Elena, la preciosa princesa de Corté, una joya, encerrada en una caja de cristal por tanto tiempo, y de pronto es lanzada al mundo, lanzada ante los ambiciosos, los despiadados, y los bárbaros... Pureza destilada ante la barabrie del mundo en que vivía. ¿Que pasará con Elena? La mujer más hermosa de Alejandría cuando el deseo de libertad florezca en ella como las flores en primavera. ¿Sobrevivirá a la barbarie del mundo cruel hasta conseguir esa libertad que no conocía y en la cuál ni siquiera había pensado pero ahora desa más que nada? O conciliará que la única libertad certera es la muerte..
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Capitulo 4
El paso que el Rey Dante esperaba que el Duque Cortés diera no había ocurrido, al menos hasta el momento. Ya había pasado un año desde el nacimiento de Elena, y el Duque seguía con la misma postura, manteniendo a su hija alejada de la sociedad.
En el día en que Elena cumplía un año, la mansión Cortés se encontraba sumida en un silencio pesado y opresivo. No había risas, ni música, ni la alegría típica de una celebración de cumpleaños. Las doncellas y los sirvientes seguían con sus tareas diarias, pero sus miradas, aunque silenciosas, decían mucho más de lo que sus labios se atrevían a pronunciar.
Desde el nacimiento de Elena hasta ese día, el Duque Franco Cortés no había mostrado interés alguno por su hija. Nunca la había visitado ni preguntado por su bienestar. La indiferencia del Duque hacia Elena era palpable y su presencia, o mejor dicho, su ausencia, lo dejaba claro. Las doncellas, entrenadas para ser discretas y eficientes, cumplían con sus deberes sin pronunciar una sola palabra de más, pero no podían evitar intercambiar miradas de preocupación y lástima cada vez que pensaban en la pequeña.
Aquel día, sin embargo, trajo consigo una sorpresa inesperada. Como regalo de cumpleaños, irónicamente, el Duque Cortés decidió sacar a Elena de la mansión principal. Ordenó que la niña fuera trasladada al anexo de la mansión, una estructura igualmente lujosa pero más pequeña y reservada. Este anexo, que solía ser utilizado para hospedar a invitados importantes, se convertiría a partir de entonces en la residencia de Elena.
El traslado se llevó a cabo en silencio, sin ceremonias ni explicaciones. Las doncellas prepararon sus pertenencias, empacaron sus ropas y sus juguetes, y la llevaron a su nueva residencia. A pesar de la opulencia del lugar, el anexo tenía un aire de aislamiento, como si estuviera apartado no solo físicamente, sino también emocionalmente, del resto de la mansión Cortés.
Al llegar, las doncellas acomodaron a Elena en una habitación decorada con elegancia, pero la atmósfera seguía siendo fría y distante. La niña, ajena a la magnitud del cambio en su entorno, miraba a su alrededor con curiosidad, sin comprender el significado de aquel traslado.
La encargada de cuidar de Elena en el anexo sería Matilda, una mujer mayor y experimentada, conocida por su paciencia y cariño hacia los niños. Matilda había servido a la familia Cortez durante décadas y había visto mucho en sus años de servicio, pero incluso ella no podía evitar sentir una profunda tristeza por la situación de Elena.
Devon solía visitar regularmente a Elena, trayendo consigo pequeños regalos que preparaba con esmero. Aquel día, con un obsequio especial en las manos, se dirigió a la habitación de su hermana, solo para encontrarse con una escena inesperada. Los empleados estaban limpiando y desarmando el lugar, recogiendo las pertenencias de Elena.
Con una mirada aguda y llena de preocupación, Devon preguntó dónde estaba su hermana.
—¿Dónde está Elena? —Demandó, su voz reflejando una mezcla de alarma y confusión.
Una de las doncellas, alzando brevemente la vista, respondió con suavidad. —Bienvenido Joven Duque. El Duque ha ordenado que la princesa sea trasladada al anexo. Desde hoy vivirá allí.
La mirada de Devon se llenó de enojo. Sin pensarlo dos veces, se dirigió a la oficina de su padre. Sin molestarse en pedir permiso, irrumpió en la habitación. El Duque levantó la vista, su expresión endurecida por la interrupción.
—Devon, ¿qué modales son esos? —Reprendió el Duque, su voz firme.
Devon, con una postura desafiante y los ojos brillando de determinación, respondió sin titubear.
—Padre, ¿por qué han trasladado a Elena al anexo? Quiero que la traigan de vuelta a la mansión principal.
El Duque observó a su hijo con frialdad, sus palabras cortantes.
—Eso no sucederá, y no tengo por qué darte explicaciones.
Sin embargo, Devon no se dejó amedrentar. Con un aire de desafío, redobló su apuesta.
—Si no la trae de regreso a la mansión principal, entonces yo me iré a vivir al anexos con ella.
El Duque frunció el ceño, sorprendido por la actitud desafiante de su hijo. Sabía que Devon tenía una personalidad dominante, pero nunca antes se había atrevido a enfrentarse a él de esa manera. Reflexionó internamente, notando que había algo en Devon que no era común, control, obsesión quizás, aunque se detuvo ante ese pensamiento.
Para apaciguar a su hijo, el Duque cambió su enfoque.
—Te gusta pasar tiempo con ella, ¿no? —Dijo con voz más suave. —Elena es pequeña y frágil.. Entonces piensa en ese lugar como una caja de cristal, dónde siempre estará protegida, un sitio especial donde puedes ir a verla.
Los ojos de Devon, antes furiosos, mostraron ahora un destello de interés. —¿Una caja de cristal? —Repitió, su tono más calmado.
Devon, mostrando una madurez inusual, hizo una reverencia y se disculpó por su comportamiento grosero.—Lo siento, padre. No debí entrar sin pedir permiso.
Devon, con una expresión renovada, tomó el regalo que había preparado y se dirigió al anexo.
Al entrar en la habitación de Elena, la encontró jugando con los cientos de peluches que él mismo le había regalado a lo largo del año. La pequeña habitación estaba llena de osos de peluche, conejos, y muñecas, todos colocados meticulosamente alrededor de la habitación. A pesar de la opulencia y la elegancia del lugar, había una sanación sombría.
El rostro de Elena se iluminó al ver un rostro conocido. Eran pocos los intentos de palabras que salían de su boca, pero parecía que Devon la entendía.
Devon sonrió y se acercó a ella, arrodillándose para estar a su altura. Le entregó el regalo, un pequeño carrusel.
Oro, plata y piedras preciosas decoraban el juguete, una extravagancia muy difícil de hacer y tener.
Atraída por los brillos del juguete Elena le prestó rápidamente atención mientras jugueteaba con él.
—Una caja de cristal...
Murmuró Devon mientras sonreía levemente.
El tiempo pasó y la nieve continuó cayendo, cubriendo todo con un manto de blancura. Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses, y la pequeña Elena siguió creciendo, siendo cada día más hermosa.
Ya quiero leer cuando Davon vuelva a casa y no este Elena esp va a ser ÉPICO!!!!?.
M encanta tus historias m las he leido todas.