Mi novio comparte techo con su ex (él insiste en que son solo amigos). Las discusiones son frecuentes y mi intuición me alerta, aunque sin evidencias. Además, un niño con tendencia a los incidentes ha entrado en mi vida y ahora soy su tutora. ¿Por qué este joven ocupa tanto mi mente?
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El Restaurante de sushi
No me lo podía creer, ¡de todas las personas del mundo, tenía que ser él el hermano de Iván!
Sentí que la tierra se abría bajo mis pies, lista para tragarme entera. Después del numerito que monté la otra vez, mi nivel de vergüenza estaba en la estratosfera. Lo observé de reojo un segundo. Su cara reflejaba la misma tranquilidad de su hermano, pero algo en su mirada me decía que no le hacía ninguna gracia verme. ¿Le molestaba mi presencia?
—Ah, ¿así que el favor era que Helen fuera tu tutora?—preguntó Daniel, intentando aliviar la tensión—. Bueno, bro, no te quejes—se acercó a Leo y le rodeó el cuello con el brazo—. Pocos tienen el privilegio de recibir clases de semejante maestra. Aprovecha esta oportunidad de oro.
—Hmm. Ya veremos.
¿Qué significaba ese "ya veremos"? ¿Dudaba de mis dotes de enseñanza? ¿Me subestimaba? ¡Qué soberbio!
Lilly me miraba con una sonrisa de "te lo dije". Por mi cara, seguro que adivinó que él era el famoso Leo del que le hablé hace unos días.
—Uf, esto va a terminar en desastre...—murmuró.
—Espero que podamos llevarnos bien y que logremos grandes avances durante el tiempo que dure esto—dije, intentando sonar profesional. Leo curvó los labios en una sonrisa ladeada.
—Pero no vayas a llorar cuando te des cuenta de que no soy un alumno fácil. Porque no pienso volver a comprarte dulces.
Un silencio incómodo se apoderó del ambiente. Todos nos miraban con confusión, excepto Lilly, claro. Su indiscreción me obligó a desviar la mirada y a juguetear con mi pelo, mi tic nervioso en situaciones incómodas.
—Je, je. Qué curioso, ¿no? Tendré que prepararme para el verdadero reto. Bueno, yo me voy despidiendo. El partido estuvo genial, a pesar de la derrota. ¡Nos vemos mañana!—balbuceé a toda velocidad.
—¿No te quedas? Íbamos a invitarles a comer y luego podíamos ir a mi casa a pasar el rato—me detuvo Daniel. Se acercó a mí y me habló en voz baja:
—Por favor, no te vayas, o ella no se quedará—se refería a Lilly, claro. Sus ojos parecían los de un cachorrito abandonado, acompañados de un puchero fingido.
Quería escapar a toda costa, pero no podía negarme. Al final, terminé cediendo. Nos dirigimos a un restaurante de sushi. Era mi primera vez probando esa especialidad. Tenía expectativas altas y un poco de miedo por el sabor. Si me hubieran dado a elegir, habría optado por una pizza o algo más "normal".
Tras una breve espera, llegaron las bandejas con la comida. Los chicos tenían un rugido de tripas que se escuchaba a kilómetros. El cansancio del partido les había abierto el apetito.
Todos empezaron a comer, y fue ahí cuando un nuevo problema se presentó ante mí: los malditos palillos. ¿Cómo hacían los asiáticos para comer con esas cosas? Intenté imitar a los demás, pero cada vez que intentaba agarrar un roll, terminaba resbalándose y cayendo sobre la mesa. La vergüenza me estaba consumiendo.
Para mi desgracia, Leo estaba sentado a mi lado, lo que hacía que mis nervios estuvieran aún más a flor de piel. De repente, él dejó sus palillos sobre una bandeja y, tras tragar el último bocado, habló:
—Nunca has comido sushi, ¿verdad?
Todos me miraron.
—¿Por qué no nos dijiste nada, Helenita? Podríamos haber ido a comer algo que sí conocieras—intervino Iván.
—Todos parecían querer venir aquí, y no quería arruinar sus planes. Además, no me importa probar cosas nuevas.
Leo se acercó a mí con una confianza pasmosa. Tomó mis manos entre las suyas y colocó los palillos en la posición correcta.
—Así se agarran. Uno aquí y otro acá.
—¿Así?—pregunté, intentando imitar sus movimientos. Él intentaba corregirme, pero yo no entendía del todo.
—Bien, ahora muévelos de esta manera e intenta tomar uno—Y así lo hice. Una emoción infantil me invadió, como si acabara de aprender a montar en bicicleta.
—¡Lo agarré, lo agarré! ¿Estás viendo?
—Sí, ahora cómetelo. Solo no vayas a... morderlo—era demasiado tarde—. El sushi se come entero, o se desarma.
—¿En serio, Leo? ¿Entero?—dijo Milton con doble sentido, uniéndose a la conversación.
—Esa no me la sabía, bro. ¿Así que a la boca... directo?—siguió el juego Daniel. Esos dos eran dinamita cuando se juntaban. Eran más peligrosos que payaso con motosierra.
—A ver, a ver. Haznos una demostración práctica.
—Maricones—se quejó Leo antes de meterse un roll en la boca.
—¡Uf! ¡Qué bocaza!—saltó Daniel.
—¿Dónde aprendiste eso? Todavía eres menor de edad.
Y así siguieron el resto de la comida. Bromeando con Leo por cada cosa que decía. Una vez que terminamos, fuimos a casa de Daniel, donde nos pusimos a charlar mientras él y Leo jugaban videojuegos. En un momento dado, me animé a participar y me gané un "no esperaba que fueras tan buena" de su parte.
Lilly, por su parte, no la estaba pasando muy bien. Iván no paraba de elogiarla y de confesarle su amor, pero ella lo rechazaba con su lengua afilada. La tarde, por fin, llegó a su fin y cada uno regresó a su casa. Antes de despedirme, Iván me recordó que al día siguiente comenzaban las tutorías para Leo. Su rostro cambiaba cada vez que hablaba del tema, pero no entendía por qué.
Me lo pasé tan bien con mis amigos, que no me di cuenta de que Javier me había llamado y escrito varias veces después de que le avisara que saldría a comer con ellos. Cuando llegué a casa, lo llamé, pero no respondió. A los pocos minutos, me envió un mensaje largo y contundente:
"Espero que te lo estés pasando bien con tus amigos. Son las ocho de la noche y aún no te has dignado a responder mis mensajes. Eso me da mucho que pensar. Llamé a tu madre y me dijo que aún no estabas en casa. Si ya no quieres nada conmigo, dímelo y ya. Pero no me tengas aquí como un idiota detrás de ti. Si los prefieres a ellos antes que a mí, perfecto, quédate con ellos. Pero luego te arrepentirás cuando te des cuenta del error que has cometido. Por fin entiendo que todo ese amor que me profesabas no era real. Así que lo mejor será dejarlo hasta aquí. Siempre preferiste pasar el rato con ellos antes que conmigo..."
Un suspiro pesado escapó de mis labios. No era la primera vez que decía esas cosas. Al principio me preocupaba, lloraba y rogaba que no me dejara, pero después entendí que era una forma de llamar la atención. Justo cuando iba a responder, llegaron un montón de mensajes nuevos:
"¿Tú me quieres? ¿Quieres seguir conmigo? Te extraño, te necesito, amor..."
Siempre era lo mismo. Aunque intentara explicarle mil veces que no los prefería a ellos, que no pasaba nada con ellos, que no me gustaban, de la forma más pacífica posible, él solo quería creer lo que su mente retorcida le decía. Al final, terminábamos discutiendo como tantas otras veces. Sus celos sin sentido solo me alejaban de él y me frustraban aún más. No había razones para desconfiar de mí, yo era transparente y le contaba mi día a día con todo lujo de detalles. Pero cuando yo opinaba algo sobre él, como lo que pasó con su ex novia, él se transformaba y me acusaba de ser la tóxica. Le había sugerido ir a terapia de pareja, pero él estaba convencido de que nosotros estábamos bien.