El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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Recuerdos.
Esa noche, Claudia no pudo dormir. El eco de la conversación con Gabriel resonaba en su mente, junto con la visión de su hermana en el sótano. Se movía inquieta en la cama, la respiración pesada, los recuerdos comenzando a inundarla como una tormenta que había intentado evitar.
Era un día de verano, el cielo despejado y el aire cálido abrazaba el coche mientras Claudia y su hermana viajaban juntas. La radio sonaba en el fondo, pero sus pensamientos estaban lejos. Habían discutido horas antes, una de esas discusiones sin importancia que, en retrospectiva, parecía absurda. Sin embargo, en ese momento, el orgullo no permitió que ninguna de las dos cediera. Claudia había ignorado los intentos de reconciliación de su hermana. Sus últimas palabras antes del accidente fueron frías, cargadas de un rencor que no debería haber existido.
Luego, el impacto. El mundo giró y todo se volvió oscuridad.
Claudia despertó sobresaltada en la cama. El sudor perlaba su frente y su corazón latía con fuerza, como si acabara de revivir el accidente. Las imágenes seguían repitiéndose en su mente, ese último segundo en el que todo cambió. Apretó las sábanas, intentando calmar su respiración. El insomnio era su compañero habitual, pero aquella noche, el peso de la culpa era más fuerte que de costumbre.
Se levantó y fue hacia la ventana, buscando algo que la anclara al presente. Afuera, la lluvia golpeaba los cristales. Era un sonido constante, hipnótico, que le permitía no pensar por un momento. Pero sus pensamientos siempre volvían al mismo punto: ¿Y si hubiera hecho las paces con ella antes del accidente? ¿Y si no hubiera sido tan terca?
Ese ¿y si la había atormentado durante años, alimentando su depresión y su incapacidad para avanzar. Cada paso que daba en su vida estaba manchado por esa pérdida y por el arrepentimiento. No había sido solo la muerte de su hermana, sino la forma en que sus últimas interacciones la habían dejado con la sensación de que era su culpa.
Gabriel apareció en la puerta de su habitación, silencioso como siempre, su presencia interrumpiendo el bucle mental en el que Claudia se encontraba atrapada. Sus ojos oscuros la estudiaron durante unos segundos, como si ya conociera la batalla interna que estaba librando. Sabía lo que significaba esa mirada vacía en su rostro. Lo había visto antes, en sí mismo.
—No puedes seguir castigándote, —dijo con una voz baja, pero firme.
Claudia se giró hacia él, su rostro una mezcla de incredulidad y dolor.
—¿Castigarme? ¿Cómo no voy a hacerlo? —respondió, su voz temblando—. Ella murió… y fue por mi culpa.
Gabriel la observó en silencio durante unos momentos más, y entonces se acercó lentamente. Su proximidad no la incomodaba, pero siempre había algo en él que la hacía sentir vulnerable. Era como si pudiera ver a través de su fachada, como si entendiera cada grieta, cada pedazo roto de su alma.
—No fue tu culpa, —murmuró, deteniéndose a unos pasos de ella—. Lo que ocurrió no estaba en tus manos. No puedes cambiar el pasado, pero puedes dejar de destruirte por algo que no puedes controlar.
Claudia bajó la vista, luchando contra las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Sabía que tenía razón, pero el dolor era como una adicción, algo que no podía soltar porque de alguna manera la mantenía conectada a su hermana. Era su castigo, y al mismo tiempo, lo único que sentía que la mantenía cerca de ella.
Un flashback la golpeó con fuerza. Estaba sentada junto al ataúd de su hermana en el funeral. Recordaba el silencio absoluto que la rodeaba, las miradas de lástima, el calor sofocante del verano y el vacío inmenso que había sentido. Había querido gritar, llorar, hacer algo para liberar el nudo en su pecho, pero no pudo. Se había encerrado en su dolor, incapaz de mostrar su vulnerabilidad frente a los demás. Desde ese día, había decidido cargar con la culpa en silencio, como una penitencia eterna.
De vuelta en la realidad, Gabriel la miraba con una mezcla de comprensión y dolor. No había detalles sobre su propio pasado, pero Claudia intuía que él también conocía el sabor amargo del arrepentimiento. Se acercó más, hasta que sus manos casi rozaron las de ella.
—Tú no eres la misma que eras entonces, —dijo con voz suave—. Y tienes la oportunidad de cambiar. De sanar. Pero no si te sigues castigando.
Claudia levantó la vista, atrapada en sus palabras. Era la primera vez que alguien le decía eso de una manera tan directa. Siempre había creído que no merecía ser feliz, que su castigo era justo. Pero ahora, por primera vez, se preguntaba si tal vez había una posibilidad de redención, si podía encontrar algo de paz.
La relación entre Claudia y Gabriel comenzó a profundizarse desde ese momento. Gabriel, aunque distante y reservado, se convertía en una figura que la empujaba a confrontar su dolor, pero también en alguien que comprendía el peso de vivir con cicatrices emocionales. La atracción entre ellos no era simplemente física; era una conexión más profunda, forjada por el dolor compartido y las heridas que ambos intentaban sanar.
Claudia empezó a asistir con mayor regularidad a las sesiones con su terapeuta, tratando de explorar la posibilidad de perdonarse a sí misma. El terapeuta, un hombre de mirada cálida y voz tranquila, la guiaba con paciencia, ayudándola a desentrañar los nudos de su mente. Con cada sesión, Claudia recordaba más momentos de su infancia con su hermana, momentos felices que habían sido eclipsados por el accidente. Poco a poco, esos recuerdos positivos comenzaban a emerger, otorgándole una perspectiva diferente, aunque aún dolorosa, sobre la pérdida.
El proceso no era fácil, y los retrocesos eran constantes, pero la semilla de la motivación empezaba a germinar en su interior. Por primera vez en mucho tiempo, Claudia se permitió imaginar un futuro donde el dolor no fuera lo único que la definía. Sabía que el camino sería largo, pero con Gabriel a su lado, y el apoyo del terapeuta, comenzó a ver una luz tenue al final del túnel.