Proyecto STELA

Las semanas en el campo de entrenamiento pasaban lentamente, pero cada día nos acercaba más a algo más grande. Algo que ninguno de nosotros esperaba. Una prueba, más allá de lo físico, que pondría a prueba nuestros lazos más profundos: la misión extrema en parejas.

Era la última evaluación antes de la graduación. Lo que muchos de nosotros habíamos estado esperando, pero también temíamos.

La instrucción era clara: formar parejas, unirse a alguien en quien confiar. A lo largo de estos meses, había aprendido que no podía confiar en todos. No lo había hecho antes en mi vida, y mucho menos lo haría ahora. El campo de entrenamiento no era lugar para amistades reales; era un lugar para sobrevivir.

Pero las reglas eran las reglas. Y, por alguna razón, me encontraba emparejada con Eliza.

Eliza era fría. Era callada. Y en más de una ocasión, me había dado la impresión de que no le gustaba que fuera la "estrella" del grupo. Sin embargo, esa era la asignación, y lo iba a aceptar, aunque algo dentro de mí me decía que algo iba a salir mal.

Nos llevaron a una zona remota del campamento, más allá de las áreas conocidas. El terreno era rocoso, empinado, y los árboles parecían susurrar en el viento, como si nos observaran. El sol ya comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de un naranja cálido.

—Nuestra misión es clara: llegar a un punto de extracción a 15 kilómetros de aquí. El único problema es que las comunicaciones están bloqueadas. No pueden comunicarse con nadie fuera de su pareja. Tendrán que tomar decisiones sin apoyo externo. Confíen en su compañero, o la misión fallará.

El sonido de la voz de la instructora desapareció en el viento mientras nos daban las últimas instrucciones. El campo estaba listo, los obstáculos estaban dispuestos. Era como si estuviéramos en un escenario de guerra, en el que nuestras decisiones determinarían el curso de los próximos días.

Eliza y yo comenzamos a caminar en silencio. La primera media hora fue relativamente tranquila. Los primeros 5 kilómetros no fueron demasiado complicados, pero el clima empezaba a empeorar. La temperatura bajó de repente, y la niebla comenzó a cubrir el paisaje. La visibilidad se redujo drásticamente, y el aire se volvió espeso.

"Mantente alerta", me recordaba a mí misma, a pesar de que la mente de Eliza parecía más distante que nunca.

—¿Cómo sigues? —pregunté, rompiendo el hielo.

Eliza no me miró. Solo asintió.

—Bien —respondió con voz monótona.

No la culpo. Eliza nunca fue de hablar mucho. Pero esa falta de conexión era exactamente lo que me ponía incómoda. La falta de confianza, de verdad. No sabía si podía confiar en ella en una situación real. Sin embargo, no había vuelta atrás.

Unos metros adelante, encontré el primer obstáculo: un acantilado, un precipicio que cortaba el camino. La ruta original se extendía más allá del barranco, pero el terreno no parecía seguro. No teníamos otra opción que descender por un sendero estrecho que serpenteaba hacia abajo. Estaba empapado por la lluvia reciente, y las rocas resbalaban con facilidad.

—Tienes que ir primero —dije a Eliza, que se encontraba un poco atrás.

La miré con seriedad, pero ella se limitó a asentir, sin mostrar ninguna emoción. Comenzó a descender primero, usando las rocas para apoyarse, pero el terreno era traicionero. A medida que bajaba, el sudor comenzaba a resbalar por mi frente. La incertidumbre de la situación me acechaba.

¿Y si ella no podía hacerlo?

Pero, sin pensarlo más, comencé a seguirla. Las rocas crujían bajo mis pies. Cada paso era una prueba de resistencia, y el viento frío y cortante me hacía estremecer. A medida que avanzábamos, un estruendoso sonido rompió el silencio.

¡CRACK!

Eliza cayó. Me detuve en seco. No vi su caída. No vi su reacción. Solo la escuché.

¡No puede ser!

Corrí hacia el borde del acantilado, asomándome con cautela. La vi colgando de una roca con una mano, la otra extendida hacia el vacío.

"¡Eliza!"

—¡No puedo sujetarme! —gritó, su voz entrecortada por el miedo.

Mi corazón se aceleró. Sabía lo que tenía que hacer, pero era una decisión que podría costarnos mucho.

Podía intentar bajar para ayudarla. Podía arriesgarme a caer con ella. O podía quedarme arriba, sujetarla con una cuerda y esperar a que ella misma se aferrara con más fuerza.

Miré rápidamente a mi alrededor. Había una cuerda, pero no bastaba para ambos. La decisión era mía.

Si la dejaba ir, todo terminaría.

Si no actuaba rápido, perderíamos todo lo que habíamos trabajado.

—¡Te voy a sujetar! —grité.

Lancé la cuerda lo más fuerte que pude, con la esperanza de que la alcanzara. Mis manos temblaban, pero no podía fallar. Esta vez, no podía fallar.

Eliza la atrapó justo a tiempo, y con mis fuerzas, logré darle el soporte necesario para que se sujetara completamente. Ambos respiramos entrecortadamente. Ella se incorporó con dificultad, pero estaba a salvo.

"Lo logramos", pensé, mientras la miraba en silencio.

—Gracias —susurró, ya recobrando el aliento.

Ni una sonrisa. Ni un gesto de gratitud. Pero lo había logrado.

Continuamos nuestra marcha, más lentos, más cuidadosos. El clima empeoraba a cada minuto, la niebla envolvía todo a nuestro alrededor, y la oscuridad comenzaba a caer. Cada paso era más pesado que el anterior, pero seguíamos adelante, sin hablar demasiado.

A medida que avanzábamos, la tensión aumentaba. Ambos sabíamos que la misión no solo se trataba de llegar al punto de extracción. Se trataba de enfrentarnos a nuestros propios miedos, de ponernos a prueba.

Eliza y yo habíamos sido probadas, pero ¿qué pasaba si ella ya no confiaba en mí? ¿Qué pasaba si nuestra supervivencia dependía de algo más que de nuestra capacidad física?

¿Podría confiar en ella si la situación se volvía aún más extrema?

Finalmente, cuando llegamos a la última fase del trayecto, todo cambió. El viento se desató con fuerza, y en medio de la tormenta, una figura apareció ante nosotros.

—¡Alto! —gritó la figura, emergiendo de la niebla.

Era un soldado, con un rostro cubierto por una máscara. Eliza y yo nos detuvimos en seco.

—¿Quién eres? —grité, pero la respuesta fue un disparo al aire.

Una nueva amenaza había llegado. Y no estábamos preparados.