— ¡Aaaaahhhh! —grité aterrorizada. Mi cuerpo reposaba en la cama ensangrentada. ¿Cómo es posible si yo estoy aquí?
— ¿Por qué me haces esto? ¡Termina de mostrarte de una vez por todas! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Te divierte jugar conmigo! —grité con todas mis fuerzas, pero no hubo respuesta alguna, solo un silencio perturbador.
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Buenas tardes, madam, milady
— Cuando sea mayor, deseo ser como usted —manifestó la niña con profunda admiración.
— Serás incluso mejor que yo; a tu edad, no poseía los modales tan impecables como los tuyos, ya que me concentré en otras actividades —respondió Madeleine, evocando su niñez.
— Pensé que había practicado desde muy joven para alcanzar la posición en la que se encuentra hoy en día —la niña expresó su confusión, cuestionándose cómo alguien había logrado tanto sin un esfuerzo considerable.
— Efectivamente, practiqué y mucho, pero no a una edad tan temprana. A tu edad, me dedicaba a hacer travesuras junto a mi hermano, causando estragos a mi padre o untando tartas de durazno en la casa de mi hermana Margaret —Madeleine sonrió ampliamente al rememorar esos momentos inigualables.
— Me esfuerzo por ser la mejor; mi padre sostiene que debemos concentrarnos en nuestras responsabilidades, ya que no hay tiempo para distracciones —la expresión de Madeleine reflejó una profunda conmoción al escuchar sobre la infancia de la niña.
— ¿Qué actividades realizas después de clases? ¿Tienes algún pasatiempo en particular? —inquirió Madeleine, tratando de discernir si había algún atisbo de diversión en la niñez de la pequeña.
— No, no dispongo de tiempo para eso; mi educación es lo más importante. — Madeleine no pudo disimular su desagrado; el duque era un hombre excesivamente frío con sus hijos.
— Yo me esmero en ser la mejor; mi padre dice que, si nos concentramos en nuestros deberes, no hay tiempo para distracciones. — La cara de Madeleine fue un poema al escuchar sobre la infancia que había tenido la niña.
— Mis nietos poseen el mismo afán de perfección que su padre; de haber crecido junto a su madre, su historia habría sido diferente —comentó la dama Carter, al observar la expresión de Madeleine.
— Conocí a la difunta duquesa; era una mujer de gran belleza, culta en diversos temas; resultaba muy placentero conversar con ella —expresó Vivían al evocar la memoria de la encantadora mujer de cabellos oscuros y ojos azules resplandecientes.
— ¿Conocí a mi madre? —preguntó el pequeño por primera vez.
— Sí, era tan hermosa como ustedes; mi hija también tuvo la oportunidad de conocerla —respondió Vivían, recordando lo que su hija le había narrado.
— ¿De verdad? —inquirió nuevamente el niño, entusiasmado por conocer más sobre su madre; hasta el momento, solo había visto una gran pintura de ella, pero su padre y su abuela no le ofrecían muchos detalles acerca de su persona.
— Sí, ella estaba embarazada de ustedes; la conocí en el palacio, me perdí y ella me cuidó hasta que llegó mi padre —dijo Madeleine, sonriendo.
— Entonces, ¿mi madre era una mujer protectora? —preguntó el niño con genuina curiosidad.
— Así es, fue un verdadero placer estar a su lado —respondió Madeleine, esbozando una sonrisa hacia ambos niños. Ella deseaba que ambos conservaran gratos recuerdos de su madre, a pesar de que el fantasma de Flora la atormentara.
— ¿Qué es lo que más disfrutas de tus actividades? —inquirió Madeleine al pequeño.
— Mi clase es de espada; deseo ser muy fuerte para proteger a mi familia y nuestro territorio —respondió el niño con fervor.
— Serás un gran duque —replicó Vivían, emocionada por la oportunidad de pasar más tiempo con los pequeños.
La abuela de los niños observó detenidamente la interacción entre ambas mujeres y los niños, convencida de que la joven Madeleine era la mejor candidata para cuidar de sus nietos, a pesar de que su obstinado hijo se opusiera a ello.
— Lady Vitaly sería una madre excepcional —respondió la dama Carter con sinceridad.
— He aprendido de la mejor —manifestó Madeleine sonriéndoleole a su madre.
— Intuyo que tiene numerosas propuestas de matrimonio —la dama Carter se mostraba cada vez más convencida de desear a Madeleine como parte de su familia, aunque el principal obstáculo era el nulo interés de Madeleine hacia su hijo.
— Mi esposo las rechaza todos los días, afirmando que no hay ningún candidato adecuado para su hija —comentó Vivían, riendo ante la actitud de su esposo.
— Es sumamente exigente —expresó la dama Carter, visiblemente preocupada.
— En efecto, Lady Margaret contrajo matrimonio por amor; él jamás le habría impuesto un esposo a su hija —Vivián admiraba la perspectiva de su esposo.
— Por lo tanto, la decisión recae en usted, Lady Vitaly —comentó la dama Carter con esperanza.
— No completamente; aunque la opinión de mis padres es de suma importancia, los principios del hombre en cuestión influirán considerablemente en mi aceptación de él como esposo —la dama Carter se sintió abatida ante las palabras de la joven.
— Buenas tardes, madam, milady —la presencia del duque sorprendió a todos los presentes en la mesa.