En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.
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CAPÍTULO NUEVE: CAZADORES DE DEMONIOS
Hubo un breve silencio mientras Slymnoe escrutaba a los estudiantes, especialmente a Victoria.
— Están aquí porque han decidido dedicar sus vidas a la caza de demonios. No se trata solo de habilidades de combate. Aprenderán a identificar diferentes tipos de demonios y criaturas sobrenaturales, comprenderán sus debilidades y fortalezas, y dominarán técnicas para sellar o exorcizar entidades malignas. Además del entrenamiento físico y técnico, deben desarrollar habilidades de trabajo en equipo, confiar en sus compañeros y manejar situaciones de crisis con calma y determinación.
Victoria sentía la mirada penetrante de Slymnoe sobre ella, como si evaluara su determinación y capacidad.
— Convertirse en un cazador de demonios es una prueba de coraje, perseverancia y sacrificio. Cada victoria que obtengan será una luz en la oscuridad que amenaza a la humanidad. Espero que no sean unos completos inútiles y que al menos sirvan para cazar al demonio más débil.
El golpe del pizarrón hizo que algunos estudiantes se sobresaltaran, despertándolos de su letargo inicial.
— Y no permitiré que duerman en clase. Si lo hacen aquí, lo harán en cualquier lugar. Saquen el libro Catarol, página uno. Comenzaremos desde el principio, y habrá un examen al final de la clase —concluyó Slymnoe, dejando claro que la disciplina y la atención eran fundamentales en su clase.
La severidad de Slymnoe era palpable, su voz resonaba como una mandíbula resuelta y su presencia llenaba el salón de clases con una atmósfera tensa. Sus estudiantes se sentían como si una corriente de aire helado les recorriera la columna vertebral mientras se ajustaban en sus asientos, abriendo sus libros con un ruido de hojas que resonaba en el silencio expectante.
El Catarol es un antiguo grimorio venerado en la Academia de Artes Oscuras, transmitido de generación en generación desde los albores del establecimiento de la academia. Sus orígenes estaban envueltos en misterio, se creía fielmente que fue escrito por un legendario cazador de demonios, Devan Richs, que estableció la academia hace siglos. Estaba encuadernado en cuero envejecido y decorado con intrincadas runas y amuletos protectores. Este libro era la piedra angular del aprendizaje para todos los aspirantes a cazadores de demonios que existían hasta el momento en ese extraño mundo. Desde sus páginas amarillentas que emergían conocimientos que abarcaban desde la introducción a la demonología con detalles sobre diversas clases de demonios, hasta instrucciones para crear sellos protectores y establecer barreras mágicas.
Victoria miró el libro con atención, impresionada por su contenido. El profesor comenzó la lección con una precisión que demostraba su dominio del tema. Explicaba cada detalle con una claridad implacable, exigiendo atención total y absorción completa del conocimiento que impartía. Sin embargo, Victoria se sentía abrumada y confundida por la complejidad del material.
Desde su puesto, Thaddeus intentaba comprender lo que el profesor explicaba. Miraba las letras en el libro y las imágenes, pero no lograba entender su significado.
— Esto es una pesadilla. ¿Quién puede entender esto? —murmuró para sí mismo, aunque el chico a su lado lo escuchó.
— Puede ser difícil al principio. Mis padres me enseñaron el libro cuando era pequeño, por lo que lo entiendo. Si quieres, puedo enseñarte para que no estés perdido —ofreció el chico amablemente.
La oferta de ayuda de Gaston fue como una luz brillante en medio de la oscuridad para Thaddeus, quien sintió un alivio inmediato al encontrar a alguien dispuesto a guiarlo en ese laberinto de conocimientos desconocidos.
— Sí, por favor —respondió Thaddeus con sinceridad—. Me siento completamente perdido aquí. ¿Por dónde deberíamos empezar?
Gaston sonrió amablemente y extendió su mano en un gesto de camaradería.
— Creo que lo primero sería conocernos, ¿no? Mucho gusto, soy Gaston Rocklin.
Thaddeus, aunque algo desconcertado por el contraste entre el nombre de apellido y el comportamiento amable del chico, le estrechó la mano con una sonrisa.
—Mucho gusto. Soy Thaddeus —se presentó el joven con una sonrisa cordial.
—Parece que eres nuevo en el mundo de los demonios y sus entrañas —observó Gastón, con una mirada analítica—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Llevo aquí un día —respondió Thaddeus, mirando el libro que tenía en las manos—. Es una historia bastante extraña. Mi familia fue asesinada y...
La expresión de Gastón se volvió seria al escuchar esto. Su tono de voz se suavizó.
—Lo siento mucho, Thaddeus. No debe ser fácil enfrentarse a algo así.
—Da igual —dijo Thaddeus, encogiéndose de hombros.
—Entonces, vamos a empezar por lo básico —dijo Gastón, adoptando un tono más práctico—. Te explicaré lo que sé, pero te advierto que no soy el mejor enseñando.
Antes de que la clase terminara, el profesor anunció varios trabajos que requerían una investigación exhaustiva. Victoria se sintió entusiasmada, ya que le encantaba todo lo relacionado con la investigación, a diferencia del resto de sus compañeros, que mostraron claramente su descontento y aburrimiento. A pesar de los rostros frustrados a su alrededor, Victoria no se dejó afectar.
Tan pronto como la clase terminó, salió del salón y se dirigió rápidamente hacia la biblioteca. Su próxima clase sería en dos horas, así que tenía tiempo suficiente para concentrarse en el trabajo que el profesor le había asignado. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no recordaba la ubicación exacta de la biblioteca. Después de un rato de caminar sin rumbo, se dio cuenta de que se había perdido.
Justo cuando estaba a punto de desesperarse, vio a una chica que estaba de pie frente a un cuadro, aparentemente absorta en su contemplación. Victoria se acercó a ella con una mezcla de esperanza y frustración.
—Hola, me perdí buscando la biblioteca. ¿Podrías ayudarme a encontrarla? —preguntó, con una mirada de súplica en los ojos que la chica no pudo notar.
La chica se volvió hacia Victoria, su expresión de concentración se suavizó en una sonrisa amigable.
—Claro, te puedo ayudar —respondió, con un tono cálido—. La biblioteca está en el ala este del edificio, cerca del jardín central. Si sigues el pasillo a la derecha después de salir de este salón, verás una serie de puertas. La biblioteca está al final de ese pasillo.
Victoria asintió, aliviada por la ayuda.
—Gracias, de verdad. Me estaba empezando a perder—dijo, con una sonrisa de gratitud.
—No hay problema —dijo la chica—. Por cierto, soy Lia. ¿Tú eres nueva aquí?
—Sí, soy Victoria —respondió, sintiéndose un poco más relajada al conversar—. Solo llevo un par de días y todavía me estoy acostumbrando a todo.
—Lo entiendo. Si necesitas más ayuda con algo, no dudes en preguntar —dijo Lia con amabilidad—. Espero que te sientas más cómoda pronto.
—Gracias, Lia. Lo aprecio mucho —dijo Victoria antes de girarse para seguir las indicaciones hacia la biblioteca.
Con el mapa mental de la ubicación de la biblioteca ahora claro, Victoria se dirigió al ala este del edificio, sintiendo un alivio moderado. Aunque aún estaba abrumada por el entorno nuevo y desconocido, al menos tenía un rumbo claro y una pequeña red de apoyo en la forma de Lia.
Después de varios minutos de caminar por los pasillos del castillo, finalmente llegó a la biblioteca. La visión que se le presentó era imponente; era mucho más grande de lo que había imaginado y superaba en magnitud a cualquier otra cosa que había visto dentro del castillo. La biblioteca era un vasto laberinto de estanterías repletas de libros, con estantes que se extendían hasta el techo, y la atmósfera cargada de un aroma a papel y tinta que Victoria encontró irresistiblemente encantador. Amaba las bibliotecas, los libros, y las historias que podían ofrecer.
Victoria se acercó a la bibliotecaria, una mujer de estatura media, corpulenta y de cabello corto, que estaba ocupada revisando algunos documentos en un escritorio.
—Disculpe —comenzó Victoria, tratando de sonar tan confiada como pudiera—. Estoy trabajando en una investigación y necesito encontrar algunos libros que me ayuden. ¿Podría recomendarme algo?
La bibliotecaria levantó la vista y le sonrió amablemente.
—Claro, estaré encantada de ayudarte —dijo mientras se levantaba de su silla—. ¿Qué tipo de información estás buscando? ¿Algún tema específico?
Victoria explicó brevemente el tema de su investigación, y la bibliotecaria asintió con comprensión.
—Perfecto. Sígueme, te mostraré la sección donde podrías encontrar lo que necesitas.
Guiada por la bibliotecaria, Victoria llegó a un estante gigantesco, lleno de libros de todos los tamaños, colores e idiomas. El estante parecía una montaña de conocimiento, con libros organizados de manera meticulosa. Victoria sintió una ola de emoción y admiración mientras miraba la inmensidad del lugar.
—Aquí es donde tenemos la mayoría de nuestros textos especializados —dijo la bibliotecaria—. Si buscas algo en particular, no dudes en preguntar. Estoy aquí para ayudarte.
Victoria agradeció y comenzó a explorar los estantes, buscando los libros que podrían ser útiles para su investigación.
Así mismo, en el bullicioso corazón de la gran ciudad, en una esquina oscura y menos transitada, se encontraba un hombre encapuchado, cubierto de pies a cabeza con una capa negra que solo dejaba al descubierto sus ojos oscuros y penetrantes. El aire estaba cargado de humo mientras el hombre, conocido como Máximo, fumaba un cigarrillo con paciencia calculada. Su mirada no dejaba de moverse, escrutando cada figura que pasaba, en espera de la persona que necesitaba ver. Aquel hombre era una leyenda viviente entre los cazadores de demonios, temido y respetado por su método implacable y preciso para erradicarlos. Su reputación se había forjado a lo largo de años de batallas y persecuciones en las sombras, donde se había demostrado ser un enemigo mortal para cualquier criatura del inframundo.
En medio de la espera, el ambiente se tornaba cada vez más tenso. De repente, una figura elegante emergió de la multitud, avanzando con una gracia y seguridad que llamaban la atención. Era una mujer, vestida con una larga falda negra que rozaba el suelo a cada paso. Su porte distinguido se complementaba con un sombrero de ala ancha que enmarcaba su rostro, dándole un aire de misterio. Un pequeño bolso colgaba despreocupadamente de su hombro, contrastando con la precisión de sus movimientos. Ella se acercó a Máximo, quien apagó su cigarrillo con un movimiento decidido y levantó la vista para encontrarse con la suya. La mujer, cuyos ojos reflejaban una mezcla de determinación y secretismo, se detuvo a su lado.
—¿Puedo saber qué diablos estás haciendo aquí, Máximo? —dijo ella mirando a su alrededor, con evidente preocupación en sus ojos—. Sabes que nadie puede saber de mí.
—Tranquila, Thalía. Nadie sabe de ti. Estoy aquí por algo más —respondió Máximo, su voz baja y segura, casi un susurro. Hizo una pausa para asegurarse de que no había nadie escuchando—. Dentro de esa cafetería donde estuviste hace unos minutos, hay un demonio con la apariencia de un mortal. Necesito acabar con él antes de que robe el cuerpo de otro inocente.
—¿Qué?
Thalía frunció el ceño, su mente trabajando rápidamente para asimilar la situación. Sus manos se apretaron alrededor de su pequeño bolso, mostrando su creciente tensión.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó, tratando de mantener la calma.
—No había tiempo, Thalía —dijo Máximo, con una nota de urgencia en su voz—. Además, necesitaba tu ayuda. Este demonio es más astuto de lo que parece. Para poder derrotarlo, necesito que uses tus habilidades. Tú eres la única que puede debilitar su posesión sobre el cuerpo que está usando.
—Máximo, sabes muy bien que ya no me involucro con demonios. Desde lo que sucedió la última vez, dije que no volvería a este mundo —Thalía estaba por darse la vuelta, pero Máximo la detuvo al tocarle el brazo.
—Por favor, Thalía, entiendo lo que sucedió aquel día, pero... no puedes permitir que alguien más salga herido. Últimamente los demonios están ganando mucha fuerza —su tono era suplicante, sus ojos mostraban una mezcla de urgencia y desesperación.
Thalía suspiró, su resolución tambaleándose. Finalmente, asintió con resignación.
—Muy bien, haremos esto rápido. No quiero quedarme aquí más de lo necesario.
Sin más palabras, ambos comenzaron a moverse hacia la entrada de la cafetería, sus pasos sincronizados y sus sentidos alerta. La tensión entre ellos era palpable, pero la misión requería su total concentración.
—Te agradezco tu ayuda —dijo Máximo en voz baja mientras avanzaban.
—Solo guarda silencio —replicó Thalía, su voz cortante y firme.
La cafetería estaba llena de clientes, completamente ajenos a la batalla sobrenatural que estaba a punto de desatarse en su interior. Máximo y Thalía se detuvieron en la entrada, escaneando el lugar en busca del demonio. Sus miradas se encontraron brevemente, compartiendo un momento de silenciosa comprensión. Sabían que el tiempo era crucial y que cualquier error podría ser fatal.
Thalía fue la primera en entrar. La campana sobre la puerta sonó suavemente al abrirse. En cuanto Thalía dio un paso adentro, su apariencia cambió drásticamente. Su rostro y figura se transformaron, volviéndose irreconocibles, como si fuera una persona completamente diferente. Máximo la siguió, manteniendo su propia apariencia intacta.
—Ahí está —susurró Máximo, señalando discretamente a un hombre sentado en una mesa al fondo, fingiendo leer un periódico.
Thalía cerró los ojos por un instante, concentrándose en su poder interior. Cuando los abrió de nuevo, su mirada estaba llena de una fuerza renovada. Máximo pudo ver el cambio en su semblante y sintió una chispa de esperanza.
El demonio levantó la mirada y reconoció a Máximo al instante. Sin perder tiempo, se levantó bruscamente de su asiento y comenzó a correr hacia la parte trasera de la cafetería, donde se encontraba la cocina. Máximo reaccionó rápidamente, persiguiéndolo sin dudar. La cafetería estalló en caos. Los clientes miraban sorprendidos la escena, sin comprender lo que estaba sucediendo. Thalía, manteniendo su nueva apariencia, se movió entre las mesas con agilidad, bloqueando cualquier posible ruta de escape para el demonio.
Máximo estaba a solo unos pasos de alcanzarlo. El demonio se deslizó por la puerta de la cocina, derribando a un camarero en su prisa. Máximo entró tras él, sus sentidos alerta para cualquier trampa que pudiera haber preparado. La cocina estaba llena de vapor y el ruido de los utensilios de cocina se mezclaba con los gritos de los empleados sorprendidos.
— ¡Pero qué está sucediendo!—dijo alguien al fondo.
Thalía llegó justo a tiempo para ver cómo el demonio intentaba abrir una puerta trasera. Con un gesto rápido, lanzó una ráfaga de energía que cerró la puerta de golpe, atrapando al demonio dentro. El ser infernal se volvió, sus ojos llenos de furia y desesperación.
—No tienes a dónde ir —dijo Thalía con frialdad, acercándose lentamente.
Máximo, se posicionó entre el demonio y la única salida restante.
—Esto termina aquí y ahora —dijo, su voz resonando con una autoridad incuestionable.
El demonio soltó un gruñido de rabia y se lanzó hacia ellos, dispuesto a luchar hasta el final. Pero Máximo y Thalía, trabajando en
perfecta sincronía, estaban preparados. La batalla en la pequeña cocina se convirtió en un torbellino de movimientos rápidos y poderes sobrenaturales. Aunque los empleados se habían refugiado en las esquinas, observaban con los ojos bien abiertos el enfrentamiento, sin entender la verdadera naturaleza de lo que presenciaban.
El demonio, en un movimiento rápido y brutal, logró morder el rostro de Thalía, dejándole una gran marca de dientes. Ella soltó un grito desgarrador y cayó al suelo, cubriéndose el rostro con una mano ensangrentada. El dolor era intenso.
—¡Thalía! —gritó Máximo, sintiendo una oleada de furia y desesperación al ver a su compañera herida. Sin perder tiempo, se lanzó sobre el demonio, subiendo rápidamente por su espalda hasta llegar a su cabeza. Con una fuerza sobrehumana y un grito de rabia, logró arrancarle la cabeza al demonio.
El ser infernal soltó un último grito desgarrador antes de colapsar, su forma humana desintegrándose en una nube de humo oscuro. El silencio que siguió fue abrumador, solo roto por los jadeos de Máximo y los gemidos de dolor de Thalía.
—Thalía, ¿estás bien? —preguntó Máximo, arrodillándose junto a ella y examinando su herida con preocupación.
Thalía, aún con su apariencia alterada, asintió débilmente, aunque el dolor era evidente en sus ojos.
—Solo espero que esto realmente valga la pena —dijo con voz temblorosa, tratando de mantener la compostura mientras la sangre seguía brotando de su herida.
Máximo arrancó un trozo de su capa y lo usó para presionar contra la herida de Thalía, tratando de detener el sangrado.
—Lo siento, Thalía. No debí haberte pedido esto. —Su voz estaba cargada de culpa y remordimiento.
—No, Máximo —respondió Thalía, tomando su mano con fuerza—. Sabía a lo que me arriesgaba. Esto es nuestro deber, nuestra lucha. Solo asegúrate de que valga la pena.
Máximo asintió, su determinación renovada. Ayudó a Thalía a levantarse y la sostuvo mientras salían de la cocina. Los empleados, aún conmocionados, los miraban con una mezcla de miedo y admiración. Nadie dijo una palabra mientras la pareja salía de la cafetería, dejando atrás el caos y el peligro. Afuera, la ciudad continuaba con su ritmo normal, ajena a la batalla que había ocurrido en su corazón.
—Vamos, te llevaré a un lugar donde puedas descansar —dijo Máximo, sosteniéndola con cuidado mientras caminaban por la calle.
—Máximo —escucharon una voz detrás de ellos—, ¿por qué siempre tienes que hacer las cosas sin avisar antes?
Máximo se volteó y observó a Delaciva, acompañada por un grupo de personas. Su expresión era de desaprobación.
—No entiendo la necedad que tienes de ser tan arriesgado —continuó Delaciva, cruzando los brazos con impaciencia. Luego se giró hacia las personas que la acompañaban—. Encárguense de las personas dentro. Hagan que todo parezca un accidente trágico.
El grupo asintió y se dirigió hacia la cafetería sin hacer preguntas. Máximo se enfrentó a Delaciva con una mezcla de frustración y resignación.
—No había tiempo, Delaciva. El demonio iba a atacar de nuevo —dijo Máximo, tratando de justificar sus acciones—. Además, ustedes no parecían querer hacer nada para detenerlo.
—Siempre tienes una excusa para todo, Máximo—respondió ella, sus ojos llenos de reproche—. Pero sabes que tenemos un protocolo por una razón. Debemos evitar que el público se involucre más de lo necesario. Cada error puede costarnos caro. Ningún mortal debe saber de la existencia de lo paranormal.
—Delaciva, esto no es culpa de Máximo. El demonio era más fuerte de lo que pensábamos. Si no hubiéramos actuado rápido, quién sabe cuántas vidas más se habrían perdido.
Delaciva la miró de reojo. Hacía muchos años que no había tenido contacto directo con la mujer por lo que verla cerca al hombre le parecía demasiado extraño, ahora sí no menciona nada sobre el tema. Miró nuevamente Máximo con reproche. Máximo era alguien sumamente imprudente e impulsivo. No podía pensar muy bien en lo que hacía, solo parecía actuar por mero impulso.
—Entiendo eso, Cazadores, pero también deben entender que la coordinación es clave. No podemos permitirnos más deslices cómo estos.
—Lo entiendo. Haré lo que sea necesario para enmendar esto.
—Bien —sonrió Delaciva con una amplitud que sugería que tenía algo más en mente—. Para compensar esto, Máximo, te ordeno volver a la academia como nuestro instructor demonológico.
—Ni en broma —respondió Máximo, frunciendo el ceño—. Sabes que no soy de los que se quedan en un lugar por mucho tiempo. Necesito estar en el campo, enfrentando a los demonios directamente.
Delaciva arqueó una ceja, su sonrisa transformándose en una expresión más seria.
—Precisamente por eso te necesitamos como instructor. Tu experiencia en el campo es invaluable. Los nuevos reclutas necesitan aprender de alguien que ha estado en la línea de fuego, alguien que conoce realmente el peligro que enfrentamos.
Máximo miró a Thalía, buscando algún apoyo en sus ojos. Ella, aún con la mano en su herida, le dio una mirada comprensiva pero firme.
—Delaciva tiene razón, Máximo. Los jóvenes necesitan a alguien como tú para guiarlos. Alguien que les enseñe no solo a luchar, sino también a sobrevivir.
Máximo suspiró profundamente, sabiendo que ambos tenían razón. La academia no era su lugar favorito, pero si realmente podía hacer una diferencia allí, debía considerarlo.
—Está bien, lo haré —dijo finalmente, su voz cargada de resignación—. Pero solo hasta que Thalía se recupere por completo. Después de eso, volveré al campo. Me tendrán por mucho tiempo. Las mordidas de demonio tardan hasta diez meses por sanar con nuestra medicina.
—Eso es todo lo que pedimos. Tu conocimiento y habilidades salvarán muchas vidas, Máximo. Y quién sabe, tal vez incluso tú encuentres algo valioso en enseñar a los demás.
Con esas palabras, Delaciva se volvió hacia el grupo de personas que la acompañaban, dándoles instrucciones rápidas y precisas sobre cómo manejar la situación en la cafetería.
—No salgo de un problema para meterme en otro —murmuró Máximo, sacudiendo la cabeza con una mezcla de frustración y resignación.
Delaciva soltó una breve risa, su expresión suavizándose por un momento.
—Eso es parte de la vida que llevamos, Máximo. Siempre hay un nuevo problema esperando a la vuelta de la esquina.
—Lo sé, pero ¿enseñar? No estoy seguro de que sea lo mío —respondió él, ayudando a Thalía a acomodarse en el vehículo.
—Tienes más que suficiente para compartir —replicó Thalía, su voz débil pero decidida—. Los reclutas necesitan a alguien como tú. Les enseñará más de lo que cualquier libro podría.
Máximo suspiró nuevamente, mirando a Thalía con una mezcla de preocupación y cariño.
—Está bien. Haré lo mejor que pueda, pero no prometo nada.