Dalia es una mujer de carácter fuerte, a sus 23 años ella está dirigiendo la empresa familiar, su abuela que es la persona a la que más respeta le pide que se casé, pues quiere tener nietos. Dalia no está de acuerdo pero para complacerla decide casarse, aunque no será con cualquiera. Debe ser con alguien que ella pueda manejar.
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Capitulo 8
Para el cumpleaños 18 de Dalia, su padre aparece y le organiza una gran fiesta, con la que por supuesto, ella no esta de acuerdo, sabe que eso no más que un circo, donde ella es la principal atracción para los hombres ricos.
Ahora es oficialmente, una mujer legal, con la que cualquier hombre podrá casarse. En esa fiesta hay de todo, jóvenes de su edad, hombres de 25 a 30, y hombres maduros de 45 a 60.
— Hola Dalia. — Saluda un invitado.
— Hola.
— ¿No te acuerdas de mi? — Dalia lo observa bien.
— No.
— Soy Renato del Castillo, fuimos juntos en el primer año de secundaria. — Ella sigue sin saber quién es el. — Está bien si no recuerdas. ¿Quieres bailar conmigo? — Aunque no le gusta, ella lo acepta, la familia del Castillo es la segunda más importante del país, si ella está con el, otros no la molestará.
— Felicidades por tus 18.
— Gracias.
— ¿Quieres ir a...?
— Renato, no me lo tomes a mal. Pero te acepté para que esos viejos no se me acerquen. ¿Puedes ayudarme, o buscó a alguien más?
— Te ayudo con gusto.
— Gracias.
Bernardo observa detenidamente lo que su hija hace. Con quién habla, con quién parece tener mala relación. Todo. Absolutamente todo. Al final de la fiesta, el le pide hablar unos minutos.
— Estoy cansada papá. ¿No podemos hablar mañana?
— Esto no tomará mucho tiempo.
— ¿De que se trata?
— Ya cumpliste 18, mis obligaciones contigo han terminado. ¿Qué piensas hacer?
— Seguiré estudiando.
— ¿Con que dinero?
— Eso no debe preocuparte. — Dalia oculta información sobre la herencia, los únicos que saben son ella, Elíseo, y su abuela materna, pues es la que administra sus bienes. Y la que pidió que no se revelará nada, de lo contrario su padre le hubiera quitado cada centavo.
— Me preocupa. No pienso mantenerte un día más. Mañana te vas de está casa, vivirás con la familia del Castillo, ellos me han pedido tu mano. — Dalia estalla en carcajadas. — ¿De que te ríes insolente?
— Padre. Me has dicho un buen chiste.
— No es un chiste. Has tu maleta. Por qué mañana te vas.
— Ni voy a hacer mi maleta, ni me voy a ir de está casa. Y mucho menos con la familia del Castillo.
— ¿No pasaste la mayor parte de la noche con Renato?
— Eso no significa que me quiera casar con el.
— Tomé mi decisión, serás parte de la familia del Castillo.
— No quiero.
— Esa familia, el la segunda más importante del país. Su hijo es un muchacho serio, estudioso y atractivo. ¿Qué pero le pones?
— Yo no soy una marioneta papá, no me voy a casar con un hombre que me tratara cómo tú trataste a mi madre. ¿Lo has entendido? No me voy a casar. Fin de la discusión.
Dalia va a su habitación muy molesta, soño por meses con ser mayor de edad, ahora todo se ha convertido en una pesadilla, una pesadilla de la que por supuesto, va a despertar.
... A la mañana siguiente, su padre se encuentra desayunando con todos sus hijos y nuera. Dalia baja y se sienta con su familia.
— ¿Anoche no te quedó claro lo que te dije?
— Parece que al que no le quedó claro es a usted.
— Eliseo. Espero que seas razonable.
— Soy muy razonable padre.
— Me da gusto. Has lo correcto.
— Dalia. Puedes quedarte en esta casa todo el tiempo que quieras. Yo no tengo problema en mantenerte.
— Pero... — Bernardo quiere intervenir.
— Le hice una promesa a mi madre. Nunca voy a permitir que mis hermanas se casen con un hombre que tú les impongas. ¿Lo has entendido? — El se marcha del comedor molestó. Dalia sonríe.
— No estés tan feliz, haré que el entré en razón.
— Puedes intentar todo lo que quieras. Mi hermano siempre me va proteger. — Ella tiene plena confianza en Eliseo, desde que su madre murió, el ha cuidado de ella y Elisa, ambas lo adoran a pesar de las diferencias que suelen tener.
— Así tengas el apoyo del mismísimo presidente, tú vas a hacer lo que yo te ordenó. Por algo te di la vida.
— Tu no me diste la vida, tú solo pusiste la semilla con la que mi madre tuvo que cargar por nueve meses.
— Parece que mi semilla estaba defectuosa.
— Yo creó lo contrario. Con permiso y buen provecho. — Dalia se levanta de la mesa, su cuñada va junto a ella.
— ¿Estás bien?
— Si.
— Parece que tú padre es igual al mío.
— No lo he visto en años, y lo primero que hace cuando aparece es buscarme marido.
— Pero tú nunca te vas a dejar. Eres la mujer mas valiente y fuerte que conozco. Ojalá mi hija sea como tú.
— Si. Ojalá. — Dalia presta mayor atención. —¿Qué hija?
— Estoy embarazada.
— ¿Qué? — Dalia abre la boca. — ¿Pero cómo?
— ¿Quieres que te lo explique? — Maritza se ríe.
— No gracias. Los detalles no son para mí. Pero yo, pensé que te seguías cuidando.
— Se me olvidó.
— ¿Estás contenta?
— Si. Mucho.
— ¿Elíseo ya sabe?
— No se cómo decirle.
— Escríbele en un papel. Ve ahora. El se pondrá muy contento.
— ¿Tu crees?
— Estoy segura. Ve. — Maritza corre a su habitación, ella entra y ve a Elíseo observar desde la ventana, ella le toca su hombro y el voltea la cabeza.
— Hola amor.
"Me gustó cómo defendiste a tu hermana."
— Gracias.
"Ojalá cuides así a nuestra hija"
— La cuidaré aún más. Espera. ¿Qué hija? — Maritza se toca el abdomen. — ¿Estás embarazada? — Ella asiente. Elíseo se emociona tanto que casi se levanta de su silla. Pero lo evita y sólo le abraza la cintura. — Es la mejor noticia que he recibido.