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Nuestro Desastre Perfecto

Nuestro Desastre Perfecto

Status: Terminada
Genre:Romance / Comedia / Amor eterno / Completas
Popularitas:824
Nilai: 5
nombre de autor: HopeVelez

🌆 Cuando el orden choca con el caos, todo puede pasar.

Lucía, 23 años, llega a la ciudad buscando independencia y estabilidad. Su vida es una agenda perfectamente organizada… hasta que se muda a un piso compartido con tres compañeros que pondrán su paciencia —y sus planes— a prueba.

Diego, 25, su opuesto absoluto: creativo, relajado, sin un rumbo claro, pero con un encanto desordenado que desconcierta a Lucía más de lo que quisiera admitir.

Carla, la amiga que la convenció de mudarse, intenta mediar entre ellos… aunque muchas veces termina enredándolo todo aún más.
Y Javi, gamer y streamer a tiempo completo, aporta risas, caos y discusiones nocturnas por el WiFi.

Entre rutinas rotas, guitarras desafinadas, sarcasmo y atracciones inesperadas, esta convivencia se convierte en algo mucho más que un simple reparto de gastos.

✨ Una historia fresca, divertida y cercana sobre lo difícil —y emocionante— que puede ser compartir techo, espacio… y un pedacito de vida.

NovelToon tiene autorización de HopeVelez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 8 – Paseo bajo la lluvia

La tormenta de la tarde había dejado la ciudad húmeda y con un olor a tierra mojada que impregnaba el aire. Las luces de los semáforos se reflejaban en los charcos, como pequeñas postales rojas y verdes que parpadeaban sobre el asfalto.

Lucía había salido a despejarse después de un día largo, con los auriculares puestos y la capucha bien ajustada. No buscaba nada más que silencio, o al menos, un silencio que la ciudad sabía dar: ese murmullo constante que distraía sin exigir nada.

Lo que no esperaba era encontrarse a Diego en la esquina, tocando su guitarra bajo un toldo de un bar cerrado, como si el mundo entero fuera su escenario.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, quitandose un auricular y cruzándose de brazos.

—Ensayando. —Diego sonrió, levantando la guitarra—. Y esperando a alguien que me dé monedas.

—Pues vas listo. No pienso pagarte por desafinar.

—Eso duele, gruñona. —Se levantó, colgando la guitarra a la espalda—. ¿Y tú qué haces fuera, sola y con esa cara de “quiero escapar del mundo”?

Lucía suspiró.

—Necesitaba aire.

—Perfecto, yo también. —Diego señaló hacia la avenida, dónde los charcos brillaban bajo las luces de neón—. ¿Un paseo?

Ella dudó un segundo. Lo último que quería era más caos en su noche, pero al final asintió.

Caminaron en silencio durante unos minutos. El agua aún caía en gotas dispersas, golpeando las capuchas. Las vitrinas apagadas, los postes húmedos, y el sonido de sus pasos sobre los charcos llenaba los huecos de la conversación.

—No te pegas mucho a nadie —dijo Diego, de repente.

—¿Perdón?

—Me refiero a que… siempre mantienes distancia. Conmigo, con Carla, incluso con Javi. Como si tuvieras un muro invisible.

Lucía bajó la mirada, siguiendo el reflejo de las luces en el suelo.

—No es un muro. Es… prudencia.

Diego ladeó la cabeza.

—¿Miedo a que la gente te desordene la vida?

Ella lo miró sorprendida. Nunca nadie lo había dicho tan directo.

—Tal vez —admitió.

Diego sonrió con suavidad, sin su habitual burla.

—Pues qué suerte que yo soy experto en desordenar.

Lucía soltó una risa nerviosa, que se perdió entre el ruido. Pero antes de responder, un coche pasó cerca y les salpicó el agua.

—¡Genial! —exclamó ella, empapada hasta la rodilla.

Diego estalló en carcajadas, doblándose un poco hacia adelante.

—Ahora sí que no tienes excusa. Ven, vamos a refugiarnos.

Corrieron bajo la lluvia hasta el porche de un edificio antiguo. El portón estaba cerrado, pero el techo alto de tejas los protegía. Mojados, riendo y respirando agitados, se miraron de nuevo demasiado cerca.

Lucía sintió un cosquilleo extraño en el pecho, una mezcla de adrenalina y algo más que no quería nombrar.

—Esto es ridículo —susurró, intentando sonar seria.

—Sí —dijo Diego, aún sonriendo, con gotas de agua resbalandole por la barbilla—. Ridículamente perfecto.

El momento se tenso, como si la ciudad misma contuviera el aliento. Estaban tan cerca que Lucía podía sentir el calor que emanaba de él a pesar de estar empapados. Los ojos de Diego bajaron, una vez más, a sus labios.

Y justo entonces, la guitarra, mal colgada a su espalda, se deslizó y cayó con un estruendo.

Ambos pegaron un salto, y luego estallaron en risas. La magia se convirtió otra vez en caos otra vez.

Lucía se agachó para recoger el estuche mientras intentaba recuperar el aliento.

—Eres un desastre.

—Pero un desastre con ritmo. —Diego levantó la guitarra y le guiño un ojo.

Lucía negó con la cabeza, escondiendo la sonrisa que se le escapaba inevitablemente. Y aunque la noche había vuelto a ser interrumpida, algo en ella sabía que cada vez resistía menos a ese caos con nombre y apellido.

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