Está es la historia de como se enamoraron, Sir Gabriel, General del ejército real del Reino Rubi, y la Princesa Artemis, Princesa heredera del Reino Greenwich y Generala del ejército de su Reino.
Como superan las diferencias entre las clases sociales a las cuales pertenecen y lograr vivir su amor intensamente.
Está es una historia paralela y que se desprende de mi novela previa "La Prometida con Magia de Fuego", y comienza al firmar el tratado de paz entre el Reino Rubí y el Reino Greenwich.
Los invito a leer está emocionante historia.
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Capitulo VIII. No quiero la corona.
Al amanecer dejaron salir del palacio al resto de nobles e invitados que no tenían nada que ver con los negocios ilegales del Archiduque y su gente. El ejército real fue movilizado por todo el territorio del Reino para garantizar la paz.
Mientras en el palacio, le insistían a la Princesa Artemis que debía coronarse como reina y casarse para darle estabilidad al Reino. La gente la vería como una fuerza de buen augurio, ya que era la heredera legítima, y volvería la paz y armonía al Reino.
Artemis no quería apresurarse. Y le pidió a su hermana no irse aún al campo con su madre.
También le pidió a los nobles y ministros que quedaban en la corte, y que ayudarían a la elección de nuevos miembros junto a ella como nueva Reina, a qué le dieran un tiempo para enterrar al Rey y llorarlo, así como para realizar los juicios y cumplir con las sentencias de los acusados.
Y estos quedaron de acuerdo en darle un mes para eso. Así que el rey fue enterrado con honores aún cuando no fue el mejor Rey, y no ayudó a los plebeyos durante su reinado. Luego de su muerte y sepultura, se realizaron los juicios, donde los acusados fueron sentenciados a muerte, por envenenar a un miembro de la familia real, y por los diversos negocios turbios donde los más dañados era los plebeyos, entre otros. Y las familias de éstos fueron exiliadas del reino y sus pertenencias tomadas para recuperar el dinero robado a la corona y a los territorios bajo su cargo.
Las sentencias fueron ejecutados en la plaza publica de la capital, dos semanas luego de la muerte del rey y una semana luego de los juicios.
Luego de esto, la comisión de cooperación del Reino Rubí ayudó a la Princesa heredera por petición de esta misma, y a los miembros que quedaban en la corte a comenzar a proponer gente de la nobleza para integrarlos como ministros. Cada uno de esos candidatos estaba siendo investigado minuciosamente, de modo que la corte permaneciera limpia de corrupción.
Todo esté trabajo, así como los propios del Rey recayeron en la Princesa Artemis. El que había sido asistente del Rey fue despedido con una compensación para que se retiraran definitivamente del palacio, ya que no sabía si podía confiar en él. Y en cambio trajo de vuelta a quien había sido el asistente de la difunta Reina. Aún cuando no confiaba en él, ya lo había investigado y no había nada turbio en su pasado y siempre había sido leal a la Reina madre.
Su hermana intentaba ayudarla realizando algunos de los deberes del Rey, junto a su doncella.
Y debido al trabajo y a todo el revuelo no había podido ver a sir Gabriel.
Faltaba una semana para que diera su decisión sobre su coronación. Y aún no sabía que hacer.
Y aún seguía teniendo los malestares cada mañana pero no había tenido tiempo que un médico la revisará. Como casi no comía, estaba más delgada.
En la corte se rumoraba que la Princesa también estaba siendo envenenada como le sucedió al Rey. Ha oídos de Artemis llegó este rumor, y solo rió. Debido a lo del Rey se había reforzado la seguridad en la cocina. Pero estaba bien que siguieran pensando eso.
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Faltan cinco días para la decisión de Artemis.
- Alteza, va a desayunar? - pregunto Karina preocupada por la princesa. Se veía muy delgada y demacrada. Ella suponía que era porque Sir Gabriel no la había visitado más en las noches, debido a la seguridad tan fuerte que habían tenido que instalar en todo el palacio. Por lo cual, ahora no era fácil que ninguno de los dos anduviera saltando balcones.
- No, Karina. Las náuseas hoy son más fuertes. Voy a entrenar un rato a ver si puedo relajarme, y distraerme - le respondió la Princesa.
- Cree que sea bueno que entrene así, Alteza. La veo débil. Y no ha comido bien desde hace días. - le dijo preocupada Karina.
- No exageres, Karina. No es para tanto. Pero... si quiero que me acompañes. ¿De acuerdo? - le pidió Artemis a Karina.
- Está bien, Alteza. - dijo Karina haciendo una reverencia.
Artemis se tomó el zumo de frutas del desayuno, pensando en Gabriel. Si lo había visto casi todos los días. Pero de lejos. Solo cruzaban una o dos palabras para saludarse. Era una tortura verlo, saber que está allí y no poder tocarlo y abrazarlo. Artemis estaba al borde de la locura. Lo que impedía que su comportamiento fuera rebelde y arrogante era los malestares que a diario tenía, y lo ocupada que estaba. Eso la dejaba tan cansada que al llegar a su cama caía rendida. Y aunque se quedaba dormida era un sueño inquieto y lleno de pesadillas sobre lo que podía pasar en el futuro. Por eso tenía esas ojeras. No dormía bien. Se había acostumbrado a dormir en brazos de Gabriel.
Algo similar le pasaba a Gabriel. también tenía ojeras y estaba algo delgado por la falta de apetito y el exceso de trabajo. Ya que prefirió colaborar con el ejército del Reino, patrullando las fronteras de la región que quedarse a ver a lo lejos a su princesa y sin poder tocarla, abrazarla ni hablarle. Era una tortura para él.
Ambos, Artemis y Gabriel, sabían que eso pasaría. Y que luego al tomar el trono, la Princesa Artemis, todo iría volviendo a la normalidad. Pero Gabriel no sabía porque Artemis tardaba tanto en dar su decisión sobre la coronación. Eso estaba dejando un vacío de poder y pronto comenzaría los nobles y ministros a protestar porque nadie era coronado, y a querer imponer a sus candidatos al trono.
Bueno, más bien Gabriel suponía porque ella no se había coronado aún. Por él. Coronarse significaba apartarse de él para siempre. La Reina debía casarse con alguien que le diera beneficios al reino. O por lo menos con alguien de la nobleza aprobado por la corte. Ese debía ser un matrimonio político. Sería muy difícil que lo aceptarán a él, un simple general de otro Reino, proveniente de la plebe, sin ningún título. Solo sus logros como general del Reino Rubí.
Queria decirle que se coronará y se olvidará de él. Pero no podía acercarse lo suficiente por la seguridad que ellos mismos habían puesto, y además estaba casi seguro que le saldrían las palabras para decirle eso. La amaba demasiado para alejarse por su cuenta. Pero si ella se lo pedía, claro que se alejaría y volvería a su reino.
A decir verdad, el trabajo de la comisión que era lo único que lo mantenía allí (oficialmente), ya estaba por culminar y debían todos volver a Rubí. Eso lo tenía preocupado. Por qué al menos le gustaría despedirse de su princesa.
Esa mañana decidió no desayunar, igual a la Princesa, solo tomo zumo de frutas. Se había dado cuenta que su magia a veces se activaba sin darse cuenta, pero lograba controlarse y volver a la normalidad.
Se encamino al lugar de entrenamiento. Hacia tres semanas había ordenado a sus hombres que se turnaran para entrenar su magia fuera de la ciudad, en los bosques. Era mejor que nadie los viera entrenar. Estaban en un país que no era el suyo, así que debían estar prevenidos.
Él también lo había hecho hace unos días, en uno de los patrullajes.
Al llegar al campo de entrenamiento del palacio, ya habían varios soldados y algunos caballeros entrenando.
Sir Gabriel tomo un lugar apartado y cerca de un jardín de árboles de manzano para entrenar con la espada. Comenzó realizando movimientos a la par de su sombra, es decir solo. De repente alguien le tapó el sol y sintió un perfume particular. Al levantar la la cabeza y mirar a la persona era la princesa Artemis.
Gabriel se quedó paralizado mirándola. Artemis vestía blusa y pantalón cenido que era su vestimenta de entrenamiento. Debido a esto, se sorprendió mucho, ya que parecía enferma. Estaba delgada, no tenía tantas curvas como la primera vez que la conocía y tenía muchas ojeras. Su cabello había perdido brillo. Ahora estaba asustado por la apariencia de la Princesa. Entendía los rumores. Él si la había visto pero de lejos, y en esas ocasiones llevaba vestidos largos con faldas amplias que enmascaran la realidad de su aspecto físico.
Gabriel miro a Karina y se dió cuenta que ella estaba preocupada. Enseguida Gabriel se dió cuenta que los miraban y rápidamente hizo una reverencia saludando a Artemis, ya que ella es la Reina, aún cuando no estuviera coronada.
Los ojos de la princesa brillaron al ver a Gabriel.
- General, tenía tiempo que no le veía en el campo de entrenamiento. - dijo Artemis con una sonrisa. Sonrisa que hizo que el corazón de Gabriel diera un vuelco.
- Su majestad, siempre estoy colaborando con su ejército para patrullar la frontera y entreno a otras horas. Por eso no me ha visto. Es un placer tener el privilegio de poder hablar con su majestad. - dijo Gabriel haciendo una nueva reverencia.
- Aún no me coronan Reina, Gabriel. Por favor, no hagas eso. - dijo Artemis en voz tan baja y triste que Gabriel apenas pudo escuchar lo que dijo. El quiso reaccionar y abrazarla pero no podía, había muy gente alrededor, apretó sus labios formando una línea recta molesto por no poder hacer nada, sin meterla y meterse en un problema.
- ¿Quiere acompañarme a entrenar? - le pidió la Princesa Artemis, con una sonrisa traviesa.
Por un momento Gabriel estuvo a punto de declinar e irse, porque no quería lastimarla y menos en el estado que estaba. Pero este era un momento único. No sabía si iba a poder estar tan cerca de ella más adelante. Asi que aceptó.
- Claro majestad. ¿Cómo usted lo desee? - exclamó con una sonrisa Gabriel.
Artemis sonrió también. Y sus ojos recuperaron algo de brillo. Al ver a Gabriel en el campo de entrenamiento su corazón salto. Y cuando se acercó y lo detallo, lo vio más delgado y con ojeras. Pero igual de guapo con su cuerpo definido y ejercitado en ese traje de entrenamiento que llevaba. La camisa abierta en el pecho, y pantalones oscuros. Además del cabello claro semi largo y alborotado, porque hacia bastante viento para esa hora de la mañana. Ella se había recogido el cabello en parte por eso.
Comenzó la batalla.
Aunque la princesa daba todo en la lucha con espadas. Gabriel se dió cuenta que no tenía la misma fuerza. Así que bajo el nivel, y solo lucho a la defensiva. Aunque intentaba hacerle ver qué daba todo igual que ella.
Llegó un momento en dónde Artemis se desespero porque se dió cuenta de lo que Gabriel estaba haciendo. Y empujandolo con todas sus fuerzas lo derribo. Fuerzas que no supo de dónde saco. Se subió sobre él y con una daga lo apunto al cuello, mientras respiraba agitaba.
- Lucha, Gabriel. No me hagas esto. - le pidió Artemis luchar. Él la miró, con las manos en alto. Había soltado la espada cuando ella lo empujó.
La cercania de Artemis y su olor, le llegaron hasta el último rincón de su corazón.
- No puedo hacerlo, su majestad. - le dijo él en voz baja - Artemis parece que estás enferma. ¿Has visto un médico? No tienes la mitad de la fuerza que cuando te conocí mi pequeña soldado - dijo él en un susurro para que solo ella lo escuchará.
Mientras deseaba acariciar sus mejillas. Pero no debía mover las manos porque muchas personas observaban. No solo servidumbre sino los soldados que entrenaban y pararon a ver, cuando ella lo tumbó.
- Estoy bien. Y me debes luchar con todas tus fuerzas, Gabriel. - dijo ella también en voz baja.
Ella se levantó de sobre él. Y de manera obstinada y molesta, le gritó,
- Pelea, General. Con todas tus fuerzas. - dijo ella lazandole su espada, y luego tomando la de ella.