Comenzando Amar

La crisis en el restaurante había sido un desastre absoluto. Todo empezó cuando un cliente, el mismo que siempre parecía tener algo que quejarse, levantó un escándalo por un error en su orden. El señor Arturo, preocupado pero decidido a poner a prueba a su hijo, había delegado la tarea de resolver el problema a Andy. El mensaje era claro: era momento de demostrar que estaba listo para liderar el restaurante y todo lo que venía con ello.

Arie se ofreció a acompañarlo, no solo por estar a su lado, sino también porque sentía que debía respaldarlo. Después de todo, había sido una parte importante en su vida profesional desde el inicio, y ver cómo el hombre que tanto admiraba luchaba con el peso de la responsabilidad le tocaba profundamente.

De camino al otro restaurante, Andy estaba inquieto. No podía dejar de pensar en todo lo que le sucedía con Arie, las emociones que tenía que gestionar. Cada día que pasaba con ella, su cariño crecía, pero las circunstancias no le permitían ni siquiera admitirlo en voz alta. Recordó cuando la conoció, cuando su vida estaba en una montaña rusa emocional con Evelin, y cómo su matrimonio había terminado poco después. La llegada de Charlotte había sido la única luz en medio de la tormenta, pero de alguna manera Arie siempre había estado ahí, firme y constante. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Por qué no se había dado cuenta antes de lo que realmente sentía por ella?

"¿Qué pasa, Andy?" la voz de Arie lo sacó de su ensueño. La preocupación en su rostro era evidente.

—Nada, solo... muchas cosas en la cabeza.

—Espera. ¿El gran Andy Montenegro no sabe qué hacer con su cabeza ahora? —sonrió ella, intentando aliviar la tensión.

—Es solo que... —Andy miró por la ventana, buscando algo que lo calmara. El sonido del mar al fondo lo invitaba a relajarse, aunque su mente seguía frenética. Tomó una bocanada de aire y luego se detuvo. —No me siento capaz de manejar esto. No sé si soy lo suficientemente bueno para todo lo que se me viene encima.

Arie, siempre tan perceptiva, se acercó más, notando la lucha interna que se reflejaba en los ojos de Andy. Ella extendió su mano y la colocó sobre su hombro con firmeza.

—Andy... tú eres más que capaz. Te he visto luchar más de una vez, enfrentarte a los desafíos, tomar decisiones difíciles. Todo eso te ha traído hasta aquí. Y yo... yo confío en ti.

Las palabras de Arie llegaron directo a su corazón, como un bálsamo en medio de su tormenta. Ella no solo creía en él como su amigo, sino que de alguna manera, le daba la confianza de que podía superar cualquier obstáculo.

—Gracias, Arie. De verdad. —respondió, su voz más tranquila, aunque aún sentía un nudo en el estómago.

[...]

El problema en el restaurante había sido una locura, pero Andy lo resolvió con la ayuda de Arie. Lo que más le pesaba no era la crisis en sí, sino todo lo que había sentido en el proceso. Cada vez que ella lo miraba con admiración, cada vez que su voz le aseguraba que él podía con todo, Andy sentía que su corazón se apretaba más.  

Camino de regreso, manejaba en silencio. Arie, sentada en el asiento del copiloto, lo observaba de reojo. Él estaba inquieto, con la mandíbula tensa y la mirada fija en la carretera. Algo le pasaba, y ella lo sabía. 

—Andy… —dijo en voz baja, rompiendo el silencio—. ¿Estás bien? 

Andy tragó saliva. 

—Sí —mintió. 

Pero la verdad era que no estaba bien. No desde hace tiempo. 

Arie se cruzó de brazos y suspiró. 

—No es cierto. Te conozco. Sé cuando algo te pasa. 

Andy se mordió el interior de la mejilla y apretó con más fuerza el volante. Tenía que decirlo. Tenía que sacarlo, porque si no, iba a volverse loco. 

De repente, estacionó a un lado de la carretera. A lo lejos, el mar se extendía, y las olas rompían contra las rocas con furia. El cielo ya no era azul, sino un cúmulo de colores cálidos por el atardecer. Arie lo miró, confundida. 

—¿Por qué nos detenemos? 

Andy no respondió. Solo bajó del auto y apoyó las manos en el techo, respirando hondo. Su pecho subía y bajaba con fuerza. Se sentía sofocado, atrapado en su propio cuerpo. 

Arie salió tras él y lo miró preocupada. 

—Andy… dime qué está pasando. 

Él se pasó una mano por el cabello y soltó una risa amarga. 

—No sé cómo decirlo. 

—Dilo como sea —le pidió ella, acercándose un poco más. 

Andy cerró los ojos un momento. Cuando los abrió, sus pupilas estaban llenas de desesperación. 

—No puedo más. No puedo seguir guardándomelo. Me estoy volviendo loco. 

Arie sintió su corazón acelerar. 

—¿Guardándote qué? 

Él se giró y la miró. 

—A ti. 

El mundo se detuvo. 

—¿Qué…? 

—Tú, Ariel. No puedo seguir pretendiendo que eres solo mi mejor amiga. No puedo seguir viéndote cada día sin querer besarte. No puedo seguir sintiendo que me muero si te alejas. No puedo dormir sin pensar en ti. No puedo respirar sin necesitarte. 

Arie sintió un nudo en la garganta. Nunca lo había visto así. Nunca había escuchado su voz temblar de esa manera. 

—Andy… 

Él negó con la cabeza. 

—Siempre estuviste ahí. Siempre. Y yo fui un estúpido. Un ciego. Perdí tanto tiempo, Arie. Y ahora, no puedo más. No quiero perderte. No quiero verte con alguien más. No quiero seguir callando lo que siento. 

Arie sintió las lágrimas arder en sus ojos. Su corazón latía tan rápido que dolía. 

—Yo… 

Pero antes de que pudiera decir algo, Andy hizo lo único que su corazón le exigía. 

La besó. 

Con desesperación, con fuerza, con años de sentimientos reprimidos explotando de golpe. 

El beso no fue suave. Fue un choque de emociones, de anhelos, de lo que siempre había estado ahí, pero ninguno de los dos se había atrevido a aceptar. 

Arie respondió con la misma intensidad. Sus manos se aferraron a su camisa, como si temiera que si lo soltaba, él desaparecería. 

Andy la abrazó con fuerza, como si quisiera fundirse con ella. 

Cuando se separaron, apenas podían respirar. Sus frentes quedaron pegadas, sus labios a centímetros de distancia. 

Andy la miró, con los ojos brillantes. 

—Te amo, Arie. No como un amigo. No como alguien que simplemente te quiere en su vida. Te amo como un loco. Como un idiota que no se dio cuenta antes. 

Las lágrimas escaparon de los ojos de Arie. 

—Andy… yo… 

Pero no pudo decir nada más. Solo volvió a besarlo, con todo el amor que llevaba guardado en su pecho. 

No había vuelta atrás. 

Lo que siempre estuvo ahí, por fin, era real.