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EL DESTINO DE SER REINA (REINA ISABEL 1 DE INGLATERRA)

EL DESTINO DE SER REINA (REINA ISABEL 1 DE INGLATERRA)

Status: Terminada
Genre:Completas / Amantes del rey / El Ascenso de la Reina
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Luisa Manotasflorez

Este relato cuenta la vida de una joven marcada desde su infancia por la trágica muerte de su madre, Ana Bolena, ejecutada cuando Isabel apenas era una niña. Aunque sus recuerdos de ella son pocos y borrosos, el vacío y el dolor persisten, dejando una cicatriz profunda en su corazón. Creciendo bajo la sombra de un padre, el temido Enrique VIII, Isabel fue testigo de su furia, sus desvaríos emocionales y su obsesiva búsqueda de un heredero varón que asegurara la continuidad de su reino. Enrique amaba a su hijo Eduardo, el futuro rey de Inglaterra, mientras que las hijas, Isabel y María, parecían ocupar un lugar secundario en su corazón.Isabel recuerda a su padre más como un rey distante y frío que como un hombre amoroso, siempre preocupado por el destino de Inglaterra y los futuros gobernantes. Sin embargo, fue precisamente en ese entorno incierto y hostil donde Isabel aprendió las duras lecciones del poder, la política y la supervivencia. A través de traiciones, intrigas y adversidades

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Capítulo 4 Una madre del corazón

Una Madre del Corazón

A pesar de la breve duración de su matrimonio con Enrique VIII, Ana de Cleves encontró un lugar único en la corte y en la vida de los hijos de Enrique. Aunque nunca fue madre biológica, el afecto y el respeto que desarrolló por las hijas de su exmarido la convirtieron en una figura maternal importante para ellas.

Isabel, especialmente, vio en Ana una guía y un apoyo en su juventud. Después de la ejecución de su madre, Ana Bolena, Isabel había crecido en un ambiente difícil, donde su legitimidad y estatus en la corte eran constantemente cuestionados. Pero cuando Ana de Cleves llegó a la corte, trató a Isabel con un cariño especial, sin importarle los conflictos pasados entre Enrique y Ana Bolena.

El lazo con Isabel

Isabel, una niña de apenas siete años cuando Ana de Cleves llegó a Inglaterra, quedó impresionada por la amabilidad y el trato atento de Ana. Aunque Ana había llegado como la nueva esposa del rey, nunca mostró arrogancia ni intentó imponerse sobre los hijos de Enrique. En cambio, estableció una relación respetuosa y afectuosa con ellos, especialmente con Isabel.

Ana, siendo una mujer educada y culta, encontraba consuelo en compartir su conocimiento y cultura con Isabel. La niña, curiosa por naturaleza, se maravillaba ante las historias que Ana le contaba sobre su tierra natal, los reinos protestantes de Alemania y la música que traía consigo. Isabel, que ya mostraba destellos de la gran reina que sería, veía a Ana como un refugio en un mundo lleno de intrigas y tensiones políticas.

Ana le enseñaba a Isabel palabras en alemán, y la joven princesa se reía cuando Ana la llamaba “mi niña”. A menudo se las veía juntas en los jardines de la corte, paseando y conversando. Isabel encontraba en Ana no solo una figura protectora, sino también una compañera que nunca la hacía sentir menos por el complicado legado de su madre.

María, la hija de Catalina de Aragón

La relación de Ana con María, la hija mayor de Enrique y Catalina de Aragón, era más compleja pero igual de importante. María, siendo devotamente católica, había vivido años de aislamiento emocional por los matrimonios y decisiones políticas de su padre. Sin embargo, cuando Ana llegó a la corte, supo desde el principio que no debía mostrarse como una amenaza. A pesar de las diferencias religiosas entre ellas, Ana trató a María con gran respeto, entendiendo el dolor que la joven mujer había sufrido tras la anulación del matrimonio de sus padres.

María, que había heredado el temperamento fuerte de su madre, llegó a ver en Ana a una mujer que, a pesar de su fe protestante, no buscaba imponer nada ni interrumpir la estabilidad familiar. Con el tiempo, se forjó entre ellas un respeto mutuo, y María llegó a confiar en Ana como una amiga en la corte.

Durante el reinado de María como reina de Inglaterra, Ana fue invitada a los eventos más importantes, lo que demostraba que seguían manteniendo una buena relación. Ana de Cleves siempre asistía con gran dignidad, sabiendo que su papel en la corte, aunque reducido tras la anulación, seguía siendo de gran importancia para quienes la respetaban.

El trato con Eduardo VI

Eduardo VI, el hijo de Enrique con Jane Seymour, era todavía un niño cuando Ana se casó con su padre. Aunque no hubo grandes interacciones entre Ana y Eduardo durante el breve matrimonio, Ana siempre mostró una preocupación maternal por él, asegurándose de que creciera bien cuidado y amado por sus tutores.

Después de la anulación, Ana seguía atenta al bienestar de Eduardo. Siempre mostraba interés por su educación y desarrollo, sabiendo que algún día él sería rey. Aunque no tuvo una relación tan cercana con él como la tuvo con Isabel o María, la cordialidad y el respeto nunca faltaron.

La diferencia con Catalina Howard

A diferencia de Ana, Catalina Howard, la joven quinta esposa de Enrique VIII, era todo lo que Ana no era. Catalina, apenas una adolescente cuando se casó con Enrique, no mostraba interés en las responsabilidades de una reina ni en el bienestar de los hijos del rey. Era frívola y mucho más preocupada por su apariencia y su posición que por las obligaciones que su rol exigía.

Ana veía con desdén cómo Catalina ignoraba a los hijos de Enrique, especialmente a Isabel, a quien trataba con frialdad y distancia. Para Catalina, los hijos de Enrique no eran una prioridad. Esto causaba tristeza en Ana, quien sabía que los hijos del rey necesitaban una figura maternal que los guiara y apoyara. En más de una ocasión, Ana recordaba a Isabel que, aunque Catalina fuera la nueva esposa del rey, siempre podría contar con ella para cualquier cosa.

Ana también sabía que la posición de Catalina Howard era frágil. No solo por su juventud, sino también por su falta de madurez y capacidad para entender las responsabilidades de una reina. En privado, Ana compartía con Isabel su preocupación por la estabilidad de la corte bajo el mando de Catalina.

Una figura respetada

A pesar de los altibajos de su vida en la corte, Ana de Cleves permaneció como una figura respetada. Su conexión con Isabel solo se fortaleció con el tiempo, y cuando Isabel finalmente ascendió al trono, Ana de Cleves fue una de las pocas figuras del pasado que siempre fue recordada con cariño.

En sus últimos años, Ana le confesó a Isabel: “Mi familia en Alemania me desprecia porque no fui capaz de durar como reina, pero aquí en Inglaterra encontré un hogar, una familia. Tú, Isabel, eres una hija para mí. Siempre lo has sido.”

Isabel, con lágrimas en los ojos, respondió: “Y siempre serás una madre para mí, Ana. El trono puede cambiar, pero mi cariño por ti no lo hará.”

Ana de Cleves nunca tuvo hijos con Enrique VIII, pero el vínculo que construyó con los hijos de su exmarido, especialmente con Isabel, fue un legado de amor y respeto que perduraría mucho más allá de su tiempo en la corte.

La historia de Catalina Howard y Enrique VIII comienza en los salones dorados de la corte inglesa en 1539. Enrique, entonces en sus últimos años de reinado, se sentía atrapado en un matrimonio sin amor con Ana de Cleves, una esposa que no eligió por amor, sino por conveniencia política. Estaba descontento, cansado y envejecido, y ya no veía la vida con la misma pasión que cuando era un joven monarca. Pero todo cambió cuando sus ojos se posaron sobre Catalina Howard.

Catalina, una joven que se movía con gracia y soltura, era sobrina de Thomas Howard, el poderoso duque de Norfolk. Aunque pertenecía a una familia aristocrática, había crecido en una situación un tanto descuidada, bajo la tutela de su madrastra, la duquesa de Norfolk, en una casa donde la supervisión de las jóvenes era mínima. Catalina, con apenas diecisiete años, no tardó en atraer la atención de Enrique, quien, con casi cincuenta años, vio en ella la vitalidad y frescura que tanto ansiaba.

Desde el momento en que la conoció, Enrique quedó fascinado. Catalina le devolvió la energía perdida, su risa resonaba en los salones de palacio y sus gestos juveniles lo cautivaban. El rey, obeso y enfermo, se sentía joven nuevamente en su presencia. A pesar de su deteriorada salud, la pasión que sentía por Catalina lo rejuvenecía de una manera sorprendente. Ella le hacía sentir como un joven amante una vez más, algo que no había experimentado en años. Pronto, las charlas privadas y las sonrisas furtivas entre ambos comenzaron a alimentar los rumores en la corte.

Enrique, decidido a deshacerse de su matrimonio con Ana de Cleves, lo anuló en julio de 1540. Apenas unas semanas después, el 28 de julio, se casó en secreto con Catalina, asegurando que había encontrado a su "rosa sin espinas". Para Enrique, Catalina era perfecta, la encarnación de la juventud y la belleza que él tanto necesitaba en su vida. Lo que siguió fue una relación que, en sus inicios, fue intensamente apasionada.

En la intimidad de sus aposentos, Catalina y Enrique vivieron una relación marcada por la energía y el deseo. Enrique, a pesar de sus dolencias, se entregaba completamente a la pasión que sentía por ella. Catalina, por su parte, aunque joven e inexperta, parecía disfrutar de la atención y el poder que le otorgaba ser la reina consorte. La joven era conocida por su vivacidad y energía en la cama, algo que deleitaba al rey, quien muchas veces, en medio de sus momentos más privados, la llamaba "Ana Bolena", evocando a su segunda esposa, quien también había despertado su pasión en el pasado. Catalina, lejos de sentirse ofendida, aceptaba estos comentarios como parte del extraño mundo en el que vivía con Enrique. Ella entendía que su papel como esposa del rey no solo se limitaba a las apariciones públicas, sino también a satisfacer sus necesidades más íntimas.

A pesar de la vida lujosa que llevaba como reina, Catalina comenzó a sentirse atrapada. Enrique, aunque la colmaba de regalos y atención, era mucho mayor que ella y estaba físicamente deteriorado. La diferencia de edad y la falta de emociones juveniles la llevaban a buscar otras distracciones. Así, mientras Enrique la adoraba y le ofrecía el mundo, Catalina, en secreto, comenzó a acercarse a otros hombres de la corte.

Antes de su matrimonio con Enrique, Catalina había tenido una vida amorosa agitada. Durante su juventud, había tenido relaciones con Henry Manox, su profesor de música, y más tarde con Francis Dereham, un secretario de la familia Howard. Estas relaciones, aunque no escandalosas en su momento, ahora volvían para atormentarla. Con el tiempo, Catalina también empezó una relación amorosa con Thomas Culpeper, un apuesto cortesano cercano al rey. Las cartas secretas que intercambiaban y sus furtivos encuentros no pasaron desapercibidos para los ojos atentos de la corte.

Enrique, ciego de amor, ignoraba los rumores que empezaban a circular sobre las indiscreciones de su joven esposa. Para él, Catalina seguía siendo la mujer perfecta, la reina que lo había rejuvenecido. Sin embargo, en 1541, la situación cambió drásticamente. Los rumores sobre las relaciones pasadas de Catalina con Dereham y Manox comenzaron a ganar fuerza, y una investigación oficial fue puesta en marcha. Poco a poco, la verdad salió a la luz, y no solo se descubrieron sus relaciones pasadas, sino también su actual romance con Culpeper.

Cuando la noticia llegó a Enrique, fue como una daga al corazón. El rey, que se había entregado completamente a Catalina, quedó devastado al descubrir su traición. En noviembre de 1541, Catalina fue arrestada y llevada a la Torre de Londres. Sus cartas a Culpeper fueron presentadas como prueba de su adulterio, y aunque Catalina intentó defenderse, el destino ya estaba decidido.

El 13 de febrero de 1542, Catalina Howard, la quinta esposa de Enrique VIII, fue ejecutada en la Torre de Londres. Tenía alrededor de veintiún años. La joven que había traído tanta alegría y vitalidad a Enrique terminó su vida en el cadalso, como tantas otras antes que ella. A pesar de su corta vida, Catalina dejó una marca imborrable en la historia de Inglaterra, tanto por su relación intensa y apasionada con Enrique como por su trágica caída.

Así, Catalina Howard pasó de ser la joven que rejuveneció al rey a la reina caída en desgracia, víctima de sus propios deseos y de las intrigas de la corte. Su legado es el de una mujer atrapada entre las expectativas de la realeza y las pasiones de la juventud, una figura trágica en la tumultuosa vida de Enrique VIII.

La traición de Catalina Howard a mi padre fue uno de los golpes más duros en su vida. Se decía que tenía un amante, Thomas Culpeper, y que su infidelidad había sido descubierta. Aunque mi padre había pasado por muchas decepciones amorosas antes, ésta lo marcó profundamente. Catalina no solo había traicionado su confianza, sino que, al hacerlo, ponía en peligro todo su reinado y su honor como rey.

Cuando las cartas incriminatorias entre Catalina y Culpeper llegaron a manos de mi padre, fue como si el mundo que él había construido a su alrededor se desmoronara. Su dolor no solo era el de un hombre que había sido traicionado en el corazón, sino el de un monarca que veía cómo su propio reino se volvía en su contra, manchado por el escándalo y la traición.

Catalina fue arrestada, acusada de adulterio, y encerrada en la Torre de Londres. Mi padre no tuvo más opción que ordenar su ejecución. Verla morir no fue fácil para él, pero lo que más me afectó fue cómo todo esto lo consumió. Enrique VIII, mi padre, se convirtió en un hombre más oscuro y paranoico tras su muerte. Parecía que la traición había agotado todo lo que quedaba de su antiguo vigor y alegría.

Yo, Isabel, siendo una niña en ese entonces, cargaba con un peso que no era mío, pero que no podía evitar sentir. Aunque no lo expresaba, el caos emocional de mi padre me afectaba profundamente. Para sobrellevarlo, me refugiaba en las actividades que me permitían liberar mis propias tensiones. Montaba a caballo durante horas, dejando que la brisa fresca despejara mis pensamientos y me permitiera sentir, al menos por un rato, una libertad que solo encontraba en la naturaleza.

Nadar se había vuelto otra de mis escapatorias. En el agua, sentía que podía flotar lejos de las responsabilidades y preocupaciones que me rodeaban. Mientras nadaba, la tensión se disipaba, aunque solo fuera temporalmente, y mi mente se aclaraba, dándome la fuerza para enfrentar otro día en la corte de mi padre.

A pesar de la tragedia que envolvía la vida de Catalina Howard y el impacto que tuvo en mi padre, yo sabía que debía encontrar mi propio camino. La corte era un lugar lleno de intrigas, donde el amor y la lealtad parecían ser palabras vacías. Pero yo, observando todo desde las sombras, juré que no cometería los mismos errores. No permitiría que el amor o la traición me controlaran, y encontraría mi propia manera de reinar con fuerza y decisión, libre de las cadenas que una vez atraparon a Catalina Howard.

Catalina Howard fue ejecutada sin pruebas suficientes, tal como sucedió con mi madre, Ana Bolena. Aún siendo muy joven, comprendí la tragedia que rodeaba a esas mujeres que, de un modo u otro, fueron atrapadas en la red de la corte de mi padre, Enrique VIII. Tenía apenas unos 8 años cuando todo esto sucedió, y aunque era una niña, no pude evitar sentir lástima por Catalina.

Catalina Howard, apenas una muchacha de 19 años cuando fue ejecutada, llegó a la corte llena de vida y alegría. Al principio, la vi como una presencia joven y vivaz que había devuelto a mi padre una felicidad temporal. Pero, al igual que con mi madre, esa felicidad pronto se convirtió en sospecha, en amargura. Mi padre, tras descubrir lo que consideraba traición, fue implacable.

Vi cómo la historia se repetía. Mi madre fue ejecutada cuando yo era solo una niña, también acusada de traición y adulterio. Sabía lo que se sentía perder a una madre por esas razones, y aunque Catalina no era mi madre, no pude evitar pensar en lo cruel y rápida que fue su caída. Parecía que ninguna reina, sin importar lo mucho que intentara, podría escapar del destino que mi padre dictaba.

A menudo, cabalgaba largas horas para escapar del peso de lo que sucedía en la corte. Las intrigas, las acusaciones, las ejecuciones... todo era demasiado para mí. También nadaba, buscando la paz y la serenidad en las aguas que me permitían, aunque fuera por un breve momento, olvidarme del dolor que sentía. Mi padre se sumía más en su propia oscuridad, y yo, aunque aún una niña, ya comenzaba a sentir el peso de los peligros que rodeaban el trono.

A pesar de todo, Catalina Howard fue solo otra víctima en una serie de tragedias que marcaban la vida de las mujeres que amaban a mi padre. Quizás no tuvo hijos, y su tiempo en la corte fue breve, pero nunca olvidaré lo que pasó. En el fondo, sentí una profunda tristeza por ella, y no pude evitar recordar que, en su lugar, podría haber estado cualquier otra mujer, incluso yo misma.

Los Años de Silencio y Reflexión

Londres, 1542

La sala de mi infancia, tan llena de luz como de sombras, siempre fue un refugio de paz y aprendizaje en un mundo convulso. Mi vida, marcada por la tragedia y la transformación, se adentraba en un periodo de introspección y crecimiento durante los tres años siguientes a la ejecución de Catalina Howard. Era un tiempo en el que el eco de las decisiones de mi padre resonaba en las paredes del castillo, y donde mis pensamientos se convertían en mis más fieles compañeros.

El 13 de febrero de 1542, cuando Catalina Howard fue ejecutada, el mundo de la corte sufrió otro golpe doloroso. Su caída se produjo bajo el manto de la traición y el escándalo, tan repentino y violento que dejó una cicatriz en la historia de Inglaterra. A medida que la noticia se extendió, yo, Isabel, me encontré en una encrucijada de emociones y aprendizajes.

Un Refugio en la Educación

A mis ocho años, el revuelo de la corte parecía distante mientras me sumergía en mis estudios bajo la tutela de Katherine Champernowne, mi institutriz, y más tarde conocida como Kat Ashley. Ella era mi pilar, mi guía en un mundo incierto. La vida en la corte continuaba su curso frenético, pero yo, desde mi refugio en los aposentos del palacio, buscaba en los libros y en la enseñanza una forma de entender y prepararme para lo que estaba por venir.

Kat, con su paciencia y cariño, se convirtió en una figura maternal para mí. En sus ojos, veía la preocupación y la dedicación, y a través de sus lecciones, empecé a construir mi propia fortaleza. Los días se llenaban de estudios intensos, con lecciones en latín, griego y francés, y noches en las que Kat me contaba historias de la corte, dándome una perspectiva que más tarde me sería invaluable.

La Sombra de la Tragedia

Mi educación no fue únicamente una búsqueda de conocimiento; también fue una forma de lidiar con el dolor que la corte me imponía. La ejecución de Catalina Howard, tan abrupta y despiadada, me dejó una impresión profunda. Aunque aún era joven, entendía que las vidas en la corte podían ser tan efímeras como el oro que adornaba nuestras paredes. Catalina, quien había sido una figura vibrante y enérgica, se había convertido en una advertencia sobre los peligros del poder y la inestabilidad que lo acompañaba.

A menudo, cuando la tristeza me embargaba, encontraba consuelo en mis paseos por los jardines del palacio. Cabalgaba y nadaba, intentando liberar mi mente del peso de los eventos recientes. La soledad a veces me envolvía, pero en esos momentos de quietud, el murmullo de las aguas y el galope de mi caballo me ayudaban a encontrar algo de paz.

La Relación con Kat Ashley

Kat Ashley, con su presencia constante y su cuidado afectuoso, fue esencial en mi desarrollo. Ella no solo me enseñaba, sino que también me ofrecía un refugio emocional. Nos reíamos juntas y compartíamos historias; ella me ayudaba a comprender las complejidades del mundo que me rodeaba. Era una guía en un ambiente donde las lealtades eran frágiles y los enemigos podían ser invisibles.

Kat me enseñó a ser cautelosa y astuta, a observar más allá de lo que se presentaba a simple vista. En un mundo donde la traición y el engaño eran moneda corriente, sus lecciones eran una salvaguarda esencial. Me ayudó a ver la política y la diplomacia no solo como temas de estudio, sino como realidades que un día tendría que enfrentar.

El Reflejo de la Corte

Durante estos tres años, observé el comportamiento de mi padre, Enrique VIII, y sus sucesivas decisiones matrimoniales. La levedad con la que trataba los matrimonios y las vidas de sus esposas me dejó una impresión clara sobre la naturaleza efímera del poder. A pesar de su reinado imponente, la vida en la corte parecía tan volátil como el viento. Me preguntaba sobre la suerte de Catalina y otras mujeres que, como ella, habían sido arrastradas por las mareas de la política.

A través de mis estudios y observaciones, me di cuenta de que la estabilidad no era una garantía en la vida de la corte. La vida de Catalina Howard, truncada tan repentinamente, era un recordatorio constante de la necesidad de ser fuerte y perspicaz. Mi educación me preparaba no solo para entender el mundo que me rodeaba, sino también para participar en él de manera efectiva y prudente.

Reflexiones Finales

Mirando hacia atrás, los años entre la ejecución de Catalina y el comienzo de mi adolescencia fueron un tiempo de formación y adaptación. Aprendí a apreciar la importancia de la inteligencia y la cautela, cualidades que, con el tiempo, definirían mi reinado. En la seguridad de los aposentos del palacio, con Kat Ashley como mi guía, me preparaba para enfrentar un mundo donde la traición y la política eran partes inevitables de la vida. Mi infancia, marcada por la tragedia y el aprendizaje, se convirtió en el fundamento sobre el que construiría mi futuro como reina.

Con la fortaleza que adquirí en esos años, estaba lista para enfrentar lo que vendría, y aunque la corte seguía siendo un lugar de intriga y peligro, yo estaba decidida a navegarlo con la sabiduría y la determinación que había cultivado.

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