El Alfa Quiere Redimirse

Alessio abrió los ojos lentamente, entrecerrándolos ante los deslumbrantes rayos de sol que atravesaban las cortinas blancas y golpeaban directamente sus pupilas verdes. Frunció el ceño de forma inconsciente, tratando de aferrarse unos segundos más al letargo del sueño. Pero lo primero que captó su atención fue la sensación del fino tejido rozando su piel, lo que hizo que bajara la mirada.

Llevaba puesto un esmoquin de terciopelo de un color Burgundy. La tela parecía hecha a medida. El saco tenía cortes limpios que acentuaban su cintura y hombros, con solapas de un negro ónix. La camisa blanca bajo el saco tenía detalles de encaje en los puños y el cuello, y un pañuelo cuidadosamente doblado en el bolsillo del pecho. El pantalón recto, de terciopelo negro ónix, caía con un ajuste impecable hasta sus zapatos de charol pulido. Era un traje digno de una ocasión especial.

Pasaron unos minutos antes de que la memoria regresara en oleadas. Recordó la noche anterior. Risas con Artem en la cocina, su conversación ligera, luego subió a su habitación, se dejó caer en la cama, y en cuanto su cabeza tocó la almohada, cayó rendido al sueño.

Pero esto… esto no era su habitación.

Levantó la vista, y a su alrededor se desplegaba un salón majestuoso. Mesas redondas cubiertas de manteles blancos con bordes dorados, centros florales con orquídeas blancas y lirios, candelabros brillando sobre cada mesa. Las personas iban vestidas con trajes de gala, reían, brindaban y conversaban animadamente.

Entonces, lo recordó.

Este era el lugar donde se comprometió con Enzo.

Un compromiso excesivamente lujoso, montado a solo meses del matrimonio, hecho con la clara intención de impresionar. Era un acto dirigido a los ojos del mundo, especialmente a los de su abuelo y los inversionistas cercanos a él, quienes siempre habían cuestionado su relación con un delta como Enzo.

Sostuvo la copa de champán que tenía en la mano y soltó un suspiro cargado. Aunque sabía que era un sueño, se sentía tan real. Podía oler el perfume de las flores, el burbujeo en la copa, el sonido de la música de fondo.

En ese entonces, aunque se esforzaba por casarse con Enzo, muchas personas querían ganarse su favor solo porque era el heredero de Blockium. Los trató con cortesía, como le enseñaron, pero en realidad tenía solo un pensamiento en mente: ¿Dónde estaba Enzo?

El delta había desaparecido a la mitad de la celebración. Tal vez la extravagancia del compromiso lo había incomodado. Enzo odiaba esas demostraciones exageradas. Alessio lo entendía ahora mejor que nunca.

Caminó entre la multitud, repasando en su memoria cada rincón donde pudo haber estado, pero no lo encontró. Ni dentro del salón, ni en la entrada, ni en los pasillos.

Fue entonces cuando decidió salir al balcón. La brisa fresca le revolvió un poco el cabello, y al acercarse al borde, escuchó murmullos.

Murmullos que le resultaron extrañamente familiares.

De pronto, una punzada de memoria.

Ese balcón. Esa noche.

Bajo el balcón, en el jardín del salón, entre sombras, estaban Enzo y Artem, iluminados por la tenue luz de la luna. Dos figuras demasiado cercanas, demasiado íntimas. El corazón de Alessio dio un vuelco. Un frío punzante le subió por la espalda y le nubló la mente.

Entonces, una voz rompió el silencio.

—¿Crees que él no lo sabrá? —gritó Enzo, su tono enfurecido pero cargado de desesperación.

—Él no tiene que saberlo — respondió Artem, y su voz, antes tan llena de alegría, ahora sonaba llena de miedo y tristeza.

Alessio sintió que su corazón latía con fuerza. No lo había recordado hasta ahora, no con claridad. Se apoyó más en la baranda para verlos con detalle, justo cuando la copa de champán que había dejado a su lado cayó al piso con un leve crash de cristal.

Ambos se giraron de inmediato, alzando su vista hacia el balcón.

Los ojos de Enzo se alzaron hacia él. Artem también levantó la vista, el rostro iluminado por la luna, y por algo más, angustia.

El mundo pareció quedarse quieto. Años habían pasado desde ese momento, y, sin embargo, ahora que lo revivía, no podía recordar qué expresión exacta vio en el rostro de Enzo. ¿Había sido culpa? ¿Miedo? ¿Frialdad?

No recordaba si huyó. Lo único que recordaba con nitidez era ese sentimiento desgarrador que le envolvió el pecho Y luego… el olvido, como si su mente hubiese enterrado aquel recuerdo para protegerse.

Ahora lo entendía. Este sueño no era casual.

Alessio estaba sentado en el comedor, rodeado por su familia. La conversación fluía con naturalidad entre sus padres y Artem, pero él permanecía ajeno a ella, absorto en sus propios pensamientos. Tenía una taza de té de manzanilla entre las manos, su aroma suave apenas lograba calmar la inquietud que le oprimía el pecho. Dio un pequeño sorbo, luego tomó una mordida distraída de la tostada frente a él.

Habían pasado horas desde aquel extraño y vívido sueño, y no podía apartar de su mente la escena del balcón. Por más que intentaba concentrarse, una pregunta persistía, silenciosa pero constante. ¿Qué pasó después de que me vieron?

Fue la voz firme, pero cálida de su padre la que lo trajo de regreso a la realidad.

—Lío, tu oficina ya está preparada.

Alessio parpadeó y alzó la mirada. Asintió con una sonrisa tenue. Su madre se unió con entusiasmo.

—¡Felicidades, mi pequeño Lío!

Alessio sintió cómo sus mejillas se calentaban por la vergüenza, ese apodo lo transportaba de inmediato a los días donde apenas alcanzaba el borde de la mesa del comedor. Pero no dijo nada, se llevó la taza a los labios, intentando disimular la vergüenza con un gesto agradecido.

—Gracias —dijo suavemente, con una sonrisa que, aunque tímida, era genuina.

Aquel desayuno fue ligero y cálido, lleno de risas familiares, ajeno a los recuerdos del pasado que aún rondaban en su mente.

Horas más tarde, ya en su nueva oficina, comenzó a organizar algunos documentos y a colocar objetos personales en los estantes. El lugar olía a madera recién barnizada y cuero. Todo estaba impecable, elegante.

Fue entonces cuando la puerta se abrió sin previo aviso.

Ignat entró con paso seguro, mirándolo con leve curiosidad.

—¿Me mandaste a llamar? —preguntó sin rodeos, cerrando la puerta detrás de él.

Alessio alzó la vista desde el escritorio, observando por un momento a Ignat, su amigo y confidente, quizá la única persona que podría ayudarlo.  Apoyó ambos codos sobre la superficie, entrelazando los dedos frente a sus labios, pensativo.

—Sí, necesito tu ayuda —murmuró con sinceridad.

Ignat arqueó una ceja, como si ya hubiese anticipado algo extraño viniendo de su amigo. Caminó con calma hasta uno de los sillones de la oficina, se dejó caer con la gracia de quien ya está acostumbrado a los problemas ajenos, y cruzó las piernas con elegancia. Apoyó un codo en el brazo del sillón y sostuvo su rostro con la mano.

—Es sobre ese delta, ¿no? —preguntó con tono neutro, aunque una chispa de ironía brillaba en sus ojos—. ¿A dónde lo llevarás esta vez, Alessio?

Soltó un suspiro cansado, sin esperar realmente una respuesta. Estaba acostumbrado a las rarezas de Alessio.

Pero esta vez, el silencio fue distinto.

Ignat alzó la mirada, notando la tensión en el rostro de su amigo, y justo cuando iba a preguntar, Alessio habló. Y lo que dijo no fue lo que esperaba.

—Necesito un omega —dijo, tajante, sin rodeos—. Si es posible, que sea pronto.

Por un momento, la habitación se llenó de un silencio denso.

Ignat lo observó, procesando cada palabra, como si dudara de haber oído bien. Luego apoyó ambas manos sobre sus rodillas y lo miró con seriedad.

—Eso sí que no lo vi venir —dijo al fin—. ¿Puedo saber para qué demonios necesitas un omega tan urgente?

Alessio exhaló profundamente. Iba a ser más complicado de lo que pensó… pero ya no había marcha atrás.