El Aliento De Los Suspiros

La trivialidad de la tragedia, toda una tormenta después de la calma, un caos, un genocidio, un ataque del enemigo.

La noche era larga y serena en Hermea, una noche calurosa pero sobre todo tranquila o eso es lo que se creía.

La guardia real miraba al exterior sin ninguna preocupación, daban las rondas necesarias, cambiando de turnos constantemente protegiendo a sus monarcas, quienes descansaban con tranquilidad, pero aun así no pudieron salvarse.

Muriendo a manos de sus enemigos, las tropas de élite asesinaban a todo aquel que se interponía en su paso, sin dejar a ni un solo soldado vivo. La sangre se formó como una segunda capa de ropa en sus armaduras de un negro que los cufleajaba en la noche, no cabia duda, se trataba del ejercito negro, con el camino despejado siguieron su camino infiltrándose en las murallas dando paso al caos.

No tardó mucho y el bullicio se hizo presente, así como muchos empezaron a siquiera intentar apagar los incendios, socorrer a los débiles, el ejército entero estaba tan angustiado que jamás vieron venir dichosos ataque nocturno.

El sonido de los sirvientes corriendo, todo el bullicio había logrado despertar a la joven princesa que se colocó de pie apenas escucho fuego, "Fuego en el castillo" salió de su habitación apenas con un camisón cubriendola y vio como algunos guardias y sirvientes luchaban por menguar aquel humo, otros luchaban contra aquellos hombres de armadura negra.

—Señorita debe salir de aquí rápido ¡Ahora! —. Dijo Leticia quien llego con rapidez hasta la princesa llevándola consigo por los pasillos ya humeantes.

—Leticia, que está ocurriendo —. Pregunto con confusión, mientras veía las espantosas escenas a su alrededor.

—El reino está siendo atacado, debe aprovechar este momento para huir lo más lejos...

Descalza aún, observo por la ventana observando la gran tragedia que sufría el reino, la guardia real protegía la entrada lo más que podía, los hombres luchaban con persistencia, pero aun así no lograron superar al número de soldados enemigos.

—Señorita

Escuchar aquel grito tan familiar la hizo despertar de aquella pesadilla, su dama de compañía quien la ayudaba a salir del castillo humeante fue intervenida por uno de los soldados del enemigo.

Sus azules ojos se perdieron en la profundidad de aquel color negro brillante, el rostro del soldado se escondía tras el yelmo.

—Corra, señorita, ¡Corra!

Grito Leticia mientras intentaba interponerse en el camino por el cual había intuido que iría el soldado al ver como apreciaba a la joven princesa.

Evangeline Valyrian vio como su querida Leticia fue lanzada sin problema hacia el suelo. Viendo al hombre portador de tan armadura gigante, comenzó a retroceder al ver como daba pasos hacia ella, su pecho comenzó a subir y bajar por el miedo que la dominaba, solo podía ver su boca, nariz y ojos, pero con ver sus ojos descubrió que el lo que quería.

El sonido de un candelabro caer, los cristales de las ventanas siendo rotos, la despabilo de su letargo y por el primer lugar que vio fue entonces que corrió.

Además como no lograría llamar la atención, cuando únicamente se encontraba vestida con un camisón blanco que dejaba expuesto sus hombros, un escote prominente y su cabellera rubia que ondeaba mientras corría por los pasillos tratando de encontrar un lugar donde esconderse.

Se detuvo abruptamente al reconocer al mismo soldado esta vez sin el yelmo puesto, retrocedió sin apartar la vista de esos ojos plateados que la veían con lujuria, volvió a correr por el lugar por el cual había ido antes, al mirar hacia atrás y no verlo fue que vio la libertad por una de las tantas puertas.

Corrió hacia afuera sin mirar atrás, Leticia le había dicho que huyera del castillo y eso iba a cumplir. Al salir del castillo logró percibirlo al sentir la tierra y las piedras enterrarse en sus pies, aun con el dolor continuo corriendo mientras veía correr a la servidumbre, a los soldados siendo masacrados. El aire comenzó a faltarle por la agitación.

Estaba por salir de la fortaleza cuando fue tomada con fuerza por uno de sus brazos, soltó un grito ahogado y palideció al reconocer de nuevo al soldado que la perseguía, era el doble de grande que ella, su fuerza era tanta que tuvo gran facilidad de levantar la y llevarla hasta una parte privada lejos de la vista de ojos curiosos. Intento liberarse del agarre poderoso del hombre, pero simplemente no podía competir con tal fuerza, mucho menos si se encontraba débil.

—Quieta hermosura, si no te opones no dolerá

Dijo mostrando su dentadura blanca en una sonrisa galante, el hombre tomó la iniciativa de besar aquel lechoso cuello que contaba con unas pequeñas pecas, hundió su nariz en la apertura de su cuello y olfatea la esencia de esa hermosa hembra que le robo el aliento en el momento en que la vio.

—Por favor, no, se lo suplicó, deténgase

Logro sentir los pequeños empujes débiles de la mujer que no hicieron más que robarle una sonrisa.

Colocó una pierna en medio de las de ella y con más ímpetu comenzó a tocar su cuerpo que era más pequeño, más curvilíneo de lo que mostraba el camisón blanco que llevaba puesto.

La pobre Evangeline temblaba como una hoja, se encogió por el miedo que la albergaba en ese momento, sus lágrimas no tardaron en aparecer al sentir el asco en aquel toque tan imprudente, era débil, tan débil que no contaba con la fuerza suficiente para alejar al hombre quien la tomaba con más fuerza robándole el aliento.

Sus gritos ahogados fueron escuchados, sus ruegos también fueron oídos al sentir como le quitaban a dichoso hombre de encima con un arrebato tan poderoso que la llevó al suelo.

—Soldado, se puede saber que es lo que está haciendo

Desde el suelo pudo apreciar al hombre quien la salvo de una desdicha más, era un hombre de musculatura robusta, pero era diferente al pelirrojo, este portaba un uniforme gris oscuro con detalles dorados y su cabello era de un castaño claro.

Pero no se quedaría a averiguar más, colocándose de pie tan rápido que sintió un mareo, pero mordió su labio inferior soportando y trató de huir del alcance de aquellos hombres, pero se vio frustrado su escape al chocar con un pecho firme y duro, retrocedió unos pasos hasta que pudo ver los ojos del dichoso hombre que irrumpió su escape.

Fue como si el tiempo se detuviera para el hombre quien la veía inexpresivo, no lograba comprender como una mujer tan imprudente pudo haber salido en tan solo un camisón y descalza, lentamente una nube se apartó del camino de la luna permitiendo que los rayos plateados alcanzarán a la joven. Los ojos sin brillo miraron con asombro a la mujer delante de él, su cabello era tan largo que le llegaba hasta las caderas, sus ojos eran casi transparentes por el azul tan claro, sus mejillas eran adornadas de un color rosado, sus labios eran carnosos acompañado de la palidez.

Había sido acompañado por las más hermosas mujeres de su nación y nunca había visto una mujer portadora de una belleza poco peculiar, como esa rubia que se desvaneció delante de él.

Fue testigo de cómo sus ojos se cerraron, de cómo su cuerpo frágil e inerte cedía al vacío. Antes de que pudiera caer, con uno de sus brazos la tomó por la cintura sosteniendo su cuerpo mucho antes de que este cayera contra el duro suelo.

Su rostro quede expuesto, su cuello, clavícula, su escote quedó lo suficiente expuesto ante sus ojos al tener una altura privilegiada.

—Majestad

Sus ojos que se encontraban deleitando la belleza de la desconocida dama se desviaron hasta el hombre quien tenía al soldado de rodillas con la cabeza agachada y las manos atadas. Miró a la mujer yace en sus brazos y al hombre de rodillas.

—Lleven lo preso, discutiré el tema una vez lleguemos al reino

—Si majestad, desea que lleve a la joven...

Señaló a la mujer en sus brazos, volteando a verla, sus ojos habían reparado cada longitud de su piel, que no había visto que sus brazos eran adornados por el color morado y comprendió entonces.

—Quiero que azotes sus manos mil veces, ahora, partamos cuánto antes

El castaño asintió intentando tomar a la joven en sus brazos, pero el hombre de cabellos negros azulados fue más rápido, tomó la capa que colgaba en el hombro del castaño y la cubrió con ella para después tomarla en sus brazos y darse la vuelta caminando hasta su semental de un negro profundo, con agilidad monto su corcel con la dama aun en sus brazos y con una voz impostada menciono:

—Andando

Tomó las riendas de su corcel y dando un ligero golpe en las costillas del caballo este empezó a trotar obedeciendo la orden de andar, los soldados se volvieron a reunir con prisioneros de guerra y andarán detrás del monarca que los guió en este ataque.