Después de mí es una historia de amor, pero también de pérdida. De silencios impuestos, de sueños postergados y de una mujer que, después de tocar fondo, aprende a levantarse no por nadie, sino por ella.
Porque hay un momento en que no queda nada más…
Solo tu misma.
Y eso, a veces, es más que suficiente.
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CAPITULO 5
El camino en auto fue un suplicio. Elías condujo sin hablar al inicio, pero su silencio estaba cargado de reproche. Valeria miraba por la ventana, deseando con todas sus fuerzas no estar ahí.
—¿Sabes qué es lo peor, Valeria? —dijo de pronto Elías, con la voz cargada de enojo—. Que siempre te haces la víctima. Yo trabajo como loco para darte todo, y tú solo sabes criticar.
Valeria soltó un bufido cansado.
—¿Darme todo? ¿Y desde cuándo me das algo más que soledad?
La tensión se mantuvo hasta que llegaron a casa. Valeria bajó del auto sin esperar a que él dijera nada y entró directo a la cocina. No tenía hambre, pero la costumbre la empujó a ponerse el delantal y revisar qué podía preparar.
Elías la siguió, intentando suavizar el ambiente.
—No es necesario que cocines hoy —dijo con un tono que pretendía ser amable—. Pido algo de comer y ya.
Valeria se quitó el delantal sin mirarlo y lo guardó en silencio. Después subió a su habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Elías suspiró, fastidiado, y sacó el celular para pedir delivery. No tardó nada en llegar la comida. Él mismo arregló la mesa, convencido de que un almuerzo tranquilo podía arreglar las cosas. Justo cuando estaba por subir para llamar a Valeria, la puerta se abrió y apareció Nora, su hermana.
—¿Y ese milagro que pediste comida? —preguntó con una ceja alzada—. ¿Valeria está enferma o qué?
—No —respondió Elías, quitándole importancia—. Está enojada conmigo, y como había salido no preparó el almuerzo, así que pedí algo. Termina de servir, yo le aviso que baje.
Nora fue hacia la mesa, pero apenas vio los platos se detuvo en seco.
—¿En serio pediste camarones?
—¿Y qué tiene de malo? —respondió Elías, sin darle importancia—. Son mis favoritos.
Nora lo fulminó con la mirada.
—¿Tus favoritos serán! ¿Ya se te olvidó que Valeria es alérgica? ¿Cómo es posible que lleves años casado con ella y no recuerdes ni eso?
Elías se quedó en blanco. Un recuerdo incómodo lo atravesó de golpe: la vez que Valeria terminó en el hospital por esa misma alergia. Bajó la cabeza, consciente de su descuido.
En ese momento, Valeria apareció en la escalera. Había escuchado la conversación. Al ver los platos en la mesa, soltó una carcajada amarga.
—¿Camarones? Qué detalle, Elías. Muy considerado de tu parte.
Elías se levantó de inmediato, nervioso.
—Cariño, lo siento… he tenido tantas cosas en la cabeza que olvidé que eras alérgica.
Valeria lo ignoró y fue directo a abrazar a Nora.
—Hola, Nora, qué gusto verte.
Nora la estrechó con cariño y luego, mirando a su hermano, dijo en voz alta:
—De verdad, Valeria, no entiendo cómo puedes seguir casada con este idiota. Es mi hermano, sí, pero es un completo imbécil. Solo dime y hablo con Leo, mi amigo abogado, para que te consiga el divorcio.
Solía ser una broma, y Valeria siempre respondía con una sonrisa, diciendo que amaba a su hermano. Pero esa vez, su respuesta fue distinta.
—¿Sabes qué, Nora? Lo he pensado seriamente… y creo que te voy a tomar la palabra.
El silencio se apoderó de la sala. Elías abrió la boca, pero no supo qué decir.
Valeria tomó su bolso con decisión.
—Ustedes dos pueden quedarse a comer. Yo voy a salir.
—Cariño, espera —dijo Elías, intentando detenerla—. Quédate, pediré pasta para ti.
Valeria giró sobre sus talones, con una sonrisa amarga.
—Qué esposo más lindo tengo… También olvidaste que odio la pasta. No me gusta.
Sin mirar atrás, salió por la puerta con la cartera en mano, dejando a Elías con la culpa mordiéndole los huesos y a Nora con una mezcla de sorpresa y orgullo.
Valeria salió sin rumbo fijo, caminando con pasos lentos pero firmes. El aire fresco golpeaba su rostro, y aunque sus lágrimas amenazaban con salir, apretó los labios para contenerlas. No quería regresar a casa, no quería escuchar más excusas, no quería ser invisible una vez más.
Caminó durante horas, sin darse cuenta del tiempo, hasta que el olor salado del mar la envolvió. La orilla se abrió frente a ella como un refugio secreto. Se quitó los zapatos y dejó que la arena fría acariciara sus pies. Buscó un rincón apartado, lejos de todo y de todos, y se sentó.
Con manos temblorosas, sacó de su bolso la carta. La sostuvo sobre sus rodillas sin abrirla. El miedo le apretaba el pecho: no era solo miedo de las palabras que encontraría allí, sino del espejo que esa carta representaba. Su yo adolescente la miraba desde el pasado, inocente, llena de sueños, y ella no sabía si estaba lista para enfrentarse a esa versión de sí misma.
Respiró hondo, cerró los ojos y dejó que el sonido de las olas la acompañara. “Vamos, Valeria… enfréntalo”, se dijo en silencio, preparando su corazón para lo que estaba por leer.
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Mientras tanto, en la casa, Elías permanecía de pie frente a la puerta cerrada. Nora lo observaba con los brazos cruzados, sin ocultar su enojo.
—Eres increíble —dijo al fin—. ¿Cómo puedes ser tan ciego?
Elías giró hacia ella, molesto.
—¿Ciego yo? ¡Nora, no exageres! Solo olvidé un detalle, estaba distraído.
—¿Un detalle? —replicó ella con ironía—. Un “detalle” que pudo mandarla al hospital otra vez. Eso no es un olvido cualquiera, Elías. Eso es no conocer a la mujer con la que vives.
Elías apretó la mandíbula, sintiéndose acorralado.
—¡Claro que la conozco!
—¿Ah, sí? —Nora se inclinó hacia él, desafiante—. ¿Cuál es su comida favorita? ¿Qué música la hace llorar? ¿Sabes siquiera cuál es el último libro que leyó?
El silencio de Elías lo delató. Nora negó con la cabeza y chasqueó la lengua.
—Eres un egoísta, hermano. No sé cómo Valeria ha aguantado tanto.
Él se dejó caer en la silla, agotado.
—La amo, Nora. La amo a mi manera…
—Pues tu manera la está matando en vida —dijo ella, sin compasión—. Y si no haces algo, la vas a perder.
Elías alzó la vista hacia la puerta, como si Valeria fuera a volver en cualquier momento. Pero la casa estaba vacía, y en su interior sabía que Nora tenía razón.
Valeria sostuvo la carta entre sus dedos por un largo rato, como si el papel pesara toneladas. El sonido de las olas golpeando suavemente la orilla era lo único que la mantenía en calma. Al fin, con un suspiro tembloroso, rompió el sobre y desplegó aquel pedazo de su pasado.
La letra desordenada, con trazos aún inseguros, le arrancó una sonrisa triste. Era la caligrafía de una muchacha de diecisiete años, ilusionada y sin miedo a soñar:
Querida Valeria del futuro.
Seguro ya eres doctora. Seguro llevas puesta una bata blanca y tienes tu propio consultorio. Estoy tan emocionada por ti, por nosotras. Siempre soñamos con salvar vidas, con ayudar a la gente, con demostrar que nada era imposible si lo deseábamos de verdad.
También estoy segura de que eres feliz. Tal vez ya encontraste a alguien que te ame tanto como papá y mamá se aman. O mejor aún: sigues siendo libre, viajando y estudiando, porque sé que eres fuerte y no necesitas a nadie que te diga quién eres.
Espero que nunca te hayas olvidado de ti, que nunca hayas dejado de luchar por lo que quieres. Y si en algún momento lo hiciste, prométeme que volverás a intentarlo. Porque tú eres Valeria Esquivel, y tu vida siempre estará llena de esperanza.
Valeria dejó escapar un sollozo, presionando el papel contra su pecho. “Nunca llegué a ser doctora… nunca viajé… y tampoco fui feliz”, pensó con un dolor punzante.
Se sintió traicionada por sí misma, como si hubiera roto un pacto con aquella joven llena de sueños que todavía creía en la vida.
El mar se volvió un espejo cruel de su soledad, pero también un refugio. Con cada ola, sentía que sus lágrimas podían disolverse en la espuma, que quizá había tiempo de recuperar aunque fuera una parte de esa promesa rota.
Por primera vez en mucho tiempo, Valeria no huyó de lo que sentía. Abrazó su dolor y dejó que su yo del pasado le hablara, recordándole que aún estaba a tiempo de reencontrarse.
por dar y no recibir uno se olvida de uno uno se tiene que recontra a si mismo