Aun cuando los años pasen como un río imparable, la verdad se abre paso como un rayo de luz entre la tormenta, para revelar lo que se creía sepultado en las profundidades del silencio.
Así recaería, con el peso de una tormenta anunciada, la sombra de la verdad sobre la familia Al Jaramane Hilton. Enemigos de antaño, armados con secretos y rencores, volverían a tambalear la paz aparentemente inquebrantable de este sagrado linaje, intentando desenterrar uno de los misterios más sagrados guardados con celo... Desatando así una nueva guerra entre el futuro y el pasado de los nuevos integrantes de este núcleo familiar.
Aithana, Aimara, Alexa y Axel, sobre todo en la de este último, donde la tormenta haría mayor daño.
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CAPITULO 8
Amenaza latente
Axel.
La luz del sol comienza a molestarme cuando se cuela por las ventanas, llenando la habitación con un resplandor dorado que parece burlarse de mi deseo de dormir un poco más. Me doy la vuelta, intentando huir de los rayos que me fastidian a estas horas. Lo bueno es que he amanecido ileso de resaca, lo que me permite iniciar el día con energía. Abro los ojos y veo los números rojos del reloj titilando: apenas son las 6 de la mañana.
Vuelvo a tumbarme la sábana sobre la cara, escucho la puerta abrirse, y sin necesidad de mirar, ya sé quién es.
—¡Hermanito! —exclama mi preciosa pelinegra, trepándose encima de mí con la energía de un torbellino.
—¡Joder! —me quejo, sintiendo cómo comienza a quitarme la sábana con una determinación que solo ella posee.
—¡Axel! —chilla—. Despierta, venga.
Hacerme el dormido es inútil porque no se irá; así es ella, jode y jode hasta tener lo que quiere. Su risa es contagiosa, y aunque me esfuerzo por mantenerme en mi mundo de sueños, su energía es innegable.
—¿Qué quieres, Alexa? —sus labios se curvan en una sonrisa traviesa cuando me quito lo que tengo sobre y la veo.
—¿Me quieres? —pregunta, poniendo esos ojos de cachorro que siempre usa cuando quiere algo. Es una táctica que ha funcionado desde que éramos niños.
—¿En qué lío quieres meterte ahora, pequeña?
—Hay una fiesta esta noche en el instituto —comienza a decir, y voy entendiendo de qué va esto—. Papá no me dejará ir, pero...
—No me gusta hacer este tipo de cosas —la corto, adivinando su plan antes de que lo termine de formular.
—Solo serán dos pequeñas horas, hermanito —une sus manos en su pecho, haciendo un puchero que es difícil de resistir. Su expresión es una mezcla de inocencia y astucia.
—Alex... No creo que sea buena idea.
—Axel, por favor, juro que no haré nada indebido —dice levantando su mano en señal de promesa, sus ojos brillando con sinceridad—. Además, tú podrás ir conmigo y quizás te encuentres allí alguna chica y...
—Por Dios, allí solo hay crías como tú.
—¿Entonces?
—¡Joder! Está bien.
Comienza a chillar de emoción como si hubiera ganado la lotería.
—¡Sin duda alguna eres el mejor hermano que pude tener! —grita y se me lanza encima, abrazándome con fuerza. Su risa es contagiosa, y no puedo evitar sonreír ante su entusiasmo.
—¿Qué es este escándalo? —Aimara entra aún en pijama, con el cabello desordenado y una expresión de sorpresa en su rostro, como si hubiera sido despertada de un sueño profundo.
—Es el diablillo con patas —irrumpe la voz de mi otra hermana, Aithana, apareciendo detrás de Aimara con una mirada divertida.
—¿Por qué todas tuvieron que ser mujeres? —me quejo en broma, y Aithana me saca el dedo corazón, riendo.
—Hermanito, eres el ser más afortunado al tenernos, no te hagas —dice Aithana, acercándose a la cama también, su tono burlón ocultando un cariño genuino.
De reojo la veo y noto algo distinto en ella, como si algo hubiera cambiado en su interior. La expresión amarga que siempre ha llevado parece haberse suavizado, y me hago una anotación mental de hablar con ella después. Quizás paso algo más en la noche mientras estuvo con Jared.
Los minutos siguientes se me pasan con mis tres hermanas trepadas en mi cama, mientras Alexa nos mata a preguntas sobre cómo estuvo nuestra noche en el club. Sus ojos brillan de curiosidad, y mientras le contamos, nos hace jurarle que cuando nuestros padres le den permiso, la llevaremos a bailar.
La risa y el bullicio llenan la habitación, pero en el fondo, una sensación de inquietud comienza a formarse en mi pecho.
....
La sonrisa de mi madre ilumina su rostro cuando nos ve llegar al comedor. Alexa se baja de mi espalda y corre a lanzarse sobre papá, que ya está en su sitio, con una expresión de alegría que contrasta con la seriedad que a veces tiene.
El tío Jhirot y la tía Tamara ya están sentados también, y no paso desapercibida la mirada de corderito que pone Jared al posar sus ojos sobre Aithana, quien se sienta a su lado, ajena a la atención que recibe.
—¡Buenos días, chicos! —saluda Jhirot con su voz profunda y cálida—. ¿Cómo les fue ayer? —pregunta, y es Aimara quien comienza a contarle sobre nuestra noche, mientras yo me acerco a mi madre para darle un abrazo. Su abrazo es reconfortante, como un refugio en medio de la tormenta.
—¿Hoy es sábado, saldrás hoy? —me pregunta, su tono lleno de curiosidad.
—Aún no lo sé, madre. ¿Por qué? —respondo, sintiendo que su interés es más que simple curiosidad.
—Solo es curiosidad, cariño —dice con una sonrisa, apartando un mechón de cabello que me cae en la frente—. Siéntate, vamos a desayunar.
Comienza a servir la comida, y las conversaciones variadas inician. Alexa comienza a quejarse con papá cuando Aithana se comienza a meter con ella, como es costumbre. Aimara le está explicando no sé qué a Eddie, mientras yo me centro en el rubio que está a mi lado, que no deja de mirar a Aithana ni un solo segundo.
La tensión que se toma el aire es palpable, pero la rutina familiar parece mantenernos a flote.
De repente, una de las mujeres que trabajan en casa interrumpe el bullicio.
—Señora Anna, le ha llegado esto —dice, sosteniendo una caja con un gran lazo negro.
Mi madre se emociona al ver la caja, pero papá se queda serio, como si el regalo no fuera de su agrado. Su mirada se endurece, y yo siento que algo no está bien.
—¿Quién te la ha enviado, amor? —pregunta papá, sin apartar la mirada de mamá.
—Leeré la nota —dice ella, tomando la nota de la tapa con manos temblorosas. Su sonrisa se ensancha mientras lee el papel solo para ella, pero pronto se convierte en una mueca de confusión.
Papá se pone de pie, y yo noto que mamá se pone rígida, el color parece abandonar su rostro.
—¡Anna! —la llama papá, pero ella no responde. Solo se gira otra vez hacia la caja y comienza a deshacer el lazo con manos temblorosas. No puedo evitar notar cómo le tiemblan los dedos, como si una sombra oscura se adueñara del interior del lugar.
—¡Ah! —grita mamá con horror, haciendo que todos nos pongamos de pie alarmados—. ¡¿Quién ha enviado esto?! —comienza a preguntar con desesperación, su voz temblando.
Papá se acerca, y yo lo sigo, sintiendo que el aire se vuelve denso y pesado.
—¡Santo Dios! —exclama él mientras ve lo que hay en la caja—. ¡Saque eso de aquí ya mismo!
Me apresuro a acercarme para ver lo que hay, y mi estómago se revuelve al descubrir que en el fondo de la caja hay una foto familiar cubierta de sangre, junto a un ave muerta y varios pétalos de rosas negras. La imagen es grotesca, y el horror se apodera de mí.
—¡Ordena que busquen al responsable! —grita papá a Jhirot, quien asiente y se apresura a salir del comedor, su rostro reflejando la gravedad de la situación.
Le arrebato la nota a papá para ver lo que dice, y mis manos tiemblan al leer:
"Me he tomado la molestia de avisarte que prepares un hermoso vestido negro para la ocasión tan especial que estarás por vivir, querida Anna. Nos vemos en el funeral de tu amada familia. Muerte a tu esposo, muerte a tus hijos."
El aire se vuelve helado, y el pánico se apodera de la habitación. Mis hermanas se alarman, mi madre no deja de llorar, y el desespero en su rostro es un reflejo del caos que se desata en mi interior. La amenaza latente que siempre había sentido en el aire ahora se materializa, y la realidad de que estamos en peligro se cierne sobre nosotros como una tormenta oscura.
El desespero en el rostro de mi padre es notorio, sus ojos se oscurecen con una preocupación que nunca había visto antes. Una sensación muy extraña se instala en mi pecho, y esta se incrementa cuando mi madre comienza a desvanecerse en los brazos de papá, como si la vida se le escapara.
Aimara corre hacia ella, su rostro se transforma en una máscara de determinación mientras comienza a tomarle los signos vitales. La habitación se llena de un silencio tenso, interrumpido solo por el sonido de su respiración entrecortada.
—Se ha desmayado, llevémosla a su habitación —dice Aimara, y papá no pierde el tiempo en hacerle caso a mi hermana.
Con cuidado, la levanta en brazos, su expresión es la de un hombre que ha perdido el control de la situación.
Alexa, Aithana y Tamara suben con ellos, mientras yo me quedo allí de pie, paralizado, sin saber cómo reaccionar. La escena se siente surrealista, como si estuviera observando desde fuera, incapaz de moverme.
Jared, que ha estado a mi lado, me quita la nota de las manos para leerla. Su rostro se torna pálido, y puedo ver cómo su mente procesa la gravedad de lo que acaba de suceder.
—¿Quién diablos ha podido ser? —me pregunto en voz baja, sintiendo un nudo en el estómago. Jamás había visto a mi madre así de asustada antes, y la imagen de su rostro pálido y tembloroso se queda grabada en mi mente.
—¡Eddi, llama a la maldita agencia ya! —grita papá, bajando las escaleras apresurado, su voz resonando con una autoridad que no deja lugar a dudas.
—Sí, señor —responde Eddi, su rostro también reflejando la seriedad de la situación.
—¿Qué está ocurriendo, papá? —le pregunto mientras lo sigo junto a Jared hacia el despacho, la inquietud apoderándose de mí.
—Ahora no, hijo —suelta, serio, mientras se lleva el móvil al oído. Su tono es cortante, y puedo sentir la tensión en el aire.
En cuestión de nada, lo escucho dar órdenes en otro idioma, su voz firme y decidida, pero la seriedad que se posa en su rostro me hace temer lo peor. Su pecho sube y baja con agitación, dejando claro su desespero. Cada palabra que pronuncia parece cargar un peso que se siente en el ambiente, como si el aire se volviera más denso.
Mientras tanto, mi mente da vueltas, tratando de encontrar respuestas. ¿Quién podría haber enviado esa nota? ¿Qué amenaza se cierne sobre nosotros? La sensación de vulnerabilidad se apodera de mí, y la idea de que nuestra familia podría estar en peligro se convierte en una sombra oscura que amenaza con consumirnos.
La incertidumbre se convierte en un monstruo que crece en mi interior, y mientras miro a mi padre, sé que esta no es solo una crisis familiar; es el inicio de algo mucho más grande.