¿Qué harías si el personaje que creaste se materializa en tu habitación? bueno eso mismo le paso a nuestra querida Arianna... quien aun no sé explica como es que eso sucedió.
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capítulo 24
La ciudad aún estaba envuelta en un silencio inusual. Era como si el caos de la jornada anterior hubiera dejado un eco, una resonancia que se adhería a las paredes, al asfalto, al aire mismo.
Víctor había insistido en llevar personalmente a Arianna y Caleb de regreso al departamento. No se fiaba de nadie, ni siquiera de los oficiales que los habían escoltado fuera del galpón. Su hermana aún temblaba, aunque tratara de ocultarlo. Y Caleb… Caleb no había pronunciado palabra alguna desde que el cuerpo de Erick fue cubierto por una sábana blanca.
Al llegar, Arianna se dejó caer en el sofá. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente… su mente no encontraba descanso. Caleb se mantuvo de pie, mirando por la ventana como si buscara algo que se hubiera quedado allá afuera. Víctor, en cambio, se cruzó de brazos, sin rodeos.
—¿Ustedes lo conocían, verdad?
La pregunta cayó como una piedra en medio del silencio.
Arianna intercambió una mirada rápida con Caleb, que bajó la vista. Ella tragó saliva, sentándose un poco más erguida.
—Sí… —respondió al fin—. Lo conocíamos.
Víctor ladeó el rostro, agudizando la mirada.
—¿Era tu hermano? —preguntó directamente a Caleb. Había escuchado cuando lo llamó así, entre lágrimas.
Caleb cerró los ojos por un momento, como si aceptarlo en voz alta fuera más doloroso que todo lo vivido.
—Lo era…
El tono no fue frío ni tajante. Fue simplemente… resignado.
Víctor suspiró, bajando los hombros. Sabía que no era el momento de profundizar en los detalles, pero como jefe de seguridad de la familia —y como hermano mayor—, su deber era proteger a Arianna por encima de todo.
—No voy a preguntar más por ahora. Pero para que padre y yo podamos estar tranquilos, un equipo de seguridad va a estar contigo desde hoy. Tendrás vigilancia discreta, pero constante.
Arianna frunció el ceño, incómoda. Siempre había sido reacia a ese tipo de cuidados. Había luchado toda su vida por su independencia, por decidir su camino sin sentir que estaba encerrada en una jaula dorada.
Pero al ver el rostro de Víctor, endurecido por la preocupación y el cansancio, supo que no debía oponerse.
—Está bien… —murmuró—. Y gracias, hermano.
Víctor se acercó y la abrazó con fuerza. Fue un gesto breve, pero cargado de todo lo que no podían decir con palabras. Luego se giró hacia Caleb y asintió una sola vez, reconociendo su dolor sin emitir juicio.
—Cuídense el uno al otro.
Y con eso, se marchó.
El silencio volvió al departamento, espeso como una niebla. Arianna respiró hondo, tratando de no llorar. Miró a Caleb, que seguía de pie, inmóvil frente al ventanal.
—¿Quieres hablar de él? —preguntó con suavidad.
—No ahora —dijo él con voz baja—. Pero gracias por no tenerle miedo al final.
Ella asintió. Luego caminó lentamente hacia su escritorio, como si algo dentro de ella la impulsara.
—Erick dijo que había descubierto cómo regresar… —murmuró, casi como un pensamiento en voz alta.
Caleb levantó la vista, confuso.
—¿Qué dijiste?
—Que no fue un accidente —repitió, encendiendo su laptop—. Dijo que su regreso no fue azaroso. Que fue mi voluntad la que lo trajo aquí… y que solo mi voluntad podía devolverlo.
—¿Tú crees eso?
—No lo sé… —admitió—. Pero quiero intentarlo.
Sin decir más, abrió el archivo de su novela. El cursor parpadeaba sobre el título aún incompleto: *Crónicas de Gandal – Fragmento III*. Durante horas escribió. Las palabras fluyeron como nunca antes. Cada capítulo era una ofrenda, un intento de reconciliación con lo que había creado.
Cuando terminó cinco capítulos, se quedó observando la pantalla. Caleb, sentado en el sofá, la miraba en silencio.
—Creo… —susurró— que esto será suficiente para que regrese a donde pertenece.
En el texto, Arianna describía cómo, a pesar del daño que le había causado a Caleb, Erick no había sido un mal gobernante. Gandal, bajo su mando, había prosperado. Su liderazgo, aunque forjado en sangre, trajo estabilidad, rutas comerciales, alianzas estratégicas. Una paz tensa, sí, pero paz al fin.
Con el tiempo, el “León de Gandal” se convirtió en un emperador respetado, incluso amado. Sin embargo, la culpa de lo que había hecho jamás lo abandonó. En cada decisión, en cada noche de insomnio, en cada palabra no dicha… buscaba redención.
Arianna se secó una lágrima y guardó el archivo.
Entonces recordó algo. Caminó hasta una pequeña vitrina donde guardaba las pertenencias más preciadas de su madre. Allí, dentro de un cofre de madera tallada, yacía el cristal rojo.
Lo sostuvo con ambas manos. El objeto irradiaba un calor suave, como si respondiera a su presencia.
—¿Qué es eso? —preguntó Caleb, acercándose.
—Este cristal me lo dio mamá cuando tenía ocho años. Dijo que venía de un lugar muy lejano… un mundo al que ella ya no podía regresar.
—¿Qué más te dijo?
Arianna cerró los ojos, evocando la voz suave de su madre y las historias que solía contarle para dormir.
—“Había una vez un cristal nacido en un mundo más allá del nuestro. Pequeño como un corazón y rojo como el ocaso. Solo obedecía a los deseos puros del alma. No los de ambición ni venganza… sino los que nacían de un corazón herido que deseaba sanar. Decían que quien lo poseyera podría cruzar entre mundos, si su voluntad era sincera. Que una grieta de luz lo guiaría, y que su destino estaría donde su deseo fuera más fuerte. Pero también advertían que el cristal solo podía usarse una vez… y que, al cumplir su propósito, dormiría por cien años.”
Abrió los ojos. El cristal palpitaba en sus manos.
—Mi madre no era de este mundo. Siempre lo supe… —susurró—. Había algo en su mirada, en su forma de hablar, en sus silencios. Y estoy empezando a creer que ella cruzó esa grieta mucho antes que tú.
—¿Y si el cristal puede hacerlo de nuevo? —preguntó Caleb, con un atisbo de esperanza.
Arianna miró por la ventana. La luna estaba alta y brillante. El cristal vibraba con energía contenida.
—No lo sé. Pero si existe una forma de reparar lo que rompí… de devolver a Erick, de ayudarte a ti a regresar… —dijo con firmeza— entonces lo intentaré.
El cursor en la pantalla seguía parpadeando, esperando más historia.
Pero Arianna ya no se sentía solo una escritora. Se sentía guardiana de algo más grande: un puente entre mundos. Una grieta en la realidad.
Una grieta roja que comenzaba, otra vez, a brillar.
Sin pensar más, se dejó caer sobre el sofá con la laptop entre las piernas. Caleb se acercó, y tomándole las manos, susurró:
—Yo no quiero volver… Mi lugar está donde tú estés, Arianna.
Esas palabras bastaron para que el mundo de ella se tambaleara.
Sin pensarlo, se subió sobre sus piernas, y rodeando su cuello con los brazos, lo atrajo hacia sí. Lo besó. No era un beso suave, era urgente, cargado de miedo, amor, desesperación.
Tenía miedo de perderlo. De que el cristal se lo llevara de nuevo.
Pero que él le confirmara que quería estar a su lado para siempre fue la certeza que necesitaba para ya no resistirse más.
Caleb era el hombre que amaba. Y ya no podía negarlo.
El beso se volvió más profundo, más apasionado. Las manos de Caleb comenzaron a explorar su cuerpo con ternura, como si la redescubriera. Y cuando sus labios descendieron hacia su cuello, ella susurró con la voz temblorosa, pero segura:
—Te amo, Caleb… Te amo.
Gracias por esto...
La Felicito Autora.