Me Muero Con Él

Marcos

Capitulo 6: Ella.

Justo cuando termino de explicar mi encuentro con Alejandra, escucho unos fuertes golpes en la puerta de la habitación. Mi corazón se acelera, temiendo que puedan ser problemas.

Cuando abro la puerta, me encuentro cara a cara con un hombre y una mujer, ambos ataviados en ropa elegante y con una expresión de enojo en sus rostros.

—¿Dónde está nuestra hija? —exige el hombre, mirándome con hostilidad.

Trago saliva, sintiendo que el pánico se apodera de mí. ¿Cómo es que estos padres han llegado hasta aquí?

—Ella... ella estuvo aquí hace un momento —balbuceo, sin saber cómo reaccionar.

La mujer me atraviesa con una mirada de desdén.

—¡Sabía que algo así pasaría! —exclama, girándose hacia su esposo—. Te dije que no debíamos dejar que Alejandra se mezclara con esta clase de gente.

Me siento intimidado por la hostilidad que irradian estos padres adinerados. ¿Acaso consideran que no soy digno de cruzarme en el camino de su hija?

—Señor, señora, yo no quería causar ningún problema —trato de explicar, con la voz temblorosa—. Alejandra vino por su propia voluntad y...

Pero el hombre me corta, levantando una mano en un gesto autoritario.

—Tú, muchacho, no te atrevas a dirigirte a nosotros con tanta familiaridad —me espeta, con un tono lleno de desdén—. Eres solo un don nadie, un parásito que se ha atrevido a acercarse a nuestra hija.

Siento que la ira se apodera de mí, pero también el miedo. ¿Cómo se atreven a juzgarme de esa manera sin siquiera conocerme?

—¡Eso no es justo! —exclamo, sin poder contenerme—. Alejandra vino por su propia voluntad, y yo no le he hecho nada malo.

Pero los padres de Alejandra me miran con una mezcla de desprecio y furia.

—¡Cállate, muchacho insolente! —grita el hombre, dando un paso hacia mí—. ¿Crees que vamos a permitir que alguien como tú se acerque a nuestra hija?

Siento que el miedo se apodera de mí, pero me niego a retroceder. Sé que debo defender mi dignidad y la confianza que Alejandra ha depositado en mí.

—Señor, por favor, déjeme explicarle —insisto, tratando de mantener la calma—. Alejandra y yo...

Pero antes de que pueda terminar, la madre de Alejandra me interrumpe con un gesto despectivo.

—¡Suficiente! —exclama, con una mirada llena de desdén—. No queremos oír nada más de ti, muchacho. Aléjate de nuestra hija y de nuestras vidas, ¿entiendes?

Siento que la ira y la frustración me invaden. ¿Cómo se atreven a juzgarme sin siquiera conocerme? ¿Acaso mi origen humilde los hace creer que no soy digno de estar cerca de Alejandra?

Pero antes de que pueda reaccionar, escucho la voz de mi padre a mis espaldas.

—¿Qué está sucediendo aquí? —pregunta, con firmeza.

Los padres de Alejandra se giran hacia él, y puedo ver cómo lo miden con la mirada, como si lo consideraran aún más indigno que yo.

—Nos llevamos a nuestra hija de inmediato —declara el padre de Alejandra, con una mueca de desprecio—. Y le advertimos que se mantenga alejado de ella, ¿entendido?

Mi padre se acerca a mí, colocando una mano protectora sobre mi hombro.

—No pueden venir aquí a intimidar a mi hijo —dice, con una voz llena de determinación—. Si tienen un problema, háganlo con nosotros, pero dejen a Marcos fuera de esto.

Los padres de Alejandra lo miran con una mezcla de sorpresa y desdén.

—¿Crees que nos importa lo que pienses, pobre hombre? —espeta la madre de Alejandra—. Nuestro único interés es proteger a nuestra hija de la influencia de gente como ustedes.

Siento que la ira me consume. ¿Cómo se atreven a menospreciar a mi familia de esa manera?

—¡Usted no tiene derecho a juzgarnos! —exclamo, sin poder contenerme—. Alejandra vino aquí por su propia voluntad, y yo no he hecho nada malo.

Pero los padres de Alejandra me miran con una frialdad que me hiela la sangre.

—Tú, muchacho insolente, no tienes voz en esta conversación —me espeta el padre, con una mirada llena de desprecio—. Y te advertimos una vez más: aléjate de nuestra hija, o te las verás con nosotros.

Siento que mi corazón late con fuerza, y me niego a bajar la mirada ante esa actitud llena de prejuicios. Pero antes de que pueda decir algo más, mi padre se interpone entre ellos y yo.

—Les sugiero que se vayan y nos dejen en paz —dice, con una firmeza que me sorprende—. Esta es nuestra casa, y aquí no toleramos ese tipo de actitudes.

Los padres de Alejandra lo miran con una mezcla de indignación y desprecio, pero parecen comprender que no tienen más opción que retirarse.

—Esto no ha terminado, muchacho —me advierte el padre de Alejandra, lanzándome una última mirada llena de amenaza—. Recuerda lo que te hemos dicho.

Y sin más, se dan la vuelta y se marchan, dejando un tenso silencio en su estela.

Miro a mi padre con una mezcla de gratitud y preocupación. Sé que esta confrontación solo es el comienzo de una lucha que parece estar lejos de terminar.

Pero ahora, más que nunca, estoy decidido a demostrarles a esos padres adinerados que no soy solo "un don nadie" o "un parásito". Voy a luchar por mi sueño y por la oportunidad que Alejandra me ha ofrecido, sin importar los obstáculos que se interpongan en mi camino.