“Mi niña. Una guerrera. Renaciendo.”
Esta no es solo una novela.
Es un grito ahogado convertido en palabras.
Es la historia de una mujer que fue rota…
Charrill no es solo un personaje.
Es cada mujer que ha callado.
Que ha llorado en silencio.
Que ha sentido que no vale nada…
Que ha perdido las esperanzas…
Esta historia duele.
Esta historia también sana.
Es para ti, que alguna vez pensaste rendirte.
Es para ti, que aún luchas por levantarte.
Acompáñame en este renacer.
NovelToon tiene autorización de ARIAMTT para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
6. Mala suerte.
POV Marla.
Observo en los ojos de Charrill el mismo miedo que tenían los de mi madre.
Miedo a soltar.
Miedo a dejarlo.
Miedo a sus golpes.
Miedo a vivir.
Un miedo tan profundo que te devora lentamente, que te arrastra sin piedad hasta que no queda nada de ti.
Sí, era otra época… una en la que las mujeres eran tratadas como una propiedad más. Como un animal al que había que domesticar y enseñarle quién era el amo.
Pero el temor… el temor es el mismo.
No había psicólogos, ni centros de ayuda. Solo quedaba limpiarse las lágrimas, rogar para que no la matara a punta de golpes… y continuar como si no doliera.
Los moretones en su rostro eran tan normales… que la mayoría de las mujeres los lucían. Ellos mandaban, su palabra era la ley.
Recuerdo el día en que mamá perdió la batalla. El día en que los golpes de ese hombre, al que decidí dejar de llamar papá, terminaron con su vida… y con la de mi hermana.
FLASHBACK
Estamos en la casa de la tía Tomasa, como le digo de cariño.
Ella y mamá no son nada, no comparten lazos de sangre, y mi papá con el tío Gilberto tampoco.
Los vecinos creen que somos primas porque ellos llevan el mismo apellido Andrade. Y además, me la paso más en casa de la abuela Jacinta, la madre del tío Gilberto.
Todos asumen que María Teresa es mi prima, pero la verdad… más que eso, es mi hermana.
La familia de mi prima —como le digo con cariño— nos quiere como si fuéramos parte de ellos. Mamá y la tía Tomasa se adoran como hermanas.
Ellos tienen más comodidades que nosotros. Realmente muchísimas más. Solo que papá vive de apariencias y de la caridad de ellos.
La tía y la abuela siempre ayudan a mamá con el mercado y con dinero. Papá… él lo gasta todo en cantinas. Solo sabe renegar y golpear a mamá por su “mala suerte” en los negocios… y usarla como saco de boxeo.
Pero a mamá parece que los golpes no le dolieran. Él la trata como basura, y ella solo agacha la cabeza y pide disculpas.
Últimamente es más agresivo. Mamá me ha pedido que me quede en casa de la abuela Jacinta. Cosa que Carol no puede hacer. Según mi padre, ella ya es una señorita y no puede dormir fuera de su casa, ya que está en edad casamentera.
Lo cierto es que… la quiere casar con un anciano que le ofreció una gran dote. ¡Maldito! ¡La quiere vender y todo para iniciar su negocio!
Pero Carol tan solo tiene 15 años. El hombre con quien la quiere casar es viudo, tiene 45 años… ¡tiene hijos más grandes que ella!
Pobre de mi hermana. Pero ella es igual que mamá… sumisa.
No protesta.
Nunca dice nada.
Los gritos de papá la paralizan.
Yo no me voy a casar con alguien que yo no escoja. Así me muela a golpes, no lo voy a hacer. Por eso le meto tantas ganas al estudio. Tengo que ser la mejor, para un día poder irme lejos.
Estamos con mamá, la tía y mi prima preparándole una torta de cumpleaños al demonio que tengo por padre.
Después de que la curó de los golpes… de hace tres días.
—¡Mamí! Me tocaba echar a mí el huevo. María Teresa ha echado dos veces seguidas.
—Marla, deja de pelear. Que ahorita tú echas dos —responde mamá con paciencia.
Frunzo el ceño, dejo los huevos en la cubeta y salgo enojada. María Teresa viene detrás de mí. Carol se queda ayudándole a mamá y a la tía.
Observo de reojo a mi prima, con la cabeza baja, las manos entrelazadas al frente y los ojos llorosos.
—Primita —solloza—, yo no quería molestarte… siempre jugamos a ver quién echa más huevos.
No la miro. Mi rabia no es con ella, es con mamá. Hace tres días, papá casi la mata. Me escondí debajo de la cama para no escuchar sus gritos y los golpes.
Sí, es el pan de cada día. Mamá, después de las palizas, corre hasta donde la tía para que la cure… y luego regresa pidiéndole perdón.
Pero… ¿perdón?
¿Por qué?
¿Por no morir?
¿Por seguir respirando más de lo que él quería?
—Marla, ¿me perdonas? —suplica.
—María Teresa, no me hiciste nada. Y la próxima vez que me pidas perdón por algo que no hiciste, te voy a romper la nariz.
Ella abre los ojos como platos y cubre su nariz.
Sonrío. Ella sale corriendo y yo voy detrás de ella. Nos ponemos a jugar lazo.
Veo que han pasado horas, ya está oscureciendo. El tiempo se nos pasó jugando.
Escuchamos a la tía Tomasa llamarnos.
—¡MaríaT! ¡Marla! Señoritas, ya estuvo bueno de tantos saltos. Y tú —me señala—, deberías pedirle disculpas a tu mamá por tu actitud.
Miro hacia un lado, tuerzo los labios.
—Tía, hacer eso es aceptar que mamá permita que papá la siga golpeando… y que un día la mate. Yo no puedo aceptar eso.
La tía Tomasa camina hacia mí y me toma de las manos.
—Nena, tu mamá fue criada viendo a su papá golpear a su madre. Ella no conoce otro mundo —intenta explicarlo con paciencia—. Lo importante es que el día que vayas a elegir pareja, busques a alguien como tu tío Gilberto o mi padre. Ellos sí son unos caballeros que valen la pena.
—Tía… no creo que me case. Pero si lo hago, así será.
Entramos a la casa, nos lavamos las manos y cenamos en familia, como desearía que en mi casa hubiera la misma paz. Pero es todo lo contrario.
La cena termina, vamos a revisar las tareas y alistar la maleta para el día siguiente. Nos lavamos los dientes, damos una oración en compañía del tío Gilberto.
Me recuesto en la cama con mi prima. Pero no logro dormir. Me siento mal por no haberme disculpado con mamá.
Suspiro y pienso: "Mañana después del colegio me disculparé con ella."
Estoy cerrando los ojos cuando se escuchan fuertes golpes y gritos en la puerta principal.
Nos levantamos como resortes. Niego con la cabeza… Miro a María Teresa, que está temblando.
—Quédate aquí. No salgas. Seguro papá otra vez la masacró y viene como siempre a pedir ayuda.
Tomo mis pantuflas y bajo a toda carrera. Abro la puerta.
Mamá está llena de sangre, su rostro deforme por los golpes. Me quedo paralizada.
—Gilberto, debemos llevarla al médico. Esta vez Guillermo se pasó —dice la tía con la voz temblorosa.
Doy un paso. El vestido de mamá está rasgado y se ve la piel rota, brotando sangre.
—Tomasa, yo no importo… ayuda a Carol. Mi hija no puede morir —susurra mamá, su voz débil, apenas audible.
La veo desmayarse, pero en este momento mi mente está en Carol.
Salgo corriendo sin mirar atrás. Son casi seis cuadras, pero no me importa si las pantuflas se quedan en el camino.
Que las piedras me corten los pies. Que la sangre marque mi paso.
Que el aire me queme los pulmones.
No importa el dolor. No importa el miedo.
Solo importa ella. Mi hermana. Y llegar antes de que sea demasiado tarde.
Llego a casa y entro como un ventarrón… hay charcos de sangre por todos lados.
Papá está al lado del cuerpo inerte de Carol.
—¡Maldita sea! ¿Por qué tenías que ser tan estúpida? ¿Por qué tenías que atravesarte? Ahora perdí el dinero de tu dote.
Ese hombre no se preocupa por mi hermana, que está tendida en un charco de sangre. ¿Acaso no es su hija?
Lo miro… con mis ojos nublados por las lágrimas, mi respiración agitada.
Él me mira con furia. Con ganas de golpearme.
—¡Quita esa maldita cara! ¡Esto es culpa de la inútil de tu madre, que no sabe hacer nada bien! ¡Espero que también se muera! —escupe.
Mi cuerpo queda en shock… todo se vuelve una nebulosa de luces y gritos y yo no sé que hacer... no sé en qué momento me sacan de allí y me llevan otra vez a la casa de mi prima... No sé en qué momento me dormí.
Despierto. A mi lado está la abuela Jacinta sosteniéndome la mano, y a su lado María Teresa.
Ellas están vestidas de negro.
No fue una pesadilla.
Fue verdad.
Ese hombre mató a mi hermana.
—¿Dónde está mamá? Quiero verla. No quiero que regresemos a la casa de ese señor —grito, apresurada, tratando de levantarme.
La abuela me toma en sus brazos con fuerza y solloza.
No necesito más para saber que él también me arrebató a mi madre.
Ese señor pagó solo unos cuantos años de cárcel por la muerte de mi hermana; por la de mamá, ni siquiera fue procesado.
“Él solo la estaba reprendiendo”, dijeron.
A partir de ese día me quedé a vivir con la abuela. Luego, los tíos se mudaron de vecindario y me fui a vivir con ellos. Cuando terminé el colegio, gané una beca y me fui lejos del país.
A ese señor nunca más lo quise volver a ver.
Fin del flashback.
Cuando vi a Charrill así, una idea se formó en mi mente: sacarla de este país antes de que se convirtiera en un número más de una estadística macabra.
Y sabía que solo él podía ayudarnos...