— Advertencia —
La historia está escrita desde la perspectiva de ambos protagonistas, alternando entre capítulos. Está terminada, así que actualizo diariamente, solo necesito editarla. Muchas senkius 🩷
♡ Sinopsis ♡
El hijo de Lucifer, Azaziel, es un seducor demonio que se obsesiona con una mortal al quedar cautivado con su belleza, pero pretende llevársela y arrastrar su alma hacia el infierno.
Makeline, por su lado, carga con el peso de su pasado y está acostumbrada a la idea del dolor. Pero no está segura de querer aceptar la idea de que sus días estén contados por culpa del capricho de un demonio.
—¿Acaso te invoqué sin saberlo?
—Simplemente fue algo... al azar diría yo.
—¿Al azar?
—Así es. Al azar te elegí a ti.
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Hijo del infierno
Después de haberme convencido, tuve piedad y extendí su tiempo en la tierra. En verdad traté de ser benevolente e interferir lo menos posible en su vida personal. Su presencia no me hacía del todo hostigante, después de todo. Sin embargo, había ciertos casos en los que tenía que seguirla por todas partes, como cuando salía de su trabajo o iba hacia la universidad, como no entendía mucho de lo que pasaba, solo escuchaba cómo tenía el fortísimo deseo de encerrarme en un frasco y dejarme ahí guardado hasta que ella decidiera. Pero con todo, era menos pesada de lo que había imaginado, y su mente más pura de lo que esperaba.
Apenas habían transcurrido unos cuantos días y yo no podía con sus emociones revoloteando de un estado a otro, demasiado efímeras. Por otro lado, cuando analizaba detenidamente las cosas me recordaba a mí mismo que su reacción había sido bastante normal si consideramos que de un momento a otro tenía un demonio cerca rondándole. Es cierto que cualquier otra persona habría respondido mucho peor.
Cuando notaba que estaba ocupada repasando sus apuntes universitarios, desaparecía o permanecía en el sofá, en silencio. Encontraba algo de diversión en interrumpirla, pero respetaba su concentración, tal vez merecía tener paz en ese tipo de cosas para regresar a su insípida vida normal. Igual no es que tuviéramos temas en común para charlar.
Constantemente, se preguntaba qué tipo de cosas pasaban por mi cabeza, pero aunque yo decidiera contarle, la capacidad humana que poseía no le alcanzaría para comprenderlo. Lo que para mí significaba algo cotidiano, para ella era una idea inabarcable. Justo ahora su mente estaba debatiéndose entre seguir atendiendo a la página de su libro de psicología o dejarse invadir por todas las dudas que le habían surgido desde que aceptó mi existencia.
Por mucho que hizo el esfuerzo, la duda pudo más que ella. Se levantó de la mesa, dejando sus libretas de lado, y sin pensarlo se sentó a mi lado, haciendo crujir el cuero con su peso.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—Hay… algo que no me ha quedado del todo claro hasta el momento —mis ojos estaban atravesándola, no iba a ser su tutor de teología. Noté que se arrepintió al verme, pero ya había abierto la boca—. No puedes culparme de sentir curiosidad. Para ti puede ser muy normal todo esto, pero yo estoy tratando de mantener mi buen juicio.
—Bueno, dime. ¿Qué es lo que quieres que te aclare?
Tenía tantas cosas que preguntarme que no me permitía elegir una pregunta en su cabeza. Trágico. Se quedaría con la duda.
—Primero —se acomodó, recogiendo los pies—. ¿Quién se supone que eres exactamente? Eres… ¿Lucifer?
Solté una risa. ¿En qué momento dije que yo era satanás? Trataba de decidir si en verdad era lenta o la confusión de todo le impedía razonar adecuadamente.
—Ya te dije cuál era mi nombre.
—Sí, yo lo sé —aclaró. Se dio cuenta de que la estaba tomando por tonta—. Lo que quise decir es si tu eras el diablo en sí. Digo —levantó los hombros—, podría ser que Lucifer no exista de todas formas, yo no sé nada acerca de eso.
Tomé un momento para contestar, admirando su rostro, disfrutaba la sensación de poder que me daba todo el conocimiento del que disponía.
—Sí existe. Y a decir verdad, es mi padre.
Sentí una mezcla de sentimientos contrariados en ella, por una parte estaba empezando a asimilar que definitivamente esto no era un sueño y por otra, se sentía intrigada de tener al verdadero hijo del diablo tan cerca.
—¿Tu padre?
—Sí, así es —sentí orgullo al repetirlo—. Mi padre es el rey del infierno.
Sintió vergüenza al recordar cómo se había burlado de mí la primera vez que me vio, por haber tenido el atrevimiento de reaccionar así, no era para menos, no la culpo. Y de pronto, lo siguiente en lo que pensó me generó cierta incomodidad.
—¿No era Hades el rey del infierno?
Me inquieté y la atmósfera cambió, pero seguí contestándole.
—No me parece que sea una buena idea que compares a mi padre con Hades —le advertí, le pasó por la cabeza el impulso de cerrar la boca y lo ignoró totalmente.
—¿Puedo preguntar por qué razón? —se atrevió a decir.
—Para empezar, Hades es el rey del inframundo —le aclaré—. Su temor se mezcló con emoción al saber que existían muchas otras cosas que escapaban a su comprensión, lógico—. Mi padre, Lucirer, es el rey del infierno. Y ambos personajes no están en tan buenos términos, si se le puede llamar de alguna manera.
—Pero, ¿cuál es la diferencia?
—Verás, el infierno —continué— es solo un sitio para muertos. El infierno es diferente. El infierno es —sentía que mis ojos se iluminaban mientras explicaba—. Es una tortura constante. Es sufrimiento. Castigo. Dolor puro.
Recogí algo invisible con la mano, como si tomara las sensaciones entre mia dedos, haciéndolas tangibles solo para mí
—¿Y entonces por qué no se llevan bien? Si cada uno se ocupa y reina distintas cosas —era obvio que no comprendería—. ¿Qué pasó con ellos?
La miré de nuevo, intentando tranamitirle que se quedara callada, se quedó quieta al notarlo.
—Mira, comprendo que tu naturaleza mortal te haga sentir curiosidad con toda la información que estás recibiendo, y que por cierto, no deberías. Pero no te recomiendo que tengas muchas dudas sobre eso. Es mejor que no indagues demasiado. Además, es complicado —hice un gesto, restándole importancia—. Tu cerebro colapsatía antes de entenderlo.
Se sintió un poco ofendida, pero no me discutió.
—Está bien —dijo con frustración. Luego, tomó un cojín del sofá que estaba a un costado y lo rodeó con los brazos. Tras unos segundos de silencio, volvió a hablar—. ¿Al menos puedo saber qué es lo qur en verdad harás con mi alma cuando la obtengas?
—¿Cuando la obtenga? —sonreí—. No te equivoques, pequeña. Tu alma ya es mía.
—Ya sabes qué quiero decir —aclaró incómoda—. ¿Qué harás con ella cuando… te la lleve?
Me quedé en silencio, estudiando sus facciones, después acerqué mi cuerpo hacia ella.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí.