Emilia es una joven que ha sufrido mucho en su vida. Aun así, lleva una luz en su interior inquebrantable. Ella se la atribuye al amor que siente por alguien que cambió su manera de pensar hace muchos años. Sin embargo, cuando supone que al fin podrá ser feliz al lado de ese hombre. Descubre que su matrimonio con él solo fue arreglado por sus familias y en realidad él no la recuerda. Ella hará todo lo posible para que el brillo en sus ojos no se apaguen hasta que él la reconozca.
Aun así, Marco no es un hombre fácil. Diagnosticado desde joven con un desorden mental que le impide acercarse a las mujeres, termina aceptando un matrimonio por contrato que para él es solo un fastidio.
¿Logrará recordar a Emilia antes de que el brillo en sus ojos, reflejo del amor que siente por él, desaparezca?
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Una noche, un trauma
Capítulo siete
Marco se enojó con Emilia por la actitud que había mostrado ante él. Una que lo había hecho ponerse nervioso. Una muchachita que no pesaba más de cincuenta kilos y media poco más de un metro setenta. Él le llevaba al menos treinta centímetros por encima y veinticinco kilos de músculos, y aun así se atrevía a hacerse ver con él. La empujó haciéndola caer sobre la cama. Se recostó sobre ella, sujetándole ambas manos sobre su cabeza con una sola de sus manos. La miró de arriba abajo, aunque no había mucha carne de donde sostenerse, no podía negar que su piel era preciosa, sus curvas muy marcadas, y sus pequeños pechos parecían deseosos de una caricia. ¿Por qué una mujer así lo atraía tanto? Nunca había deseado poseer a nadie, incluso el amor que sentía por Margarita a veces le parecía platónico, pero con Emilia su entrepierna reaccionó incomodándose más aún. Un gemido de dolor, por presionar sus manos, lo sacó de sus pensamientos.
—¿Supones que te dejaré decir esas cosas? Aunque lo intentes, nunca estarás a la altura de Margarita. Espero que te quede claro —dijo lleno de rabia, para después apartarse de ella. Claramente, no era lo que él esperaba sentir.
—¿Cuál es la razón por la cual viniste a mi dormitorio? —preguntó Emilia un poco triste, ajena a lo que le estaba haciendo sentir. Que él hablara de otra mujer de esa manera hacía que se sintiera mal.
—Me iré de viaje y espero que te comportes en mi ausencia. No quiero tener que volver por quejas de mi padre o porque me informen que hiciste algún desastre —Marco se ponía extraño cuando hablaba con Emilia. Por un lado, sentía que necesitaba odiarla, ya que ella venía a ocupar el lugar de Margarita. Pese a eso, por otro lado, una calidez empezaba a invadirlo. Él que no soportaba que lo tocaran acababa de tocar las muñecas de Emilia con sus manos desnudas y había sentido como su cuerpo se tensaba. ¿Por qué esta mujer lo hacía sentir así?
Después de la discusión que habían tenido, Emilia se fue a dormir triste. No solo porque Marco se iría por una semana y no podría verlo. Si no porque pensar en que había otra mujer ocupando el corazón de su amado la preocupaba demasiado. Tal vez lo que ellos tuvieron no había sido tan importante para él como para ella; al punto de que había conseguido seguir adelante y enamorarse de otra. Una mujer que ella ni siquiera conocía y que él estaba dispuesto a defender incluso sin estar juntos.
Para desgracia de Emilia, esa noche comenzó a llover devolviéndole a la joven muchacha recuerdos de su infancia. Entre sus pesadillas, la más recurrente traía a su mente un día oscuro en el que Emilia era pequeña, y se encontraba jugando con sus hermanastros en el campo de su padre. Estos siempre la molestaban, pero ese día se pasaron. La dejaron sola en medio de las plantaciones, ella era muy pequeña para poder ver a través de la plantación. Pronto oscureció y ella no pudo encontrar el camino a casa. Llamó a sus hermanos para que dejaran el juego, pero ellos ya estaban cenando con su padre, mintiéndole y diciendo que ella se había quedado dormida temprano.
Durante la noche comenzó a llover. La pequeña Emilia había perdido la compañía de su madre hacía poco, ella estaba muy enferma y había tenido que ser hospitalizada. Por lo cual se sentía no solo triste sino también desprotegida. Al mirar en todas las direcciones y no encontrar la luz que la llevaba a la casa de campo de su padre empezó a tener cada vez más miedo. Nada a su alrededor, solo oscuridad. Una que parecía interminable, densa e incluso turbia. Emilia lloró durante toda la noche, la tormenta se desató al punto de que ella entrara en pánico y gritar a cada vez que se escuchara un trueno. Era tan pequeña cuando eso ocurrió que; al encontrarla al otro día los empleados de su padre, la niña no pudo hablar. Después de ese acontecimiento, Emilia permaneció muda por mucho tiempo. No importaba lo que los médicos hicieran, ella no hablaba, era como si esa tormenta se hubiera llevado su voz. Aun así, logró terminar el colegio primario sin ningún tipo de problema, y con las mejores calificaciones. Aunque nadie se acercaba a ella por ser tan extraña.
Aunque empezó a hablar de nuevo, los días de tormenta su imposibilidad para hablar regresaba y solo podía gritar. Fue todo tan difícil para Emilia que su padre se cansó de ella y la empezó a encerrar en el sótano de su casa, al principio los días de tormenta, después cuando sus hermanos decían que Emilia había hecho algo, y finalmente solo por frustración. La muchacha había pasado a ser la descarga de todos los hombres de su familia; de su ira, su enojo, sus inquietudes. Si algo ocurría, Emilia debía ir al sótano para que todos se calmaran. Ella normalizó esta conducta.
Emilia, despertó tras escuchar un trueno y todo comenzó a ocurrir de nuevo. No podía dejar de gritar ante el pánico de su antiguo trauma. Marco ya no estaba en su casa, pero los lamentos de Emilia se empezaron a escuchar en toda la mansión. El mayordomo fue hasta su cuarto y tras abrir la puerta vio a muchacha recostada. Estaba pálida y sudorosa como si hubiera visto un fantasma. Tapaba sus oídos y cada vez que la tormenta se hacía oír ella gritaba pidiendo ayuda. Sin saber qué hacer, llamó al médico de la familia y se quedó con ella hasta que este llegó. Emilia solo podía repetir la palabra ayuda, y su mirada estaba perdida. Por lo que el doctor Donéis, al ver el cuarto oscuro, se dio cuenta de que ella tenía una fobia. Le pidió al mayordomo que preparara un cuarto que tuviera muchas ventanas; y que lo llenara de velas para iluminarlo. También le dio una medicación a Emilia, la cual colocó debajo de su lengua y la abrazó esperando que la joven regresara en sí.
Autora: Osaku