EMBARACE A MI ENEMIGO

Yo, a lo lejos, podría jurar que había escuchado a algún tipo de audiencia invisible haciendo "oooh" de expectación. Su voz resuena en mi cabeza y mi cuerpo le obedece como oveja al matadero, sin darme cuenta mis caderas se movían estrujando mi parte íntima con la de él.

Todo esto se estaba convirtiendo en una de esas situaciones absurdas de comedia que nunca se imaginan pero que inevitablemente acaban sucediendo.

Tomé una profunda respiración, y con una mano que temblaba más que una hoja al viento, traté de aferrarme a lo que supuestamente era el "mando".

De repente, el dragón empezó a gemir. Y ahí fue cuando la verdadera comedia comenzó. Cada vez que yo trataba de "manejar de arriba a bajo" su cuerpo con la más mínima sugerencia de control, Draco hacía algo que lo hacía parecer todo mucho más complicado de lo que realmente era.

—¡Ah, sí! Claro, ¡como si fuera un columpio que va y viene! —grité, mientras intentaba controlar los impulsos de Draco que me hacían girar de un lado a otro, con su cosota entre mis pequeñas manos—. ¡Ni siquiera sé cómo hacer esto!

—No me refería a que usarás tus manos, aunque se siente bien. Me refería a que te subas sobre mí y me dejes ver de qué estás hecho— se ríe de mi técnica.

Apoya ambas manos detrás de su nuca.

— ¡Te juro que si no te calmas, vamos a dar una vuelta completa al mundo solo con mis errores! Debiste aclararme todo mejor.

Draco no hizo más que reírse con ganas mientras nota como me le quedó mirando la punta rosada y goteante de pre semen. Con una mano acaricia mi pecho.

—Eso es lo que me gusta de ti, Louve —dijo, mirando al frente mientras su respiración se mantenía tranquila—. Siempre haces todo con tanto estilo… y tanta confusión.

—¡Esto no es un estilo! ¡Es un desastre! —grito, mientras me levanta de las caderas y se mete muy adentro de mí mientras estoy sobre él— ¡Carajos espera! ¡Así no fue que hablamos!

Yo trataba de mantenerme firme, pero en un giro de movimientos acertados, terminé cayendo sobre su pecho con la cara roja. El sonido de su risa profunda solo lo hacía más insoportable.

—Vaya, parece que has dominado la técnica del "fallo épico", Louve. Eres un profesional. —me dijo, mientras me levantaba con facilidad y me acomodaba una vez más en su eje. No pude hacer más que dejarme llevar, porque en el fondo sabía que, por mucho que fuera un desastre, no podía escapar de todo esto.

De alguna manera, me sentí… tranquilo. A pesar de todo lo ridículo que parecía, Draco estaba tan en control de todo, que incluso yo no podía dejar de reír. Porque, al final, era verdad lo que decía: las cosas se volvían más divertidas si me atrevía a intentarlo, aunque mi forma de intentarlo fuera un completo desastre.

—Está bien —dije, suspirando y mirando a los cielos—. Intentaré no destrozar tu vida en el camino, gran dragón. Pero por favor, no me pongas a "volar" otra vez. No estoy tan preparado para eso. Esta posición es muy vergonzosa.

Draco sonrie, mientras sus ojos brillaban de diversión.

—Eso es lo que más me gusta de ti, Louve. Siempre encuentras la forma de hacer que mi vida sea mucho más interesante.

Sentí cómo su cuerpo vibraba bajo el mío, como si una corriente eléctrica lo recorriera desde la base de la columna hasta la punta de sus alas. Y luego… luego lo sentí a él, muy dentro. Tan profundo que pensé que podría tocarme el alma si seguía empujando así. Mi miembro goteaba por todo lo que me hacía sentir.

Mi boca se abrió, pero no salió sonido alguno. Fue como si el aire me abandonara al mismo tiempo que mi dignidad.

—¡Por los cielos, Draco! —jadeé, con las manos aferradas a sus hombros, como si así pudiera mantener el equilibrio de mi mundo.

Él solo sonrió, esa maldita sonrisa suya que decía “yo lo tenía todo planeado desde el principio”.

—Te lo dije, Louve —susurró con voz ronca—. Solo tenías que dejarte llevar. Elige ¿Tomas el control o lo tomo yo?

Y vaya si me dejé. El clímax me alcanzó como una tormenta inesperada en un día soleado cuando volvió a empujar. No hubo aviso. Solo un estallido interno que me sacudió desde el centro y me hizo colapsar sobre su pecho, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba debajo del mío.

Ambos temblábamos. Él me sostuvo con una ternura que contrastaba con todo lo que acabábamos de hacer.

—¿Estás… bien? —preguntó, sin dejar de acariciarme la espalda.

—No sé si quiero morirme… o repetirlo —susurré, medio riendo, medio sin aliento.

Draco soltó una carcajada, esta vez más suave, y me rodeó con sus alas como un capullo cálido.

—Te juro que cada vez que estás encima de mí, Louve… siento que el cielo y el infierno se funden.

—¿Y tú? —pregunté, todavía temblorosa.

—¿Yo qué?

—¿Tú también… llegaste?

Draco me miró con sus ojos brillantes, y en lugar de responder, me dio un beso en la frente, cálido y profundo.

—Oh, Louve… si supieras lo mucho que me haces perder el control.

Yo rodé los ojos, exhausto pero aún vivo.

—Prométeme que la próxima vez habrá instrucciones más claras… o al menos un manual ilustrado.

Él volvió a reír, esa risa suya que siempre lograba calmar mis miedos.

—La próxima vez... será ahora—dijo con picardía—, tú serás quien me enseñe como bailas sobre mi verga. Así que tómate tu tiempo.

Y ahí supe que estaba perdido. Irremediablemente, completamente… y deliciosamente perdido.