¿Alguna vez han pensado en los horrores que se esconden en la noche, esa noche oscura y silenciosa que puede infundir terror en cualquier ser vivo? Nadie había imaginado que existían ojos capaces de ver lo que los demás no podían, ojos pertenecientes a personas que eran consideradas completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que esos "dementes" estaban más cuerdos que cualquiera.
Los demonios eran reales. Todas esas voces, sombras, risas y toques en su cuerpo eran auténticos, provenientes del inframundo, un lugar oscuro y siniestro donde las almas pagaban por sus pecados. Esos demonios estaban sueltos, acechando a la humanidad. Sin embargo, existía un grupo de seres vivos—no todos podrían ser catalogados como humanos—que dedicaban su vida a cazar a estos demonios y proteger las almas de los inocentes.
NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPITULO QUINCE
Ivelle se recostó en la silla, permitiendo que una pequeña sensación de alivio se filtrara en su cansado cuerpo. Aunque todavía estaba perdida y asustada, sabía que tenía a alguien en quien confiar, al menos por el momento. Cerró los ojos, intentando encontrar un poco de paz, pero al momento los abrió nuevamente. El recuerdo de sus padres le carcomía la mente, sus rostros aparecían una y otra vez, llenando sus pensamientos con tristeza y desesperación.
Elara, quien se encontraba sirviendo una taza de té en silencio, miró a la joven por unos minutos. Aunque no estaba en sus intenciones observar la vida de Ivelle, no pudo evitarlo. La empatía y la curiosidad la impulsaban, y sus ojos tristes no podían apartarse de la figura abatida frente a ella. De repente, la taza que sostenía en sus manos resbaló, cayendo al suelo y rompiéndose en mil pedazos. El sonido del impacto llamó la atención de Ivelle, quien rápidamente se acercó a Elara. Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo, notó que Elara estaba en un trance, sus ojos fijos y vidriosos mirando al vacío.
—¿Elara? ¿Estás bien? —preguntó con voz temblorosa, sacudiéndola suavemente.
Pero Elara no respondió. En su mente, una serie de imágenes borrosas comenzaban a formarse. Vio fragmentos de recuerdos, visiones de un pasado lleno de dolor y sufrimiento. Escenas de su propia vida se entrelazaban con momentos de la vida de Ivelle, creando un mosaico confuso y emocionalmente cargado. Elara vio a los padres de Ivelle, sus rostros amables y sonrientes, antes de que la tragedia los alcanzara. Vio la desesperación en los ojos de Ivelle mientras buscaba respuestas y consuelo. Sintió la misma sensación de pérdida y desolación que Ivelle sentía, una conexión profunda que le revelaba más de lo que jamás había esperado saber.
—Ellos... —susurró Elara, sus palabras apenas audibles—. Ellos eran buenos, Ivelle. Lo siento tanto...
Ivelle, sorprendida por las palabras de Elara, la sacudió un poco más fuerte.
—¿Qué estás viendo? ¿Qué está pasando? —insistió, la urgencia en su voz creciente.
De repente, Elara parpadeó, saliendo del trance. Su respiración era rápida y superficial, y sus ojos mostraban una mezcla de miedo y compasión. Miró a Ivelle, aún aturdida por las visiones.
—Vi... vi a tus padres, Ivelle. Siento su pérdida como si fuera la mía. No puedo explicar cómo, pero lo sentí todo —dijo Elara, con lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos.
Ivelle se quedó en silencio, asimilando lo que Elara había dicho. Las emociones de su propia pérdida mezclándose con la empatía de Elara creaban una conexión inesperada y poderosa entre ellas.
— Pero hay algo más… — se alejó de ella —. Lo siento, pero tienes que irte de este lugar ya. Corre por tu vida si no quieres morir — tomó el brazo de la joven y con fuerza la llevó hasta la puerta —. Tus padres te ocultaban tantas cosas… espero que puedas descubrir todos esos secretos.
Antes de que Ivelle pudiera protestar o preguntar más, Elara la empujó suavemente pero con firmeza hacia el exterior, cerrando la puerta detrás de ella con un golpe definitivo. Parada allí, en la desconocida y sombría calle de un pueblo ajeno, Ivelle sintió la pesadez de la soledad y el miedo envolviéndola. Su mente giraba, tratando de procesar las enigmáticas palabras de Elara. "Tus padres te ocultaban tantas cosas..." ¿Qué sabían sus padres que había provocado su muerte? ¿Y cómo estaba conectado eso con su propia seguridad? Sacudiendo la confusión y el miedo, Ivelle sabía que no tenía tiempo para lamentaciones. La urgencia en la voz de Elara era clara: debía moverse rápido. Sin un plan claro, comenzó a correr, alejándose del pueblo de Verina y hacia lo desconocido, impulsada por la necesidad de sobrevivir y la determinación de descubrir la verdad sobre el legado oculto de sus padres. Mientras corría, las palabras de Elara resonaban en su mente como un eco siniestro. "Espero que puedas descubrir todos esos secretos." Esa esperanza se convirtió en su nueva misión. No solo tenía que sobrevivir, sino que debía desentrañar los misterios que rodeaban la vida y la muerte de sus padres, sin saber que cada paso que daba la acercaba más a revelaciones que podrían cambiarla para siempre.
Mientras se alejaba del pueblo de Verina, Ivelle no pudo evitar mirar hacia atrás una última vez. La atmósfera del lugar, con sus calles sombrías y sus habitantes de miradas frías y desconfiadas, le pareció un enigma tan grande como los secretos que ahora cargaba sobre sus hombros.
—¿Qué gente tan extraña? —murmuró para sí misma, tratando de hacer sentido de la breve pero intensa experiencia que había vivido. El choque cultural, las advertencias veladas de Elara y las hostilidades ocultas que había percibido entre las sombras del pueblo, todo contribuía a un sentido de urgencia y peligro que no podía ignorar.
A medida que sus pasos la llevaban más lejos, el pueblo comenzaba a desvanecerse en la distancia, pero la impresión que le había dejado era indeleble. Sabía que cada momento pasado allí podría ser crucial para entender la amenaza que ahora la perseguía y los misterios que sus padres le habían dejado. Respiró hondo, intentando calmar el ritmo frenético de su corazón. "Tengo que estar alerta, tengo que ser fuerte", se dijo a sí misma. No estaba solo en juego su supervivencia, sino también la verdad sobre su familia y tal vez, sobre ella misma. Con esa determinación renovada, Ivelle continuó su camino, enfrentando un futuro incierto con un espíritu indomable, dispuesta a desentrañar los secretos y enfrentar lo que viniera con valor. Cansada de caminar, chasqueo los dedos y esta vez sí funcionó, haciéndola aparecer en el jardín trasero de la academia, donde no había ningún estudiante, solo algunos gnomos que se encontraba correteandose unos a otros. Ella suspiro rápidamente y se apresuró a llegar al pasillo. Tenía suerte de que los estudiantes se encontraban en todas partes menos ahí. Se apresuró a llegar a su habitación, donde se encontraba Raquel, pero antes de que esta pudiera decir algo, Ivelle se encerró en el baño.
Una vez en la seguridad relativa del baño de su habitación en la academia, Ivelle se apoyó contra la puerta cerrada, su respiración todavía entrecortada por la adrenalina y el esfuerzo del viaje repentino. La familiaridad de los azulejos fríos y el eco sutil del espacio cerrado le proporcionaban un mínimo de consuelo. Cerró los ojos, intentando procesar los eventos del día, cada advertencia y cada rostro extraño que había encontrado en Verina, pero sobre todo, procesar que su familia se había desmoronado.
— Ivy, ¿te encuentras bien? — preguntó Raquel mientras golpeaba suavemente la puerta, pero no escucho respuesta —. ¿Ivelle que sucedió?
El agua del grifo caía con un murmullo reconfortante mientras se lavaba las manos, tratando de limpiar no solo el polvo y la suciedad del viaje, sino también la pesadez de las revelaciones y los enigmas que ahora cargaba. Las palabras de Elara resonaban en su mente: "Tus padres te ocultaban tantas cosas...". ¿Qué significaban esas palabras? ¿Qué secretos habían guardado sus padres que pudieran haber desencadenado su trágico destino? Al salir del baño, encontró a Raquel sentada en su cama, una expresión de preocupación marcada en su rostro. Ivelle sabía que tendría que explicar su abrupta desaparición y el estado en el que había regresado, pero ¿cómo explicar lo inexplicable?
— Ahora no quiero hablar con nadie, Raquel — dijo, metiéndose en la cama.
Raquel observó con preocupación cómo Ivelle se sumergía en las sábanas de la cama, su cuerpo tembloroso y su rostro marcado por la fatiga y el estrés emocional. Sabía que algo grave había sucedido, algo que había sacudido a su amiga hasta el núcleo. Con delicadeza, se acercó a la cama y se sentó en el borde, respetando el espacio que Ivelle parecía necesitar en ese momento.
—Está bien, no tienes que hablar ahora —susurró Raquel suavemente, tratando de ofrecer consuelo. —Pero quiero que sepas que estoy aquí para ti, para cuando estés lista.
En la tarde, Ivelle se levantó y se preparó para ir a clases, aunque no tenía ánimos de hacerlo de ver a nadie. Peinó su cabello como siempre y no pudo evitar recordar a su madre. Ahogó su llanto mientras salía de la habitación. Dyane apareció a su lado, pero Ivelle la ignoró cuando ella comenzó a hablar. Dyane sabía lo que pasaba dentro de la cabeza de su humana, por lo que no quería mencionar nada sobre eso que pudiera hacerla derrumbarse, pero tenía tanta curiosidad que optó por desaparecer para no preguntar nada que pudiera causarle un fuerte regaño. Ivelle caminó por los pasillos de la academia con la cabeza baja, su mente revoloteando entre recuerdos y preocupaciones. Aunque intentaba concentrarse en el presente, las imágenes de su hogar y sus padres se filtraban constantemente, ensombreciendo cada momento.
Al llegar al aula, se sentó en la parte trasera, en un rincón solitario donde esperaba pasar desapercibida. Sus compañeros de clase murmuraban entre ellos, llenos de la energía y el entusiasmo típicos de un día de estudio, en contraste marcado con su propio estado de ánimo. Ivelle sacó sus libros con movimientos mecánicos, su mente aún distante. A medida que la clase avanzaba, su profesor, el señor Alaric, notó su desgano y cómo su mirada parecía perderse más allá de las paredes del aula. Alaric era un hombre observador y empático, conocido por su habilidad para conectar con sus estudiantes no solo en el ámbito académico sino también en lo personal. Al terminar la clase, se acercó discretamente a Ivelle.
—¿Está todo bien, Ivelle? —preguntó con una voz suave, asegurándose de que el resto de la clase estuviera fuera de alcance auditivo.
Ivelle levantó la mirada, encontrándose con los ojos preocupados de Alaric. Por un momento, quiso abrirse y contarle todo lo que estaba sucediendo, pero algo dentro de ella se resistió. Simplemente asintió, aunque sus ojos decían lo contrario.
—Solo estoy un poco cansada, señor Alaric, gracias por preguntar —respondió, intentando ofrecer una sonrisa que más parecía una mueca. — Solo son los nuevos temarios que me tienen asi.
Mientras recogía sus cosas para dejar el aula, Ivelle sintió cómo la carga de mantener todo para sí misma empezaba a pesar demasiado. Sabía que tarde o temprano necesitaría hablar con alguien, pero no quería hacerlo. Salió del aula, Percy se acercó rápido a ella y le puso el brazo sobre los hombros, pero ella no estaba de humor para soportar eso así que lo quitó rápidamente. Percy frunció el ceño ya que ella nunca había hecho eso. Se puso frente a ella y levantó su mentón. Noto la mirada triste de su amiga, sus labios secos y partidos y una que otra herida en su mejilla izquierda.
—¿Ivelle, qué te ha pasado? —Percy preguntó con un tono mezclado de preocupación y confusión. Su habitual jovialidad había dado paso a una seriedad poco común en él.
Ivelle, sorprendida por su propia reacción de rechazo, miró a Percy. Por un momento, se sintió tentada a desviar la mirada y encerrarse en su habitual silencio, pero algo en la expresión sincera de preocupación en el rostro de Percy la detuvo. Respiró hondo, luchando con las palabras que quería decir y con las que necesitaba guardar para sí misma.
—Lo siento, Percy... no es nada, solo estoy... cansada —balbuceó, aunque sabía que su amigo no se tragaría esa excusa tan fácilmente.
Percy la observó detenidamente, sus ojos analizando cada detalle de su rostro.
—Ivelle, sé que algo más está pasando. No tienes que contarme si no quieres, pero por favor, considera hablar con alguien que pueda ayudarte. — Tomo sus manos —. Quiero que cuentes conmigo para lo que sea. Somos amigos, puedes tener confianza en mí.
Las palabras de Percy hicieron que un nudo se formara en la garganta de Ivelle. La idea de compartir su carga con alguien más siempre había sido aterradora, pero también liberadora. Ella asintió lentamente, apreciando la preocupación de su amigo.
—Gracias, Percy. Solo... quiero que estemos en un lugar mas privado—dijo finalmente, con una sinceridad que resonó entre ambos. —No quiero que toda la academia se entere de mis cosas.
Percy asintió, ofreciéndole una sonrisa de apoyo antes de cambiar de tema, intentando aligerar el ambiente.
—¿Qué te parece si vamos a tomar algo? Podemos ir a Sallym; allí podemos hablar tranquilamente —sugirió Percy, notando los ojos llorosos de su amiga. Le dio una mirada llena de preocupación—. Tranquila, todo estará bien —dijo suavemente, acercándose para ofrecerle un abrazo reconfortante mientras acariciaba su cabello.