Los Juegos De La Corona: Intrigas, Deseo Y Traición

La corte bullía con actividad. Se preparaba un banquete en honor a los nuevos acuerdos comerciales con un ducado vecino, y la nobleza no escatimaba en sus finas vestimentas ni en las elaboradas máscaras de cordialidad. Sin embargo, tras las puertas cerradas y los susurros velados, la atmósfera se teñía de algo más oscuro. Arabella lo sentía en cada conversación que se apagaba al verla acercarse, en las miradas fugaces cargadas de recelo. El banquete no era más que una fachada para las intrigas que se tejían en el fondo, y ella estaba decidida a descubrir quién movía los hilos.

Al entrar al gran salón esa noche, sintió que las miradas la seguían con la misma intensidad que lo harían los cazadores al acecho de una presa. Lucía un vestido de terciopelo rojo, el color de la pasión y la sangre, en un intento de proyectar la imagen de una mujer indómita y segura de sí misma. Pero, por dentro, la incertidumbre crecía; sabía que, en esa corte, la debilidad era un lujo que no podía permitirse.

Mientras avanzaba hacia la mesa principal, sus ojos se encontraron con los de la duquesa de Ravenswood. La mujer la observaba con una sonrisa enigmática, como si supiera algo que Arabella no. Ese simple gesto fue suficiente para encender las alarmas en su mente. Había algo en la actitud de la duquesa, una mirada que sugería complicidad, pero también amenaza.

—Lady Arabella, qué maravilloso que haya decidido unirse a nosotros —dijo la duquesa con voz melosa cuando Arabella se acercó lo suficiente. El tono era agradable, pero la frialdad en su mirada no lo era.

—No sería correcto que la nueva duquesa se mantuviera alejada de las festividades —respondió Arabella, con una sonrisa cortés pero distante.

—Por supuesto. Ahora que estás en el centro de nuestra pequeña corte, no sería prudente perderte nada… especialmente con todo lo que sucede. —La duquesa alzó su copa de vino, y sus palabras flotaron en el aire como un desafío apenas velado.

Antes de que Arabella pudiera replicar, una figura familiar apareció a su lado. Alexander, con su usual aire de indiferencia, se situó entre ambas mujeres. Sin embargo, Arabella notó la tensión en sus hombros, como si intuyera que la conversación había ido demasiado lejos.

—Duquesa, espero que mi esposa no le esté robando demasiado de su tiempo —intervino Alexander, su tono formal pero lleno de una autoridad que no admitía discusión.

La duquesa sonrió y se encogió de hombros con fingida despreocupación. —No me lo robaría, mi querido duque. Después de todo, el tiempo en esta corte es un bien preciado que debemos compartir sabiamente, ¿no es así?

Arabella observó cómo la mujer se alejaba con una leve inclinación de cabeza, pero el comentario de la duquesa la había dejado con más preguntas. Sin embargo, no tuvo tiempo para reflexionar; Alexander la tomó del brazo con más fuerza de la que había esperado.

—Necesitamos hablar, pero no aquí —murmuró él, casi arrastrándola hacia uno de los pasillos laterales del salón.

Arabella apenas pudo contener su frustración cuando Alexander la condujo a una pequeña habitación que parecía ser un antiguo salón de lectura. La puerta se cerró tras ellos, y el silencio de la estancia la envolvió como un manto asfixiante.

—¿Por qué interrumpiste la conversación? —dijo Arabella, soltando su brazo de la mano de Alexander. —Podría haber descubierto algo importante.

Alexander la miró con dureza. —¿Y qué crees que descubrirías, Arabella? Esta corte está llena de serpientes, y la duquesa de Ravenswood es una de las más peligrosas. Si crees que jugando a ser valiente lograrás algo, te estás engañando.

—Entonces, explícame tú cuál es el juego que se está desarrollando —respondió ella, sintiendo cómo la frustración aumentaba. —He escuchado susurros, visto miradas... Hay secretos en la corte que están más cerca de nosotros de lo que imaginas.

Alexander dejó escapar un suspiro, y por un instante, Arabella vio en sus ojos una chispa de algo más, un cansancio o una preocupación que no había notado antes. —Hay cosas que es mejor que no sepas —dijo finalmente, con la voz más baja de lo habitual.

—¿Como el hecho de que nuestra familia alguna vez se enfrentó a la corona? —espetó ella, esperando captar su reacción. Alexander no respondió de inmediato, pero sus ojos se entrecerraron en un gesto de advertencia.

—Esa historia es más antigua que nosotros, Arabella. —El duque se acercó a ella, su rostro a solo unos centímetros del suyo—. Si insistes en seguir hurgando en el pasado, atraerás la atención de aquellos que prefieren que ciertas cosas permanezcan en la oscuridad.

Arabella lo miró directamente a los ojos. —No voy a ser una peón en este juego, Alexander. Si hay algo que debes decirme, dímelo ahora. —El desafío en su voz era evidente, y ella esperaba una respuesta que confirmara o descartara sus sospechas.

Alexander retrocedió, como si sus palabras hubieran atravesado una barrera invisible. —Todo lo que necesitas saber, Arabella, es que mi familia y la corona tienen una relación compleja. La reina nunca ha olvidado las antiguas rencillas, y tú, al ser mi esposa, te has convertido en una pieza dentro de ese conflicto. Pero no voy a permitir que te utilicen en mi contra.

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió con un golpe repentino. Un sirviente apareció, pálido y agitado. —Mi señor, mi señora… hay un mensajero de la reina en la entrada. Trae noticias urgentes.

La noticia dejó a Arabella con un nudo en el estómago. Cuando ella y Alexander llegaron a la entrada principal, encontraron al mensajero con el rostro sombrío. El hombre se inclinó profundamente antes de hablar. —La reina solicita la presencia inmediata del duque y la duquesa de Blackthorn en sus aposentos privados. Dice que hay un asunto de extrema urgencia que debe discutirse… uno relacionado con la seguridad del reino.

Arabella intercambió una mirada rápida con Alexander. Era evidente que algo más estaba sucediendo, algo que iba más allá de los juegos y las intrigas habituales de la corte. Sin decir una palabra, Alexander le hizo un gesto para que lo siguiera, y ambos se dirigieron al palacio con el aire cargado de tensión.

Cuando llegaron a los aposentos privados de la reina, los guardias les abrieron las puertas, y entraron en una sala adornada con pesados tapices y muebles dorados. La reina Catherine estaba sentada junto a una mesa cubierta de mapas y pergaminos. Su expresión era grave, y en sus ojos brillaba una determinación férrea.

—Duque, duquesa… —comenzó ella, sin apartar la mirada de los documentos. —La situación ha cambiado. Hay un traidor en la corte, y se ha descubierto un complot contra la corona. Pero la traición proviene de mucho más cerca de lo que pensábamos.

Arabella sintió cómo el aire se volvía frío a su alrededor. No podía evitar la sensación de que estaban siendo arrastrados a un juego mucho más peligroso de lo que jamás hubieran imaginado, un juego en el que la verdad y la mentira eran apenas dos caras de la misma moneda.