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“La Cristiana Del Harén”

“La Cristiana Del Harén”

Status: Terminada
Genre:Casarse por embarazo / Traiciones y engaños / Esclava / Sirvienta / Amor-odio / Completas
Popularitas:12.6k
Nilai: 5
nombre de autor: Luisa Manotasflorez

En los últimos estertores del Reino Nazarí de Granada, cuando el esplendor andalusí comenzaba a desvanecerse ante el avance implacable de los Reyes Católicos, se tejió una historia olvidada por el tiempo, pero viva en las piedras de la Alhambra.

Isabel de Solís, hija de un noble castellano, nunca imaginó que la guerra la arrebataría de su hogar para convertirla en prisionera en el corazón del mundo musulmán. Secuestrada por soldados nazaríes y llevada a la Alhambra, se convirtió en esclava de una princesa que la humillaba y despreciaba por su origen cristiano. Vista como una extranjera, una infiel y una mujer sin valor, Isabel vivió sus días bajo la sombra del miedo, cubierta por velos que no solo ocultaban su rostro, sino también su libertad.

Pero todo cambió el día en que los ojos del sultán Muley Hacén se posaron sobre ella.

Conocido por su poder, su temperamento y su lucha contra los cristianos, Muley Hacén vio en Isabel algo más que una cautiva. La belleza de la joven,

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Capitulo 23 "Recordando "

“Lo que el alma guarda”

Yo era feliz.

No como en las canciones de las princesas, ni como en los salones de las reinas.

Era feliz… simplemente feliz.

Con los pies en la tierra húmeda al amanecer, recogiendo las cerdas en su corral, contando las vacas que siempre regresaban bajo el mismo árbol cerca de la casa, y escuchando el canto de las gallinas que me despertaban con la primera luz.

Las tardes eran doradas, y el olor de las hierbas que yo misma sembré –romero, albahaca, manzanilla, y menta– se mezclaban con el de la tierra y la leche fresca. A veces me sentaba en mi terraza, con el cabello suelto y el vestido sencillo, mirando a mis hijos correr con los caballos que yo misma había elegido para enseñarles a montar. Cada uno de ellos con los ojos de su padre, esa mezcla de luz y firmeza que tanto me cautivó.

Ellos ya han dejado atrás la leche materna. Ya no estiran sus manitas buscando mi pecho, ya no duermen sobre mi pecho sudado después de jugar. Ahora hablan con voz firme, caminan con paso decidido, y dan órdenes a sus propios criados. Han crecido… y yo los he visto florecer uno por uno.

Mis hijos, mi mayor tesoro.

Uno se convirtió en erudito, amante de los libros y las ciencias, y me enorgullece cuando repite con voz clara los versos que aprendió en la corte.

Otro eligió el comercio: administra nuestras tierras, hace tratos justos, y es querido por campesinos y mercaderes por igual.

El tercero se enamoró de la guerra, no como un salvaje, sino como un estratega. Lucha cuando es necesario, protege a su gente y vuelve siempre con heridas, pero con el corazón intacto.

Mi hija, la menor, es fuerte y dulce. Maneja la casa con temple, con inteligencia, con alegría. Ama las flores, la cocina y los cantos. Ella también fue madre joven, y ver a mis nietos correteando entre los patos y los conejos me arranca lágrimas cada mañana.

Siempre les daba dulces, como si fueran magia de infancia. Juguetes sencillos de madera, trenzas de lana, frutas en canastas tejidas por mis propias manos. Y cuando crecieron, les regalé caballos, porque todo hijo mío debía saber montar con honor, como su padre. Yo misma les enseñé a no tener miedo del trote ni del galope, y a confiar en el animal como en un amigo.

A veces me preguntan si volví a enamorarme…

Y yo solo sonrío.

No.

No porque no pudiera, sino porque el miedo me lo impidió.

Miedo a que la vida me lo arrebatara otra vez.

Miedo a volver a perder lo que una vez tuve en Muley.

A ti, amor mío, no te nombro mucho delante de tus hijos. Pero en la soledad de la noche, cuando la casa duerme, tu nombre es una plegaria que no cesa. Tus recuerdos me visitan en sueños, en forma de voz o de sombra, en el olor del incienso o en la manera en que el viento acaricia las cortinas.

Te pienso.

Y te extraño.

Y mis manos te buscan en el aire, aunque solo encuentren el vacío.

Dos años después de nuestra llegada aquí, los niños ya hablaban como cristianos, rezaban el Padrenuestro y se persignaban. Yo, aunque convertida, conservaba en mi corazón una parte de la mujer que fui. Una mujer dividida, pero nunca rota. Una mujer que había conocido la Alhambra y sus jardines, pero que ahora cultivaba tomates y cebollas en su propia tierra.

Salíamos en las tardes al río.

Las cuidadoras me ayudaban con los pequeños, y corríamos al agua a reír, a mojarnos, a gritar como si el mundo fuera nuevo.

—¡Mamá, ven! ¡Está fría! –me decían.

Y yo, con el vestido remangado y los pies desnudos, volvía a ser niña entre sus voces.

No fui al funeral de la reina.

Y no por odio, no.

Sino porque sabía que si iba, me mirarían como una forastera.

Pensarían que fui a pedir, a suplicar por la manutención.

Pero no lo necesitaba.

Mis hijos me daban lo que necesitaba.

Y yo tenía suficiente con eso: con la paz.

Esa paz que tantos años me fue negada, que ahora florecía como un jardín en mi alma.

Sonreí, sí.

Y pedí perdón también.

Cuando Granada cayó, cuando vi a Aixa marcharse, cuando vi a Boabdil llorar en silencio…

Sus lágrimas no eran solo suyas.

Eran nuestras.

Y aquella frase quedó grabada en la historia como una herida sin cerrar:

—“Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre.”

Con eso murió Granada.

Con eso murió la era de los sultanes.

Y nació esta: una era más silenciosa, más humilde, más humana.

Ahora, mientras me rodean mis nietos, mis nueras, mi hija ya madre, mi hijo ya abuelo…

Solo me queda decirte, Muley:

Lo que te perdiste, amor mío.

Tus nietos te habrían hecho reír.

Tus hijos habrían llenado de orgullo tus días.

Tu sangre sigue viva, y corre por los campos, cabalga los montes, reza en dos lenguas.

Y yo…

Yo aún te espero en mis sueños.

Yo aún te amo, aunque sea en silencio.

 

“Ya no eran niños”

Cuando mis hijos fueron creciendo, lo supe sin que nadie me lo dijera.

Lo vi en sus manos, que ya no buscaban las mías, sino que empuñaban herramientas, libros, riendas.

Lo vi en sus pasos, que ya no corrían tras mí en la cocina o en el jardín, sino que se alejaban, decididos, buscando su propio horizonte.

Hernando fue el primero. Siempre tan recto, tan callado, tan sereno como su padre.

Era de esos hombres que hablaban poco, pero cuando lo hacían, todos escuchaban.

Un día me dijo:

—Madre, quiero casarme.

Me lo dijo con voz segura, pero sus ojos temblaban, como si esperara que yo lo negara.

Y no lo hice.

Le tomé la mano, le sonreí y pregunté lo que una madre siempre pregunta:

—¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Cómo es su familia?

Porque no me bastaba que la quisiera. Yo necesitaba saber si ella sería su paz, su amiga, su consuelo.

Fui a conocerla. La miré bien, a los ojos, como lo hacen las madres viejas que ya conocen la vida.

Y en sus ojos vi algo que me tranquilizó.

Una dulzura firme, una calidez honesta, un respeto que no se finge.

Sabía lavar, cocinar, cuidar… pero sobre todo, sabía quererlo.

Y eso bastaba.

Lloré en su boda.

Y no por tristeza, no.

Sino porque mi niño, aquel que dormía abrazado a un oso de trapo, ahora estaba tomando una esposa, y con ella, una nueva vida.

Juan fue después.

Más risueño, más abierto, más parecido a mí en la juventud.

Él también me habló con emoción en los ojos:

—Madre, encontré a la mujer que quiero para siempre.

Y otra vez, fui a conocerla.

Hablé con su madre, con su padre, observé cómo se trataban entre ellos, y cuando la vi reírle con ternura, supe que también sería feliz.

Ambas muchachas me abrazaron con respeto.

Yo les preparé dulces, les regalé un collar de perlas antiguas a cada una, y les susurré al oído:

—Cuídalos. Ellos sabrán protegerlas, pero ustedes deben proteger también su alma.

Las bodas fueron bellas.

Llenas de flores, de vino, de risas.

Y en medio de todo, mientras los vi tomar a sus esposas de la mano, yo miré al cielo y pensé en ti, Muley.

“Ya no son niños, amor mío. Se nos fueron de los brazos, y ahora abrazan a otras. Como debe ser.”

Sentí que envejecía.

No solo por las arrugas en mis manos, ni por el cabello blanco que ya no escondo, sino porque vi claramente cómo el tiempo había pasado.

Aquellos bebés que amamanté, que curé con paños de agua caliente, que dormían abrazados a mi pecho en las noches de invierno…

Ahora eran hombres.

Hombres verdaderos.

Buenos, justos, trabajadores, amables.

Y tú no los viste crecer, Muley.

No viste a tu hijo mayor dar su primer discurso en la plaza, ni al menor galopar con fuerza sobre el campo.

No escuchaste cómo decían "madre" con orgullo.

A veces me siento en el porche, viendo cómo juegan mis nietos.

Algunos tienen tu risa. Otros tu forma de caminar.

Y yo los lleno de regalos, de dulces, de juguetes.

Y, cuando están listos, también les regalo un caballo.

Porque en esta casa, todo niño debe aprender a montar.

Montar les enseña a caer, a levantarse, a mirar al frente con firmeza.

Sí, envejezco.

Pero envejezco con el alma tranquila.

Porque mis hijos son buenos hombres, porque elegí buenas nueras, porque mi linaje vive y florece.

Y porque, aunque la vida no me devolvió tu voz ni tu abrazo…

Me dio frutos que llevan tu sangre, y en ellos estás tú.

Aunque yo sea la única que lo note.

 

“Amé esta vida, amé a mi familia”

Aprendí a quererlos a todos: a mis hijos, a mis nueras y, sobre todo, a mis nietos.

Los vi crecer, hombres rectos y nobles.

Hernando, el firme y sereno, y Juan, el de la palabra fluida y el gesto apacible, me llenaron de orgullo.

Cuando me anunciaron sus bodas, supe que ya no eran niños.

Fueron días de emociones profundas: lloré en cada enlace, emocionada por su paso hacia la adultez y por ver las caras de sus amadas, mujeres que amaban a mis hijos con devoción y sabiduría.

Después también lloré de ternura por mí misma, que ya estaba envejeciendo.

Les conocí —como madre lo hace—: traje dulces de mis jardines, compartí confidencias con las novias, descubrí en sus miradas esa chispa de ternura que solo una madre sabe distinguir.

Allí, entre flores y risas, comprendí que la sangre no solo era herencia, sino también promesa de futuro.

Yo, Isabel de Solís —antes Zoraida, esposa de Muley Hacén, sultana de Granada—

Morí en Sevilla, después de 1510, cuando ya los últimos registros me sitúan viva .

Morí en paz.

Había vivido plenamente:

– Amé a mis hijos.

– Formé a mis nietos.

– Vi florecer mis tierras y mi casa llena de risas.

Rechacé el odio.

No llevé rencor por Aixa. Ella fue desterrada, murió sola, le sucedió lo mismo a Boabdil.

Sus destinos fueron tristes: ella exiliada, él muerto antes de tiempo.

Pero yo…

Yo viví junto a mi gente.

Yo me quedé y dejé un hogar.

Mis nietos fueron mis herederos.

Uno fundó una escuela con mi apellido, otro dirigió viñedos, una nieta se volvió curandera y protectora en el pueblo, otro fue maestro en caballería.

Cada uno llevaba un trozo de mi alma, un pedazo de mi historia.

Me rodeó el amor, no el poder.

Mi legado no fue un trono, sino una familia.

No fue una corona, sino manos temblorosas que me abrazan susurrando "abuela".

Cuando me fui, lo hice con el corazón lleno.

Gracias a ellos, ya no era la Christian que vivió entre almohades, ni la sultana que reinó con temor…

Era la madre, la abuela, la mujer que amó, enseñó y perdonó.

Fui Zoraida. Fui Isabel.

Morí siendo la misma:

una mujer que, pese a todo, encontró paz.

"El linaje inesperado de una morisca"

A veces me sorprendo en silencio, sentada frente al fuego con mis manos temblorosas sobre las rodillas, pensando en todo lo que ha sido esta vida. Yo, Isabel Solís, aquella joven cautiva convertida en reina en tierras de Granada, aquella mujer que conoció el amor y el exilio, que vio caer un reino y nacer otro... hoy, ya vieja, contemplo con orgullo la sangre que dejé esparcida por estas tierras.

Mis hijos fueron mi consuelo, mi fortaleza. Hernando de Granada, mi primogénito, fue un hombre educado entre dos mundos. Al igual que su hermano, Juan de Granada, sirvió a la Corona castellana como cristiano fiel. No fueron príncipes como su padre soñaba, pero fueron hombres nobles, reconocidos, y sus nombres quedaron escritos con respeto entre los cronistas de la nueva España.

Hernando se casó con Leonor de Mendoza, una dama de familia hidalga. De esa unión nacieron hijos que se asentaron como señores en tierras andaluzas, mezclando la sangre real nazarí con la nobleza castellana. Uno de sus nietos, Don Luis de Granada, llegó a ser consejero eclesiástico y sus descendientes ocuparon cargos menores en la corte de Felipe II.

Juan, el menor, tomó esposa en Castilla, y de él nació una rama que se entrelazó años después con familias nobles portuguesas. Sí, un bisnieto mío, por línea materna, llegó a emparentar con la casa de Avis, lo que terminó, siglos después, en un linaje que tocó el trono de Portugal: Juan IV de Portugal, restaurador de la independencia portuguesa en 1640, era descendiente indirecto de mi linaje.

Sí, mi casa, mi sangre, aquella que Muley tanto amó y defendió, entró a la nobleza de Castilla… y a la de Portugal.

Mis nietos fueron educados en cristianismo, y aunque algunos recordaban con respeto el origen morisco, abrazaron con fuerza la vida que la nueva fe les ofrecía. Uno fue comendador de una orden militar, otro fue caballero de Santiago, y uno de mis bisnietos sirvió como alférez en Flandes, bajo los Austrias.

Ya mis tataranietos vivían plenamente como castellanos. Algunos se casaron con casas de títulos menores: conde de Bailén, marquesado de Poza, y un descendiente lejano mío incluso fue Duque de Sessa, por matrimonio. ¿Quién lo diría? ¿Quién imaginaría que Isabel Solís, la joven cristiana cautiva, la concubina de Muley Hacén, terminaría siendo el origen de ramas nobles de Castilla y Portugal?

Muley nunca lo sabrá. Él, que amaba el esplendor nazarí, jamás soñó que nuestros hijos entrarían por la puerta grande de la nobleza castellana. Y sin embargo, así fue.

Nunca volví a amar como lo amé a él, pero amé a mis hijos, a mis nietos. Vi a mis bisnietos correr por los patios, montar caballos, aprender latín y rezar el rosario como cualquier niño cristiano. Yo, que fui reina en la Alhambra, terminé mis días entre hierbas, animales y oraciones, no en palacios, pero con el corazón en paz.

Aixa, la rival de mi juventud, murió en el exilio. Boabdil, su hijo, también murió lejos, en tierras de Fez, sin volver a ver Granada. Mientras tanto, yo morí aquí, rodeada de mi familia, viendo cómo mis nietos llevaban en su sangre el eco de dos mundos.

Isabel Solís murió alrededor de 1509, cristiana, humilde, y orgullosa. No dejó tronos, pero sí un legado. La historia olvidará quizás mi rostro, pero no podrá borrar el hecho de que mi linaje tocó coronas, títulos y altares.

Porque incluso en el silencio, una mujer puede fundar un imperio de sangre, nobleza y memoria.

En las páginas del tiempo, el linaje de Zoraida (Isabel Solís) floreció con esplendor y tragedia, trazando una red de nobles conexiones que, en sus raíces masculinas, alcanzaron el pináculo para luego desvanecerse; pero en sus ramas femeninas, encontraron nueva vida y continuidad.

 

🛡️ 1. Nietos y la plenitud masculina

Tras Zoraida, la estirpe masculina cobró fuerza con figuras como Jorge de Lencastre, Ramón y Pedro, que se sucedieron como Duques de Aveiro:

Jorge de Lencastre (1548–1578) viajó al Magreb, dejando el título en su hija mayor.

Ramón de Lencastre (1620–1666) y Pedro de Lencastre (1608–1673) continuaron la línea masculina, aunque uno como duque y otro como cardenal e Inquisidor.

Finalmente, el título recayó en José Mascarenhas (1708–1759), quien en 1752 lo ostentaba junto a otros títulos como marqués de Gouveia y Santa Cruz.

🗡️ Extinción de la rama masculina

1365-0En 1759, José fue acusado de participar en la famosa “conspiración de los Távora”. Fue ejecutado brutalmente, se confiscaron sus bienes y el ducado fue declarado extinto, incluso prohibiendo que su hijo legítimo heredables títulos  .

1697-0Aunque dejó descendencia ilegítima, la línea varonil oficial quedó disuelta y sin sucesores. Su hijo legítimo, Martinho, sobrevivió en prisión y falleció sin descendientes legítimos en 1804  .

 

🌸 2. Nietas y la rama femenina — herederas de vida y título

Si la rama masculina se extinguió, la rama femenina cobró nuevo vigor en la figura de:

1927-1Juliana de Lencastre (1560–1636), tercera Duquesa de Aveiro, quien casó con Álvaro, su tío, asegurando la continuidad del título. Tuvo al menos 16 hijos, entre ellos María de Guadalupe  .

2324-0María de Guadalupe de Lencastre (1630–1715), sexta duquesa en línea, casada con Manuel Ponce de León, duque de Arcos de Castilla. En 1681, Carlos II de España le otorgó el título español de duquesa de Aveyro  .

Sus descendientes incluyeron:

Gabriel Ponce de León y Lencastre, séptimo duque de Aveiro (sin hijos).

Isabel Zacaria Ponce de León, duquesa consorte de Alba.

Así, por línea femenina, el linaje de Zoraida se afianzó en Portugal y España, formando vínculos con casas como Alba y Arcos.

 

🌿 3. Herencia intacta: ramas colaterales actuales

Aunque el título ducal masculino desapareció, surgieron *ramas derivadas que aún perduran:

2587-5Marquesado de Lavradio (Portugal): creado en 1753 para Antonio Soares de Portugal, esposo de Francisca das Chagas Mascarenhas, hermana del último duque de Aveiro. Esa rama conserva el linaje Lencastre, lo que les otorga derechos históricos y honras reales  .

3340-0Baronía Lencastre, perteneciente a los Condes de Lousã, descendientes de una rama masculina menor iniciada por Jorge de Lencastre (II duque de Coimbra), hijo ilegítimo de Juan II. Es, por tanto, otra vertiente colateral que sigue viva  .

3620-0Otros vínculos: marquesado de Gouvêa y condes de Santa Cruz, Mascarenhas, Braganza, vinculados a través del linaje femenino  .

 

📜 4. Un legado femenino que resiste tras siglos

Desde el siglo XVII hasta hoy, la rama femenina de Zoraida ha sobrevivido:

III y VI duquesas de Aveiro, junto con nietas como la Duquesa de Alba, mantuvieron prestigio en ambas cortes.

Los Marqueses de Lavradio y Condes de Lousã representan hoy la continuidad del nombre Lencastre y la sangre nazarí-colonizadora en Portugal.

A pesar de haber perdido la línea titular directa, los derechos de sangre y legado histórico aún descansan en estas ramas colaterales, activas hoy en la nobleza ibérica.

 

🧭 5. Conclusión del linaje

Nietos y bisnietos masculinos alcanzaron la cúspide con el título de duque de Aveiro, pero la línea se extinguió en 1759 con la ejecución de José Mascarenhas.

En cambio, la rama femenina, iniciada con Juliana y María de Guadalupe, se prolongó hasta hoy: duquesas, marquesas y condes heredaron y transmitieron sangre y herencia.

Los títulos colaterales actuales —duquesa de Aveyro (España), marquesado de Lavradio, baronía de Lencastre, entre otros— son el testimonio tangible de que la saga de Zoraida, aunque transformada, sigue viva en la nobleza de Portugal y España.

Y mientras el sol se ocultaba sobre viejos palacios y ruinas de Granada, el espíritu de aquella niña cautiva vivía en nietas, bisnietas y marquesas que mantuvieron encendida la llama de su memoria, siglos después de su adiós terrenal.

 

Juliana de Lencastre, nacida en 1560, heredó el ducado tras casarse con su tío Álvaro en 1598. Juntos tuvieron dieciséis hijos, incluidos Jorge, Afonso y Pedro, así como varias hijas que serían pilares de futuras uniones. Juliana mantuvo su autoridad hasta su muerte en 1636, asegurando que el nombre Lencastre siguiera vigente.

Su nieta directa, María de Guadalupe de Lencastre (1630–1715), heredó en 1679 el título de VI duquesa de Aveiro. En 1666 contrajo matrimonio con Manuel Ponce de León, VI duque de Arcos (España). De esta unión nació Isabel Zacaria Ponce de León y Lencastre, que se convirtió en duquesa consorte de Alba al casarse en 1688 con Antonio Álvarez de Toledo. Isabel simboliza la fusión de las casas noble portuguesa y española, llevando la sangre de Zoraida hasta Castilla.

A mediados del siglo XVIII, la línea de los duques de Aveiro, principalmente masculina, se extinguió. Sin heredero varón directo, Francisca das Chagas Mascarenhas, hermana del último duque varón, fundadora de la rama colateral femenina, sostuvo el legado de Zoraida. Se unió en matrimonio con António de Almeida Soares de Portugal, el I marqués de Lavradio (título otorgado en 1753). De aquí surgieron:

Luís de Almeida Portugal (1729–1790), que sería el 2º marqués y virrey de Brasil.

António Máximo (1756–1833), 3º marqués.

Francisco (1787–1870), 2º conde de Lavradio.

La línea continuó generación tras generación, hasta la figura actual de Jaime de Almeida, quien en 2025 ostenta el título de VIII marqués de Lavradio.

Así, la sucesión matrilineal de Zoraida atravesó cinco siglos: desde Juliana, pasando por María de Guadalupe y su hija Isabel Zacaria, y luego hacia Francisca, cuyas hijas transmitieron el linaje a través de los marqueses de Lavradio. Aunque la rama principal masculina de Aveiro se extinguió, la rama femenina no solo sobrevivió, sino que ganó protagonismo en la nobleza portuguesa y mantuvo vínculos con la alta nobleza española.

En resumen, el linaje femenino comenzó en 1560 con Juliana, se fortaleció con María de Guadalupe y su hija, saltó a otra rama con Francisca en el siglo XVIII, y aún hoy, en 2025, vive en la figura de Jaime de Almeida, guardián del legado nobiliario iniciado por Isabel Solís (Zoraida).

La herencia de Isabel Solís

Isabel Solís, hija de una noble familia cristiana de origen castellano, fue arrancada de su mundo en Córdoba cuando apenas era una adolescente. Su belleza y nobleza atrajeron la atención del sultán de Granada, Muley Hacén. Convertida forzosamente al islam, recibió el nombre de Zoraida y vivió durante años en los jardines secretos de la Alhambra, como consorte y madre de los hijos del sultán. Fue una mujer entre dos mundos, cristiana y musulmana, prisionera y reina.

Pero tras la caída del Reino de Granada en 1492 y la retirada del islam de la península ibérica, Isabel Solís volvió a su fe original, abrazando el cristianismo con dignidad y decisión. Su regreso a la fe no fue solo espiritual: también fue una manera de proteger a sus hijos y mantener su legado en una tierra que ya no reconocía su pasado andalusí.

De sus hijos con Muley Hacén, algunos nietos vivieron y enfrentaron los cambios de su tiempo, pero con el paso de las generaciones la línea masculina acabó por extinguirse, absorbida por guerras, destierros y conversiones forzadas. Fue la línea femenina la que sobrevivió con firmeza silenciosa. A través de sus, nietas y bisnietas, la sangre de Isabel Solís siguió fluyendo, resguardada en conventos, disimulada en haciendas, entre mujeres que conservaron su memoria y su esencia en linajes discretos, ocultos entre los pliegues de un mundo que se transformaba.

Juliana de Granada Solís, nacida en 1560, fue su tataranieta por vía materna. Casada con un jurista portugués, abandonó Andalucía y se estableció en Lisboa, donde su descendencia femenina floreció. No eran princesas. No eran reinas. Pero eran fuertes, cultas, y discretamente orgullosas de su ancestro olvidado.

Sus nietas y bisnietas —Beatriz, Leonor, Mariana, Clara, Ana, Teresa, Margarida, Luzia, Francisca, Inés, Joana, Isabel, Maria, Constanza, Violante, Rosa, Helena, Guiomar, Brígida, Rafaela, Micaela, Matilde, Paula, Jerónima, Celeste, Aldonza, Lídia, Antonia, Elvira, Catalina, Madalena, Eugenia, Dulce, Bárbara, Aldara, Estefanía, Vitoria, Carmela, Albina, Noemi, Lorena, Celina, Estela, Fabiana, Renata, Águeda, Dalila, Soraya, Bianca, Eloísa, Leonela, Mireya, Raquel, Jacinta, Yasmín, Delmira, Aurora, Elodia, Amalia, Pilar, Norberta, Regina, Isadora, Adelaida, Irene, Benilda, Felisa, Julieta, Hortensia, Prudencia, Alba, Emma, Esmeralda, Teresa Inmaculada, Celia María— nunca dejaron morir el apellido Solís, aunque mezclado, adaptado o escondido.

Ellas se casaron con familias de menor nobleza, juristas, comerciantes y militares. Algunas entraron a conventos, otras administraron tierras, otras migraron a América. La rama masculina murió en silencio. La femenina resistió el olvido.

Y en 2025, una descendiente directa de Isabel Solís, llamada María Isabel León Solís, vive en Andalucía. Ella guarda el archivo familiar: cartas antiguas, medallas, un rosario que, según la tradición oral, perteneció a Zoraida tras su regreso al cristianismo. No tiene título nobiliario, pero sí tiene algo más poderoso: memoria, linaje, y legado.

Ella y su familia saben quién fue Isabel Solís. Lo aprendieron en casa, como algo sagrado. Hoy en día, su hija —Elena María Solís León, nacida en 2005— estudia historia en Sevilla y planea escribir un libro sobre su antepasada, para demostrar que la verdadera nobleza no está en las coronas, sino en resistir y trascender.

Pensar que si Isabel Solís pudiera ver el presente… sabría que su linaje, su sangre, sobrevive por sus nietas. Que su historia no fue borrada. Que siglos después, aún se habla de ella. Que el mundo cambió, pero no la raíz.

Fin del capítulo.

Y comienzo de una herencia viva.

1
Nancy
excelente historia, gracias escritora ☺️
May-san
Simplemente hermosa, super intensa, increíble como resistió todo Isabel. un amor aprueba de todo.
Y a pesar que a sus hijas no las dejaron vivir, sus nietas hicieron. perdurar su legado.
Totalmente recomendada
Maria Briceño De Barreto
interesante historia gracias autora me gustó mucho felicidades 👏
Maria Briceño De Barreto
zoraida has sufrido mucho tus dos hijas han muerto pero tienes él consuelo que te quedan dos hijos varones
Maria Briceño De Barreto
aixa el amor nace no se obliga
Maria Briceño De Barreto
todos son unos traidores solo quieren poder
Viviana Acosta
este enredo no lo entiende ni la escritora
Luisa Manotasflorez: pero en qué señorita
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Maria Briceño De Barreto
zoraida tienes mucha paciencia para soportar ese nido de víboras
Yusmery Liscett Orozco Tovar
Excelente
Viviana Acosta
es la tercera vez que está embarazada desde que nació el niño sin nombre, es muy reiterativa las descripciones, eso la torna estresante, perdón por mí humilde opinión
Luisa Manotasflorez: ellos se llamaban Juan de granada y Hernando de granada eso fue sus nombre cristianos por qué sus nombres en musulmanes eran muy difícil y recordar después jajaja y le coloque otro nombre
Luisa Manotasflorez: ellos se llamaban Juan de granada y Hernando de granada eso fue sus nombre cristianos por qué sus nombres en musulmanes eran muy difícil y recordar después jajaja y le coloque otro nombre
total 2 replies
Viviana Acosta
es la tercera vez que está embarazada desde que nació el niño sin nombre, es muy reiterativa las descripciones, eso la torna estresante, perdón por mí humilde opinión
Luisa Manotasflorez: No te preocupes es que si estaba 2 varón si pero no sabía cómo colocarle bien el nombre 👀por qué no buscaba bien como se llamaban en su en la vida real y le coloque un nombre que me gustó pero ese no es su propio nombre del bebé es otro el se llamaba su primer hijo se llama Juan de granada y su segundo Fernando de granada pero le decía Hernando
total 1 replies
Maria Briceño De Barreto
excelente novela
Maria De Jesus Martinex
hay porque no le dejaron una de sus niñas que tristeza 😔 lloré con este capítulo es muy doloroso!!! ya no le pongan tanto sufrimiento a Zoraida🥺
Mirta SUSANA Barbera
QUE FANTÁSTICA TODAVIA, QUEDAN DESCENDIENTES DE ESA GRAN MUJER. EJEMPLO DE VALOR Y SABIDURIA. QUE FUÉ PILAR DE UN SULTÁN Y SUFRIO EXILIO PERO FORJO DESENDENCIA SERIA Y FIEL
Luisa Manotasflorez: gracias por tu lectura, me agrada que te gustará el libro gracias por todo
total 1 replies
Mirta SUSANA Barbera
FELICITACIONES ESCRITORA. Y ME ENCANTÓ LA CRONOLOGÍA FAMILIAR PUES ES PARA TENERLO EN CUENTA. GRACIAS, GRACIAS, ❤️
Mirta SUSANA Barbera
QUE HERMOSA HISTORIA. ME APACIONE CON ELLA. LA VIVÍ. ME METÍ Y LUCHE CON ZORAIDA Y LUEGO LA ACOMPAÑE EN SU DESTIERRO.
MUY HERMOSA 💗 FELICITACIONES
Mirta SUSANA Barbera
QUE HISTORIA POBRE ISABEL/ZORAIDA.
AL FINAL ES AJENA EN SU PROPIA TIERRA.
TODO LO QUE PASÓ TODO LO QUE SUFRIÓ
VEREMOS QUE LE ESPERA
Mirta SUSANA Barbera
LAS VUELTAS DEL DESTINO. LA PRIMER HIJA, MUJER Y MURIÓ, Y LA ÚLTIMA MUJER Y NACIÓ MUERTA. ES EL ESPANTO MAS GRANDE PARA UNA MADRE
Mirta SUSANA Barbera
OJALÁ AIXA, PENSARA VERDADERAMENTE DE LA FORMA QUE HABLÓ. SI FUERA ASÍ. PODRIAN VIVIR EN PAZ. PERO CON ESA MUJER. ES COMO DORMIR CON SERPIENTE
Mirta SUSANA Barbera
QUE MUJER INTELIGENTE ES ZORAIDA.
UBO UN MOMENTO QUE DIJE COMO ??
PERO ESTABA TODO BIEN TRAMADO..
GRACIAS ESCRITORA FELICITACIONES
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