Peligrosa Obsesión

Mi corazón late con fuerza mientras me alejó, lista para aprovechar la oportunidad de escapar de la lujosa pero ominosa hacienda.

La melódica sinfonía de los cascos resonaba en los campos de manzanos mientras desesperada por escapar, galopaba a toda velocidad en el purasangre que me habían regalado. La brisa fresca golpeaba mi rostro de manera brusca mientras saltaba vallas en un intento frenético de dejar atrás este opresivo lugar.

—¡Ximena, detente! ¡Puedes lastimarte!

Ignorando la voz de mi secuestrador, me aferraba a las riendas con determinación. La adrenalina latía por mis venas mientras el caballo avanzaba velozmente entre los manzanos.

—¿Por favor, para antes de que te hagas daño!— Lo volví a escuchar gritar.

El viento silbaba en mis oídos mientras el paisaje se convertía en un torbellino de colores y formas borrosas.

De repente, unas ramas traicioneras se cruzaron en el camino del caballo. La bestia, intentando esquivar el obstáculo, se descontroló y me arrojó al suelo con un impacto desgarrador.

—¡Ahh!— Grité por el dolor.

Veo como Santiago y sus hombres corren hacía mi para alcanzarme mientras me retuerzo de dolor en el suelo.

Trato de levantarme, pero el dolor en mi brazo me ha paralizado por completo y es solo cuando lo miro que me doy cuenta de que me lo he fracturado.

—¡Ximena, estás bien!— jadeante y con lágrimas en mis ojos trato de alejarme de Martín.

—¡Déjenme sola! Solo quiero irme a mi casa, con mi familia.

Veo el  gesto preocupado de Santiago mientras se intenta acercar con cautela.

—No debiste hacer eso. Aun no conoces la hacienda. Era obvio que esto pasaría. No debiste haber corrido así— Dijo agachándose a mi lado. —Dime, ¿Te duele mucho?

Sintiéndome vulnerable y derrotada, asentí mientras el dolor en mi brazo se intensifica.

—Vamos, déjame ayudarte.

Con cuidado, Santiago termina por sostenerme entre sus brazos para llevarme de regreso a la hacienda.

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

El silencio se cierne en la habitación donde me encuentro con mi brazo inmovilizado en un yeso blanco que contrasta con el gris en las paredes de la habitación. Santiago, se encuentra a mi lado, con una mezcla de preocupación y pesar en sus ojos.

—Lamento mucho lo que ocurrió, Ximena. No era mi intención que te lastimaras.

Con la mirada fija en el techo, apenas lo escucho, tratando de ocultar el dolor físico y emocional que me embarga.

—No parece que lamentes mucho lo que me hiciste— Mi voz sonó casi en un susurro.

—Entiendo que nada de lo que diga podrá cambiar cómo te sientes. Pero quiero que sepas que no quería que resultaras herida.

—¿Ah, no querías que resultara herida?— El escepticismo en mis palabras era evidente. —Entonces ¿Por qué no dejaste que me llevaran al médico? ¿Por qué no me dejaste ir?

—Ximena, entiende que las cosas no son tan simples. No puedo dejarte ir así como así.

—¿Y qué es lo que quieres de mí, Santiago?

—Quiero que entiendas mi perspectiva. No quiero lastimarte, pero hay razones por las cuales llegamos a esta situación.

Esto es ridículo, ¿Qué justificación puede tener el retener a alguien contra su voluntad?

—¿Y cuáles son esas razones? Tan solo quieres justificar el hecho de que estás completamente loco.

Sintiendo la impotencia de la situación, cierro los ojos, resignada.

—Descansa, Ximena. Cuando te recuperes volveremos a hablar de nuestra boda.

Santiago se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta, dejándome sumida en un mar de emociones conflictivas y el incesante dolor en mi brazo fracturado.