En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
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Capítulo 7: Un Pacto con la Oscuridad
El aire dentro del castillo estaba cargado de una tensión que casi se podía tocar. Los sirvientes murmuraban en los pasillos y las miradas furtivas se cruzaban con creciente inquietud. Arabella y Alexander se movían entre las sombras con una cautela redoblada, conscientes de que cada paso que daban era vigilado. La muerte del sirviente leal a los Ravenswood había sido un mensaje claro: estaban cada vez más cerca del peligro, y alguien estaba dispuesto a eliminar a cualquiera que se interpusiera en su camino.
Arabella se encontraba en la biblioteca, sentada en una mesa de roble oscuro, rodeada de antiguos tomos y papeles. Había estado revisando documentos durante horas, buscando alguna pista que los guiara hacia la verdad. Sin embargo, la fatiga comenzaba a nublar sus pensamientos. Cerró los ojos por un momento, dejando que el silencio de la habitación la envolviera.
Fue entonces cuando escuchó un leve crujido proveniente del otro extremo de la biblioteca. Abrió los ojos y vio una figura alta y delgada emergiendo de la penumbra. Reconoció de inmediato al hombre que avanzaba hacia ella: Sir Reginald Crawley.
—Lady Arabella —dijo con una inclinación de cabeza, su voz grave reverberando en la habitación vacía—. Me sorprende encontrarla aquí a estas horas. Parecería que busca algo muy importante.
Arabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que el nombre de Crawley estaba asociado con el complot, pero no tenía pruebas suficientes para acusarlo sin arriesgarse. Adoptó una expresión de tranquila indiferencia y se levantó lentamente de su asiento.
—Simplemente buscaba algún libro que me ayudara a distraer la mente, Sir Reginald. ¿Y usted? ¿Qué lo trae por aquí?
El hombre sonrió, pero no era una sonrisa cálida. Había algo depredador en su mirada, como si sus ojos estuvieran escrutando cada detalle de su rostro en busca de una mentira.
—Oh, lo mismo, querida —respondió él, acercándose unos pasos más—. A veces, un hombre necesita retirarse del bullicio de la corte y buscar respuestas en los libros… o en las personas.
Arabella mantuvo la calma, aunque su corazón palpitaba con fuerza. —Me temo que, últimamente, las respuestas han sido difíciles de encontrar, incluso en los libros más antiguos —dijo con voz firme.
—Eso suele suceder cuando las preguntas que uno hace son peligrosas —replicó Sir Reginald, sus palabras cargadas de insinuación—. Me he enterado de que usted y Lord Alexander han estado indagando en asuntos que no les conciernen. Asuntos que, si no se manejan con discreción, podrían costarles más que su reputación.
Arabella sintió un nudo en el estómago. No podía confiar en Crawley, pero tal vez podría obtener información valiosa de él si jugaba bien sus cartas.
—En tiempos como estos, Sir Reginald, todos debemos ser precavidos. La muerte de ese sirviente ha dejado a la corte en estado de alerta. ¿Cómo podemos estar seguros de en quién confiar? —preguntó, esperando provocar alguna reacción que le diera pistas.
La sonrisa de Crawley se desvaneció, y por un momento, su mirada se oscureció. —La lealtad es un lujo, mi señora. Pero hay quienes están dispuestos a pagar bien por ella —dijo, bajando la voz—. Le sugiero que considere sus aliados con cuidado. Hay más en juego de lo que imagina.
Arabella no tuvo tiempo de responder antes de que Sir Reginald se diera la vuelta y desapareciera en las sombras de la biblioteca. Sus palabras habían dejado una marca inquietante en su mente. Se preguntaba qué había querido decir exactamente con aquello de "pagar por la lealtad". ¿Acaso insinuaba que algunos de los miembros de la corte estaban comprados? Y si era así, ¿quiénes eran los traidores?
Esa misma noche, Arabella y Alexander se encontraron en un ala del castillo a la que casi nadie acudía. Era un lugar apartado, ideal para intercambiar información lejos de los oídos curiosos. Mientras le relataba su encuentro con Sir Reginald, Alexander frunció el ceño, cruzando los brazos con una expresión pensativa.
—Si Crawley sospecha que estamos investigando, entonces sabe mucho más de lo que deja entrever. Esto podría ser nuestra oportunidad de exponerlo —dijo Alexander con un tono decidido—. Si lo presionamos lo suficiente, podría cometer un error.
Arabella asintió, pero la inquietud en su corazón no se desvanecía. —Hay algo más —dijo en voz baja—. Durante nuestro encuentro, tuve la sensación de que Sir Reginald intentaba advertirme. Como si quisiera que me diera cuenta de algo sin decírmelo directamente.
Alexander arqueó una ceja. —¿Advertirte? ¿Crees que puede estar tratando de ayudarnos?
—No lo sé —respondió ella—. Pero no podemos descartar la posibilidad de que esté jugando un doble juego. Después de todo, las lealtades en la corte cambian con el viento.
Alexander se acercó a ella, su expresión se suavizó. —Debemos seguir adelante, Arabella. No podemos permitir que el miedo nos paralice. Si hay algo que está ocultando, lo descubriremos, y entonces podremos usarlo a nuestro favor.
Los días siguientes, Arabella y Alexander se enfocaron en seguir las pistas que los acercaban a Sir Reginald. Lo vigilaban discretamente, tomando nota de con quién se reunía y cuáles eran sus movimientos. Una noche, descubrieron que Crawley había sido visto con un mensajero que entró al castillo disfrazado de sirviente. Siguiéndolo en secreto, los llevó hasta un pequeño establo en las afueras de la ciudad.
Cuando llegaron, la escena ante ellos les heló la sangre: dentro del establo, Sir Reginald se encontraba reunido con un hombre al que reconocieron de inmediato. Era Edmund Ravenswood, quien sostenía en sus manos un cofre pequeño y ornamentado. Mientras hablaban en susurros, Arabella y Alexander se acercaron lo suficiente para escuchar su conversación.
—No hay más tiempo, Edmund —dijo Crawley con voz urgente—. La reina sospecha, y si descubre lo que hemos estado haciendo, todo se vendrá abajo. Tenemos que actuar antes de que ella mueva su pieza final.
Edmund abrió el cofre, revelando un pergamino sellado con el emblema de los Ravenswood. —Este es el último documento que necesitamos. Cuando llegue a manos de la reina, será imposible rastrear la fuente. Todo apuntará hacia los Pembroke.
Arabella sintió un escalofrío recorrerle la piel. El plan no solo consistía en conspirar contra la corona; también incluía hacer caer la culpa sobre su familia. Era un complot para destruir no solo el poder de la reina, sino la reputación y la vida de los Pembroke. Alexander, a su lado, apretó los puños con furia contenida.
—Debemos detenerlos ahora —susurró Alexander, pero Arabella lo detuvo, colocando una mano sobre su brazo.
—No —dijo ella, con la voz apenas audible—. No todavía. Si intervenimos ahora, solo revelaremos que conocemos su plan. Debemos encontrar una forma de hacer que la reina vea la verdad, pero desde adentro, sin levantar sospechas.