En el elegante y misterioso mundo de los multimillonarios, una mujer se esconde detrás de una fachada de pura seducción. Nina es la dama perfecta, la musa enigmática que los hombres desean y las mujeres envidian. Nadie sabe que Nina es la heredera de una de las fortunas más grandes del mundo.
Su misión es infiltrarse en el círculo íntimo de su futuro legado, descubrir quiénes son sus aliados y quiénes son sus enemigos. Y lo hará usando su belleza, su astucia y su encanto.
Entre cenas de lujo, conversaciones envenenadas y caricias furtivas, Nina comenzará a desentrañar una red de secretos que cambiará su vida para siempre. Con un pie en la alta sociedad y otro en las sombras, tendrá que decidir hasta dónde está dispuesta a llegar.
"Seducción en dos actos" es una historia sobre el poder, el deseo y la lucha interna de una mujer que juega a un juego peligroso. Una mezcla perfecta de comedia, erotismo y misterio que te hará cuestionar hasta dónde llegarías por una fortuna… y por amor.
NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Llega un Rival
El Club Artemis vibraba con la energía característica de las noches de Manhattan, ese tipo de electricidad que solo produce una habitación llena de millonarios tratando de parecer que no están impresionados por otros millonarios. Las conversaciones flotaban como burbujas de champán de cinco mil dólares la botella, mezclándose con el tintineo de joyas que probablemente costaban más que un año de alquiler en el Upper East Side.
Nina se acomodó en su taburete de la barra, un trono de terciopelo rojo desde donde podía observar el espectáculo de pavos reales humanos que se desarrollaba frente a ella. Algo se sentía diferente esta noche. No era solo la forma en que la luz de las arañas de cristal parecía más intensa, como si incluso los bombillos supieran que debían dar su mejor actuación. Tampoco era únicamente el hielo en su falso Manhattan —su fiel compañero en la farsa de parecer que bebía alcohol— que tintineaba contra el cristal con un ritmo que sonaba sospechosamente como la melodía de "Peligro Inminente" en código Morse.
A su derecha, una mujer con un vestido tan ajustado que parecía haber sido aplicado con brocha, intentaba explicarle a su acompañante por qué su último divorcio había sido "totalmente diferente" a los anteriores cuatro. A su izquierda, dos banqueros competían por ver quién podía mencionar más veces su bono anual en una sola frase, un deporte extremo particular de Manhattan.
Y entonces, el aire se volvió tan denso que prácticamente se podía cortar con un cuchillo de mantequilla de plata sterling. Hablando de Sterling...
Marcus Sterling atravesó el salón principal como si el suelo se estuviera desenrollando específicamente para sus pasos, cual alfombra roja invisible. El hombre no caminaba, se deslizaba con la gracia depredadora de alguien que probablemente tenía "ser irresistible" como punto número uno en su currículum. Su traje, un Tom Ford que parecía haber sido cosido por ángeles de la alta costura, susurraba "poder" con cada movimiento.
Nina lo reconoció al instante, porque ¿cómo no hacerlo? Era Marcus Sterling, el hombre cuya foto aparecía en la revista Forbes con tanta frecuencia que probablemente tenían un fotógrafo dedicado exclusivamente a capturar su "lado bueno" (aunque, siendo honestos, el hombre parecía tener buenos ángulos en 360 grados, como si la geometría misma conspirara a su favor).
Heredero del imperio Sterling Industries y, por ende, el rival directo de la fortuna Morton —su fortuna, aunque eso él no lo sabía. Todavía. El efecto de su entrada fue inmediato y espectacular: tres socialités que segundos antes discutían sobre la superioridad moral del yoga sobre el pilates, se quedaron congeladas a medio gesto, sus copas de champán suspendidas en el aire como si alguien hubiera presionado pausa en el control remoto de la realidad.
Una mujer de mediana edad con suficientes diamantes encima como para hundir un pequeño yate, comenzó a abanicarse discretamente con lo que parecía ser el menú del bar, probablemente calculando mentalmente cuántas cirugías plásticas necesitaría para parecer una opción viable.
Su presencia en el Club Artemis era tan casual como un pingüino en una fiesta en la piscina. Los rumores sobre la herencia Morton habían estado circulando por los círculos más exclusivos de Nueva York como un virus de diseñador, infectando cada conversación susurrada detrás de copas de Baccarat y sonrisas botox-mejoradas.
El bartender, que normalmente mantenía la compostura de un guardia del Palacio de Buckingham, casi derramó un Martini de trufa negra de ochenta dólares, sus ojos siguiendo a Sterling como si fuera un imán y él estuviera hecho de virutas de metal muy bien vestidas.
"Sutileza cero, efecto máximo", pensó Nina, observando cómo una rubia con un vestido que parecía haber sido pintado por Miguel Ángel en un día particularmente inspirado, intentaba "accidentalmente" cruzarse en el campo visual de Sterling. La maniobra, que en cualquier otro contexto habría calificado para las Olimpiadas en la categoría de gimnasia rítmica social, resultó en ella casi tropezando con sus Louboutins de doce centímetros.
Era como ver un documental de National Geographic sobre el apareamiento en su hábitat natural, solo que con menos plumas y más tarjetas American Express Black. Nina casi podía escuchar la voz del narrador: "Y aquí podemos observar el ritual de cortejo de la alta sociedad neoyorquina, donde el macho alfa atrae la atención simplemente existiendo, mientras las hembras compiten por su atención ajustando estratégicamente sus escotes de diseñador…”
—Veo que el señor Sterling ha decidido honrarnos con su presencia —susurró Isabella, materializándose junto a Nina con la gracia felina que la caracterizaba—. Ten cuidado, querida. Los Sterling son conocidos por devorar todo lo que desean.
Nina observó cómo Marcus se desenvolvía en el espacio. Alto, con el tipo de elegancia que solo el dinero viejo puede comprar, y una sonrisa que prometía tanto placer como peligro. Su traje negro, perfectamente cortado, le daba un aire de depredador sofisticado.
—No sabía que los tiburones frecuentaran el Club Artemis —respondió Nina, manteniendo su papel como Sofía, la seductora inaccesible.
Sterling no tardó en notarla. Sus ojos se encontraron a través del salón como dos imanes opuestos encontrando su inevitable atracción. La mirada de él se deslizó sobre ella como una caricia prohibida, y Nina sintió ese cosquilleo familiar en la base de su espina dorsal, una corriente eléctrica que ascendía vertebra por vertebra, despertando cada terminación nerviosa a su paso. Era esa mezcla intoxicante de atracción y alarma que había aprendido a no ignorar, como el primer sorbo de un whisky demasiado caro: seductor y potencialmente peligroso.
El vestido negro que llevaba —un Versace que se ajustaba a sus curvas como una segunda piel— susurró contra su piel cuando se movió, inquieto bajo el peso de aquella mirada que parecía desvestirla capa por capa, no con vulgaridad, sino con la precisión calculada de quien sabe exactamente lo que busca y cómo obtenerlo.
—Sofía —la voz de Madame Dubois atravesó la nebulosa de tensión como un cuchillo de plata, su acento francés más pronunciado que de costumbre—, el señor Sterling ha solicitado específicamente tu compañía esta noche.
Nina sonrió, ese gesto practicado que nunca alcanzaba sus ojos pero que hacía que los hombres imaginaran promesas que ella nunca cumpliría. Sus labios, pintados de un rojo que recordaba a frutos prohibidos, se curvaron con la precisión de quien ha convertido la seducción en un arte.
—Por supuesto, Madame —su voz salió como seda líquida, controlada y suave.
El trayecto hacia la mesa de Sterling fue como una danza primitiva modernizada para la alta sociedad. Cada paso de sus Louboutins sobre el suelo de mármol marcaba un ritmo que hacía que las miradas la siguieran como sombras hambrientas. El vestido se movía con ella como agua negra, revelando y ocultando en una promesa constante de algo más.