitación que las gemelas han adaptado y han preparado cuidadosamente para ella, escondida del resto de la casa. A pesar de haber perdido su cola y adquirir sus piernas para transformarse en humana, Bellerose sigue siendo una criatura del mar. No es algo que pueda olvidar. En su corazón, lleva consigo la magia del océano y la fuerza que la ha mantenido viva durante años.
Sin embargo, esta mañana, Bellerose se siente diferente. El roce de sus pies contra el suelo, el peso de su cuerpo sobre sus nuevas piernas, todo eso aún le resulta extraño. Y mientras observa desde su ventana el cuadro familiar que se despliega afuera, algo en ella se llena de una sensación de pertenencia, de deseo. Deseo de ser parte de algo. De estar cerca de ellos. De estar cerca de ellos.
—¿Papá, podemos ir a dar un paseo por el jardín? —pregunta Marina, interrumpiendo sus pensamientos mientras se acerca con Meredith, ambas con las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes de emoción.
Dylan, aunque distraído por el café que aún sostiene entre las manos, sonríe en la dirección de la voz de su hija con una mezcla de ternura y fatiga. La vida, tras la muerte de su esposa, no ha sido fácil. La casa, los días, las noches. Todo le parece más pesado de lo que recuerda. Pero sus hijas le dan fuerza, aunque no lo suficiente como para olvidar el dolor que lleva consigo.
—Claro, ¿quieres que les mande a traer algo? —responde Dylan, intentando sonar más animado de lo que realmente se siente.
Meredith y Marina se miran con complicidad. Ellas no necesitan nada más que el amor que sienten por su padre, y el deseo que arde en sus corazones por ayudar a Bellerose a encontrar su lugar en el mundo.
—No, papá —responde Meredith con una sonrisa que oculta más de lo que dice—. Solo queremos estar al aire libre.
Y mientras ellas se alejan, corren por el jardín para unirse a los juegos que han inventado, sus pensamientos no están tan lejos de su padre como él cree. Las gemelas, con una felicidad en sus corazones que aún no entienden del todo, tienen un plan. Un plan que, aunque arriesgado, saben que será lo correcto.
Por ahora, su secreto está a salvo. Nadie sabe que Bellerose vive en la mansión. Nadie sabe que la sirena, está aprendiendo a ser humana, y que se ha convertido en alguien más para las gemelas. Pero el tiempo se está agotando, y ellas saben que deben actuar antes de que algo cambie, antes de que su padre se muera de amargura y melancolía.
La señora Collins, ama de llaves de la mansión, está en el comedor organizando los utensilios del desayuno. Su mirada es tan atenta y calculadora como siempre. Nadie en la casa tiene más control sobre el lugar que ella. Nadie, salvo Dylan. Pero ni ella ni Samuel, el mayordomo serio y reservado, saben de la presencia de Bellerose. Ni siquiera Rosalía, la cocinera, se ha percatado de su existencia. La familia, tan envuelta en sus propias tragedias y rutinas, nunca ha notado la figura extraña que las gemelas cuidan en secreto.
Lo único que las gemelas saben con certeza es que Bellerose está sola. A pesar de su transformación, a pesar de ser ahora humana, su corazón sigue siendo el de una sirena, un ser que pertenece al océano, a la vastedad del mar. Y aunque ha perdido sus piernas, las memorias del agua, de los corales, de las olas, nunca se desvanecerán de su ser.
Por eso, mientras las niñas juegan, se alejan un momento y se escabullen hasta su habitación secreta donde solo ellas pueden entrar, buscando un rincón que solo ellas conocen.
—Regresaron—las recibe Bellerose con una sonrisa.
—Sí, recordamos algo, tenemos más ropa guardada como recuerdo de nuestra madre, es posible que te quede bien.
El baúl antiguo, que siempre había permanecido cerrado, está allí, cubierto por el polvo de los años. En él descansan los recuerdos de su madre. Los vestidos que ella usó en los días más felices de su vida, los vestidos que siempre les parecieron perfectos ahora serán para que Bellerose los use. Más adelante convencerían a su padre para que les dé dinero para ir de compras.
—Creo que le quedará perfecto —dice Meredith mientras observa el baúl, con una sonrisa que muestra un toque de emoción contenida.
Marina asiente con entusiasmo. Aunque las gemelas han compartido su secreto con Rosalía y la señora Collins en algunos momentos, esto es algo distinto. Esto es algo solo para ellas. No necesitan el permiso de nadie. Quieren que Bellerose se sienta bienvenida en su hogar, como si fuera su madre, como si fuera parte de esta familia rota que aún no ha vuelto a encontrar su camino después de la pérdida.
Las gemelas se arrodillan frente al baúl y, con cuidado, comienzan a sacar los vestidos. Los tocan con delicadeza, reconociendo cada detalle, cada bordado, cada pliegue que alguna vez adornó la figura esbelta de su madre. Son vestidos de colores suaves, telas livianas, bordados sencillos pero elegantes, perfectos para una mujer que había sido el centro de la vida familiar.
—Este es el que más me gusta —dice Marina, sacando un vestido de seda color marfil. El vestido brilla sutilmente a la luz que entra por la ventana del ático, y las gemelas lo observan con un sentimiento de nostalgia.
—Será perfecto para ti Bellerose—responde Meredith, con una mirada cargada de determinación. Aunque no han hablado de sus intenciones con claridad, ambas lo saben: este es el paso siguiente.
El vestido tiene detalles en tonos dorados, bordados con flores que parecen cobrar vida al tacto. Es el tipo de vestido que se usa en momentos especiales, y las gemelas sienten que Bellerose lo merece. Aunque las niñas aún no comprenden del todo la profundidad de sus propios sentimientos, saben que Bellerose ha sido, en algún modo, una salvación. Una figura que las ha guiado a través de momentos difíciles y las a salvado algunas veces, una presencia cálida en la fría mansión.
—Papá no entendería —murmura Meredith mientras ayuda a Bellerose a probarse toda la ropa—. Pero pronto lo hará. A Bellerose le gustará.
Marina asiente, mirando a su hermana.
Bellerose, sentada frente al espejo en la habitación que las gemelas le han preparado, observa los vestidos que las niñas le han hecho probar. Aunque aún no comprende completamente su significado, siente la calidez de su gesto, la generosidad de su corazón. Por primera vez desde su transformación, siente que es parte de algo. Algo grande. Algo importante.
—Gracias —susurra mientras toca el delicado vestido de seda. Se siente humana, de alguna forma, y la calidez que las gemelas le brindan se convierte en su salvación. Sin ellos, sería solo una extraña en un mundo que no conoce.
Mientras se coloca otro de los vestidos, Bellerose no sabe que su destino, el destino de todos en la mansión, está a punto de cambiar. La magia nunca ha sido tan tangible como en este momento. El deseo de las gemelas, de unir a su padre con la sirena, se está haciendo realidad poco a poco.
—Te queda fantástico. Mañana los abuelos celebrarán su aniversario y es la ocasión perfecta para que seas nuestra invitada y conozcas en persona a papá.
Fantástica y Unica