Aldana una joven doctora que cuando con un prometedor futuro, cambia su destino al cometer un gravisimo error...
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capítulo 5
Al bajar del auto, Aldana notó todas las miradas sobre ella. Algunos paparazzi se acercaron de inmediato, pero los guardaespaldas de Leonardo actuaron con rapidez para cubrirlos. Las preguntas llovieron sin tregua:
—Señor Moretti, ¿quién es la mujer que lo acompaña?
—¿Es su novia? ¿Cuál es su nombre?
—¿De dónde es la señorita?
Aldana miró a Leonardo, quien mantenía el rostro completamente serio, imperturbable ante el asedio. Se inclinó hacia él y susurró:
—¿No vas a decir nada?
—No... No me interesa lo que escriban.
—Pero a mí sí —replicó ella, deteniéndose en seco. Se volvió hacia los paparazzi con una sonrisa fría—. Buenas tardes. Mi nombre es Aldana Salcedo, hija mayor de la señora Moretti. Por favor, dejen de acosar a Leonardo. Él es demasiado educado para mandarlos al demonio, pero como su hermanastra, puedo hacerlo por él. Si no les importa... con permiso.
Sin más, se giró y, dedicándole una sonrisa juguetona a Leonardo, entró con paso firme en la mansión, que ya estaba repleta de invitados. Leonardo pronto la alcanzó, y ambos quedaron sorprendidos: se suponía que era una reunión familiar, pero el lugar estaba lleno de figuras públicas. Estaban por escabullirse cuando una voz por el micrófono los detuvo.
—Muy buenas tardes a todos. Gracias por asistir a esta ocasión tan especial —dijo Laura, radiante en un vestido celeste que la hacía parecer un ángel—. Estábamos esperando a mis hermanos, y como ya han llegado, es hora de anunciar el motivo principal de esta reunión... Ven, amor, démosles la noticia juntos.
Un joven de cabello negro y elegante traje se acercó a ella. Besó su mejilla, la tomó de la cintura y miró al frente. El corazón de Aldana se detuvo. Era Sebastián. No había cambiado nada en diez años. La misma sonrisa, los mismos ojos que solían mirarla a ella... ahora miraban a otra.
Sintió cómo su cuerpo se estremecía. Sin poder seguir escuchando, se excusó y se dirigió al baño. Necesitaba respirar.
Pasaron varios minutos antes de que decidiera salir. Caminó con la espalda erguida hasta el bar. No era lo bastante fuerte como para enfrentarlos, pero no arruinaría la noche.
Desde la barra, vio venir a su madre con una sonrisa fingida. Sarah pidió un trago y comentó:
—No nos ves desde hace una década y ni siquiera vienes a saludarnos.
—Hola, Sarah. ¿Cómo has estado? ¿Contenta? Ya te saludé.
Aldana bebió de un sorbo su copa, pero su madre se la quitó bruscamente.
—¿A qué has venido?
—Fui invitada. Gracias por eso, por cierto.
—Yo no te invité. Le dije a tu hermana que no lo hiciera...
—¿Ah sí? ¿Porque crees que no sé comportarme? ¿Esa fue la razón por la que me desterraste? Dime algo... ¿A Laura cuántas cachetadas le diste? Ella se enamoró de su hermano y ahora se casa con él. ¿No es eso peor que lo que yo hice?
La mirada de Sarah ardía de furia cuando Richard apareció, rodeándola con el brazo.
—¿Cariño, todo bien? Hola, Aldana, ¿cómo has estado?
—Bien, Richard. Me alegra verte mejor. Me contaste hace poco que te sentías fatigado.
—Ya me encuentro mejor, gracias. Mi médico dice que debo bajar el ritmo.
—Me alegro. Aun así, quiero que veas a un amigo mío, solo para estar segura. Aún eres joven para sentirte así...
—¿Desde cuándo hablan ustedes? —interrumpió Sarah—. ¿Cuándo la viste?
—Hace dos meses, durante un viaje de negocios a EE. UU. No creí que fuera relevante mencionarlo.
—No cambies de tema...
—No hay ningún tema. Sarah teme que haga una escena, pero tranquilos. Me voy. Está claro que no soy bienvenida. A diferencia tuya, Sarah, yo no sé fingir que todo está bien.
En ese momento llegaron más invitados. Leonardo, Laura y Sebastián se acercaron.
—¡Hermana! —exclamó Laura, abrazándola con entusiasmo.
Aldana la recibió con una sonrisa forzada.
—Hola, Laura. Felicidades por tu compromiso.
—Gracias. Fue difícil guardarlo todos estos años. Quería contártelo en persona, pero nunca volviste...
—¿Años? Vaya, sí que lo tenían bien guardado. Los felicito.
—Temía que te molestara, ya que tú y Sebastián eran tan cercanos...
Aldana miró a su madre y respondió con calma.
—Para nada, Laura. Si tú eres feliz, yo también lo soy. Y sí, éramos amigos... cuando éramos niños. Si no, me habría enterado de esto de otra forma.
Sebastián por fin se atrevió a mirarla, pero antes de que hablara, Aldana lo interrumpió:
—Te felicito. Cuídala bien. Ahora, si me disculpan, tengo asuntos que atender.
—Hermana, quédate un poco más —suplicó Laura—. Tengo tantas cosas que contarte...
Aldana retrocedió antes de que la tocara.
—Será en otro momento, Laura. Disfruta de tu fiesta.
Y con el rostro en alto, se marchó.