En un mundo devastado por el apocalipsis zombi, la supervivencia es una guerra constante. Ayanokouji Kiyotaka, un joven calculador y frío, escapa de la opresiva Sala Blanca solo para encontrar un mundo aún más brutal. Ahora, atrapado en el instituto Fujimi, debe usar su inteligencia y habilidades estratégicas para liderar a un grupo de estudiantes en medio del caos.
A medida que las hordas de muertos vivientes se acercan, Ayanokouji se enfrenta a una amenaza aún mayor: la traición y la desconfianza dentro de su propio grupo.
Mientras los aliados se vuelven enemigos y la violencia alcanza su punto álgido, Ayanokouji debe tomar decisiones drásticas para proteger a a los suyos. Entre la lucha por los suministros y la constante amenaza de los zombis, cada día se convierte en una prueba de ingenio y fuerza.
¿Podrá Ayanokouji mantener la unidad y liderar a su grupo hacia un futuro incierto, o caerá ante las fuerzas que buscan destruirlo?
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Capítulo 23: Planes
Días atrás antes de la batalla, Ryo, el líder de los Vipers, estaba listo para dejar atrás la ciudad después de recibir el dinero de la persona misteriosa. Su plan era simple: desaparecer antes de que la situación se volviera aún más peligrosa. Mientras se alistaba, su teléfono sonó inesperadamente. Frunció el ceño, mirando el número desconocido antes de responder con cautela.
—¿Quién demonios eres y cómo conseguiste mi número? —espetó Ryo, la irritación evidente en su voz.
La voz del otro lado de la línea era calmada y amenazante. —Mi nombre no importa. Solo llámame Jack. Necesito que hagas un trabajito para mí.
Ryo bufó con desdén. —No hago trabajos para desconocidos, especialmente cuando no me dicen quiénes son. No tienes idea con quién estás hablando.
Jack ignoró la advertencia de Ryo. —Solo quiero que causes caos en un grupo especial.
—No voy a hacer nada por ti. Encuentra a otro para tus tonterías —respondió Ryo, dispuesto a colgar.
La voz de Jack se volvió más seria. —No puedes negarte. Si lo haces, habrá consecuencias.
—¿Me estás amenazando? —Ryo apretó el teléfono con fuerza, sintiendo que su paciencia se agotaba.
—Considera esto una advertencia —dijo Jack en un tono gélido.
Ryo, harto de la conversación, replicó con firmeza. —No te metas conmigo o lo pagarás caro.
Sin más, colgó la llamada, pero justo antes de que el teléfono se desconectara, escuchó a Jack reírse de manera maníaca.
—Elegiste una mala opción —dijo Jack, justo antes de que la línea se cortara.
Ryo se quedó mirando el teléfono por un momento, sintiendo una extraña incomodidad que no solía experimentar. Decidió ignorar la llamada, convencido de que era solo una amenaza vacía. Se dispuso a abandonar el refugio, pero justo cuando estaba por irse, varios hombres enmascarados aparecieron de la nada, con máscaras aterradoras que cubrían sus rostros. Sin previo aviso, comenzaron a disparar al refugio de los Vipers.
—¡Nos atacan! —gritó Ryo, llamando a sus hombres para que se defendieran.
El refugio se convirtió en un campo de batalla en cuestión de segundos. Los enmascarados usaban rifles, escopetas, y algunos incluso blandían hachas con una precisión mortal. Aunque los Vipers tenían la ventaja numérica, el grupo enemigo estaba mejor coordinado, moviéndose con una eficiencia fría y letal.
Después de casi diez minutos de brutal enfrentamiento, la mitad de los hombres de Ryo yacían muertos o gravemente heridos. Los enmascarados, aparentemente satisfechos con la carnicería, comenzaron a retirarse, dejando a los Vipers en ruinas.
El teléfono de Ryo sonó nuevamente. Su corazón latía con furia mientras levantaba el dispositivo. Era Jack.
—No debiste colgar la llamada, Ryo. La próxima vez no tendremos piedad —dijo Jack, su tono ahora cargado de una amenaza palpable.
Ryo respiró hondo, luchando por controlar su rabia. —¿Qué demonios quieres? —gruñó.
—Quiero que vayas al refugio de alguien que ya conoces —respondió Jack, su tono lleno de una calma inquietante.
Ryo frunció el ceño, confuso. —¿De qué estás hablando?
—Del chico de la foto —dijo Jack, la sonrisa en su voz era casi audible.
Ryo sintió un escalofrío recorrer su espalda. —¿Cómo sabes eso?
—Eso no importa. Lo que importa es que vas a ir a ese lugar, vas a causar caos y, si puedes, matas a todos. Excepto al castaño.
La sangre de Ryo hervía. —Yo no recibo órdenes de nadie —dijo con una firmeza desesperada.
Jack, sin perder la compostura, le respondió con voz helada. —Si no haces lo que te digo, no solo mataré a tus hombres, sino que también acabaré con tu familia.
Ryo se quedó en silencio, la furia y la impotencia luchando dentro de él. Finalmente, Jack se despidió, su tono burlón. —Buena suerte, Ryo. La necesitarás.
La llamada se cortó, dejando a Ryo sumido en un odio impotente. Hirata, su mano derecha, se le acercó cautelosamente.
—¿Quién era? —preguntó Hirata, intentando entender la situación.
Ryo lo ignoró, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos y decisiones. Sin responder, se alejó hacia un rincón solitario, necesitando desesperadamente tiempo para pensar en su siguiente movimiento.
…
La luna brillaba tenuemente a través de las ventanas del refugio, bañando el interior con una luz suave y plateada. La mayoría del grupo dormía profundamente, agotados por los eventos del día. Sin embargo, dos figuras permanecían despiertas en la penumbra. Ayanokouji, con su mirada siempre alerta, y Yuji, inquieto y expectante, se encontraban en una esquina de la sala común.
—¿Para qué me llamaste? —susurró Yuji, tratando de mantener su voz baja para no despertar a los demás.
Ayanokouji lo miró con sus ojos serenos pero penetrantes, y respondió en el mismo tono.
—Ha llegado la hora de que hagas el favor que me debes —dijo, directo al grano.
Yuji sintió un nudo en el estómago. Había esperado este momento, pero no sabía qué tipo de tarea le esperaba.
…
En un edificio abandonado, en medio de la ciudad devastada, se encontraba Jack, un hombre alto, de cabello blanco y un cuerpo tonificado, que contrastaba con la decadencia del entorno. Estaba sentado tranquilamente en una vieja silla de madera, tomando un café mientras observaba el paisaje desde una ventana rota. El silencio en el edificio era casi absoluto, roto solo por el ocasional sonido del viento que se colaba por las grietas y los escombros.
De repente, se escuchó un suave golpe en la puerta. Sin dejar de sostener su taza de café, Jack levantó la mirada, sus ojos afilados y calculadores.
—Adelante —dijo con una voz tranquila, pero autoritaria.
La puerta se abrió lentamente, y uno de sus hombres entró, con una expresión seria en el rostro. Se detuvo a una distancia respetuosa antes de hablar.
—Hemos capturado a un tipo que estaba husmeando cerca del edificio. Lo tenemos encerrado en una de las celdas —informó el hombre, manteniendo su tono de voz firme.
Jack asintió, dejando su taza de café sobre la mesa improvisada a su lado. Se levantó de la silla con una gracia peligrosa y se dirigió hacia la puerta.
—Muy bien, yo me encargaré de esto —dijo Jack, su voz sonaba calmada, pero con un subtexto de amenaza que era imposible de ignorar.
El hombre se hizo a un lado, permitiendo que Jack saliera de la habitación y lo guiara hacia las celdas en el sótano del edificio. El aire en esa parte del edificio era aún más pesado, con un olor a humedad y a metal oxidado. Al llegar a la celda, Jack se detuvo frente a la puerta de acero, mirando a la figura encorvada que estaba dentro.
Cuando la puerta se abrió, Jack vio a un hombre en mal estado, con la ropa rasgada y el rostro lleno de moretones. Aun así, se mantenía erguido, intentando mostrar una valentía que Jack sabía que no duraría mucho.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Jack, su tono era cortés, pero con una frialdad que hacía que la habitación pareciera aún más oscura.
El prisionero levantó la mirada, su mandíbula apretada en un intento de resistir.
—No te lo diré —respondió con una voz áspera.
Jack sonrió, un gesto que no tenía nada de amistoso. Se inclinó un poco hacia adelante, su presencia llenando la celda como una sombra opresiva.
—Te lo preguntaré de nuevo —dijo Jack, su voz bajando a un tono siniestro—. ¿Cuál es tu nombre?
El prisionero, sintiendo la amenaza en esas palabras, tragó saliva. Finalmente, cedió, su voz temblando ligeramente.
—Mi... mi nombre es Hirata. Era la mano derecha de Ryo.
Jack asintió, complacido con la respuesta. Sabía que había quebrado al hombre, y ahora era solo cuestión de exprimir la información que necesitaba.
—Muy bien, Hirata —dijo Jack, enderezándose—. Ahora, dime todo sobre el grupo que atacaron. ¿Cuántos son? ¿Cuáles son sus habilidades?
Hirata dudó un momento, pero la mirada de Jack lo impulsó a hablar. Le contó todo lo que sabía sobre el grupo, detallando el número de miembros, sus nombres, y las habilidades que había observado durante la pelea. A medida que hablaba, su voz se fue apagando, consciente de que cada palabra lo acercaba a su final.
Jack escuchó en silencio, asimilando la información. Cuando Hirata terminó, Jack lo miró por un largo momento, sopesando las posibilidades.
—Muy bien —dijo finalmente Jack, con una sonrisa satisfecha en los labios—. Has sido útil.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, abriéndola. Allí, uno de sus hombres estaba esperando.
—Ya sabes qué hacer con él —ordenó Jack sin mirar atrás.
El rostro de Hirata se llenó de pánico al escuchar esas palabras. Se levantó de un salto, tropezando hacia la puerta.
—¡No, por favor! ¡No me mates! ¡Te he dicho todo lo que sé! ¡Por favor, no lo hagas! —suplicó desesperadamente, pero Jack simplemente lo ignoró.
Sin decir una palabra más, Jack salió de la celda y cerró la puerta tras de sí, dejando a Hirata con el destino que ya estaba sellado. Mientras se alejaba, sus pensamientos ya estaban en su siguiente movimiento, planificando cómo utilizar la información que había obtenido para su ventaja. No tenía tiempo para la compasión ni para las debilidades, solo para el caos que tanto disfrutaba sembrar.
Mientras subía de nuevo hacia la parte superior del edificio, la fría sonrisa nunca abandonó su rostro. Sabía que cada pieza estaba cayendo en su lugar, y que el juego estaba a punto de volverse aún más interesante.