Lazos De Poder

Al día siguiente, la mansión de los Volkov estaba llena de actividad. Los miembros de la manada se preparaban para recibir al nuevo omega, y la tensión en el aire era palpable. Mikhail, con su usual expresión fría y autoritaria, caminaba por la casa, organizando todo para la presentación.

Arata se encontraba en su habitación, mirando por la ventana. A pesar de lo que había vivido, la vida en la mansión de los Volkov era un mundo completamente nuevo. La majestuosidad del lugar, la elegancia del decorado, todo parecía tan lejano de la vida que había dejado atrás. Pero al mismo tiempo, la sensación de ser solo un peón en un juego que no comprendía le provocaba un nudo en el estómago.

Cuando finalmente llegó el momento, Mikhail llamó a Arata, quien se puso de pie, sintiendo una mezcla de nervios y resignación. Mikhail lo llevó a la sala principal, donde varios miembros de su manada ya se habían reunido.

—Este es Arata Volkov, mi esposo —anunció Mikhail con una voz que dejaba claro que no había discusión.

Los murmullos comenzaron a extenderse entre los presentes, algunos se acercaron a observarlo más de cerca, sus miradas llenas de curiosidad. Arata se sintió como un espécimen en una exhibición, sintiendo el peso de sus miradas.

—¿Es este el nuevo omega? —preguntó uno de los hombres, un beta robusto llamado Alexander, con una sonrisa burlona en su rostro. —Se ve un poco… joven, ¿no?

—Sí, parece un niño —agregó otro, señalando a Arata con una risa despectiva.

Arata apretó los dientes, sintiendo cómo la vergüenza lo inundaba. Era verdad, solo tenía dieciocho años, y en ese mundo de alfas y betas, era considerado un omega delicado e inexperto. Pero él no era solo un niño. Se había enfrentado a muchas cosas en su vida y no iba a permitir que lo menospreciaran.

Mikhail, en cambio, se mantuvo a su lado, su expresión seria mientras ignoraba los comentarios. —Él es mi esposo un Volkov. Cualquier comentario sobre su edad o su apariencia es irrelevante —dijo con firmeza. —Me gustaría que lo traten con el respeto que merece.

Al escuchar esto, los murmullos se apagaron y todos en la sala se miraron entre sí, sorprendidos por la respuesta de Mikhail. Sabían que no era recomendable desafiar su autoridad, especialmente no cuando se trataba de algo tan personal.

—Este es Arata, y como mi esposo, también es parte de esta manada. Espero que lo protejan como lo harían conmigo —continuó Mikhail, dejando en claro que la lealtad de su manada no solo era hacia él, sino también hacia su nuevo omega.

Arata observó cómo algunos de los hombres en la sala se cruzaban de brazos, evaluándolo, mientras otros hacían una leve reverencia, aceptando su posición. Sin embargo, los ojos de uno de los alfas, un hombre alto y musculoso llamado Vladimir, brillaban con un atisbo de desafío.

—Mikhail ¿de verdad crees que este omega puede manejar la vida aquí? —dijo Vladimir, una sonrisa irónica asomándose en su rostro. —Es un niño, y tú eres el jefe de la mafia rusa. No es justo ponerlo en este mundo y la porcelana se puede romper—lo decía entre risas

—Oye, pequeño artista, no te preocupes. Al principio todos pasamos por esto. Nadie espera que seas un guerrero. —Dijo Sergei con un tono un poco más suave.

—¿Tú también pasaste por esto? —preguntó Arata, curioso.

—Oh, sí. Pero recuerda, la vida en la mafia es dura. No te dejes atrapar en sus juegos. Tienes a Mikhail, y eso te da ventaja —respondió Sergei, antes de alejarse, dejándolo con más preguntas que respuestas.

Mikhail frunció el ceño, la tensión aumentando en la habitación. Arata sintió cómo su corazón latía más rápido. No quería ser considerado un estorbo. Tenía que demostrar que era fuerte, que podía ser más que solo un omega delicado.

—Mi vida ha cambiado —respondió Mikhail, su tono bajo pero peligroso. —Así que espero que lo respeten. La vida en la manada no es fácil, pero también es una familia. Deben apoyarse mutuamente.

En ese momento, Arata sintió una mezcla de miedo y valentía. Aun cuando sabía que tenía que demostrar su valía, también se sentía agradecido por el respaldo de Mikhail. Al menos tenía a alguien que lo defendía, aunque su corazón temía lo que eso significaba.

Después de la presentación, Mikhail llevó a Arata a un área más privada de la mansión, donde se sentaron en un cómodo sofá. El ambiente era más relajado, y Mikhail finalmente se giró hacia él, su expresión menos severa.

—No dejes que te molesten. La manada tiene su forma de probar a los nuevos, pero eso no significa que no pertenezcas aquí —dijo, sus ojos oscuros observándolo con atención.

—No estoy aquí para demostrar nada —respondió Arata, un poco más seguro de sí mismo. —Solo quiero ser yo mismo.

Mikhail lo miró por un momento, como si midiera sus palabras. Luego asintió lentamente. —Eso es bueno. Solo recuerda que hay momentos en los que tendrás que demostrar tu fuerza. Este mundo no perdona debilidades.

Arata sintió que esas palabras resonaban en su interior. Sabía que su vida cambiaría, que tendría que enfrentarse a retos que nunca había imaginado, pero había algo en la mirada de Mikhail que lo hacía sentir que quizás, solo quizás, no estaba solo en esto.