Un Día De Febrero

Mientras Belén intentaba preparar la cena, David escuchaba sus lamentos. Se había cortado con el rallador, quemado con el aceite caliente y aún faltaba media hora para que cenaran.

—¿Por qué no me dejas ayudarte? —preguntó él al escucharla quejarse de nuevo.

—Es que en las recetas parece todo tan fácil, pero después si no miras las croquetas estas se queman, no es justo —dijo Belén al notar que no le estaba saliendo nada bien.

—Escucha. Dejemos esto por hoy y pidamos algo para cenar. No quiero tener que llevarte al hospital en nuestro primer día de casados —dijo él y la abrazó por la espalda. No se había dado cuenta de que resultó ser un poco invasivo—. Lo siento, no pretendía incomodarte.

—Está bien, si no puedes verme necesitas tocarme para saber que nos estamos comunicando. ¿Verdad? —preguntó ella mientras apagaba la cocina. ¿Seré una buena esposa de mentira si no sé cocinar?

—¿Es la labor de una esposa de mentira hacerlo? No sé bien las reglas —dijo él para tratar de animarla.

—La sociedad espera que las mujeres hagamos ciertas cosas bien y no todas somos buenas en la cocina —dijo ella como si estuviera enojada, pero no con David.

—La sociedad es una porquería, encasilla a todo el mundo en su rol y no quiere dejarlo salir de ahí. Si te muestras distinto a los demás debes tener una habilidad especial como cantar o actuar y te llaman excéntrico, pero si solo es así porque lo deseas te dicen loco o raro —indicó él apoyando a Belén.

—Siempre temí ser una mala madre, por eso cuando quedé embarazada…—Belén se había dado cuenta de que dijo algo muy personal.

—Puedes hablar tranquila —le indicó él mientras lavaba los trastes con los ojos cerrados. Ya se había acostumbrado. Después de dos semanas de duro entrenamiento. Uno que no le desearía a nadie, ya que Emiliano parecía muy simpático, pero era un torturador.

—Ya te conté que una vez tuve un novio al que queria mucho, él me aceptaba, así como tú. Sin decir cosas malas sobre mí; aunque siempre fui la burla de todos a donde fuera. Lo amaba tanto que cuando nos enteramos de que estaba embarazada pese a ser jóvenes aceptó acompañarme en el proceso de ser padres. Mi madre obviamente lo odió y no le habló por más de un mes. Yo apenas empezaba a trabajar como maestra jardinera y él no tenía un buen trabajo. Sin embargo, lo que más miedo me daba era decepcionar a mis hijos. Ser madre implica un peso en los hombros de una mujer que no todas podemos cargar. Y la sociedad siempre nos está diciendo que nacimos para eso —dijo ella llorando—. Soy una tonta, siempre pierdo todo y ando necesitando que me ayuden todo el tiempo. ¿Cómo yo hubiera podido hacerme cargo de ese niño?

—Tienes razón sobre eso que ldices que la sociedad trata de imponer. Aunque a mi manera de ver, serias una gran madre. Ya que noto como todo el tiempo, desde que nos conocimos, tratas de ayudarme, incluso cuando no lo pido —dijo él mientras ella le colocaba en la mano el último plato que David estaba buscando.

—Pero ser madre no es lo mismo, tienes que estar atenta todo el tiempo. Contigo es fácil porque eres un adulto y aunque trato de ayudarte no necesitas de mí —le indicó ella.

—¿Y quién sabe cómo debe ser una madre? Han intentado decirnos cómo se deben criar los niños desde siempre, premio, castigo, toma de decisiones, dar amor sin esperar nada a cambio. No todo funciona porque nos olvidamos que antes que niños son personas y todos son distintos. Tal vez el día que te vuelvas madre será del hijo que debas tener, porque la lección que tú le enseñes será de la misma magnitud que la que él pueda darte a ti. Míranos ahora, ninguno pensó que hoy estaríamos aquí, de este modo y, sin embargo, somos una buena pareja de mentira —David sonrió y el corazón de belén comenzó a latir con fuerza.

—Descansa, no me siento cómoda con que hagas todo —dijo ella y se alejó de él.

—¿Podrías ayudarme con algo? —preguntó David antes de que ella abandonara la cocina.

—Sí, dime —Belén trataba de que David no notara lo que le ocurría.

—Esta semana tengo un par de reuniones y me gustaría ir bien vestido. ¿Me ayudarías a elegir que ponerme? —era una tontería, él siempre había usado la misma ropa, solo no queria dejar de hablar con ella.

—Por supuesto. ¿Cuál es tu dormitorio? —preguntó ella y se dio cuenta de que sus cosas aún estaban en el living, no se había tomado el tiempo de paveriguar dónde dormiría.

—Está al final del pasillo —dijo él y ambos fueron. Sin embargo, había dos puertas, una a la izquierda y la otra a la derecha. Ella pensó que no habría problema si se equivocaba al abrir la puerta. Por lo que tomó una sin reflexionarlo.

—Por dios —dijo Belén sorprendida.

—¿Qué ocurre? —preguntó David seguro de que su madre había estado hurgando sus cosas.

—Este no es tu cuarto —dijo ella al ver la cuna y todos los juguetes de niño pequeño.

—¿El de la derecha? Ahí guardaba cajas antes —indicó él y ella no pudo evitar sonreír.

—¿Qué pasa? —preguntó David sin entenderlo aún.

—Ven conmigo —dijo ella y lo hizo entrar.

—Este olor es distinto. Seguramente mi madre vino a cambiar algo. ¿Mis cajas están por lo menos?

—No —dijo ella mordiéndose la lengua para no contarle y que él se sorprendiera como ella—. Toca aquí

—¿Qué es esto? No me digas que mi madre lo convirtió en un vestuario para ti, si te gusta está bien —era obvio que no había sido idea suya lo que había en ese cuarto.

—¿Por qué dices eso? —preguntó ella confundida.

—Esto tiene la misma textura que lo que llevabas puesto anoche —dijo él y ella se avergonzó.

—¿Por qué me tocaste? —preguntó tapándose el rostro. Nunca pensó que él se daría cuenta de que llevaba esa ropa interior—. Se suponía que no te darías cuenta.

—Lo siento, dormimos juntos —dijo él y ella trató de huir, pero David tomó sus manos—. ¿Cuál es el problema?

—Es que Emiliano trajo ropa interior que era un poco llamativa —dijo ella más avergonzada que antes—. Y supuse que había sido un error por lo que no te quise molestar mientras te bañabas.

—Nunca me molestaría que me preguntes algo —le indicó él, aunque no sabía que era lo que ella estaba haciendo tan silenciosa.

Belén, por su parte, no podía dejar de mirarlo. David, había logrado ganar un lugar en su corazón. No solo por su belleza, su amabilidad y su predisposición. Había algo más ahí, algo que los hacía cercanos.

Autora: Osaku