La fe y la esperanza pueden cruzar las barreras del tiempo y del mismo amor , para mostrarnos que es posible ser felices , con la voluntad de Dios
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Capitulo 8 : El Encuentro Destinado
En las tierras de Edelhärd, un reino conocido por su fuerza militar y sus férreas costumbres, las lluvias caían sin descanso, presagiando las tormentas que se avecinaban en los campos de batalla y en los corazones de quienes se quedaban a esperar el retorno de los suyos. El príncipe Klaus, heredero del trono y general de las tropas de Edelhärd, se preparaba para su inminente partida a la guerra. El joven, alto y de porte fuerte, había comenzado a sentir el peso del conflicto que se aproximaba, aunque lo que más le inquietaba era la creciente presencia en su corazón de la joven Miryam, la humilde vendedora de flores cuyo recuerdo lo acompañaba en cada instante.
Mientras tanto, Miryam también sentía el inminente vacío que dejaría Klaus al partir. Sus oraciones, cada vez más profundas y sinceras, pedían a Dios que lo protegiera y que, si era su voluntad, les permitiera reencontrarse. La devoción de Miryam por él, aún no confesada en palabras, crecía con cada plegaria y cada pensamiento.
Los caminos hacia el destino
Klaus fue enviado junto a sus súbditos y un gran carruaje al reino vecino para recolectar provisiones antes de la campaña. La ruta estaba llena de barro, lluvia y viento; el clima parecía decidido a endurecer cada paso de su viaje. Con los días cada vez más fríos, la comitiva de Klaus acampó en una pequeña planicie, refugiándose de la tormenta bajo grandes toldos. Klaus mantenía una mirada fija en la distancia, preguntándose si el destino le permitiría verla una vez más.
Aquel mismo día, Miryam se encontraba en la difícil tarea de recolectar flores en los campos lejanos. Sabía que esas flores le asegurarían alimentos para su madre y sus dos hermanos, y, tras recibir la bendición de su madre, emprendió el viaje con una vieja carreta, cubierta apenas por su abrigo remendado y un pequeño pañuelo que la protegía del viento.
A mitad de su trayecto, una tormenta comenzó a arreciar. La lluvia caía sin tregua, y el viento amenazaba con volcar su carreta. Buscando refugio, encontró una pequeña cueva donde pudo resguardarse del frío y el aguacero. Miryam cerró los ojos y elevó una plegaria de agradecimiento, confiada en que Dios la cuidaba aun en medio de las dificultades.
Un peligro en el camino
Esa misma noche, bajo las carpas del campamento, Klaus sintió un dolor punzante en su pierna. Un alacrán, escondido entre la hojarasca, había picado su muslo. En cuestión de minutos, la fiebre y el dolor lo hicieron caer al suelo. Sus acompañantes intentaron aliviar su malestar, pero nada parecía funcionar, y el joven noble comenzó a delirar, llamando entre susurros a “la chica de las flores”.
Cerca de allí, Miryam escuchó el eco lejano de un grito en medio de la tormenta. Algo en su corazón le dijo que debía investigar, y, sin temor a mojarse, corrió bajo la lluvia hasta encontrar el origen de los gritos. Allí, entre las luces titilantes de las antorchas, vio el campamento de nobles de Edelhärd y, al entrar, descubrió al príncipe en su lecho, pálido y sufriendo.
– ¿Qué estás haciendo aquí? – la cuestionaron los hombres de Klaus, aunque sus ojos reflejaban curiosidad y preocupación.
– Traigo hierbas medicinales conmigo – dijo ella, mostrando una pequeña bolsa de cuero en la que guardaba plantas para sanar. – Si me permiten, puedo ayudar.
Klaus abrió sus ojos, apenas reconociendo la silueta de la joven entre el vaivén de sus pensamientos. Miryam se arrodilló junto a él, cuidando que las hierbas tocaran la herida y, con calma, comenzó a rezar en voz baja.
– Dios todopoderoso, te pido que sanes a este hombre, que le devuelvas la fuerza y la salud – suplicó con una voz suave y clara. – Que ningún mal lo alcance, y que pueda cumplir la misión que tiene ante sí.
Las palabras de Miryam calaron en los presentes, quienes, conmovidos por la fe de la joven y su preocupación sincera, se quedaron en silencio, observando cómo ella cuidaba al príncipe. Klaus la miró con una expresión de paz y gratitud, mientras el veneno parecía disiparse lentamente, como si su fervorosa plegaria y las hierbas hubieran obrado en su favor.
Esa noche, mientras la tormenta seguía cayendo, Klaus recuperó la consciencia, y al ver a Miryam aún a su lado, susurró con voz débil:
– Sabía… que te encontraría de nuevo.
Ella sonrió, y, aunque su corazón estaba lleno de amor y esperanza, su voz tembló al responder:
– Dios ha sido generoso al cuidarte. Ahora, será Él quien decida si volvemos a encontrarnos.
Klaus quiso decirle más, pero no podía encontrar las palabras. Su mirada era suficiente para hacerle saber que, aunque los separaban muchas cosas, su amor era real y tan fuerte como la tormenta que rugía afuera.
Y así, bajo la protección de Dios y las plegarias de una humilde joven, el príncipe fue sanado. Los dos, con sus corazones entrelazados y llenos de una fe compartida, sabían que el destino los volvería a unir, aunque el tiempo y la guerra intentaran interponerse entre ellos.