Seré Feliz En Este Mundo.

—Me disculpo por la intromisión, pero todos hablan de lo ocurrido en el palacio. Mi esposo estaba ahí y temió por la vida y seguridad de su majestad. Aseguran que fue capaz de ofender a un invitado muy importante de su majestad y por esa razón decidió terminar con aquel compromiso, tomando en cuenta que con el invitado, ya no haría falta tanta intervención del general Gaillard en el ejército— era la esposa de Sonet, la que hablaba.

Aquella mujer era reconocida por su honestidad y también por saber cosas que muy pocos sabían, pues era de conocimiento público que estaba casada con el conde Soren, la mano derecha del emperador.

Cuando terminó de hablar, todas las mujeres jóvenes y maduras, que estaban cerca de Lady Gaillard, se alejaron de ella. No querían involucrarse en nada que pudiera perjudicarlas o a su familia.

En un instante sintió las miradas de desaprobación, sin poder soportarlo, salió del lugar casi corriendo, seguida de sus doncellas.

—Maldita mujer, juro que me las pagarás— aseguraba ya estando en su carruaje.

Aún no había intentado hacer nada, ya que necesitaba la aprobación de su padre, pues si actuaba por cuenta propia y algo salía mal, afrontaría las consecuencias sola. Ya teniendo la aprobación del duque, sería más fácil hacer cualquier cosa en contra de Sophia.

Cada día que pasaba, Sophia realizaba cada uno de los prototipos que mostraría en una reunión con el emperador y sus ministros. Necesitaba impresionar a los hombres y que éstos aceptaran financiar la compra de lo que hacía, ya que si no era así, el dinero solo saldría del palacio, sin tocar los fondos destinados para el ejército, aquel dinero que provenía del los impuestos de la gente.

—Disculpe señorita, pero hemos visto que trabaja sin parar, no se a alimentado bien, por favor venga con nosotras y coma algo— algunas sirvientas, casi le suplicaban que comiera.

—Estoy bien, no hace falta que se preocupen. En un tiempo que tenga me preparo algo— les dijo.

Sin quererla incomodar, se quedaron con esa respuesta y mejor siguieron en sus labores. Era cierto, tiempo después Sophia fue a la cocina y preparó un té caliente y también algo ligero para comer, puesto que había terminado por fin su trabajo. Estaba lista para presentarse ante el emperador y sus ministros.

El día había llegado y fue dirigida al palacio, a la zona de entrenamiento de los soldados. El lugar estaba repleto de hombres por todos lados, al parecer Sophia era la única mujer presente.

—Señores, estamos presentes para probar las armas y equipos de defensa para los soldados, estás serían utilizadas por ustedes en batalla, por eso están aquí, serán capaces de decidir si quieren o no utilizar las armas y armaduras. Así no dependerán de nadie más— firme anunció Sonet

Todos aplaudieron, esperaban algo en realidad muy bueno, ya que todo ese tiempo habían estado atenidos a la protección de la familia Gaillard, porque eran los únicos capaces de utilizar algo de magia. Claro que el duque estaba presente y no tenía una expresión favorable.

—Adelante— pidió.

De una puerta salieron dos hombres portando las armaduras y armas que Sophia había entregado. Se pusieron en guardia y una batalla comenzó.

Cada golpe repelía al enemigo y viceversa. Ningún ataque llegó al combatiente, los escudos servían para lo que fueron creados, además las espadas, revitalizan el cuerpo de cada soldado, así que aunque pasara mucho tiempo, no se cansaría fácilmente.

—Esas son las armaduras y armas que estarían utilizando, los contrincantes son su majestad el emperador y el ministro de guerra— informaba Sonet

La magnitud de aquella sorpresa fue grande, pues la batalla era con todo el poder que tenían y las dos personas que pelearon, eran conocidas por ser las mejores en batalla.

—Me opongo. Nadie asegura que sean suficientes unas simples armaduras para ataques con magia— el duque Gaillard daba su punto de vista.

—Entonces intente atacarme— gritó el emperador, dejando a todos atónitos. Confiaba tanto en aquellas armaduras, que incluso pondría su vida en peligro.

—Majestad, sería incapaz de algo así— se mostraba ofendido

—Entonces que ataque directamente solo la armadura, si su magia es capaz de destruir una de mis creaciones, me retirare derrotada— segura de si misma, propuso Sophia

Esto fue aceptado por los presentes y por el mismo duque y entonces pusieron frente a él y sus dos hijos, varias de las armaduras. A continuación dieron la orden para atacar y fueron lanzados, ataques de fuego, algún tipo de magia oscura y ráfagas de aire, lo que provocó una gran explosión.

Cuando el humo y polvo se disiparon, se pudieron ver las armaduras totalmente intactas. Lo que aquellos hombres no sabían es que cada armadura contaba con su propio escudo protector, por esa razón no podían recibir ningún daño, de ningún tipo.

Enseguida todos los ministros aceptaron financiar todas las armas y armaduras, pues cada uno de esos hombres tenían hijos en el ejército y no pretendían verlos morir de una manera cruel, al menos no si podían evitarlo.

Sophia estaba muy feliz, con aquel negocio ganaría mucho dinero y tenía planes a futuro, con la creación de otras cosas. Afortunadamente con el buen desempeño que tuvo con sus creaciones ahora tenía de su lado por completo al emperador y también a los ministros, que aún no conocía, pero ya admiraban su trabajo.

Por otro lado, los que estaban odiando esas creaciones eran los integrantes de la familia Gaillard, pues perderían toda credibilidad ante los nobles y los soldados, ya que ellos mismos presenciaron lo inútil que fue su magia ante las armaduras de Sophia.

—Esa maldita mujer debe desaparecer, por su hermana supe que era una joven la que estaba ayudando al emperador, incluso piensa anunciar su ruptura con mi hija y no pienso permitir algo así, el emperador debe seguir dependiendo de los Gaillard— era el duque el que hablaba, ya estando en un carruaje junto a sus hijos. Su rostro era de enojo y claro que intentaría algo en contra de la joven recién llegada.