Aldana una joven doctora que cuando con un prometedor futuro, cambia su destino al cometer un gravisimo error...
NovelToon tiene autorización de abbylu para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capítulo 4
Cuando llegué a Londres, lo primero que hice fue dirigirme a una tienda de ropa. Quería comprar un lindo vestido, algo especial. Después de tantos años fuera, deseaba que al verme notaran cuánto había cambiado. Pero sobre todo, me encontraba nerviosa por la impresión que Sebastián pudiera llevarse al volver a verme.
Compré un vestido de dos piezas color beige, ajustado al cuerpo y con una abertura lateral que dejaba ver parte de mi pierna. No les voy a mentir, jamás me había vestido de esa forma, me sentía algo incómoda, expuesta. Sin embargo, al ver las miradas que algunos hombres me dirigían mientras me lo probaba, supe que era el indicado. Lo pagué sin pensarlo demasiado y me dirigí a un salón de belleza. Me corté un poco el cabello, pedí que me maquillaran discretamente y, una vez lista, fui al hotel a dejar mis maletas. No iba a quedarme en casa de Richard esta vez; hoy tenía otros planes. Si Sebastián estaba tan ansioso como yo por vernos, probablemente necesitaríamos privacidad... y una habitación.
El horario de la fiesta se acercaba. Me dirigí a la salida del hotel, buscando mi celular dentro del bolso. Estaba tan concentrada que no presté atención al camino, y fue entonces cuando choqué contra alguien. Estuve a punto de caer, pero esa persona me sujetó del brazo con rapidez, ayudándome a mantener el equilibrio.
—Lo siento… —murmuré algo avergonzada.
—Descuide, ¿está bien?
Esa voz… la conocía. Alcé la mirada y me encontré con unos ojos que hacía años no veía.
—¿Leonardo?
Vi cómo sus ojos se clavaron en mí. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro antes de decir:
—Aldana… Veo que ya has crecido.
—Pues eso hacen las personas. —Respondí con un deje de ironía—. ¿Pero qué haces aquí?
—Lo mismo que tú. A mí también me invitaron a esta reunión.
—Entiendo... ¿Tienes auto? ¿O compartimos un taxi? Ya vamos tarde y no creo que Laura esté muy contenta si llegamos retrasados.
—Tengo auto. Vamos —respondió, girándose para guiarme.
Mientras caminábamos hacia el vehículo, noté que un grupo de hombres vestidos de negro nos seguía. Fruncí el ceño, sorprendida.
—Vaya... ni el presidente tiene tanta seguridad...
—¿Qué? ¿No te avisaron?
—¿Avisarme qué?
—Tuve un accidente hace unos meses. Casi muero. La policía aún está investigando. Por eso padre contrató seguridad para toda la familia.
—Ja... —Reí brevemente, y al notar su ceja arqueada añadí—. Lo siento, no me río de lo que te pasó. Solo me causa gracia que yo no recibí ni una niñera. Ojo, no me quejo. Odiaría tener a esos tipos siguiéndome. ¿Te los imaginas en un quirófano?
Leonardo relajó su expresión seria. Abrió la puerta del copiloto para mí y, mientras subía, dijo:
—Veo que sigues diciendo lo primero que se te ocurre.
—Las personas no cambian tanto con los años —respondí mientras abrochaba el cinturón—. Podemos aparentar madurez, pero en el fondo seguimos siendo los mismos niños de siempre.
El resto del trayecto fue en silencio. Leonardo nunca fue de hablar mucho, así que no me extrañó. Cuando la mansión apareció a lo lejos, sentí cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido. Miré por la ventana con nostalgia.
—Ya había olvidado lo grande que era…
—Mi padre la diseñó —comentó Leonardo—. Quería tener muchos hijos, por eso hizo una casa con muchas habitaciones.
Lo observé de reojo, esperando que continuara. Pero como era costumbre en él, se limitó a mirar al frente. No dijo nada más hasta que estacionó frente a la entrada principal.