Doncella De La Mafia

Al fin, los Mancini se habían ido, por lo que Anne pudo tener un rato de paz.

Ella estaba sola en su habitación, sentada en su pequeño tocador, mirándose al espejo. Su maquillaje se había corrido por las lágrimas que fue derramando silenciosamente.

No tenía escapatoria. Ni siquiera su estúpido maquillaje, que pretendía afearla, había funcionado.

—Estoy perdida ¿Qué demonios voy a hacer?— susurró, comenzando a quitarse el maquillaje con un paño, revelando poco a poco sus dulces facciones.

Eran cerca de las cinco de la tarde. En eso, Anne escuchó unos sonidos extraños que venían desde el pasillo. Eran pasos, risas… Se oían en dirección al cuarto de Charleen. Su curiosidad fue más fuerte y se levantó de la silla para ver qué ocurría.

Al asomarse discretamente por la puerta, Anne descubrió que Charleen estaba invitando melosamente a un joven alto de cabello castaño a entrar a su habitación. El chico reía y la tomaba de la mano. Ese joven tan encantador era Justin York, su viejo amor.

Entonces, era cierto: Charleen salía con él. Una parte de Anne se derrumbó al comprobar aquello, pero no quiso seguir perdiendo el tiempo viendo esa escena de “tortolitos”, por lo cual se metió en su alcoba y cerró la puerta con cuidado.

—Lo invitó a la casa…Charleen no tiene cara, ¿tanto me odia? — dijo Anne, arrastrando la espalda sobre la puerta y sentándose en el suelo, abatida — ¡Que se vayan al diablo!¡Los dos!

Más allá de sus sentimientos por una situación como esa, Anne estaba más preocupada por su viaje a la finca de los Mancini, que para ella era lo mismo que su condena de muerte.

En su cabeza no podía dejar de preguntarse por qué la familia de su madre estaba metida con gente como los Mancini. Incluso, Don Carlo hablaba de su abuelo Vittorio como si fueran hermanos…

—No lo entiendo— se dijo Anne mirando el suelo, sumida en sus pensamientos — Según vi en aquel lugar donde trabajé de limpieza, Renzo Mancini es parte de una familia muy poderosa y es un jefe mafioso respetado. Creí que mi abuelo y mi madre eran gente decente que no se mezclaban con esa clase de personas.

Anne se preguntaba qué más le habían ocultado durante su tierna infancia. O qué otras cosas no le habría contado su padre; durante el almuerzo con los Mancini, su actitud le había resultado muy sospechosa y, cada vez que podía, era notorio como intentaba aprovechar para pedir algún favor económico a Don Carlo o a Renzo.

—Papá no solo quiere casarme con el nieto de los Mancini por una promesa entre familias o para fortalecer la empresa de mi madre… Mi padre oculta algo más, lo presiento.

Anne se levantó del suelo y se arrojó sobre la cama. Necesitaba cerrar los ojos. Sin darse cuenta, se durmió.

Al despertar, Anne lo hizo de golpe. Buscó tanteando su móvil y descubrió que había pasado una hora.

—Vaya, no me di cuenta… —dijo bostezando con tristeza.

Rápidamente, se lavó la cara y decidió bajar al comedor por un vaso de agua. Últimamente, bebía agua del grifo y no permitía que nadie le sirviera; no confiaba en nadie luego de lo que le había ocurrido con esa droga afrodisíaca. Solo aceptaba lo que Marlene le ofrecía, pues era la única persona en esa casa en la cual confiaba.

Pensando en la droga, y recordando que para el mismo día del escape de Anne se había acordado un encuentro con Renzo que, lógicamente, no se concretó, la joven supuso que su madrastra le había puesto eso al agua para hacerla quedar mal.

“Ella no imaginó que yo me escaparía ni que Renzo Mancini suspendería el encuentro. Pero si esas cosas no hubieran ocurrido, yo habría dado un espectáculo patético en mi propia casa…”, pensó Anne, apretando los puños.

Bajó las escaleras, giró por un corredor y se metió en la cocina. Allí estaba Marlene, el ama de llaves.

—¿Necesitas algo, pequeña?— le preguntó la mujer.

—Solo un poco de agua — respondió Anne, buscando un vaso y abriendo la llave del grifo.

—¿Por qué bebes de ahí? Siempre preferías el agua embotellada… —preguntó amable la señora, curiosa por el cambio repentino de Anne.

—Dicen que es más saludable. Además, es agua potable — respondió escuetamente la chica, sin querer adentrarse en explicaciones.

—Entiendo, pequeña. Si tu lo dices… —respondió Marlene con una sonrisa — Veré si preparo la cena. Debo hacer una porción extra, pues la Señorita Charleen invitó a su novio.

—Ah… Está bien.

Anne enjuagó el vaso y lo dejó sobre la mesada ante la mirada discreta de Marlene, quien percibía que algo no andaba bien. Antes de irse, el ama de llaves le dijo:

—Mi niña, no quiero ser entrometida. Pero… Si tu deseas que yo te acompañe a la finca de ese señor Mancini, solo debes pedirlo. Trabajé con la familia de tu madre por años, siento que le debo mucho y espero que sepas todo el cariño que te tengo…

Al oírla, Anne sonrió conmovida. Marlene era la única persona que de verdad la quería. Sin poder contenerse, corrió hasta ella y la abrazó.

Necesitaba un abrazo más que nunca. Y la mujer le correspondió.

—Deja que me instale en la finca primero. Luego, hablaré con mi padre para que te dejen venir…

Marlene sonrió, apretando la tela de su delantal, viendo a Anne alejarse.

Cuando Anne dejó la cocina y giró por el solitario corredor, se topó con Justin York…

“Maldición…” ,pensó la joven, poniéndose blanca por los nervios.

—Anne…— la nombró él.

Lucia aún más guapo que en la escuela. Justin tenía la misma edad que Anne pero ya era todo un hombre. Y seguía conservando ese gesto bonachón que tanto enloquecía a las chicas.

Pero no, no quería hablar con él. No podía…

Anne no respondió al llamado y esquivó a Justin. Sin embargo, él la atrapó por el brazo y no la dejó ir.

—Anne, por favor, tienes que escucharme. No te imaginas cuanto he buscado la manera de verte y lo que hice para lograrlo

—Es una broma… — dijo Anne entre dientes.

—Escúchame Annie… Me duele el corazón y es por ti. No quiero que te cases…

—Eso no es asunto tuyo — Anne le lanzó una mirada feroz, dolida, e hizo que el chico la soltara— Y ya no me llames “Annie”.

—¡Claro que es mi asunto!Somos amigos... Y yo...— Justin se quedó sin palabras, nervioso. Sus ojos verdes parecían dolidos también.

—No seas hipócrita…

—¡No lo soy! Yo…¡Te lo diré! Tú también me gustas, Anne. Nunca te lo he dicho, pero es así…

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...