Lissa Rosette una joven doctora del siglo XXI cae en coma después de salvar a una niña de ser atropella por un camión. Sin saberlo queda atrapa en una de las mejores novelas de harén inverso y erotismo escrita por su autora favorita. Ahora Lissa es Eyra una extra que muere cuando el príncipe heredero del reino de Eldoria se aburre de ella, al fijar sus ojos en la dulce protagonista. Pero ahora Lissa siendo Eyra cambiará su destino, se vengara del príncipe que jugo con ella como si fuera un objeto y de la protagonista que no le importo arruinar las vidas de las demás para su lograr sus objetivos. Todo esto antes de que la maldición que posee el cuerpo de Eyra la mate. ¿Lograra Lissa cumplir sus objetivos?
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Capítulo 9
El amanecer llegó con una calma engañosa. El cielo, teñido de tonos lavanda y oro, parecía ajeno al caos que estaba por desatarse en el interior del convento Hermanas de la Paz.
Eyra se encontraba en su habitación, sentada frente al espejo, observando su reflejo con una expresión serena. Su cabello, recogido en una trenza alta, dejaba ver el rostro firme de una niña que ya no parecía tener once años. En sus ojos violáceos brillaba una determinación que no se podía fingir.
Sobre la mesa, los duplicados de los documentos descansaban dentro de una caja de madera que Ross le había conseguido la noche anterior. Eyra los repasó una vez más, asegurándose de que cada sello, cada firma, cada nombre estuviera en su lugar. No podía permitirse errores.
Ross llegó poco después, vestida con el mismo vestido elegante del día anterior. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos mostraban una fuerza que solo quienes han decidido dejar de ser víctimas pueden tener.
—¿Estás lista? —preguntó, cerrando la puerta tras de sí.
Eyra asintió sin decir palabra. Se levantó, tomó la caja y la ocultó bajo su capa. Ambas salieron de la habitación sin mirar atrás.
El plan era simple, pero arriesgado. Durante el desayuno, cuando todas las monjas estuvieran reunidas en el comedor principal, Eyra y Ross presentarían los documentos ante la Hermana Lira, una de las pocas que aún conservaba lealtad a la antigua Madre Superiora Aylin. Ella sería la primera en ver la verdad. Si lograban que Lira hablara, las demás podrían seguir.
El comedor estaba lleno. Las monjas conversaban entre sí, los niños comían en silencio, y la Madre Superiora aún no había regresado. Era el momento perfecto.
Ross se acercó a la Hermana Lira, le susurró algo al oído, y la mujer se levantó con expresión tensa. Eyra la siguió hasta una pequeña sala contigua, donde colocó la caja sobre la mesa y comenzó a mostrarle los documentos.
La reacción de Lira fue inmediata. Su rostro se tornó blanco, sus manos temblaron, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Esto… esto es real —murmuró, pasando las hojas con desesperación—. Los nombres… los sellos… los contratos. Todo está aquí.
Eyra se mantuvo firme.
—Necesitamos que hable. Hoy. Frente a todos.
Lira se quedó mirando los documentos por unos segundos, luego levantó la vista y miró a Eyra, en su expresión se podía ver el temor que sentía.
—Si lo hago, me matarán.
—Si no lo haces, seguirán matando y vendiendo a otros —respondió Eyra con voz firme—. Y Ross será la próxima.
La monja cerró los ojos, respiró hondo, y asintió.
—Entonces que arda todo.
Unas horas después, llegaron al convento dos carruajes. Del primero descendió la Madre Superiora, acompañada por un hombre encapuchado que ocultaba su rostro tras una máscara de metal oscuro. Sin decir palabra, la mujer le hizo una señal al cochero del segundo carruaje, quien se desvió hacia la parte trasera del convento.
La Madre Superiora y el misterioso hombre se dirigieron a su despacho. Allí, ella le entregó una carpeta con los documentos necesarios para formalizar la adopción legal de Ross. El encapuchado los leyó detenidamente, luego los firmó y le entregó a la mujer dos bolsas llenas de monedas, además de una pequeña caja que contenía un collar de esmeraldas. La mujer revisó todo con precisión, contó las monedas y examinó las gemas. Satisfecha, sonrió con frialdad.
—Un placer hacer negocios con usted —dijo, mientras el hombre se retiraba por la parte trasera del convento, sin que nadie lo viera.
La hora del almuerzo
Eyra estaba sentada cerca de las ventanas, junto a Ross. La pelirrosa mantenía la vista fija en la mesa principal, donde ya se encontraban reunidas la Madre Superiora y todas las monjas. Ross le hizo una señal con la cabeza a Lira, quien se levantó y caminó hasta la cabecera de la mesa. Pidió la atención de todas y colocó sobre la mesa la caja con las pruebas que Eyra le había entregado.
La Madre Superiora observó la caja, luego a Lira. Su expresión seria se transformó en una sonrisa maliciosa. En cuestión de segundos, varios hombres enmascarados irrumpieron en el comedor, rodeando a todos los presentes y bloqueando las salidas.
La mujer se puso de pie y les hizo una seña a dos de los enmascarados, quienes se dirigieron a la mesa de Eyra y Ross. Las tomaron por los brazos y las arrastraron ante la Madre Superiora.
—Debo decir que tu traición no me la esperaba, Ross —dijo, acercándose a la pelirrosa con falsa tristeza—. Te lo he dado todo, y así me pagas.
Le propinó una bofetada que hizo sangrar su labio inferior.
—Y tú, pequeña bastarda, eres la causante de toda esta situación.
Dirigió su mirada a Eyra, quien se mantenía serena y firme. La mujer frunció el ceño, desconcertada por la calma de la niña. Ross también la observaba sin apartar la mirada.
—No vale la pena seguir fingiendo seguridad. Sé que ambas querían destruirme —hizo una seña con la mano, y Lira se acercó con una sonrisa—. Lo que no imaginaron es que confiaban las pruebas a mi mano derecha.
—Son niñas muy estúpidas y entrometidas —añadió, mirando a ambas—. Aunque todo tiene su lado bueno. Nos llevaremos a todos los niños y quemaremos el convento junto con las monjas que no están de nuestro lado. Haremos ver todo como un trágico accidente y desapareceremos para empezar de nuevo en otro lugar.
Se acercó a Eyra y le tomó la barbilla con fuerza.
—Quiero que mueras sabiendo que las muertes de todas estas mujeres inocentes serán tu culpa.
Eyra comenzó a reír como una desquiciada. En sus manos comenzaron a formarse pequeñas chispas de color morado.
—Estúpidas son ustedes si creen que no estaba preparada para esto.
Antes de que pudieran reaccionar, Eyra lanzó una descarga eléctrica que derribó a los hombres que las retenían.
—¡Ahora, Raven!
Las ventanas estallaron en mil fragmentos. Varios hombres vestidos con el uniforme militar del Imperio de Alderidge irrumpieron en el comedor. Lanzaron frascos de cristal al suelo que contenían un líquido gris. Al romperse, el líquido reaccionó con el aire, creando un humo denso que envolvió todo el lugar.
La confusión fue inmediata. Los soldados de Alderidge se enfrentaron a los enmascarados, mientras Ross aprovechaba para guiar a los niños fuera del comedor y ponerlos a salvo.
Eyra, entre el caos, vio cómo la Madre Superiora y Lira huían escoltadas por un grupo de mercenarios. Sin perder tiempo, las siguió, acabando con cada mercenario que se interponía en su camino. Uno cayó fulminado por una descarga eléctrica directa al pecho.
Las mujeres corrían por los pasillos del convento, buscando llegar a la biblioteca, donde sabían que había pasadizos secretos para escapar. Eyra los alcanzó justo cuando los últimos mercenarios se posicionaban para protegerlas. La pelimorada lanzó ataques precisos, pero los hombres esquivaban con habilidad. A pesar de su poder, le estaban dando buena pelea.
Más mercenarios aparecieron, rodeándola. Eyra se preparó para atacar, pero su rostro cambió de serio a confusión al ver cómo varios de ellos caían muertos, con las gargantas cortadas.
Se giró y vio a Raven, vestido con el uniforme de Alderidge, cubierto de sangre y con una espada en la mano.
El pelinegro se puso en guardia.
—Ve por ellas. Yo me encargo de estos.
Eyra asintió y corrió hacia la biblioteca. Al llegar, vio cómo la Madre Superiora ya había abierto el pasadizo. Al ver a Eyra chasqueó la lengua y empujó a Lira, entrando ella sola y cerrando la entrada tras de sí.
Lira golpeó la pared, furiosa, y se giró para enfrentar a Eyra. Quien bajo su atenta mirada, dejó ver su verdadera apariencia: cabello naranja fuego y ojos violáceos. Dejando desconcertada a Lira por unos segundos.
Luego se puso en posición de ataque y se lanzó contra Eyra con una daga oculta. Eyra esquivó el golpe y le dio un puñetazo en el estómago, concentrando su poder en la mano. Lira escupió sangre y se quejó por el dolor, pero se curó con magia de fuego y comenzó a atacar desde la distancia.
—¿Cómo supiste que estaba del lado de la Madre Superiora? —gritó entre ataques.
Eyra no respondió. Esquivaba con precisión, hasta que, cansada de jugar, creó un sello en su mano. Pequeñas esferas moradas comenzaron a girar a su alrededor.
Con un movimiento, las lanzó hacia Lira, quien intentó protegerse con un campo de energía. Las esferas lo atravesaron, impactando su cuerpo y dejándola gravemente herida.
Eyra se acercó lentamente, con la mirada fija.
—Supe que eras una aliada porque fuiste la única monja leal a Aylin que no fue trasladada ni desapareció cuando la nueva Madre Superiora tomó el poder.
Se agachó a su altura, concentrando energía eléctrica en su mano derecha. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
—Ni siquiera tu patética actuación de esta mañana fue convincente. Dime, ¿valió la pena envenenar a Aylin solo por seguir a una mujer que al final te traicionó?
Eyra negó con la cabeza.
—El karma es una perra, ¿a que sí?
Sin esperar respuesta, atravesó el pecho de Lira con su mano electrificada, matándola al instante.
Se puso de pie, respirando con calma. Luego, con un gesto firme, rompió la pared que ocultaba el pasadizo y se adentró en él.
Sus ojos brillaban con diversión… y con hambre de venganza.
Eyra tuvo su final feliz e hizo a dos hombres felices /Shy//Awkward//Awkward//Facepalm//Facepalm/
Me encanto de principio a fin.
Una noche de pasión y lujuria desenfrenada para la parejita y el trío /Awkward//Awkward//Awkward//Awkward//Awkward/ años de abstinencia desbordada 🥵🥵🥵🥵🥵