Marta trabaja en un rincón oscuro de la oficina, porque no quiere ser vista. Pero el Presidente Joel del Castillo decide sacarla a la luz, como su mujer.
El es un playboy y ella un ratón de biblioteca. Ninguno de los dos cree en el amor, pero por cuestiones prácticas el necesita esposa y ella... ella no necesita nada de él, ¡pero no consigue quitárselo de encima!
Y así, entre tiras y aflojas, se pasan la vida. Es de suponer que es la clásica historia en la que terminarán juntos pero... ¿y si no?
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Escándalo, es un escandalo
Capítulo 7
Marta salió de casa con tiempo suficiente como para llegar hasta su nueva empresa antes de la hora de entrada. Tenía la idea de tomar un café antes de incorporarse para calmar un poco los nervios del primer día. A pesar de todo, estaba contenta y de buen ánimo. La línea de autobús que debía tomar era diferente de la que cogía anteriormente y aún debía adaptarse a los nuevos horarios, pero es que la empresa actual estaba en una dirección diferente y ventajosamente más cerca.
El trayecto era más corto. En el autobús se sintió un poco extraña por las miradas que parecían lanzarle todos los viajeros. Pensó que seguramente era como “la nueva”. No era raro que todos los días los pasajeros de una línea de transporte se reconocieran, de tanto coincidir de camino al trabajo. Se rió un poco por lo bajo pues parecía que hoy sería la chica nueva en varias áreas, no solo en su nuevo trabajo.
Al entrar en el edificio donde se ubicaban las oficinas de la corporación, recibió miradas de sorpresa y a su paso, susurros misteriosos. Empezaba a ser desconcertante el asunto. Preguntó en la recepción donde estaba la planta de archivos y allí se dirigió. La jefa de área la miró con mala cara cuando llegó frente a ella y Marta de inmediato se arrugó. ¿Qué estaba pasando?. En la entrevista previa, esta mujer había sido una de las que la había valorado positivamente y aunque no era la que tenía la última palabra estaba segura de que había estado a su favor en la selección. ¿Y hoy la miraba mal?.
No podía creer que tuviera tan mala suerte. De malos modos la señora le indicó una mesa en un rincón y otra compañera fue la que le explicó escuetamente algunas de sus funciones y el manejo de las aplicaciones de ofimática, claves de uso común y demás. Le indicó los horarios de descanso y le entregó el protocolo interno en un dossier que debía leerse.
Suspiró y se dio ánimos a sí misma pues sabía bien que las dos primeras semanas en cualquier trabajo eran un periodo de adaptación necesario pero incómodo, de muchas dudas e incertidumbre. A media mañana hizo un parón y fue hasta la zona de descanso de esa planta, a prepararse una infusión y quizá comer una galleta. Todas las cabezas se giraban a verla y lo más extraño de todo era que las miradas iban desde incredulidad hasta malicia.
Era como si todos en esa empresa supieran algún secreto suyo y lo compartieran solo entre ellos. Cosa poco menos que imposible pues allí nadie la conocía. ¿A qué venía entonces ese comportamiento?. Estaba empezando a arrepentirse del cambio de trabajo, pensando en aquello de que “más vale malo conocido, que bueno por conocer”. Se sentía terriblemente mal.
A la hora de salida recogió todo y salió de allí deprisa y murmurando apenas una despedida. En la calle ya, iba con la cabeza gacha y caminando deprisa. Pasaron dos cosas al mismo tiempo.
Una, al girar la cabeza hacia la izquierda su mandíbula cayó al suelo mirando la portada de una revista donde aparecían tres o cuatro fotos de ella, besando al presidente. Su cara y la de él perfectamente retratadas. El ángulo era tan bueno, que parecía como si ella estuviera extasiada con el beso. Él también parecía extasiado, pero en su caso era cierto.
La segunda cosa que pasó es que una riada de periodistas con cámaras a cuestas venía en su dirección pues al parecer ya sabían quién era ella y donde trabajaba. El miedo paralizó a Marta y se quedó allí de pie, sin saber qué hacer. Mientras, ya sentía un millar de flashes que la cegaban y apenas pudo reaccionar un poco cubriéndose la cara, pero sin moverse, como un conejo sorprendido en medio de la carretera y al que deslumbran los faros de un vehículo en plena noche.
Sintió el impacto de un cuerpo enorme contra el suyo, pero no golpeándola sino extrañamente, protegiéndola. Un olor conocido inundó su nariz y no opuso resistencia, ya que de todos modos no estaba en condiciones de tomar ninguna decisión. El hombre que la apretaba contra él y la llevaba casi en volandas, se interpuso entre ella y los agresivos reporteros impidiendo que se le acercaran. Lo siguiente que vio fue la puerta de una limusina abierta y ella sola subió y se apartó permitiendo que su compañero hiciera lo mismo.
El chófer tuvo que luchar un poco para apartar a aquellos insidiosos paparazzi que pretendían inmovilizarlos en esa calle antes de que escaparan. Pero el hombre no solamente era el conductor de la familia. También era un guardaespaldas lo suficientemente hábil como para despejar con unos pocos movimientos a los que les impedían el paso. Así los sacó de allí.
Marta, estaba tan aterrada que pensó que el corazón le estallaba. No podía respirar y pensó si esto sería lo que la gente llamaba un ataque de ansiedad. No lo sabía pues antes nunca estuvo en una situación parecida.
-¿Qué fue todo eso? - le preguntó en voz baja al presidente. No tenía sentido alterarse demasiado, aunque estuvo tentada de echarle la culpa de todo. ¡Bueno y es que tenía la culpa de todo!. Ella no era nadie conocido, su vida era aburrida hasta el infinito, tal y como le gustaba a ella. Y resulta que estaba en todas las revistas amarillistas a día de hoy porque ese hombre, al que la prensa perseguía constantemente, se había plantado en su casa sin permiso, a lamer las heridas de su orgullo. Estaba siendo bastante razonable al no saltarle encima y cachetearlo.
-No sé cómo disculparme. Supongo que me siguieron ayer, pero no sé quién ni por qué. En general me dejan en paz, y yo suelo ser prudente y estar atento a sus persecuciones, pero esta vez me descuidé
Marta suspiró, desesperada. Él se descuidó. Fíjate que tontería. Un descuido llamaba ella a que se derramara el café porque te olvidaste que lo tenías al fuego. O no saber dónde dejaste las llaves cuando justo ibas a salir de casa. O que dejes la ropa dos días en la lavadora porque... te descuidaste.
Un descuido no es que todos los días te sigan los paparazzi y que sabiéndolo, no te asegures de que no te sigan ese día, a esa hora, yendo a casa de una simple ex empleada de forma totalmente inapropiada y con el riesgo de poder joderle la vida. Cosa que pasó así tal cual. Ahora entendía lo de las miradas y critiqueos en la empresa toda esa mañana.
No sabía cómo iba a poder trabajar ahí a partir de ahora, o en cualquier otro sitio, cuando ella no podía soportar toda esa atención que la hacía sufrir realmente. Maldita sea su estampa. Maldito el día en que se lo tropezó en el vestíbulo. Hubiera preferido romperse la boca contra el suelo, dadas las presentes circunstancias.
-¿Y ahora qué hacemos? ¿Una conferencia de prensa negándolo todo y diciendo que ese beso fue un tropezón y se ha magnificado todo?
Joel la miró sin saber si estaba haciendo una broma o era en serio. Un tropezón, claro, que lo iban a creer. Él le había metido la lengua hasta la campanilla y cada segundo de ese beso estaba impreso en un montón de fotos en la revista de mayor tirada del país. Ella aún no había visto sino la portada. Lo de dentro era peor, pues se le veía a él lamiendo sus labios y paseando la lengua en su boca y aunque era cierto que el beso había sido forzado, todas las fotos hacían ver que la mujer estaba entregada al beso y disfrutándolo. Solamente ellos eran conscientes de que eso no había sido así.
Explicarlo, por tanto, era inútil y además ¿que iba a decir? ¿Que la había forzado porque esa mujer no lo soportaba y fue una pequeña venganza de su parte? ¿Que quería seducirla porque tenía el orgullo herido?. No estaba por la labor de exponer su reputación de tal manera. Tocaba hacer una rueda de prensa sin duda, pero el contenido era algo que ya estaban manejando en su departamento de marketing.
-¿Dónde quieres que te lleve?¿a tu casa?
-Sí, por favor. Solo dime que es lo que debemos hacer. No puedo ir a mi trabajo sabiendo que me esperan fuera y tampoco sé si mañana tendré empleo pues hoy toda la empresa me miraba raro y me hicieron pasar un mal rato. Necesito trabajar, pero en esas condiciones no lo conseguiré. Para mí es un infierno ser observada constantemente. No sé si podré soportarlo
-El dueño de Telmark es amigo mío, déjame que te pida unos días libres en lo que decides que hacer. Le explicare la situación correctamente y no se negara a ayudarte sabiendo que eres una amiga y que eres una víctima inocente en todo esto
-No soy tu amiga, Joel
-Lo que sea. No voy a explicarle los pormenores de nuestra relación
-Tampoco tenemos una relación de ninguna clase, dios bendito. Solo tenemos un tropezón en un vestíbulo
Joel la miró, y no pudo contener una sonrisa. Efectivamente, ese era el resumen de su relación, pero ya habían compartido hasta besos. Se echó a reír. Desde luego, Marta carecía de información con respecto a la índole de su "no relación". Ella no quería ser su amiga ni su amante ni conocida siquiera. Pero es que eso no es lo que él opinaba. Él quería todo eso y más con ella. Y ahora que se había montado un espectáculo en torno al beso del día anterior, Joel sin querer se había colocado en una posición de ventaja para cumplir con sus deseos. Le había surgido una oportunidad perfecta y la iba a aprovechar bien.
-En cuanto a las publicaciones en las revistas, dejaremos que se ocupe el departamento de marketing de Gorgona. ¿Está bien?
.¿Podrán arreglarlo? - ella lo miró, ansiosa y esperanzada también
-Algo inventarán. Todo saldrá bien, ya lo verás.
Eso, dicho por él, le causó más desazón que tranquilidad. Después de todo era de la opinión de que cuando alguien te decía "tranquila no te preocupes", era justo el momento de empezar a preocuparse.
Iban llegando a su casa, pero el chofer pasó de largo sensatamente sin detenerse. Marta casi llora al ver la calle llena de periodistas que la esperaban. Joel trató de disimular su mirada de alegría al ver el espectáculo montado fuera del edificio. Esto se iba poniendo mejor cada vez. Tenía todo a su favor. Puso cara de pena y sujetó la mano de la chica, consolándola. Y se marcharon de allí.