Crepúsculo De Alianzas

La fortaleza del Valle de Lirien se alzaba imponente contra el cielo, sus altas torres y murallas de piedra ofrecían una visión majestuosa y formidable. Situada en lo alto de una colina, dominaba el valle circundante con una presencia indiscutible. Sus almenas estaban adornadas con estandartes que ondeaban al viento, mostrando el emblema del antiguo linaje que había gobernado esas tierras durante generaciones.

Al acercarse, Elyssia observó con asombro la magnificencia de la fortaleza que alguna vez había llamado hogar. Los muros de piedra gris se alzaban imponentes, flanqueados por torres imponentes que se alzaban hacia el cielo. El sonido de los lobos que entraban resonaba en el aire, agregando una nota ominosa a la escena.

Thorgal, al frente de la manada del norte, dirigía a sus lobos con autoridad mientras avanzaban hacia la entrada principal de la fortaleza. Sus ojos brillaban con determinación mientras daba órdenes a sus lobos, su presencia imponiendo respeto y obediencia en igual medida.

—¡Expulsen al viejo señor del castillo! —ordenó Thorgal, su voz resonando en el aire con autoridad—. Esta fortaleza nos pertenece ahora.

Mientras los lobos se apresuraban a cumplir la orden de su líder, Elyssia observaba la escena con sentimientos encontrados. A pesar del paso del tiempo y las circunstancias cambiantes, la fortaleza seguía siendo un recordatorio vivo de los días felices de su infancia. Recordó con cariño las aventuras que había vivido entre esas paredes, y el amor que una vez había florecido entre ella y el príncipe Aldarion.

Con el corazón apesadumbrado por los recuerdos del pasado, Elyssia se adentró en la fortaleza, siguiendo de cerca a Thorgal y a los lobos. Cada rincón resonaba con la eco de su historia compartida con Aldarion, recordándole los momentos de felicidad y la promesa de un futuro juntos que ahora parecía estar fuera de su alcance.

Mientras caminaba por los pasillos familiares, Elyssia se detuvo frente a una ventana y miró hacia el exterior, contemplando el paisaje que se extendía ante ella. El valle de Lirien se extendía hasta donde alcanzaba la vista, con sus prados verdes y sus bosques frondosos bañados por la luz del sol. Era un paisaje hermoso y sereno, pero en ese momento estaba oscurecido por la sombra de la guerra y el conflicto.

Una sensación de melancolía la invadió mientras recordaba los momentos felices que había compartido con Aldarion en ese mismo lugar. Recordó los paseos por los jardines, las risas compartidas y los dulces momentos de intimidad que habían compartido en secreto. Pero ahora, todo eso parecía pertenecer a un pasado distante, perdido en las sombras del tiempo.

Con un suspiro resignado, Elyssia se apartó de la ventana y siguió adelante, decidida a enfrentar lo que el destino le deparara en las tierras del Valle de Lirien. Aunque el futuro pareciera incierto y lleno de peligros, sabía que debía mantenerse firme y enfrentar los desafíos con coraje y determinación.

Thorgal y sus hijos avanzaron con determinación hacia la sala del trono del valle, donde Lord Caledor y sus sirvientes aguardaban con temor en sus ojos. El viejo elfo estaba arrodillado frente a ellos, sus manos atadas y una expresión de resignación en su rostro. Los sirvientes observaban la escena con miedo palpable, temiendo lo que el futuro les deparaba bajo el dominio de la manada del norte.

Thorgal irrumpió en la sala del trono con autoridad, su presencia imponente llenando la habitación. Sus hijos lo seguían de cerca, cada uno con una expresión de determinación en su rostro mientras se preparaban para llevar a cabo las órdenes de su padre.

—¡Ahora el valle responde a la manada del norte! —gritó Thorgal, su voz resonando en la sala con fuerza—. A partir de este momento, cada sesión de la luna, las aldeas y pueblos del valle nos entregarán tributos en forma de ganado: vacas, cerdos, gallinas, chivas y ovejas.

Lord Caledor miraba con impotencia mientras Thorgal dictaba las nuevas normas que regirían el valle bajo el dominio de la manada del norte. Sus manos atadas y su postura encorvada eran un testimonio silencioso de su derrota frente al poderío de los lobos.

Thorgal se volvió hacia sus hijos, Torak, Brynjar y Erik, y les dio instrucciones claras y concisas.

—Vayan a las aldeas y pueblos y asegúrense de que estas órdenes se cumplan. Quiero que cada ciudad entregue diez elfos como tributo: cinco hombres y cinco mujeres, que serán esclavos de la manada del norte. Además, queda prohibido el culto a los dioses elfos.

Las palabras de Thorgal resonaron en la sala, marcando un cambio drástico en la vida de los habitantes del valle. Los dioses elfos, cuyos nombres se susurraban con reverencia y devoción, serían reemplazados por las deidades de los lobos y los vampiros, símbolos del nuevo orden impuesto por la manada del norte.

Los sirvientes de Lord Caledor miraban con horror mientras absorbían las nuevas órdenes. El mundo que conocían estaba cambiando rápidamente a su alrededor, y ahora se encontraban en el umbral de una nueva era, una en la que el dominio de los lobos dictaría su destino.

Thorgal observó la sala del trono con satisfacción, sabiendo que había establecido el poder de la manada del norte sobre el valle de Lirien. Ahora, su verdadera prueba comenzaría mientras enfrentaba los desafíos y las adversidades que seguramente encontraría en su nuevo papel como señor del valle.

Elyssia fue escoltada por los corredores de la fortaleza hasta una de las habitaciones de piedra, lanzando sombras danzantes que parecían susurrar secretos ancestrales. Lucien caminaba a su lado, su presencia imponente llenando el espacio con una aura de misterio y poderío.

—Descansa, Lady Elyssia —dijo Lucien con voz suave, aunque su mirada estaba llena de determinación—. Mañana partiremos hacia Nocturnia.

Elyssia asintió débilmente, sintiendo el peso abrumador de su destino sobre sus hombros. La habitación a la que fue conducida estaba amueblada con sencillez, pero tenía una elegancia austera que reflejaba la grandeza de la fortaleza del Valle de Lirien. Una cama cubierta con sábanas de seda se encontraba en el centro de la habitación, invitándola a descansar después de los eventos tumultuosos del día.

Lucien se detuvo en el umbral de la puerta, su mirada penetrante fijándose en Elyssia.

—Si necesitas algo, no dudes en pedirlo. Estaré aquí para ayudarte en lo que pueda —añadió con un tono tranquilizador antes de desaparecer por el pasillo.

Elyssia se encontró sola en la habitación, rodeada por el silencio opresivo de la fortaleza. Las lágrimas comenzaron a emerger, deslizándose por sus mejillas como perlas líquidas mientras se enfrentaba a la realidad de su situación. Se sentó en el borde de la cama, sintiendo el peso de la incertidumbre aplastándola.

—¿Qué será de mí ahora? —murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro en la penumbra de la habitación.

El destino había dado un giro inesperado, arrebatándola de los brazos del príncipe Aldarion y colocándola en un camino incierto hacia un futuro desconocido. Las lágrimas seguían fluyendo, un torrente de emociones que amenazaba con consumirla por completo.

Recordó los momentos felices que había compartido con Aldarion en los jardines de Lúmenor, las risas y los susurros de amor que habían llenado el aire. Ahora, esos recuerdos parecían lejanos y borrosos, eclipsados por la oscuridad de su situación actual.

Se acurrucó en la cama, abrazando una almohada con fuerza mientras dejaba que las lágrimas fluyeran libremente. El sueño finalmente la reclamó, llevándola a un mundo de sombras y sueños tumultuosos donde el peso de su destino se hizo aún más evidente.

La noche pasó lentamente, y cuando los primeros rayos de sol se filtraron por las ventanas de la habitación, Elyssia despertó de su letargo. Se levantó con determinación, decidida a enfrentar lo que el destino tenía reservado para ella, incluso si eso significaba desafiar las expectativas y luchar por su libertad.

Con un suspiro, se dirigió hacia la puerta, lista para enfrentar el próximo capítulo de su vida con valentía y determinación.