NovelToon NovelToon
Yo Te Elegí.

Yo Te Elegí.

Status: En proceso
Genre:Amor a primera vista
Popularitas:3.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Mel G.

Romina, una chica que no conoce el significado de amistad y familia, empieza a conocerlo a través de algunas personas que llegan a su vida. Pero cuando todo realmente cambia, es cuando conoce a Víctor, al hermano de la chica que comienza a ser su amiga, pero lo conoce, en un secuestrado, dirigido por el.

NovelToon tiene autorización de Mel G. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

ALONZO.

...Romina:...

Entramos. Y como siempre, la mansión estaba helada.

No por el clima. Sino por todo lo que representaba: la ausencia de cariño, de familia, de verdad. Una prisión dorada con puertas abiertas.

Lo sabía. Estaban ahí. Mi madre, con ese peinado impecable que parecía tensarle hasta el alma, y mi padre, de pie, como si fuera dueño del mundo… y de mí.

—Mamá, papá… ya conocen a Víctor —anuncié, tomando su brazo con teatral delicadeza.

Había algo en él que me daba seguridad. No sé si era la mirada fría, la calma con la que lo encaraba todo, o esa manera casi insolente de estar en control sin decirlo.

—¿Y cuál es su apellido? —preguntó mi padre con esa voz que me revolvía el estómago.

—Luján —respondió él.

Nada. El apellido no significó nada para ellos. Y por un momento, creí que mi padre iba a echarse a reír.

—¿A qué te dedicas, señor Luján?

Y entonces vino el golpe. Uno que ni yo esperaba.

Víctor habló, firme, tranquilo, y cada palabra fue una sorpresa. Una agencia de seguridad privada. Entrenamientos diarios. Millones por contrato. Clientes internacionales. Él. Él había construido eso. Y yo que creía que seguía en la misma oscuridad donde lo conocí, mezclado con narcotraficantes, arrastrando culpas y heridas sin cerrar…

No. Ese hombre frente a mis padres no era un cualquiera. No era un delincuente. No era un subordinado. Era un imperio. Uno propio. Forjado con sangre, pero real.

—Nos comprometimos hace poco —dije, alzando el mentón, aún sabiendo que mi corazón latía desbocado por dentro.

Mi madre apenas pestañeó. Pero fue mi padre quien saltó.

—¿Después de lo de Elliot? Pensé que habías aprendido algo.

—Eso fue hace un año —respondí. Mi voz tembló apenas, pero me sostuve—. Y lo único que aprendí fue que siempre esperaron que yo fracasara para elegir por mí. No va a pasar.

El resto del intercambio fue como siempre: ellos hablando de poder, de estatus, de empresas que se heredan como si fueran trofeos. Yo resistiendo, como tantas veces, solo que ahora con algo más. Con alguien a mi lado… aunque fuera una farsa.

—Vámonos, amor —le dije a Víctor.

Y me siguió. Como si fuera cierto.

Antes de cruzar la puerta, lo besé. No sé por qué lo hice. No fue parte del plan. Pero sentí el impulso. Porque por un instante… quería que fuera verdad.

Ya en el vestíbulo, cuando la puerta se cerró a nuestras espaldas, me giré hacia él.

—Gracias… por lo de adentro. En serio.

Él asintió. Había algo en su mirada que me pesaba. Una mezcla de juicio y comprensión. De peligro… y ternura. Maldita sea.

—No tienes que explicarme nada —dijo—. Esto solo empezó. Si quieres que funcione… lo haremos bien.

No sabía si hablaba de la mentira… o de otra cosa. Pero no quise preguntar.

Me puso una mano en la cintura, acercándose, y por un momento, sentí el calor de nuevo, ese que me había explotado en los labios minutos antes.

Pero no me besó.

—Nos vemos pronto, prometida —susurró con una sonrisa torcida, antes de girarse y desaparecer por la puerta como un maldito fantasma elegante.

Volví a entrar. No quería enfrentar a mis padres otra vez. No tenía fuerzas para más argumentos vacíos ni amenazas con moños.

Subí las escaleras con pasos firmes, sin mirar atrás, hasta encerrarme en mi habitación.

Esa habitación enorme, blanca, ordenada… que siempre había odiado. Donde me celebraban cumpleaños vacíos. Donde solo Nelsi me cantaba. Donde aprendí a fingir que todo estaba bien.

Me dejé caer en la cama y miré el anillo.

Él había notado lo que hacía falta. Había visto más de lo que yo creía que permitiría.

Y yo… yo había empezado un juego que ya no sabía cómo detener.

...****************...

Apenas crucé el umbral del restaurante, algo dentro de mí se tensó. Mis padres estaban demasiado sonrientes… demasiado expectantes. Y junto a ellos, un hombre que no conocía, con aire de suficiencia y mirada calculadora.

—Romina —saludó mi madre alzándose para besarme la mejilla—. Qué gusto que viniste.

—¿Quién es él? —pregunté directo al punto, sin siquiera mirar a Alonzo.

—Alonzo —intervino mi padre—. Un joven con un futuro brillante. Queríamos que lo conocieras.

Reprimí una carcajada de incredulidad. ¿En serio?

—¿Por qué? ¿Para qué? ¿No teníamos ya este teatro resuelto?

—Querida —dijo mi madre con tono suave, aunque evidente molestia en los ojos—. Dijiste que estabas comprometida. Pero nadie ha visto nada oficial. Ni un anuncio, ni una cena… ni siquiera un anillo.

—¿Eso qué significa? —respondí, cruzándome de brazos.

—Solo creemos que no hay nada de malo en ampliar tus opciones —dijo mi padre, con esa típica voz de patriarca que siempre me hizo querer huir.

Y fue entonces que vi a Víctor acercarse.

Vestido de negro, impecable, con esa manera de caminar como si el mundo entero no le importara. Su sola presencia cambió el aire del lugar. En cuanto estuvo a mi lado, su mano se posó con naturalidad en la parte baja de mi espalda. Ni un segundo de vacilación.

—¿Llegué tarde a la cena familiar? —preguntó con voz firme, sin mirar directamente a nadie.

—Ah… —balbuceó Alonzo, visiblemente incómodo.

—Víctor Bianco —dijo él, tendiéndole la mano al hombre—. Prometido de Romina.

La expresión de Alonzo se desmoronó. Mis padres mantuvieron el tipo, pero no eran buenos actores. Estaban tensos, atrapados en su propia mentira.

—Ya lo habíamos mencionado —añadí, con una sonrisa afilada—. ¿No se los contaron?

—Claro que sí —se apresuró a decir mi madre—. Solo… fue una confusión.

Víctor me miró un segundo, como si buscara mi aprobación, y luego se dirigió a mis padres con total dominio.

—Romina me comentó que estarían aquí. Pensamos que sería un buen momento para saludarlos. Pero veo que la reunión tenía otro propósito.

Sus palabras eran suaves. Su tono, impecablemente educado. Pero nadie podía ignorar la amenaza elegante que cargaban.

—Nos disculpan —continuó él, como si cerrara un trato—. Romina y yo tenemos compromisos pendientes. Pero por favor, Alonzo, fue un gusto conocerte. Suerte con lo tuyo.

Tomó mi mano y me guió hacia la salida con naturalidad. Yo apenas podía contener la satisfacción en mi rostro.

Cuando cruzamos la puerta, me giré apenas lo suficiente para ver las caras congeladas de mis padres y del pobre Alonzo, masticando su derrota.

—Eso fue… brutal —le dije mientras caminábamos hacia el auto.

—Te advertí que si íbamos a mentir, lo haríamos bien —me respondió él, con una sonrisa casi invisible, pero absolutamente triunfal.

Y ahí supe que esta farsa iba a ser más entretenida de lo que pensaba.

...****************...

...Victor:...

Romina se acomodó contra la ventanilla, con ese aire de reina cansada que parecía llevar cosido en la piel. Observaba la ciudad como si ya la hubiese conquistado y le aburriera verla pasar una vez más.

No hablaba, pero su silencio era tan expresivo como su tono filoso cuando abría la boca. Yo la observaba de reojo, con la misma atención con la que he estudiado a enemigos peligrosos. No porque creyera que ella lo fuera… sino porque algo en ella me hacía querer entenderla. Y eso ya era suficiente para desconfiar de mí mismo.

—¿Ya no llevas seguridad? —pregunté, aunque conocía la respuesta. Tenía días viéndola moverse sola.

Ella giró un poco el rostro, lo suficiente para regalarme una sonrisa irónica.

—Ya no —dijo con tranquilidad—. Después de todo lo que pasó, las únicas que han estado en verdadero peligro son Reachel y Elena. A mí me han alcanzado los daños colaterales, pero nunca he sido el objetivo real.

No me gustó lo que dijo. No por la lógica, sino por el nivel de despreocupación que mostraba. Lo dijo como si ya hubiese hecho las paces con la posibilidad de terminar herida… o muerta.

—Eso no significa que estés segura.

—No estoy diciendo que lo esté —respondió, sin perder el aplomo—. Solo digo que prefiero no vivir como si todo fuera a explotar. Si va a pasar, pasará. Y créeme, puedo defenderme sola.

No respondí. Sabía que con Romina no servía insistir. Ella escuchaba mejor el silencio.

Después de unos minutos, pregunté lo que llevaba pensando desde el encuentro con sus padres:

—¿Tus padres… tienen alguna forma de obligarte a hacer lo que quieren?

Su risa fue seca, sarcástica.

—Quisieran. Tal vez cuando era adolescente y todavía me importaba lo que pensaban. Ahora… pueden hacer lo que se les antoje. Gritar, chantajear, inventar bodas. No van a controlarme.

Me gustaba su forma de decirlo. No solo por lo que decía, sino por cómo se negaba a sonar como una víctima. Aun cuando todo en su historia gritaba abandono.

—¿Entonces por qué esa distancia con ellos? —solté, sin suavizar la pregunta.

Ella se tensó. Por un segundo, pensé que no me respondería.

Pero lo hizo.

—Porque nunca fueron mis padres de verdad —murmuró, con un hilo de voz que no combinaba con su porte altivo—. Solo estaban. Figuraban. Eran nombres, compromisos sociales, cuentas bancarias. Pero el cariño… ese me lo dio otra persona. Nelsi, mi nana. Ella me crió. Me abrazó cuando lloraba. Me contaba cuentos. Me hacía sentir vista.

Guardó silencio un instante y luego, con más dureza:

—Murió hace cuatro años. Desde entonces, lo único que queda en esa casa es un par de extraños con mi sangre, creyendo que pueden darme órdenes porque ellos creen haberme dado algo.

No podía quitarle los ojos de encima. Había escuchado muchas confesiones en mi vida, algunas bajo presión, otras llenas de rencor o miedo. Pero la suya estaba hecha de una herida vieja, bien disimulada, pero no cerrada.

—No es que los odie —agregó, más suave—. Es que dejé de esperarlos.

Ahí estuvo. El verdadero dolor. El abandono no dolía cuando llegaba… dolía cuando dejabas de esperarlo. Cuando te resignabas.

Y de pronto lo entendí.

—Ahora sé por qué lo hiciste —dije en voz baja—. Por qué no dudaste en besarme. Por qué inventaste esa historia sin pensarlo. Estás cansada de que intenten escribir tu vida.

Ella sonrió, con esa sonrisa suya que parecía estar siempre al borde entre la burla y la melancolía.

—Y tú fuiste el giro dramático perfecto —murmuró.

Le devolví la sonrisa. Aunque no debía, aunque esto era un juego… había algo en ella que no quería soltar. No era solo fascinación. Era esa sensación de que detrás de sus escudos, de su sarcasmo, de su guerra con el mundo, había una verdad que no muchos conocían.

Y tal vez, sin querer, yo me estaba volviendo parte de esa excepción.

1
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play