Conoce a Morgan, deja que te envuelva en su historia y siente cada una de sus emociones como si fuera tuya.
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Capitulo: 8
Morgan.
Me desperté en una habitación blanca de hospital. Al intentar sentarme, me di cuenta de que mi muñeca izquierda estaba vendada. El dolor me trajo los recuerdos en flashbacks. Todo lo que había pasado me llegó de golpe, y una ola de desesperación me invadió.
No podía ser. Yo debería estar muerta. La frustración y la impotencia se apoderaron de mí.
—¡Yo debería estar muerta! —grité, tratando de arrancarme la venda. —¡Debería haber muerto! —mi voz se rompió, y sentí un desgarro en mi garganta. —¡Ya no quiero esto!
Empecé a gritar, desesperada. Traté de quitarme los cables y el suero. De pronto, unos enfermeros entraron y me agarraron de los brazos mientras el doctor me inyectaba algo. Sentí que mis ojos se cerraban, y volví a caer en la oscuridad.
HUNTER.
Estamos en la sala de espera, Caleb, Dylan, Mason y yo. Esperamos que el doctor nos diga cómo está Morgan. Llegamos anoche a las ocho, y desde entonces no nos han dado noticias. Ya son las tres de la tarde.
Miro a Caleb y a Mason. Se están matando con la mirada.
—Dejen de matarse con la mirada. Estamos aquí por Morgan —les digo, frustrado.
De pronto, oímos gritos que vienen de la habitación de Morgan.
—¡Yo debería estar muerta!
—¡Debería haber muerto!
—¡Ya no quiero esto!
Corro para entrar a la habitación, pero un guardia me detiene.
—Los doctores se encargarán —me dice.
El doctor y unos enfermeros entran a la habitación y cierran la puerta detrás de ellos.
—¿Crees que esté bien? —pregunta Caleb, nervioso, a mi lado.
—Esperemos que sí —le respondo.
—Ella es fuerte, idiota. Se nota que no la conoces bien. Ella saldrá de esto e irá a casa conmigo —dice Mason, con arrogancia.
—¡¿Tú quién te crees?! —le grita Caleb.
—A mi no me hables así —le responde Mason.
—¡Carajo, podrían parar! No tienen que demostrar nada. Morgan está en esa habitación, postrada en una camilla, porque tuvo un momento de debilidad que casi le cuesta la vida. Y ustedes dos no hacen más que pelear como unos críos —les grito, harto de la situación.
—A ver, chicos, creo que lo mejor es que nos calmemos todos —dice Dylan por primera vez, intentando poner un poco de orden.
Un silencio incómodo llena la sala de espera. Todos miramos al vacío, perdidos en nuestros pensamientos. De repente, una puerta se abre, y el doctor aparece.
—Chicos, esto es muy serio.
—¿Ella... está... muerta? —pregunto, con la
voz temblorosa.
CALEB.
—Chicos, esto es muy serio.
—¿Ella... está... muerta? —pregunta Hunter, y siento que me quedo sin aire.
No sé lo que pasa, pero tengo miedo. Mis manos sudan y tiemblan. ¿Por qué me siento así?
—Chicos, no se adelanten. Ella...
—¡Diga qué pasó, carajo! —grito, asustando un poco al doctor y desconcertando a mis amigos.
—Ella está bien.
—Mierda —susurro, soltando el aire que tenía retenido.
—Gracias a Dios —agrega Mason.
—¡¿Cómo está?! —grita Meg, que acaba de llegar.
Corre a los brazos de Dylan, abrazándolo y sollozando. Le cuesta respirar, y Dylan intenta calmarla. Le habíamos mandado un mensaje hace horas, pero acaba de llegar.
—Chicos, no había visto el mensaje. ¡Cielos, soy una mala amiga! —dice, llorando.
—Tranquila, Meg, está bien —la tranquiliza Dylan.
—Sí, pero creo que necesita terapia. Lo que hizo fue un intento de suicidio, y eso no es normal en alguien de su edad —dice el doctor, mirándonos con severidad.
—Lo sabemos, doctor. Ha pasado por mucho —la defiende Hunter.
—Bueno, chicos, eso depende de ustedes y de ella. Por el momento pueden esperar a que despierte, ya que le dimos un calmante. Pero si quieren, pueden entrar uno por uno.
—Gracias —decimos todos al unísono.
MEG.
Entro a la habitación y la miro. Está recostada en la cama. Su rostro está pálido y su respiración es pausada. Tomo una silla, me siento a su lado y tomo su mano.
—¿Por qué hiciste eso? Sabes que soy tu amiga. Yo podría haberte ayudado con los problemas que te llevaron a esto —digo, haciendo una pausa y sorbiendo mi nariz—. Eres como una hermana para mí. ¿Pensabas dejarme sola?
Acaricio suavemente su cabello oscuro mientras la miro con tristeza.
—Aún nos queda mucho por delante. No puedes rendirte. Eres fuerte. Sabes que te quiero y espero que salgas de esto rápido. Cuentas con mi ayuda.
CALEB.
Después de que Meg saliera de la habitación, corrí para entrar antes que los demás.
La veo recostada en la cama, y, a pesar de su cabello desordenado y sus labios partidos, se ve igual de hermosa. Me siento a su lado y la observo, pensando en lo que le voy a decir. Me doy cuenta de lo que pasó desde el primer momento en que la vi.
Una estúpida risa se asoma en mi rostro y no puedo reprimirla.
—Creo que perdí la apuesta, nena. Me he enamorado de ti. Sé que suena estúpido, pero es la verdad. En tan solo unos días, ya caí a tus pies. No me habría dado cuenta si no hubiera sentido que iba a perderte sin haberte tenido antes.
Me tomo mi tiempo para admirar cada una de sus delicadas facciones.
—Quiero que te levantes y sigas adelante. No te dejes derrumbar. Lucha contra todo.
Mi voz tiembla ante la inminente sensación de que puedo perderla. De pronto, se remueve en la cama y me mira fijamente. Sus ojos están abiertos.
Me mira intensamente, por lo que parece una eternidad. Quiero gritar, quiero decirle que estoy aquí para ella, que saldrá adelante y que todo esto solo será una mala racha que la hará más fuerte, pero no sé si mis palabras serán verdad. Entonces sus labios se abren y me derrumba.
—No puedo luchar contra mis demonios, Caleb. De hecho, ni tú puedes. Por eso, deberías alejarte de mí por el bien de los dos.
Siento que mi voz se queda atrapada en mi garganta y caigo como un idiota.