Sexto libro de la saga colores.
Tras seis años encerrada en un convento, Lady Tiffany Mercier encuentra la forma de escapar y en su gran encrucijada por conseguir la libertad, se topa con Chester Clark, un terrateniente que a jurado, por motivos personales no involucrarse con nadie de la nobleza.
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7. Sorpresas inesperadas
...TIFFANY:...
— El Señor Chester y la institutriz siempre se quedan hasta tarde, no entiendo por qué va tan atrasado — Dijo uno de los niños, afuera en el patio.
Había más niños de diferentes edades y también otras institutrices.
Llamó mi atención lo que comentó el niño.
Si Chester se quedaba después de las lecciones, debería saber mucho más. Al menos que las razones por la que se quedaba fueran otras o puede que su retraso en el aprendizaje fuese más grave.
— Parece que es muy burro — Rió el otro niño — O está muy enamorado de la institutriz y por eso no aprende.
¿Enamorado?
A decir verdad me percaté de las muchas miradas que le daba la institutriz.
El señor Chester despreció mi ayuda cuando me acerqué, pero si accedió a tomar la de Merida.
Eso tenía sentido.
Me estaba haciendo sentir muy enojada.
— Señorita Tiffany ¿No es su novio? — Preguntó una de las niñas y me sonrojé.
— No, claro que no, es solo un amigo, vayan a casa.
Se marcharon después de despedirse de mí, corriendo colina abajo hacia las casas arrendadas.
Giré mi atención hacia la escuela.
Estaba casi segura de que yo tenía mejor educación que esa tal Merida.
La nobleza siempre pagaba por los mejores tutores, pero claro, los amoríos tenían más relevancia.
La muy desgraciada solo me iba a permitir ayudarle a los niños cuando ella lo decidiera, del resto no podía interferir en sus lecciones, pensé que sería de mayor utilidad.
No me apetecía quedarme sentada sin hacer nada.
Iría a buscarlo, no iba a estar esperando afuera como una tonta mientras el señor Chester se dedicaba a endulzar el oído de la institutriz.
Caminé con rapidez hacia adentro y me detuve frente a la puerta.
La abrí de una vez.
Observé hacia adentro, pero me quedé pasmada ante lo que presencié.
La institutriz estaba besando al señor Chester y no solo eso.
Bajé mi mirada.
Él tenía los pantalones abiertos y la mujer le tenía agarrado el miembro.
Ambos me observaron.
— Ya veo que interés tiene por aprender — Gruñí, volviendo a cerrar la puerta.
Salí rápidamente hacia la carreta.
Volví a cubrirme la boca.
Creí que era diferente, que él no era un depravado, pero al parecer todos los hombres eran iguales.
Me sentía decepcionada y asqueada.
Recordé a esa mujer besándolo y tocando.
Sentí más rabia.
— ¡Señorita Tiffany!
El Señor Chester volvió, colocándose frente a mí y retrocedí. Al menos tenía el cinturón acomodado, pero nada podía borrar la imagen en mi cabeza.
Tenía el rostro sonrojado, me observó como si le avergonzara lo que hizo cuando claramente se veía que lo disfrutaba.
— ¡Lo siento, lo que vió allá no es lo que...
Elevé mi mano — ¡No quiero hablar de eso, no es mi problema, pero ya veo que usted no es diferente, es un degenerado sin vergüenza!
Se quedó desconcertado.
Subí a la carreta.
— Señorita...
— Quiero volver, vamos — Corté.
Él rodeó la carreta y subió a su lugar.
...****************...
Llegamos a la propiedad y me mantuve sin dirigirle la palabra, sentía su mirada en el camino, pero no le presté la mínima atención.
Bajé de la carreta al llegar y me metí directo a la casa.
Esa imagen seguía rondando en mi cabeza.
Entré en la sala y sentí un agarre en el brazo.
Rápidamente me zafé y retrocedí.
El Señor Chester me observó bastante impactado por mi reacción.
— Señorita Tiffany, no quiero que piense que soy un degenerado... Lo que sucede es que...
— No me importa sus amoríos — Gruñí y se estremeció — Lo que me enoja, es que creí que tenía el más mínimo interés en superar su limitación en la lectura y la escritura, pero solo usa sus lecciones como excusa para andar en las faldas de la institutriz.
— ¡No uso eso como excusa, yo si quiero aprender! — Gruñó, con expresión irritada — ¡Acepto que no debí involucrarme con Merida de esa forma, pero pensé que eso no sería un obstáculo para seguir con mis lecciones, la institutriz no a tenido interés en enseñarme... Solo piensa en... — Se sintió un poco incómodo y enterró una mano en su cabello — Entiendo que para una monja debe ser muy bochornoso lo que vió...
— ¡No me abochorna en lo absoluto! — Dije, muy enojada y me evaluó — ¡Los hombres son más débiles en cometer actos indecentes, pero usted debió ser honesto, decir que solo iba a la escuela para ver a su amor!
Chasqueó la lengua — ¡No es mi amor, solo es mi amante, pero le juro que eso se termina...
— ¡A mí no debe jurarme nada, si quiere, puede seguir en lo suyo, pero fuera de la escuela. Estoy segura de que a la duquesa no le gustará saber que en su escuela se cometen actos sucios, no seré parte de este enredo!
La nuez de su garganta se agitó.
— No soy un degenerado, soy un hombre decente, es primera vez que sucede algo así dentro del salón, nunca uso las instalaciones para hacer ese tipo de cosas...
Los malos recuerdos se empeñaron en querer rasguñar en mi mente.
— ¡Si esa institutriz no tiene la responsabilidad y la seriedad para cumplir bien con su trabajo, yo si lo haré! — Gruñí, señalando el suelo y se tensó — ¡A partir de hoy pondrá seriedad a sus lecciones, después de cena, todos los días, dedicaremos una o dos horas a su aprendizaje!
— Créame, lo único que quiero es aprender, dejar de ser un bruto, haremos eso.
Me marché a mi habitación, al cerrar la puerta me apoyé en ella.
Las lágrimas empezaron a salir de mis mejillas.
Esa mujer era bonita, tenía un cabello precioso y no estaba dañada como yo.
Recordé como lo tocaba.
No parecía estar aterrada por eso cosa enorme, era demasiado grande y largo, aún así estaba allí, provocando al señor Chester.
Jamás podría acercarme tanto a un hombre, tampoco tocarlo de esa manera y mucho menos sentirme segura en sus brazos.
Yo era fea y estaba tan rota, con una vida desgraciada. Ningún hombre iba a querer tocarme así, tan sucia y traumada.
Sentía celos de esa mujer, ella si podía disfrutar y no tener temor, no sufrir.
...****************...
El señor Chester tenía el cabello húmedo y despeinado, llevaba una camisa holgada que dejaba ver un poco del vello en su pecho.
Estaba sentado, apoyando los codos en la mesa de la sala.
Aún parecía apenado.
Abrí los libros, rebuscando en ellos mientras él mantenía su libreta abierta.
Había un candelabro iluminando sobre la mesa.
— ¿Qué se le dificulta más?
— La escritura y la pronunciación de algunas palabras. A veces las escribo al contrario, en una posición que no van — Se rascó la nuca.
— Solo hay que memorizar — Dije, observando su libreta, sentada a su lado, me tensé un poco ante la cercanía — Así como memorizó los números y aprendió a hacer cuentas, así debe hacer con la escritura y la lectura, sin una no puede existir la otra.
Empecé a explicarle y también a ponerle ejercicios.
Le enseñé como pronunciar mientras señalaba con la pluma en la libreta e imitó lo que dije.
— Con una sola lección he comprendido algunas cosas — Dijo, un poco más animado.
— Aún le falta, continuaremos mañana — Cerré el libro después de dos horas practicando.
— Gracias... Estoy sumamente apenado por lo que sucedió — Dijo, observandome, a la luz de las velas, sus ojos brillaban como el oro.
— No se preocupe, mejor olvidemos eso.
Si supiera que una noble era la que le estaba enseñando sobre escritura y lectura. No pensaba decirle, pero con lo que me confesó guardaría más mi secreto.
Solo hasta que me tocara marcharme.
Al pensar eso, me sentí un poco insegura, me estaba acostumbrando a ese lugar tranquilo y sencillo.
— Pensé en renunciar al trabajo — Confesé y frunció el ceño.
— ¿Por qué?
— No siento que pueda ser útil a esos niños.
— Usted es útil — Dijo, inclinándose sobre la mesa — Acaba de demostrarme que es muy buena institutriz y es muy dedicada.
— Espero que su amante me deje participar un poco más.
Inhaló profundamente — No quiero que piense que soy un libertino...
— Es su vida, no me debe explicaciones — Dije y apretó la mandíbula — Pero, le pido que en la escuela, solo piense en sus lecciones.
— Le diré a Merida que le dé más participación.
— No hace falta.
— No renuncie, necesita el dinero para marcharse — Dijo y me quedé callada.
Puede que estuviera cómoda, pero tenía un trato con el Señor Chester, mi estancia era pasajera y él no parecía olvidarlo.
Quería que me marchara pronto.
— Cierto — Me levanté — Buenas noches.
— Buenas noches, señorita Tiffany.
...****************...
Salí al patio a la mañana siguiente, soltando un suspiro ante la frescura de la mañana y el canto de las aves.
Caminé por los alrededores para buscar leña, no había en la cocina.
Los golpes del hacha se escuchaban y me acerqué al almacén.
Afuera estaba Chester, cortando leña sobre un tronco.
Bajaba el hacha a toda velocidad, haciendo un corte recto en la madera.
Observé como los músculos de los brazos se le tensaban, como sus hombros se movían.
— ¡Señor Chester, se acabó la madera!
Elevó su mirada, dejando el hacha colgando de su mano.
— Si, había olvidado cortarla.
Tenía la frente sudada y el cabello se le pegaba a la piel. Los pectorales se le marcaban por encima de la tela y también el abdomen tallado.
Mi corazón estaba acelerado sin razón y mis mejillas se sentían calientes.
Soltó el hacha — Hay que cortar otro tronco.
Caminó hacia el almacén y me metí bajo el chalé en el que estaba.
Observé el hacha y tomé el mango.
Intenté levantarla.
Estaba pesada.
El Señor Chester volvió, cargando con un enorme tronco en el hombro y me quedé con las cejas alzadas.
Lo soltó sin mucho esfuerzo sobre el otro tronco enraizado a la tierra.
El suelo se estremeció.
Elevé el hacha, pero perdí el equilibrio y caí al suelo, sobre mi trasero.
— Oiga, no debería levantar eso, no es trabajo para una señorita como usted — Dijo, agachándose, tomó el hacha que quedó en mi regazo, como si no pesara nada.
Elevé mi rostro, el suyo estaba cerca del mío.
Se quedó observando.
— ¿Soy demasiado flacucha?
— No, el hacha es pesada.
— Si tuviera su fuerza no me pareciera de ese modo — Dije, quedándome en el suelo, se quedó agachado.
— ¿Le parezco fuerte?
— Es obvio que lo es. En cambio yo, soy tan débil como una hoja.
— Difiero de ese argumento — Observé el movimiento del su pecho, al compás de sus respiración pesada.
— Usted lo dijo, tiene muy mala memoria.
— Puedo cambiar de opinión, es delgada, pero fuerte para sus labores y también dedicada — Reparó mi cabello y me incomodó.
— También tengo el cabello feo.
Resopló — Su cabello es precioso, es hermosa.
El corazón se me aceleró más y entre abrí mis labios ante su intensa mirada.
— Eso no es cierto, soy fea...
— No tiene idea de lo que dice — Me tocó la mejilla y me estremecí — Tiene muy mal concepto de usted misma.
Luché para apartarme de su toque, al presentir que mi temor iba a estallar.
Pero, su caricia era suave y no me desagradó.
— Chester — Dijo alguien y él se apartó, alejándose de mí, caminando hacia la persona que llegó.
— No esperaba una visita tempranera.
— ¿Estás cortando leña?
— Así es ¿Quieres ayudar?
— He estado practicando en la hacienda, mira mis músculos ¿Dime, crecieron un poco?
— Si, pero no sirven de nada si no hay fuerza.
— Dame esa hacha, te lo voy a demostrar.
Chester volvió y recogió una leña.
— Ya vuelvo — Dijo, elevando una comisura hacia mí.
Toqué mi mejilla y me levanté del suelo, caminé hacia él, pero me detuve al escuchar el hachazo y caer en cuenta que esa voz me era familiar.
Observé hacia atrás.
Había un hombre esbelto, de cuerpo atlético.
— Disculpe...
Dejó el hacha clavada en el tronco y me observó.
Era un hombre guapo, de cabellos dorados y ojos grises, tenía la mandíbula marcada.
Me evaluó y parpadeó varias veces, luego observó de pies a cabeza y hubo un gesto de impresión.
— ¿Tiffany? — Se sorprendió.
— ¿Quién eres tu? — Estrechó mis ojos, su voz me era familiar, pero su apariencia no me decía mucho.
— ¿No me reconoces? — Se impresionó — Eso significa que sí he cambiado — Celebró, colocando sus manos en sus caderas.
Lo evalué detenidamente y me sorprendí al percatarme.
— ¿Eres mi primo Leandro?
— Así es — Dijo, riendo.
La última vez que lo ví era un chico obeso, pero ahora era un hombre muy diferente, musculoso y guapo.
Los años encerrada no me habían golpeado tanto como ahora.
— Pero... ¿Qué haces aquí?
— Lo mismo puedo preguntar, hasta donde se estabas en un convento.
Solté un gemido de sorpresa.
— ¿Conoces a Chester?
— Claro que sí, es mi hermano.
Por eso el odio hacia ella