En un mundo dominado por vampiros, Louise, el último omega humano, es capturado por el despiadado rey vampiro, Dorian Vespera. Lo que comienza como un juego de manipulación se convierte en una relación compleja y peligrosa, desafiando las reglas de un imperio donde los humanos son solo alimento. Mientras Louise lucha por encontrar a su hermana y ganar su lugar en la corte, su vínculo con Dorian pone en juego el equilibrio del reino, arrastrándolos a ambos hacia un destino oscuro y profundo, donde la lealtad y el deseo chocan.
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Red de traiciones
Mientras las reuniones secretas de Magnus Sanguis se hacían más frecuentes, la tensión dentro del Imperio Vespera alcanzaba un punto crítico. Los nobles que antes mostraban un respeto casi inquebrantable hacia Dorian ahora murmuraban entre ellos, dudando de la estabilidad de su reinado. La familia Sanguis, con su influencia creciente, prometía un cambio, una oportunidad para aquellos que creían que el tiempo de Dorian había llegado a su fin.
Las paredes del castillo, tan antiguas como el mismo imperio, se llenaron de rumores de traición. Las palabras se deslizaban como serpientes entre los pasillos, llevando noticias de alianzas inesperadas y promesas de lealtad quebradas. Dorian, consciente de todo esto, se mantenía sereno, pero sus noches junto a Louise revelaban una preocupación más profunda. El rey sabía que su posición pendía de un hilo, y que cualquier error podría llevar al colapso de todo lo que había construido.
—Los aliados de Magnus se multiplican como sombras en la noche —le dijo Dorian a Louise, mientras ambos miraban las estrellas desde uno de los balcones del castillo—. Pero no me preocupa la cantidad, sino la calidad de su lealtad. Son como perros hambrientos, siempre listos para morder la mano que les da de comer.
Louise lo escuchaba en silencio, sintiéndose cada vez más atrapado en las intrigas del reino. Sabía que Dorian le contaba estas cosas para manipularlo, para hacerle sentir que dependía de él. Sin embargo, había una extraña familiaridad en esas confesiones, como si por un momento Dorian lo viera como un igual, y no solo como un prisionero.
A medida que las semanas pasaban, la situación se volvía más tensa. Las tierras del este, siempre en conflicto con el Imperio Vespera, comenzaron a moverse con una inquietud inusual. Espías traían noticias de alianzas entre los rebeldes y algunos de los nobles descontentos de Vespera, lo que aumentaba la presión sobre Dorian. Sin embargo, lejos de mostrar debilidad, el rey vampiro se preparaba para enfrentar la tormenta que se avecinaba.
Dorian convocó a sus generales más fieles, aquellos que habían luchado a su lado en las guerras pasadas. Entre ellos, el general Varick, un vampiro leal cuya lealtad hacia Dorian no estaba en duda, y quien veía con desprecio a los movimientos de Magnus.
—Mi rey, Magnus no merece la confianza de nuestros aliados. Debemos aplastar la rebelión antes de que crezca más allá de nuestro control —sugirió Varick con la voz firme, sus ojos brillando con una lealtad inquebrantable.
Dorian asintió, pero había un brillo calculador en su mirada. Sabía que atacar a Magnus directamente podría desencadenar una guerra civil dentro de su imperio, algo que no estaba dispuesto a permitir. En lugar de eso, decidió mover sus piezas con cuidado, como un jugador de ajedrez que busca ganar la partida con el menor número de movimientos posibles.
Louise, aunque no era parte de estas estrategias, sentía el cambio en el aire. Las conversaciones con Dorian se volvían más intensas, y el vampiro se mostraba cada vez más abierto sobre sus intenciones. Una noche, Dorian lo sorprendió con una propuesta inesperada.
—Quiero que observes, Louise. Que veas cómo se mueven las piezas en este juego. Quizás, algún día, incluso tú podrías ayudarme a poner fin a estas traiciones —dijo Dorian, su tono frío pero con una insinuación de interés.
Louise frunció el ceño, desconfiado de sus palabras. Sabía que Dorian lo estaba usando, pero una parte de él, una muy pequeña, se sentía intrigada por la posibilidad de ser algo más que un prisionero. En el fondo, había empezado a sentir que quizás podría tener un papel en el desenlace de esa historia, incluso si eso significaba caminar por un camino peligroso.
Mientras Dorian seguía su estrategia, Magnus aumentaba la presión en las sombras. Reunía a los nobles más ambiciosos, aquellos que soñaban con un futuro donde no tendrían que someterse a la autoridad de un solo vampiro. Les prometía tierras, riquezas, y el fin de la era de Dorian.
—No debemos temerle. Dorian ya no es el rey indomable que solía ser. Se ha vuelto blando, y su debilidad lo hará caer —declaraba Magnus con una sonrisa calculadora, mientras sus seguidores asentían con determinación.
La red de traiciones crecía, pero Dorian también tenía sus propios planes. Envió mensajes secretos a algunos de los nobles que se mantenían neutrales, ofreciéndoles pactos de protección y promesas de estabilidad. Sabía que si podía evitar que se unieran a Magnus, podría mantener el equilibrio de poder.
El castillo se convirtió en un lugar de vigilancia constante, donde nadie podía estar seguro de quién era aliado y quién era enemigo. Louise, aunque estaba encerrado en su propia celda de doradas cadenas, comenzó a entender que la libertad era un concepto relativo. Dorian lo mantenía cerca, no solo por deseo, sino también para usarlo como una pieza más en su tablero. Cada vez que el rey le hablaba de los problemas del imperio, Louise sentía que se acercaba más al centro de esa tormenta.
Pero también había momentos en los que Dorian parecía olvidarse de la política y las traiciones. En esas ocasiones, su trato con Louise se volvía casi... humano. Le hablaba de su pasado, de las guerras que había librado y de los sacrificios que había hecho para mantener el imperio en pie. Louise escuchaba, fascinado y horrorizado a la vez, sintiendo cómo la barrera entre ellos se desvanecía un poco más cada noche.
Y así, la dependencia que Dorian había comenzado a cultivar en Louise seguía creciendo. El joven, que antes veía al vampiro solo como un monstruo, empezaba a percibir una humanidad que no había creído posible. Sin darse cuenta, sus pensamientos se llenaban cada vez más de la figura de Dorian, de su presencia imponente y de las promesas que hacía. Aunque todavía sentía el peso del odio, también se encontraba esperando las noches donde el vampiro le contaba más de sí mismo.
Mientras la red de traiciones se apretaba alrededor de Dorian, Louise se encontraba atrapado en una red diferente: la que tejía su propia mente, confusa entre la realidad y los sentimientos que no lograba entender del todo. Las sombras del castillo se volvían más densas, y en ellas, ambos jugaban un juego peligroso, donde un paso en falso podría llevarlos al abismo.