En el reino de Sardônica, Taya, una princesa de espíritu libre y llena de sueños, ve su libertad amenazada cuando su padre, el rey, organiza su matrimonio con el príncipe Cuskun del reino vecino de Alexandrita. Desesperada por escapar de este destino impuesto, Taya hace un ferviente deseo, pidiendo que algo cambie su futuro. Su súplica es escuchada de una manera inesperada y mágica, transportándola a un mundo completamente diferente.
Mientras tanto, en un rincón distante de la Tierra, vive Osman, un soltero codiciado de Turquía, que lleva una vida tranquila y solitaria, lejos de las complicaciones amorosas. Su rutina se ve completamente alterada cuando, en un extraño suceso mágico, Taya aparece de repente en su mundo moderno. Confusa y asustada por su nueva realidad, Taya debe aprender a adaptarse a la vida contemporánea, mientras Osman se encuentra inmerso en una serie de situaciones improbables.
Juntos, deberán enfrentar no solo los desafíos de sus diferentes realidades, sino también las diversas diferencias que los separan.
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Capítulo 6
Taya...
Cada vez estoy más encantada con este mundo. Ahora, ante mí, hay un carruaje con cuatro ruedas.
—¿Y cómo anda sin caballos? —pregunto curiosa.
—El motor lo hace andar. Te mostraré. —Dice y abre la tapa, que me explicó que se llama capó, revelando el motor.
—Entonces, ¿este motor y todas estas otras partes hacen que el carro se mueva?
—Exactamente.
—¡Guau! Me encantaría que Aslan viera esto.
—¿Quién es ese Aslan del que tanto hablas? —pregunta.
—Mi guardián. Fue él quien me dio el anillo como amuleto, y gracias a este anillo terminé aquí, en lugar de tener que vivir sufriendo como la esposa reprimida del príncipe Cuskun. —Digo, sintiendo un escalofrío al recordar a ese asqueroso.
Abre la puerta del auto, mostrándose como un verdadero caballero. Luego, me pone un cinturón y me explica que es el cinturón de seguridad y que su uso es necesario e importante.
—¿Lista para conocer un poco de Turquía? —pregunta, aparentemente emocionado.
—Sí, tengo mucha curiosidad por ver cómo es allí.
Entra y se sienta en el asiento a mi lado, observo todo con curiosidad.
—Aquí está el volante, es como si fueran las riendas del caballo —dice.
Me muestra una llave y me indica dónde encender para hacer que el dichoso carro ande y, cuando gira la llave, hace un ruido que me lleva a pegar un susto absurdo, me agarro a su brazo asustada, se ríe tanto que se ahoga.
—No tiene gracia, Osman, casi me causas un infarto —digo irritada.
—Tiene gracia, sí, ¿sabes cuándo fue la última vez que me reí así? Era un niño —dice, acomodándose y poniéndose serio.
Habló de una manera que sugería que no había sido feliz en mucho tiempo. Estoy impresionada cuando el auto comienza a andar, tengo mucho miedo, pero no le daré el gusto de burlarse de mí. Mientras el auto avanza, observo el paisaje, todo es extrañamente hermoso, no tanto como Sardonia, pero es hermoso, veo otros autos y otras personas. ¡Me tapo los ojos cuando veo a un hombre y una mujer besándose en ropa interior!
—¿Qué pasa? —pregunta Osman, viendo que mi expresión ahora es de total sorpresa.
—Ese hombre y esa mujer de allí, ¿los viste? Están en ropa interior y todavía se están besando —digo, llevándome la mano a la boca sin poder creer lo que vi.
—No es ropa interior, es ropa deportiva, y es muy probable que sean novios o incluso estén casados; por eso se están besando. Aquí en este mundo es súper normal. —Dice con tranquilidad. ¿Cómo puede ser esto normal? ¡Anillo travieso, tenías que mandarme a un mundo de pervertidos! Pienso mirando el anillo que llevo en mi dedo meñique.
—Ese es el anillo que te trajo aquí, ¿verdad? —pregunta con curiosidad.
—Eso creo —respondo, mirando el anillo.
—Es extraño, parece muy antiguo.
—Y lo es. Es un anillo que perteneció a la familia de Asnam, pasado de generación en generación —explico, mientras una ola de nostalgia por mi amigo me golpea. Extraño volverlo loco con mis bromas.
—¿Cuántos años tienes? —pregunta.
—Veinticinco. ¿Y tú?
—Treinta y siete.
—Te estás haciendo viejo, ¿eh? —provoco, sabiendo que no aparenta la edad que dice tener.
Me mira, arqueando una ceja.
—Eres la primera en decírmelo. —Responde, mirándose en el espejo del auto.
—Bueno, pensé que tenías unos cuarenta y cinco años. —Digo, tratando de contener la risa al ver la expresión de total incredulidad en su rostro.
Si quieres acabar con la autoestima de un hombre guapo y vanidoso, basta con decir algo que hiera el orgullo de su apariencia.
Después de mi comentario, permanece en silencio por el resto del viaje. De vez en cuando, lo sorprendo mirándome de reojo, con el rostro serio. Me pierdo observando el paisaje, notando cosas extrañas a mi alrededor. Estas personas se visten de una manera totalmente descarada. Hay una especie de torres, muy grandes y altas. Quería evitar preguntarle al señor ceñudo que estaba a mi lado, pero mi curiosidad es más fuerte.
—¿Qué son esas construcciones tan altas? ¿Por qué hay tantas?
—Son edificios. Dentro de unas horas entrarás en uno de ellos. Hay tantos porque estamos pasando por el centro comercial, tiendas de ropa, joyas, etc.
En medio de la conversación, esa cosita negra vuelve a sonar, esta vez encajada en el salpicadero del coche.
—Hermano, ¿cómo está tu amiga de tan, tan lejos? —Una voz resuena desde el aparato.
—Eres idiota, Burak. El celular está en altavoz, así que cuidado con lo que dices. Sé rápido, que estoy conduciendo. —Responde fríamente.
Después de un rato de conversación, estoy ansiosa por que termine pronto, solo para poder preguntar cómo es que ese tal Burak estaba hablando con él. Estoy segura de que, por su tamaño, no podría estar dentro del coche.
—¡Adiós, Burak! —Dice, mientras Burak sigue parloteando al otro lado.
—Aún no he terminado de hablar, hermano. —Se queja Burak.
—Terminaste porque ya no quiero hablar. —Responde.
—¡Hijo de puta! No tienes corazón; ¡Soy tu único amigo, idiota! —Insulta Burak, y me parece gracioso. Me lanza una mirada fea y me llevo la mano a la boca para contener la risa.
—¡Vete a la mierda, Burak! —Dice, apretando el objeto que silencia la voz de Burak.
—¡Es un idiota! —Comenta, refiriéndose a Burak.
—No puedo estar de acuerdo contigo, porque pasé poco tiempo con Burak. Solo puedo hablar de ti, ya que hemos estado juntos por algunas horas. —Respondo.
—¿Y qué puedes decir de mí? Aparte de decirme que parezco viejo. —Pregunta, claramente todavía afectado por el comentario anterior.
—Mejor no decir nada más. No quiero enemistarme contigo, ya que eres el único en quien puedo confiar. Este anillo me trajo a ti, y si digo algo que no te gusta y me echas, ¿qué voy a hacer en este mundo donde no sé cómo funcionan las cosas?
—Entonces, estás pensando cosas malas de mí, porque si fueran cosas buenas, no dudarías en hablar. —Observa.
—Si te lo digo, ¿prometes que no me echarás? —Pregunto.
—No te voy a echar. Puedes decirlo.
—Creo que eres engreído y arrogante. Y deberías tratar mejor a tus amigos. —Digo de una vez.
—No soy engreído ni arrogante. Y Burak... a veces es irritante.
—Eso es lo que tú dices, pero Burak me agradó mucho. —Digo, y él murmura algo que no entiendo.
—Te dejaré con él, entonces.
—No puedes dejarme con él, tengo que quedarme contigo. Tú eres mi guardián. —Respondo.
—No me vengas con esa historia. No soy el guardián de nadie. —Dice, haciendo un gesto con la mano.
Al darme cuenta de que esta conversación no iba a terminar bien, decido guardar silencio. Como él había dicho, llegamos a un edificio y es difícil no fijarse en todo cuando se está en un lugar desconocido.
—Ascensor, te presento a Taya. Taya, te presento al ascensor. —Dice, presentándome a una persona que no puedo ver.
—¿Quién es el ascensor? No hay nadie aquí.
—Estoy siendo irónico. Esto que tenemos delante es un ascensor, una forma de llegar a un piso del edificio más rápido y sin cansarse. El ascensor nos llevará a la parte superior de este edificio.
—Entonces, ¿te estás burlando de mí? ¿Crees que está bien? —Pregunto, entrecerrando los ojos.
—Me llamaste viejo, arrogante y engreído. Así que sí, creo que está bien. —Responde con una sonrisa de satisfacción.