En un mundo que olvidó la era dorada de la magia, Synera, el último vestigio de la voluntad de la Suprema Aetherion, despierta tras siglos de exilio, atrapada entre la nostalgia de lo que fue y el peso de un propósito que ya no comprende. Sin alma propia pero con un fragmento de la conciencia más poderosa de Veydrath, su existencia es una promesa incumplida y una amenaza latente.
En su camino encuentra a Kenja, un joven ingenuo, reencarnación del Caos, portador inconsciente del destino de la magia. Unidos por fuerzas que trascienden el tiempo, deberán enfrentar traiciones antiguas, fuerzas demoníacas y secretos sellados en los pliegues del Nexus.
¿Podrá una sombra encontrar su humanidad y un alma errante su propósito antes de que el equilibrio se quiebre para siempre?
"No soy humana. No soy bruja. No soy demonio. Soy lo que queda cuando el mundo olvida quién eras."
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CAPÍTULO VII: La Última Voluntad
— Synera —
Los días posteriores al enfrentamiento con Kenja marcaron el inicio de una rutina implacable. Aunque aquí, en la cima del mundo, el tiempo pareciera flotar entre nubes y escarcha, sigue su curso. Las estaciones cambian y el sol se acuesta más tarde. Han pasado cinco años desde aquel primer encuentro. Cinco años que se sienten como un solo parpadeo... o como una vida entera.
Kenja sigue siendo un enigma. No encaja en ninguna categoría que conozca, no pertenece a ninguna especie ni linaje conocido. Es humano, sí, pero algo en su esencia desafía esa definición. Su cuerpo parece esculpido para resistir lo imposible. Y al igual que yo, el tiempo lo roza... pero no lo consume con la misma voracidad.
Cuando llegué, era un adolescente delgado, con la mirada torpe y un corazón demasiado grande para su cuerpo. Hoy... es distinto. Su silueta es la de un guerrero; su alma, la de alguien que ha visto y sentido más de lo que admitiría. Pero sigue habiendo en él una niñez atrapada. Una que no se ha ido del todo.
Nuestro entrenamiento fue brutal. Escalamos picos bajo tormentas de maná salvaje, corrimos sobre lagos congelados al amanecer, meditamos en cavernas donde el silencio podía devorarte. Kenja no solo resistió... evolucionó. Su cuerpo respondió, su mente se afiló. Y entonces, una noche bajo la aurora del Velo Fracturado, despertó su maná.
No era inerte. Solo dormía. Y cuando surgió, fue como una explosión de hielo oscuro. Una escarcha negra cubrió todo. No era frío común: era algo vivo. Elegante. Preciso. Era caos. Pero no el caos desbordado y rabioso del mito... era un caos contenido, inteligente, casi majestuoso. Y le pertenecía.
Desde entonces, su entrenamiento cambió. Nos enfocamos en esa magia. En comprenderla. En no temerla. No fue fácil. El hielo respondía a sus emociones, y Kenja... era un volcán disfrazado de nieve. Cada avance traía un retroceso. Cada control, una caída. Pero poco a poco, lo dominó.
Y yo empecé a preguntarme... ¿qué eres, Kenja? ¿Un experimento de Aetherion? ¿Un accidente? ¿Un heredero? Su mirada guarda algo que no cuadra con su edad. Algo antiguo. Algo triste. Como si recordara cosas que jamás vivió.
Los años pasaron como ríos bajo hielo. Diez en total. Diez años de montañas, aldeas, misiones. De dolor, risa, descubrimiento. Le enseñé todo lo que sabía: magia ancestral, estrategia, filosofía, hasta cocina (aunque quema el pan nueve de cada diez veces). Lo eduqué como si fuera uno de los nuestros... aunque sabía que nunca lo sería. Era distinto.
Viajamos. Ayudamos. Aprendió del mundo real. De los matices. Del gris entre el blanco y el negro. Una vez, salvamos a unos aldeanos de una bestia. Corrió sin pensar. Casi muere. Esa noche, frente al fuego, me dijo: "No quiero ser fuerte para destruir. Quiero ser fuerte para proteger".
Ese fue su primer paso hacia algo más grande que él.
Tomamos misiones. Sellamos grietas. Vencimos corrupciones. Enseñamos a bandidos a leer. Kenja construyó marionetas de hielo para niños. Me regaló una flor que florece cada veinte años: "porque me recuerda a ti: hermosa, rara, difícil". Casi lo calcino por cursi... casi.
Discutimos. Mucho. Es terco. Arrogante. Pero escucha. Aprende. Y aunque no lo diga... confía en mí. Y yo... yo también. Por primera vez, encontré algo parecido a un hogar. En él. En Frayi. En este lugar.
Ah, Frayi… ese zorro bebedor, escandaloso y adorablemente insoportable. No tienes idea de cuántas veces estuve a punto de prenderle fuego a su pelaje con mis cigarrillos por vaciar mis botellas. Pero al final… lo acepté. Es parte de esto. De mí. De nosotros.
Y entonces, un día... supe que Kenja estaba listo.
Lo vi. En sus ojos. En su maná. En su respiración.
Estaba listo.
Y ese día... el viento trajo una presión distinta. Como si el mundo se hubiera detenido por un instante. Y Frayi, ese zorro escandaloso, me llamó en silencio.
—Señorita Synera... necesito hablar contigo. A solas.
Lo miré. Algo en su voz no era broma.
—Si es otra de tus idioteces, te convierto en alfombra.
No respondió. Solo bajó la mirada.
Fuimos al campo de flores. Donde Kenja me enfrentó por primera vez. Y Frayi, por primera vez... habló con la voz de un guardián.
—Es hora de que sepas la verdad. Sobre la voluntad de lady Aetherion.
Me congelé.
—Ella me dio una misión. Me pidió proteger a Kenja, educarlo, y esperar. Hasta que estuviera listo. Hasta hoy. Porque hay algo más...
—Habla ya, antes que mi tacón te cambie el color del pelaje.
—Hay una mazmorra. Debajo de esta montaña. Solo Kenja puede entrar. Si lo logra, obtendrá algo... un regalo. Si no... morirá.
El silencio se instaló como una losa.
—Un regalo... o una sentencia.
Frayi asintió, con un respeto que rara vez muestra.
—Es una prueba. El legado final de lady Aetherion. "Si supera la mazmorra, el mundo tendrá esperanza. Si no, jamás debió cargar con ella".
Miré al cielo.
Aetherion... siempre jugaste a largo plazo.
—Entonces lo hará.
Frayi suspiró.
—Gracias... señorita Synera. Y.… perdón por ocultarlo. Tenía miedo.
Lo miré.
—Eres un idiota. Pero un idiota leal.
—¡Lo tomaré como un cumplido! ¿Puedo ir por un vino?
—Frayi...
—¡Ya entendí, ya entendí! Sin vino.
Pero sabía que todo había cambiado.
Kenja estaba por enfrentar su destino.
Y esta vez... el mundo nos miraría de vuelta.
A la mañana siguiente, el cielo amaneció encapotado, como si compartiera el peso de lo que debía ser dicho. Encontré a Kenja en el jardín, practicando sus movimientos con hielo. Su respiración era firme, y sus ojos… distintos. Ya no era el niño de hace años. Era un guerrero. Era un elegido.
—Kenja —dije con voz serena.
Él se giró, serio, expectante.
—¿Qué ocurre?
Lo miré por un momento. No como su mentora, sino como Synera, la sombra que alguna vez creyó no tener alma.
—Es momento de que sepas la verdad. Hay una mazmorra debajo de esta montaña. Sellada por voluntad de Aetherion. Solo tú puedes entrar.
—¿Una mazmorra...? —frunció el ceño—. ¿Por qué yo?
—Porque esta misión fue creada para ti. Antes de que nacieras, antes de que despertaras. Ni siquiera yo sabía de su existencia. Aetherion lo planeó todo. Esta prueba… es solo tuya.
Kenja bajó la mirada. El hielo en sus manos se deshizo lentamente.
—¿Y si fracaso?
Me acerqué y puse una mano en su hombro.
—Entonces no era tu destino. Pero si estás aquí, si has llegado tan lejos… es porque sí lo es.
—¿Y tú? —preguntó en voz baja—. ¿No vendrás conmigo?
Negué con suavidad.
—No puedo. No debo. La mazmorra reconoce solo tu maná. Tu esencia. Es un camino que debes recorrer solo.
El silencio se estiró como un hilo de cristal.
—Entonces… iré.
Asentí.
—Cuando cruces esa puerta, dejarás de ser un aprendiz. No sé qué encontrarás allí. No sé si saldrás siendo el mismo. Pero pase lo que pase… confío en ti.
Él me miró, y por un segundo, en esa mirada había todo: miedo, determinación, cariño. Como si entendiera que ese momento era un punto sin retorno.
—Gracias, Synera —murmuró—. Por todo.
Sonreí apenas.
—Ve. Descubre quién eres realmente.
Y mientras lo veía alejarse hacia el corazón de la montaña, su silueta recortada contra la bruma del amanecer, sentí que el mundo volvía a girar. Que algo grande se avecinaba.
Y por primera vez en siglos… tuve fe.