La historia sigue a un militar sin nombre, en medio de una guerra, al que todos se refieren como Ergo.
El mundo del futuro está en crisis debido a una guerra que ha asolado cada región desde hace años y de la cual parece ser que ningún compañero o militar cercano a Ergo sabe algo.
Un día cualquiera, durante una batalla campal, Ergo es herido y se ve orillado a reparar su extremidad tras acabar la batalla. Luego de su reparación, Ergo descubre a sus altos mandos hablando acerca de él, de su ineficiencia y de como lo eliminarán para traer a otro soldado en su lugar. No obstante y sin poder negarse, es enviado de nuevo en una última misión en los límites del mapa sabiendo que las batallas libradas allí son sinónimo de muerte.
Poco a poco, Ergo irá descubriendo la clase de mundo en el que habita y los secretos que se han ocultado ante el y cualquiera de sus compañeros.
En esta historia el lector se sumerge en un delirio y cuestionamiento filosófico y político acerca de la moralidad.
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VIII
Ergo llevaba un par de días desde que Ludwig le había mostrado los libros. El hombre se mostraba bastante agradecido y optimista cuando Ergo lograba entender algo a la perfección o cuando su curiosidad le hacía indagar en montones de libros más y más. Era algo lento, pero al menos comenzó a aprender sobre algunas cosas, aunque aquellas dudas que tanto lo aquejaban, además de las nuevas, infundadas por el nuevo conocimiento adquirido no tardaron en aparecer.
—He estado leyendo uno de los libros de tu repertorio y me preguntaba, ¿qué es una mujer?—dijo Ergo parado bajo el arco de la cocina con libro en mano, mientras Ludwig preparaba la comida.
Ludwig detuvo repentinamente lo que hacía y giro hasta chocar miradas con Ergo. No sabía que expresión ni que responder ante ello.
—El libro habla de cosas como... ¿besar? ¿sexo?—Ergo mantenía su vista en el libro—. Dice que es una actividad natural entre hombres y mujeres... Yo no sé que es una mujer.
Ludwig no sabía qué responder ante ello. Hace años que no se veía a una mujer en la ciudad; ni siquiera recordaba la última vez que vio a una. En su trabajo, Ludwig, durante la guerra, había escuchado comentarios sobre ellas y acerca del comportamiento que tenía la máquina con ellas. Pero no recordaba que los comentarios especificarán nada, y su mente lo había mantenido oculto por largo tiempo.
Y como salvado por alguna casualidad, su conservación fue interrumpida por un sonido agudo y estridente acompañado de un temblor general de la zona.
—¿¡Que ha sido eso!? ¿¡Estamos bajo ataque!?—gritó Ergo sosteniéndose del arco de la cocina.
—Tranquilo hijo, no es nada de eso. Solo se trata del tren. ¿Recuerdas lo que me preguntaste cuando leíste ese libro sobre transportes? El día que me mencionaste los pocos objetos que conocías.
—Sí, ¿esa cosa tan larga fue lo que produjo el sonido?—preguntó Ergo con el rostro alterado—. Parece el sonido de un caza volando muy cerca de mí.
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—Tengo una idea—decía mientras colocaba ya los platos para la comida en la mesa—, pero primero habrá que comer—miro con serenidad a Ergo—. ¿Te gustaría salir y ver el tren?
Ergo reaccionó con una mezcla de indiferencia y curiosidad ante ello; se sentía como cuando les daban grandes noticias sobre el avance de la guerra a él y sus compañeros.
Afirmó que si, y ambos finalmente devoraron sus alimentos en silencio. Ambos ansiosos con la propuesta en mente.
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Ergo estaba en el baño, había concluido de lavar su boca y rostro. Humedeció su oscuro pelo y se observó a sí mismo al espejo. Vio como la luz que se filtraba por la pequeñísima ventana del baño remarcaba el color marrones y las gotas de agua que perlaban su joven rostro mientras caían. Su mirada indiferente le hizo acercarse lentamente al espejo.
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—¿Qué haces?—preguntó Ludwig entrando al baño al ver la puerta abierta.
Ergo dio un salto del susto y por poco golpeaba a Ludwig. Si rostro se mantenía aún indiferente.
—Lo siento—dijo inclinando rápidamente su cabeza ante él—, yo solo estaba mirándome al espejo. Llevaba años que no me veía en un espejo desde que los retiraron para supuestamente percibir a nuestro compañero como iguales...
Ergo dejo de hablar y volvió a mirarse al espejo aún con su semblante indiferente.
Ludwig reconocía la curiosidad de Ergo como algo casi infantil y río internamente. Él sabía que aquello de los espejos era algo que sin duda la máquina habría ordenado hacer a los altos mandos.
—Apresúrate, debo enseñarte un poco la ciudad.