La Sombra Del Olvido

La luz del amuleto se extendía por el oscuro dominio de la sombra, rasgando las tinieblas como una llama que devoraba la oscuridad. Clara sentía la calidez de esa luz y una chispa de esperanza en su pecho, pero la sombra aún no había sido derrotada. Se retorcía y cambiaba de forma, intentando recuperar su fuerza, mientras el paisaje de sombras líquidas temblaba y se distorsionaba a su alrededor.

Frente a Clara, la figura de Sofía permanecía inmóvil, con la misma expresión triste y desvanecida. A medida que la luz aumentaba, la sombra de su hermana se volvía más nítida, y Clara notó el brillo de lágrimas en sus mejillas.

—Clara, por favor... —susurró Sofía, su voz más humana que antes, pero teñida de un dolor profundo—. No me dejes sola aquí. La sombra me retiene, me consume... No puedo escapar sin ti.

Clara sintió que algo se quebraba dentro de ella al escuchar el ruego de su hermana. La promesa de tenerla de vuelta, de rescatarla de aquel lugar de pesadilla, era tan tentadora como peligrosa. Sofía extendió una mano hacia ella, y por un instante, Clara dudó. ¿Y si realmente podía salvarla? ¿Y si había un camino para las dos?

Pero la sombra no perdió el tiempo. Se adelantó, intentando tomar la mano de Clara, mientras su forma se solidificaba en la penumbra, volviendo a ser la criatura de ojos rojos y cuerpo negro como el vacío. Su voz se deslizó como un veneno en la mente de Clara:

—Tienes el poder de romper el ciclo, Clara. Solo toma su mano, acepta tu deseo más profundo... y ella vivirá de nuevo.

Clara cerró los ojos, tratando de ignorar el frío que emanaba de la sombra y las súplicas de Sofía. Se obligó a recordar lo que había leído en el diario, las advertencias de la anciana, y las visiones de los sacrificios pasados. Sabía que la sombra era una mentirosa, que se alimentaba de los deseos y miedos de quienes caían en su red.

Abrió los ojos de nuevo, y esta vez miró más allá de la figura de su hermana, buscando la verdad. Lo que vio hizo que su sangre se helara.

Detrás de la imagen de Sofía, el rostro de la sombra se contorsionaba, como si usara la figura de su hermana como un disfraz. La sombra seguía presente, controlando cada movimiento, y sus ojos carmesí brillaban con una satisfacción retorcida mientras observaba la duda en el rostro de Clara.

—No eres Sofía, ¿verdad? —murmuró Clara, sintiendo la ira y la tristeza mezclarse en su pecho—. Todo esto... no es más que una ilusión. Una trampa.

La sombra dejó escapar una carcajada profunda, que reverberó en el aire enrarecido de su dominio. Al instante, la imagen de Sofía se disolvió como humo, y en su lugar quedó la sombra en toda su forma monstruosa, su cuerpo expandiéndose y contrayéndose como un torbellino de oscuridad pura.

—Eres más astuta de lo que pensaba, Clara —dijo la sombra con una voz que parecía venir de todas direcciones—. Pero la verdad no cambiará nada. Has venido hasta aquí, y yo aún puedo ofrecerte lo que más deseas... Solo tienes que rendirte.

Clara sintió una furia fría tomar control de ella. Apretó los puños, recordando las promesas rotas y las vidas arrebatadas por la sombra a lo largo de los años. Levantó el diario que llevaba consigo y lo abrió, concentrándose en las palabras que detallaban el pacto original. Allí, en un pasaje oculto, encontró la clave que había pasado por alto hasta ese momento: una forma de romper el ciclo.

*"Si la sombra es enfrentada por el mismo que la desafía, y se le niega su tributo, entonces su poder será reclamado por la luz del sacrificio voluntario."*

Clara se dio cuenta de que todo dependía de un acto de voluntad. La sombra solo podía ser derrotada si se le enfrentaba sin miedo, si alguien estaba dispuesto a sacrificar todo por los que habían sido tomados. Y en ese momento, Clara tomó la decisión más difícil de su vida.

—No aceptaré tu oferta, sombra. No caeré en tus mentiras —dijo, con la voz firme y decidida—. Si quieres tomarme, tendrás que hacerlo sin mi rendición. Pero sé que eso te debilitará, porque sin la voluntad de la víctima, no eres nada más que un espectro condenado.

La sombra rugió, y el suelo bajo los pies de Clara tembló, como si el propio mundo intentara colapsar alrededor de ellos. Las sombras se alzaron como olas alrededor de ella, tratando de ahogarla, de consumir su luz, pero Clara mantuvo su mirada fija en la figura de la sombra, enfrentándola sin parpadear.

En ese momento, una luz brillante emanó del diario, envolviendo a Clara en un resplandor cálido y dorado que parecía surgir de lo más profundo de su corazón. La sombra retrocedió, sus ojos ardiendo de odio mientras la luz la quemaba, desintegrando sus tentáculos y rasgando la oscuridad.

—¡No! ¡No puedes! —gritó la sombra, su voz transformándose en un lamento desesperado—. ¡No tienes derecho a romper el pacto!

Clara dio un paso adelante, avanzando hacia la sombra, sintiendo cómo la luz crecía en intensidad. Cada paso que daba hacía retroceder la oscuridad un poco más, y la sombra parecía volverse más pequeña, más débil. La figura de Sofía apareció nuevamente, esta vez envuelta en la misma luz dorada, su rostro lleno de paz y gratitud.

—Gracias, Clara... —murmuró Sofía, con una sonrisa que parecía real por primera vez—. Estoy libre. Pero no olvides lo que sacrificas por mí.

La luz se intensificó, y Clara sintió que su cuerpo comenzaba a volverse liviano, como si su esencia se desintegrara junto con la sombra. Cerró los ojos, aceptando su destino, sabiendo que había roto el ciclo. Pero antes de que la oscuridad la envolviera por completo, sintió una última caricia en su mejilla, un toque suave y cálido que reconoció como el de su hermana.

La sombra dejó escapar un último grito, un lamento que se desvaneció en la distancia mientras el bosque y el mundo de sombras colapsaban en sí mismos, consumidos por la luz. Clara sintió que su conciencia se desvanecía, pero en su último pensamiento, supo que había logrado lo imposible.

Abrió los ojos una última vez, y vio el cielo sobre ella, despejado y luminoso, el amanecer derramando sus colores sobre el claro donde todo había comenzado. Estaba de vuelta en el mundo real, y el peso de la sombra había desaparecido. Pero a su alrededor, el bosque era diferente: ya no había susurros, ni niebla, ni una presencia acechante.

Clara se dejó caer sobre la hierba, agotada, y sonrió débilmente mientras las lágrimas resbalaban por su rostro. La sombra había sido derrotada, y Sofía, junto con todos los que habían sido tomados, estaban en paz.

Cerró los ojos, sintiendo el sol sobre su piel, y aunque sabía que la vida en San Everardo no volvería a ser la misma, también sabía que había una nueva oportunidad para todos, una sin el miedo constante de la oscuridad. Y mientras la brisa acariciaba su rostro, Clara supo que su hermana la acompañaría siempre, como un eco suave en el viento, recordándole que incluso en la sombra más profunda, la luz nunca deja de brillar.