Alejandra quien a sus 5 años fue alejada de su padre por el echo de ser la hija de una empleada y nacida fuera del matrimonio. La quiso proteger de la humillación y del maltrato, la llevó a vivir a Colombia con su familia materna. La cuido y velo por ella desde la distancia sabiendo que era la hija de su gran amor. Después de 20 años creció como una hermosa mujer, educada y valiente. Una hermosa joya... quien será la presa de un delicioso hombre que la absorberá y amará hasta que sus vidas se apaguen.
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Válvula de escape.
Medellín, Colombia – 9:12 p.m.
La ciudad ardía con vida. Alejandra se miraba en el espejo mientras terminaba de aplicarse brillo en los labios. Llevaba un vestido ajustado, corto, en tono vino tinto que resaltaba su piel canela y su cabello suelto. A un lado, su amiga Camila aplaudía emocionada.
— ¡Así es como se va a celebrar un contrato aprobado, mamacita! — Dijo entre risas mientras encendía la bocina con reguetón a todo volumen.
— Yo solo quiero bailar esta noche, olvidarme del estrés y dejar de pensar en correos. — Dijo Alejandra girando sobre sí misma. — Y sí, voy a romperla. Me lo merezco. — Con su energía chispeante, Alejandra y sus amigas salieron al centro de la ciudad. El club donde se celebraba la fiesta era uno de los más exclusivos de Medellín. Las luces de neón y el bajo retumbando contra el suelo hacían temblar las paredes. Ella bailaba sin preocuparse de quién la miraba. Era libre. Era joven. Y ese era su momento.
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Brooklyn, Nueva York – 10:46 p.m.
Mientras tanto, en un lugar más sombrío, Callahan bajaba de su coche negro con chofer. Vestía de negro completo, con el anillo en la mano derecha. La entrada del almacén estaba custodiada por dos hombres fornidos que lo dejaron pasar sin decir palabra.
Dentro, la atmósfera era distinta. No había luces brillantes, sino velas, sombras, seda y cuerpos. Las mujeres llevaban máscaras de encaje y los hombres trajes con detalles sutiles que los marcaban como miembros del círculo. Todo se movía con un ritmo lento, como una danza de poder, deseo y secretos.
Callahan tomó una copa y se perdió entre las figuras. No bailaba. Observaba. Elegía. Sus ojos eran de un depredador elegante, sereno… que no necesitaba alzar la voz para imponer respeto. Allí, él era el que dictaba las reglas del juego.
Dos mundos. Dos fiestas. Una noche.
Ella, celebrando la vida con risa y baile.
Él, controlando la oscuridad con una copa en la mano.
Y sin saberlo, esa noche…
ambos estaban bailando en la antesala de un contrato que cambiaría todo.
La música dentro del recinto no se parecía a ningún ritmo conocido. Era tribal, primitiva, casi ritual. Cuerdas, tambores y un murmullo constante como si cada nota despertara algo ancestral en los cuerpos reunidos.
Callahan dejó su copa en una bandeja al pasar junto a una de las asistentes. Nadie hablaba de negocios allí. Nadie preguntaba nombres. No era necesario.
Subió por una escalera de hierro forjado, cada paso acompañado por el eco de sus zapatos de suela pesada. Arriba, las habitaciones estaban separadas por cortinas gruesas de terciopelo. Lo esperaban.
Una mujer de piernas largas, vestida en cuero negro y máscara de cuervo, se arrodilló al verlo entrar. No lo saludó. Solo inclinó la cabeza en un gesto de sumisión. Él no respondió con palabras. Le quitó el collar de la mano y lo colocó en su cuello, cerrándolo con lentitud, como quien marca territorio.
— Esta noche no quiero hablar. — Murmuró, con la voz ronca y baja, apenas un susurro. — Solo obediencia. — Ella asintió sin mirar.
Allí dentro, Callahan no era un CEO. No era el socio respetado, ni el hombre que cerraba tratos internacionales. Allí era el dueño del juego, el lobo suelto en su propio bosque.
Mientras el resto del mundo dormía o bailaba por el fin de una semana más, él elegía los cuerpos y las reglas. El deseo no era romántico. Era ritual. Era poder crudo.
Callahan respiro hondo como si necesitara de esa acción para entrar en el papel de amo, de dominador. Luego de poner la correa en su cuello, le puso una que tenía una pequeña bola en el medio que usó para tapar su boca. La sumisa podía gritar tanto como quisiera, pero no saldría de su boca ni una sola palabra. Luego movió sus pies, pasos hasta llegar a una estantería haciéndola caminar sobre sus manos y rodillas como un animal adiestrado.
Al llegar a la estantería Callahan agarro unas esposas de cuero y las puso en sus muñecas con las manos hacia atrás. Quitó su chaqueta y subió las mangas de su camisa con la mirada atenta de la sumisa. Camino hasta estar en su espalda y se agacho, con una pequeña navaja en sus manos qué usó para cortar la ropa y dejar las partes íntimas expuestas y a su merced. La mujer se tensó, tembló y vibró con cada toque suyo. Finalmente el hombre tocó su intimidad desde atrás y empezó a mover sus dedos haciéndola jadear... los gritos inundaron la habitación, la mano de Callahan se movió con más rapidez. Puso su mano desocupada en su espalda haciéndola inclinarse hacia adelante dejando más abiertas sus piernas y su cul@ más respingado. Con dos dedos en su interior y una rapidez calculada las sensaciones eran más grandes, ella solo gimió de placer y dejo que sus fluidos empaparan la mano del amo. Un chorro tras otro, seguidos de espasmos en todo tu cuerpo.
Se puso de pie y con solo unos pasos estaba frente a ella quien tenía una mirada llena de deseo y su respiración agitada. Él bajo el cierre y saco su mi#mbr@ tan cerca de su rostro qué casi la golpea. Le quitó la mordaza y ordenó:
— Abre. — Metió su falo lentamente mientras ella chupaba y succionaba la punta. El gruño y como si no lo pudiera controlar follo su boca en una garganta profunda. Luchando para respirar la sumisa lloro y babeo -glo glo glu glu- hasta dejar todo su líquido en su garganta.
Callahan se agachó a su altura, tomó su mentón entre dos dedos y levantó apenas su rostro. Los ojos de ella, cubiertos por el antifaz de plumas, lo miraban con pupilas dilatadas.
— No me perteneces solo esta noche. Me perteneces en este momento. Solo existe esto. — Dijo mientras tocaba el collar alrededor de su cuello. — Eres mía hasta que yo lo decida. — Escupio su boca y lamio. Ella luego bajó la mirada, sumisa, lista para obedecer la siguiente orden. Callahan, en cambio, no se movió de inmediato. La contempló unos segundos más, como un artista observando la obra que va a destruir para volver a crearla.
Entonces se acercó a su oído.
— Hazme olvidar... sin que se me olvide quién manda. — Y en ese instante, no hubo más palabras. Solo gestos precisos, silencios cargados de tensión y un juego de dominio que no necesitaba más explicación. Para Callahan, este era su santuario. Su válvula de escape. Aquí no había títulos ni negociaciones. Solo obediencia. Control. Instinto.
Y el eco de un mundo que Alejandra aún no conocía… pero al que, sin saberlo, estaba a punto de ser arrastrada.
los capítulos son muy cortos y solo uno por día 😭😭