Eliza, una noble empobrecida, está desesperada por pagar sus deudas cuando recibe una oferta inesperada: convertirse en espía para Lady Marguerite en el ducado del Duque Richard. Sin embargo, su misión toma un giro inesperado cuando el duque, consciente de las amenazas que rodean a sus hijos, le propone un matrimonio por contrato para proteger a su familia. Eliza acepta, consciente de que su vida se complicará enormemente.
Tras la muerte del duque, Eliza se convierte en la tutora legal de Thomas y Anne, y asume el título de Duquesa de Gotha. Pero su posición es amenazada por Alexander, el hijo mayor del duque, un hombre frío y calculador respaldado por la poderosa familia de su difunta madre. Alexander de Ghota.
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Capitulo 7
Eliza se despertó con una claridad que no había sentido en mucho tiempo.
Sabía cuál era su propósito y no permitiría que nada se interpusiera en su
camino. Los niños necesitaban amor, protección y alguien que estuviera
verdaderamente presente para ellos. Decidida a ser esa persona, Eliza prometió
a sí misma ser sincera con ellos y mostrarles su verdadero ser.
Cuando llegó a la sala de juegos, encontró a Thomas y Anne esperándola con
expectación. Se arrodilló a su altura y los miró a los ojos, permitiendo que su
afecto sincero brillara en su rostro.
—Thomas, Anne, quiero que sepan algo —dijo con suavidad—. He estado
cuidándolos y tratándolos bien, pero no sé si sea lo suficientemente buena,
quiero que puedan confiar en mí.
Los niños la miraron con sorpresa y luego sonrieron. Anne se acercó y la
abrazó con fuerza, mientras Thomas asintió, sintiendo una conexión genuina por
primera vez.
—A mí me gusta mucho Eliza —dijo Thomas, su voz suave pero segura.
—Sí, nos haces sentir seguros y felices —agregó Anne, acurrucándose en el
abrazo.
Eliza sintió una oleada de emociones y supo que había tomado la decisión
correcta. Quería pasar un día especial con los niños, algo que les permitiera
relajarse y ser simplemente niños. Decidió organizar una tarde de pesca.
—Hoy vamos a hacer algo diferente —anunció Eliza—. Vamos a ir de pesca. Será
divertido y relajante, y podremos pasar tiempo juntos al aire libre.
Los ojos de los niños se iluminaron de emoción. —¡Nunca hemos ido de pesca!
—dijo Thomas, dejando ver una sonrisa genuina.
—¿Pescar? ¿Con cañas y gusanos? —preguntó Anne, sus ojos grandes llenos de
curiosidad.
—Sí, con cañas y gusanos —rió Eliza—. Vamos a disfrutar del día y aprender
algo nuevo.
Prepararon todo lo necesario y se dirigieron al pequeño lago cerca del
castillo. El aire fresco y limpio los envolvía mientras caminaban, y Eliza
sintió que una nueva vida se abría ante ellos.
—¡Mira, Eliza! ¡Hay patos! —gritó Anne con alegría, señalando un grupo de
patos que nadaban cerca de la orilla.
—Sí, hay muchos animales alrededor del lago —respondió Eliza, sonriendo al
ver la felicidad en los ojos de Anne.
Thomas, siempre más reservado, parecía más relajado mientras caminaba junto
a Eliza. —Me gusta esto —dijo en voz baja—. Es diferente y tranquilo.
—A mí también me gusta, Thomas —respondió Eliza, apretando suavemente su
mano.
Una vez en el lago, Eliza les enseñó a manejar las cañas de pescar. Thomas,
con su habitual seriedad, prestó mucha atención, mientras Anne reía cada vez
que un gusano se movía en su anzuelo.
—Tienes que ser paciente —dijo Eliza—. La pesca requiere tiempo, pero es muy
gratificante.
Se sentaron en la orilla, las cañas de pescar lanzadas al agua. El tiempo
pasó lentamente, pero de una manera agradable. Hablaron de cosas simples, de
sueños y deseos, de historias de la infancia de Eliza que hicieron reír a los
niños.
—Cuando era pequeña, solía pescar con mi hermano —dijo Eliza, su voz llena
de nostalgia—. Siempre intentaba atrapar el pez más grande, pero él siempre
ganaba. Esos eran tiempos felices.
Thomas la miró con curiosidad. —¿Qué le pasó a tu hermano?
Eliza sintió una punzada de dolor, pero sonrió con ternura. —Él ya no está
con nosotros. Se enfermó y no pudimos salvarlo. Pero siempre lo recuerdo con
cariño, especialmente en momentos como este.
Anne se acercó y tomó la mano de Eliza. —Nosotros también te recordaremos
siempre, Eliza. Eres como una hermana para nosotros.
Eliza sintió que su corazón se llenaba de amor. —Y ustedes son como mis
hermanos.
El día pasó rápidamente, y aunque no atraparon muchos peces, la experiencia
fue inolvidable. Rieron, jugaron y disfrutaron de la compañía mutua. Eliza se
dio cuenta de lo mucho que significaban estos momentos para los niños y para
ella misma.
Al regresar al castillo, Eliza notó que los niños estaban más tranquilos y
felices. Su conexión se había fortalecido, y eso le daba una renovada
determinación para protegerlos.
Esa noche, después de cenar, Eliza recibió un llamado inesperado del duque.
Su corazón latía rápido mientras caminaba por los oscuros pasillos del castillo
hacia su despacho. Al entrar, encontró al duque sentado detrás de su
escritorio, su mirada más suave de lo habitual.
—Lady Eliza —comenzó el duque, su voz más cálida—. Quería agradecerle
personalmente por lo que ha hecho por mis hijos. Su sacrificio y dedicación no
han pasado desapercibidos.
Eliza sintió una mezcla de alivio y gratitud. —Gracias, su excelencia. Los
niños significan mucho para mí, y haré todo lo posible para protegerlos y
cuidarlos.
El duque asintió, su mirada fija en Eliza. —Eso es algo que aprecio
profundamente. Thomas y Anne necesitan a alguien como usted en sus vidas.
Por dicha razon he decidido mostrar mi agradecimiento saldando la deuda de su familia.
—Excelencia eso es demasiado...yo...
Justo cuando Eliza iba a responder, el duque comenzó a toser violentamente,
su cuerpo sacudido por espasmos. Eliza se acercó rápidamente, viendo con horror
cómo el duque tosía sangre en un pañuelo. Antes de que pudiera reaccionar, el
doctor del castillo entró apresuradamente, seguido de varios sirvientes.
—¡Llévenlo a su habitación de inmediato! —ordenó el doctor, tomando el
control de la situación.
Eliza se apartó, permitiendo que los sirvientes llevaran al duque. Su
corazón se hundió al escuchar al doctor hablar en voz baja pero urgente.
—Su condición es terminal. No le queda mucho tiempo.
Eliza se quedó de pie en el pasillo, su mente llena de pensamientos y
emociones. La gravedad de la situación la golpeó con fuerza. El duque estaba
muriendo, y los niños pronto quedarían huérfanos. Sabía que su misión original
para Lady Marguerite era ahora irrelevante. Su única prioridad era proteger a
Thomas y Anne, asegurando que estuvieran seguros y amados.
Con renovada determinación, Eliza se dirigió a la sala de juegos donde los
niños estaban esperando. Sabía que tenía que ser fuerte por ellos, que tenía
que ser la roca en la que pudieran apoyarse durante los tiempos difíciles que
se avecinaban.
Esa noche, mientras los niños dormían, Eliza se sentó junto a la ventana de
su habitación, mirando las estrellas. La crisis interna que había sentido se
disipó, reemplazada por una clara resolución. No importaba lo que el futuro
deparara, ella estaría allí para los niños. Haría todo lo posible para
asegurarse de que tuvieran un futuro brillante y lleno de amor.
Y con esa promesa en su corazón, Eliza se preparó para los desafíos que
vendrían, sabiendo que cada día sería una nueva oportunidad para proteger y
cuidar a Thomas y Anne, los niños que había llegado a amar como si fueran
suyos.